Principio del fin de la guerra
Washington pretende negociar una salida ordenada
La norma exige que toda negociaci¨®n vaya precedida de un acto de fuerza. La ofensiva lanzada hoy por la OTAN en el sur de Afganist¨¢n puede ser tambi¨¦n el preludio de un final negociado de la guerra. Eso es, al menos, lo que parecen tener en mente los estrategas norteamericanos, conscientes de que esta es la ¨²ltima oportunidad de concluir el conflicto de una forma ordenada.
Con esta exhibici¨®n de su superioridad militar, EE UU quiere dejar claro a los talibanes que jam¨¢s podr¨¢n ganar la guerra en el campo de combate, que ni siquiera se les permitir¨¢ el control de determinadas ¨¢reas y que, paulatinamente, se les ir¨¢ privando, adem¨¢s, de las simpat¨ªas con las que ahora cuentan entre algunos sectores de la poblaci¨®n.
Su ¨²nica salida, como ha explicado el jefe de la misi¨®n, general Stanley McChrystal, es la de convertirse en partido pol¨ªtico desarmado y compartir legalmente el poder con el presidente Hamid Karzai. Ya se han hecho algunas gestiones en esa direcci¨®n por mediaci¨®n, entre otros, del Gobierno de Arabia Saud¨ª, pero no han dado resultado porque los jefes talibanes se resisten.
Esta ofensiva puede ayudar a vencer esa resistencia. La recuperaci¨®n de la iniciativa militar y la reconducci¨®n de la guerra es una parte esencial de la nueva estrategia que Barack Obama anunci¨® en noviembre en su discurso de West Point al ordenar el env¨ªo de otros 30.000 soldados a Afganist¨¢n.
Con m¨¢s tropas, Estados Unidos pretende extender la autoridad del Gobierno de Kabul, demostrar las ventajas que su autoridad comporta y convencer a la poblaci¨®n de que el regreso de los talibanes no es inevitable y ni siquiera probable. Los talibanes, a su vez, deber¨ªan de entender que ahora, cuando se encuentran en el c¨¦nit de su influencia, es el mejor momento para negociar. A partir de aqu¨ª, dicen hoy los mandos militares norteamericanos, perder¨¢n el control del opio y de los jefes tribales.
La negociaci¨®n con los talibanes permitir¨ªa probablemente a Obama cumplir con su compromiso de empezar a retirar las tropas en el verano de 2011 y, adem¨¢s, servir¨ªa para separar a los combatientes afganos de los verdaderos enemigos de Estados Unidos: los combatientes de Al Qaeda.
Son curiosos los giros que da la historia. Una negociaci¨®n entre las fuerzas enfrentadas en Afganist¨¢n era precisamente, como recuerda el analista Ahmed Rashid, lo que propuso en 1989 el entonces ministro de Relaciones Exteriores ruso, Eduard Shevarnadze, como soluci¨®n tras la retirada sovi¨¦tica.
Entonces no fue posible y nada garantiza que ahora lo sea. La colaboraci¨®n de Arabia Saud¨ª, fundamental para el ¨¦xito de este proyecto, es m¨¢s formal que real. El c¨¢lculo de que los talibanes ven imposible su victoria puede ser m¨¢s ilusorio que cient¨ªfico. El pron¨®stico de que los insurgentes afganos pueden romper su alianza con Al Qaeda se contradice con las declaraciones de los dirigentes talibanes. Pero hay un factor que s¨ª puede jugar a favor de la estrategia norteamericana: la poblaci¨®n afgana, que no se ha sumado en masa a la causa talib¨¢n pese a los continuos errores de la OTAN y la permanente negligencia del Gobierno de Karzai, puede ver m¨¢s esperanzas de orden y de futuro en una negociaci¨®n que en un regreso a la shar¨ªa.
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