Obama frente a los ayatol¨¢s
?Debe Estados Unidos denunciar el fraude electoral de las elecciones iran¨ªes? ?Corresponde a la primera superpotencia decidir qui¨¦n ha ganado los comicios? ?Est¨¢ entre sus funciones animar a los manifestantes que exigen unas nuevas elecciones presidenciales? ?Debe Washington promover el derrocamiento de la dictadura teocr¨¢tica iran¨ª?
Todas estas preguntas se hallan estos d¨ªas en el fondo de las numerosas cr¨ªticas que est¨¢ recibiendo Barack Obama por su extraordinaria cautela a la hora de pronunciarse sobre la situaci¨®n pol¨ªtica iran¨ª. A pesar de toda su prudencia, el r¨¦gimen de los ayatol¨¢s ha se?alado a los pa¨ªses occidentales, encabezados por Londres y Washington, y muy especialmente a sus medios de comunicaci¨®n, como incitadores de la revuelta.
Muchos son los argumentos que aconsejan la m¨¢xima prudencia a los Gobiernos democr¨¢ticos en ¨¦ste y en todos los casos. En primer lugar, porque apoyar a un candidato significa descalificarlo ante la opini¨®n p¨²blica interna. Para Obama significa, adem¨¢s, limitar los m¨¢rgenes del di¨¢logo con Teher¨¢n propuesto en su programa electoral, algo que deber¨¢ emprender sea cual sea el desenlace de la crisis. Lo mismo puede decirse del apoyo a los manifestantes, que el r¨¦gimen quiere presentar como manipulados desde el exterior. Muy distinto es intensificar la presi¨®n respecto a las violaciones de derechos humanos y el ejercicio de una intensa vigilancia sobre los comportamientos del r¨¦gimen, sobre todo por parte de un presidente que se ha mostrado empe?ado en su defensa en su propio pa¨ªs, como es el caso de Obama.
Hay muchos y variados antecedentes sobre el comportamiento de Estados Unidos ante crisis pol¨ªticas como las de Ir¨¢n. Para buscar un caso remoto pero interesante, en 1956 Washington alent¨® la revuelta armada de los h¨²ngaros contra la ocupaci¨®n sovi¨¦tica, hasta crear la falsa sensaci¨®n de que las tropas de la Alianza Atl¨¢ntica podr¨ªan acudir en auxilio de los revolucionarios. El pragmatismo de la Guerra Fr¨ªa, que obligaba a respetar las ¨¢reas de influencia dibujadas en Yalta al t¨¦rmino de la contienda mundial, dej¨® tirados y sin otro auxilio que el propagand¨ªstico a los desgraciados y valientes h¨²ngaros.
En 1981, para acercarnos m¨¢s a nuestras circunstancias, la Casa Blanca de Ronald Reagan se mantuvo discretamente al margen y sin entrometerse ante el golpe de Estado del coronel Tejero. Cabe notar tambi¨¦n la discreci¨®n con que Estados Unidos, esta vez con Bush padre, abord¨® la represi¨®n de los estudiantes de Tian Anmen, a cargo de un r¨¦gimen que era ya un estrecho aliado sobre todo en el campo econ¨®mico. Reagan y Bush padre no tuvieron precisamente unos reflejos muy vivos a la hora de tomar partido, respectivamente, en las elecciones filipinas de 1986 en las que Coraz¨®n Aquino tuvo que superar el fraude electoral preparado por el dictador Ferdinand Marcos y en el golpe de Estado del verano de 1991 contra Mijail Gorbachev.
La tradici¨®n norteamericana en estos casos ha sido, ante todo, la de una reacci¨®n seg¨²n criterios de realismo pol¨ªtico y de prudencia respecto a sus propios intereses. Durante la entera Guerra Fr¨ªa Estados Unidos apoy¨® numerosas dictaduras, la espa?ola sin ir m¨¢s lejos, y no movi¨® un dedo cada vez que hubo extralimitaciones de sus aliados m¨¢s impresentables. La presidencia neocon de Bush hijo, curiosamente, fabric¨® un nuevo tipo de actitud moralista ante las crisis pol¨ªticas, merecedora de los mayores sarcasmos: siendo una de las peores etapas en cuanto a promoci¨®n de los valores y derechos m¨¢s caracter¨ªsticos del ideario fundacional norteamericano, impuso como un dogma del comportamiento internacional el derecho e incluso la obligaci¨®n de Estados Unidos a interferir y arbitrar en las crisis pol¨ªticas de cualquier pa¨ªs, principalmente si se trataba de derrocar gobiernos desp¨®ticos sin vinculaciones de intereses ni alianzas con Washington.
Las actuales exigencias y presiones sobre Obama para que lance diatribas y condenas contra la dictadura de Jamenei son una ¨²ltima extensi¨®n de la hipocres¨ªa neocon y a la vez parte de la labor de oposici¨®n al nuevo presidente para hacer descarrilar su pol¨ªtica internacional de apertura al mundo musulm¨¢n y de di¨¢logo con el Ir¨¢n de los ayatol¨¢s. Todas estas consideraciones no ocultan la dificultad del momento internacional para Obama, pues en cierta medida est¨¢ inaugurando una nueva forma de relaciones con el mundo que significa una ruptura con la anterior presidencia y muchas innovaciones respecto a las anteriores.
(Enlaces con dos art¨ªculos cr¨ªticos con Obama, de Paul Wolfowitz y Charles Krauthammer)
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