El guitarrista de Puerto Pr¨ªncipe
Decenas de cuadrillas de hombres y mujeres se afanan en recoger la basura de varias semanas ayudados de cartones y escobas de mimbre y palos de todos los tama?os. Parece que finalizados los tres d¨ªas de duelo oficial, en los que se cant¨® a dios y se temi¨® al diablo, la ciudad entera desea sacudirse la tristeza de encima y embellecerse de alguna manera en medio de un paisaje de ruinas y escombros.
Florvie Dieuveson tiene 10 a?os y parece feliz. Brinca entre los voluntarios armado con una botella de pl¨¢stico verde y una goma el¨¢stica atada. De ese estrafalario instrumento obtiene m¨²sica a la que acompa?a con una letra inventada por ¨¦l que trata del terremoto, los muertos y las personas como ¨¦l y su madre que se quedaron sin hogar. De esa goma de sujetar, el ni?o artista obtiene un sonido armonioso y agradable; hasta su letra parece un conjuro contra el des¨¢nimo. No pasan ni 10 segundos hasta que se forma un coro de curiosos entorno al nuevo Hamelin.
Entre el p¨²blico que acude donde brota una gota de felicidad hay ancianos desdentados, hombres maduros en los huesos, mujeres cansadas de portar agua y otros ni?os que viborean envidiosos la notoriedad de un mocoso. Cuando termina la canci¨®n se escuchan aplausos. Es el premio a quien les ha logrado arrancar una sonrisa. Aunque la ayuda humanitaria les llega a todos con cuenta gotas y en algunas televisiones occidentales presentan a los haitianos como un pueblo arisco y violento, estos habitantes de Puerto Pr¨ªncipe, v¨ªctimas hist¨®ricas de todas las desgracias, saben ser felices con bien poco. Hoy les bast¨® una botella verde de pl¨¢stico y una goma.
"No tengo casa. Se cay¨® en el terremoto. Vivo con mi madre y mis dos hermanos. Mi padre muri¨® hace tiempo. No tenemos tienda de campa?a ni pl¨¢sticos para protegernos. Dormimos en el suelo. A¨²n no hemos recibido comida de nadie", dice el Florvie, empe?ado en escribir de su pu?o y letra un tanto inestable su nombre y apellido en la libreta del reportero incrementado las posibilidades de errores de interpretaci¨®n.
"Estudio primaria, pero ya no hay colegio porque tambi¨¦n se cay¨®. Me gustan la Historia y las Matem¨¢ticas. Tambi¨¦n me gusta cantar. Lo hago desde peque?o. Me invento las canciones, las aprendo de memoria y despu¨¦s las canto. La gente me paga por escucharlas. A veces me dan cinco gurdas (un d¨®lar haitiano; unos ocho c¨¦ntimos de euro). No s¨¦ cu¨¢ntas canciones tengo en la cabeza. Quiz¨¢s siete o m¨¢s. De mayor me gustar¨ªa ser guitarrista".
El coro de curiosos se ha ampliado considerablemente. Ya casi parece un concierto. Hasta los que recog¨ªan basura han dejado unos minutos su labor para escuchar al ni?o que fabrica m¨²sica y esperanzas de la nada. Florvie Dieuveson vuele a entonar la misma canci¨®n dedicada al terremoto y todos siguen at¨®nitos el ritmo endiablado con una sonrisa boba prendida en los labios y los ojos muy abiertos.
Cuando se le pregunta por el nombre del instrumento que toca, Florvie responde con un deje de fastidio ante la ignorancia de su interlocutor: "?Se llama guitarra!". El p¨²blico aplaude la ocurrencia con la que chico acaba de noquear al extranjero que cre¨ªa saberlo todo.
Tras un tercer bis de su canci¨®n, ya transformada en ¨¦xito local, y recibir a escondidas un pago por su talento, Florvie mira con disimulo el billete arrugado, pone cara de p¨®ker ante el curioseo general y pregunta al hombre blanco si le puede llevar en su coche junto a su madre. "Es para que no me roben el dinero", dice en un susurro. Ya en el autom¨®vil, el guitarrista de Puerto Pr¨ªncipe parece feliz con la recaudaci¨®n del d¨ªa. ?20 d¨®lares! ?Qu¨¦ vas a hacer con tanto dinero? El chico se hace el interesante demorando la respuesta, se pasa la mano por los ojos y exclama: "Se los dar¨¦ a mi madre para que podamos comer hoy".
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