¡®Malmenorismo¡¯: el drama de votar una y otra vez con la nariz tapada
El voto a la contra, apostando por el mal menor, se extiende en tiempos en los que la ultraderecha acecha
Cuando a¨²n parec¨ªa posible controlar la explosi¨®n de fuerzas que abri¨® el camino a los Donald Trump del mundo, se produjo un intenso debate sobre la munici¨®n y armamento que deb¨ªa desplegar el candidato contrincante. El Partido Dem¨®crata, finalmente, decidi¨® que la mejor manera de batir a Trump, el autodenominado representante del pueblo contra el corrupto sistema, era que Hillary Clinton, la mujer ¡°m¨¢s preparada¡± de la historia y la encarnaci¨®n del establishment en la Tierra Prometida, humillase a aquel cantama?anas. Hoy sabemos que llamar ¡°indeseables¡± a los potenciales votantes de Trump, como hizo Clinton, no fue la forma m¨¢s eficaz de convencerlos para que cambiaran de idea. Se cuestion¨® entonces la idoneidad de su perfil para una elecci¨®n tan existencial, pero confesemos que a todos nos parec¨ªa obvio que, en uno de los momentos m¨¢s delicados de la historia, lo razonable era votar por ella.
Y apareci¨® entonces la divina Susan Sarandon neg¨¢ndose a optar por el menor de los males. La actriz lo expres¨® con elocuencia. ?No le alegrar¨ªa que una mujer llegara a la presidencia? Pues no, dijo la Sarandon. Ella no votaba ¡°con la vagina¡±. La protagonista de Thelma & Louise y Atlantic City, reconocida voz progresista, encarnaba la visi¨®n maniquea con la que todos solemos ver el mundo. En la vida aprendemos que elegimos siempre entre un bien y un mal que podemos discernir e identificar con nitidez, apostando claramente por uno de ellos sin pasar por la senda de la contradicci¨®n o la l¨®gica dilem¨¢tica. Mi visi¨®n del mundo busca el bien, ergo¡ Pero al s¨ªndrome Sarandon se le opon¨ªa la salida malmenorista, la que consiste en ir sorteando siempre el mal, s¨ª, pero el mal mayor. Frente a la llamada a la justicia aunque el mundo perezca, la pol¨ªtica consiste en saber colocarse all¨ª donde nos obligamos a ser conscientes de que cada opci¨®n nos enfrenta a una p¨¦rdida, y que hemos de medir esa p¨¦rdida por su consecuencia. Pero, ?ay!, ?qu¨¦ quiere decir esto?
Volvamos a Sarandon, y que me perdone. Que decidiese bas¨¢ndose en un principio ignorando la consecuencia de su decisi¨®n implicaba exactamente esto: no votar¨ªa por alguien como Clinton, representante del apestoso y mainstream feminismo liberal del techo de cristal, y le daba igual la consecuencia: ver en el poder a quien declaraba sin tapujos que ¡°si eres famoso puedes hacer con ellas lo que quieras¡±. Por cierto, que Trump nombrar¨ªa m¨¢s tarde juez de la Corte Suprema a Brett Kavanaugh, sospechoso de abusos sexuales, voto decisivo para la posterior eliminaci¨®n del derecho constitucional al aborto en EE UU. Aunque habr¨¢ para quien lo importante sea que hubiera gente fiel a sus principios porque, en el fondo, esta postura tiene algo de virtud: la impecabilidad permite sobrevolar las tensiones dolorosas que implicar¨ªa una escisi¨®n ¨¦tica. Mejor guardarse de la vida.
Reconozcamos tambi¨¦n que, una d¨¦cada despu¨¦s, el argumento del mal menor es incapaz de absorber el ritmo de los acontecimientos. Tras el famoso debate Trump versus Biden, la elecci¨®n presidencial en EE UU sit¨²a a los votantes ante un dilema endiabladamente imposible, a pesar de que de nuevo nos sintamos capaces de identificar el mal menor. Pero con todo, lo m¨¢s descorazonador para la democracia, ha dicho Fernando Vallesp¨ªn en este peri¨®dico, ¡°es la pauta que una y otra vez sale a la luz en todas y cada una de las elecciones donde se amenaza con la victoria de alg¨²n contendiente populista¡±. La pol¨ªtica del mal menor o su abuso: el desgaste provocado por su uso deslegitimador.
Es cierto que Macron gan¨® a Le Pen en 2017 haciendo campa?a con la bandera europea en plena ola nacionalpopulista, prometiendo alejar a la ultraderecha del poder y corregir sus modos jupiterinos. Menos convincente, sin embargo, result¨® despu¨¦s aquel Matteo Renzi candidato del Partido Democr¨¢tico a las generales de 2018, cuando su airado ¡°?No a un Gobierno con extremistas!¡± se tradujo en la victoria del Movimiento 5 Estrellas. La condena moral a los populistas los convirti¨® en la opci¨®n m¨¢s atractiva en un momento en el que romper con el statu quo otorgaba un notable sex appeal, como pas¨® con S¨¢nchez como joven challenger contra el aparato de un PSOE entregado a Susana D¨ªaz. El grito de Renzi ilustraba lo que John Gray describi¨® como liberalismo paranoico, ese que al ver en cada paso ¡°desastres y males diab¨®licos¡± elude formular cualquier autocr¨ªtica. Y pronto se confirm¨® que presentarse a unas elecciones afirmando representar a las fuerzas del bien ya no funcionaba, o parec¨ªa tener menos efecto. Que se lo digan al Partido Socialista de la Comunidad de Madrid en las ¨²ltimas elecciones que Ayuso gan¨® por goleada. O en todas las celebradas desde 2003.
Cuando, por ejemplo, Macron ha hablado del ¡°arco republicano¡± o del ¡°frente republicano¡± como fortaleza para combatir a los b¨¢rbaros, a menudo lo ha hecho interesadamente, para descalificar a los extremos que est¨¢n contra el partido en el Gobierno. El centro c¡¯est moi. Pero describir siempre como una elecci¨®n existencial cualquier contienda electoral supone crear una nueva divisi¨®n antipol¨ªtica, pues si siempre se vota con la nariz tapada, ?qu¨¦ m¨¢s da el programa con el que se presente el candidato que encarna mi lado bueno de la historia? La salida malmenorista termina por encuadrar el debate en una posici¨®n que, de entrada, descalifica al adversario, y que evita as¨ª bajar al fango pol¨ªtico y arremangarse para tratar de reconectar al pa¨ªs con un proyecto, unas ideas, no s¨¦: un horizonte.
?Recuerdan la ¨²ltima elecci¨®n en la que no votamos contra nadie? ?En la que no pretendieron movilizarnos para salvar la democracia? ?Una elecci¨®n ¡°a lo Obama¡±, donde el candidato fue capaz de disolver las motivaciones negativas y movilizar desde la ilusi¨®n o la esperanza? Al menos, el #YesWeCan conten¨ªa la promesa de la democracia. Ni siquiera el laborista Starmer, con su aplastante victoria, ilusiona a nadie dentro de su electorado. De hecho, en su lugar se habla del voto protesta, un an¨¢lisis que es tambi¨¦n una forma de infantilizar al elector y despolitizar su gesto, como explica el soci¨®logo J¨¦r¨¦mie Moualek. Porque, si la hist¨®rica movilizaci¨®n en la primera vuelta de las legislativas francesas ha dado un apoyo del 33,5% de los votos a Le Pen, ?lo interpretamos de nuevo s¨®lo desde la clave de la protesta? Adem¨¢s de descalificador, es simplista, pues crea una jerarqu¨ªa maniquea de comportamientos electorales: quienes se adhieren frente a quienes protestan. Y, sin embargo, lo que mostraron los resultados de la primera vuelta fue un r¨¦cord de triangulares donde la elevada participaci¨®n benefici¨® en realidad a los tres bandos en liza. La retirada de uno de ellos en la segunda vuelta crear¨¢ la barrera contra el partido de Le Pen, pero en realidad no tenemos ni idea de c¨®mo reaccionar¨¢ el votante despu¨¦s de activar la l¨®gica del bloqueo republicano. ?Y si aumenta inexorablemente la abstenci¨®n, como dicen los polit¨®logos C¨¦line Braconnier y Jean-Yves Dormagen? ?Y c¨®mo conjugar la l¨®gica del bloqueo con el irrenunciable derecho a la representaci¨®n de quienes votan a partidos extremistas? En menudo l¨ªo nos mete el malmenorismo.
El frente republicano podr¨ªa ser un s¨ªndrome compartido cada vez por m¨¢s democracias que parecen haber sobrevivido demasiado tiempo gracias a la salida malmenorista. Incapaces de rehabilitar sus proyectos y sus partidos, desde la pol¨ªtica parecen pedirnos siempre el esfuerzo de ir a las urnas con la nariz tapada: otra manera de eludir sus responsabilidades. Hay, claro, partidos que directamente han desistido de ello y se muestran dispuestos a copiar sin tapujos o colaborar con la extrema derecha. Y he aqu¨ª, de nuevo, la gran duda. Por algo afirma el fil¨®sofo Jan-Werner M¨¹ller que la estrategia antipopulista es una de las cuestiones m¨¢s dif¨ªciles de nuestro tiempo. Si los aislamos, los convertimos en v¨ªctimas de las ¨¦lites pol¨ªticas. Y tampoco es posible negar el derecho de representaci¨®n a quienes votan por ellos. Pero al mismo tiempo, a?ade M¨¹ller, resulta peligroso entregarles el papel de verdaderos representantes de los olvidados, los indeseables, o de cualquier otra gastada pareja de opuestos ret¨®ricos con las que tanto nos gusta seguir funcionando. La escritora Lea Ypi considera un triunfo de la derecha pol¨ªtica haber ¡°logrado dominar el debate p¨²blico persuadiendo a la ciudadan¨ªa de que los conflictos actuales se pueden reducir a una divisi¨®n entre una suerte de liberalismo cosmopolita y el comunitarismo¡±. Esto implica la ilusi¨®n de que todos nuestros conflictos pasan por la idea de pertenencia pol¨ªtica: resolviendo a d¨®nde pertenecemos, solucionamos todos nuestros problemas.
Pero por otro lado, ?es posible aceptar hablar con los populistas neg¨¢ndose a hablar como ellos? Tal vez en la respuesta a esta pregunta encontremos el ¨²nico camino no ensayado frente al efecto perverso del malmenorismo. Por supuesto que hay que hablar con todos ellos, incansablemente, lo que no significa que debamos seguir haci¨¦ndolo con sus formas y su lenguaje. Reconstruyamos ese espacio pol¨ªtico que hemos abandonado, la democracia como di¨¢logo y persuasi¨®n, en lugar de como combate. Reivindiquemos, en fin, el noble aburrimiento de las democracias frente a la ¨¦pica de la guerra cultural. Porque despu¨¦s de los Trump del mundo llegan los Le Pen, y despu¨¦s qui¨¦n sabe. Hablemos y propongamos y tal vez as¨ª consigamos convencer de nuevo a alguien de que el bien tal vez est¨¦ de nuestro lado: eso s¨ª que ser¨ªa apostar por el mal menor.
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