M¨¦xico: entre el miedo y la celebraci¨®n
La posibilidad de atentados ti?¨® el gusto mexicano por la fiesta
M¨¦xico acaba de celebrar los inicios de la lucha independentista (1810) y de la revolucionaria (1910). El gusto popular por la fiesta, sin embargo, se ha encontrado en choque contra la insuficiencia de quienes nos gobiernan y contagiado de miedo ante la posibilidad de atentados.
Los mexicanos disfrutamos tradicionalmente de las celebraciones y la noche de cada 15 de septiembre la consagramos a la ceremonia de El Grito, una reproducci¨®n del llamado que hiciera un cura de pueblo, Miguel Hidalgo, a independizarse de los espa?oles. Los m¨¢s audaces se desplazan desde temprano hacia los centros de las ciudades en donde se vive un relajo monumental: vuelan por los aires los huevos rellenos de harina, se multiplican los empujones fraternales y bravucones y se escuchan por doquier los silbatos, las trompetas de pl¨¢stico, los espantasuegras y todo aquello que provoque estruendo porque, s¨ª: somos un pueblo ruidoso.
Los de temperamento suave y los doblegados por la edad se recluyen en casas donde las grandes comilonas ba?adas con tequila preparan el ¨¢nimo para el momento cumbre. A las once de la noche en punto la persona de m¨¢s respeto se asoma por una ventana, un balc¨®n, o se sube una silla para cumplir con la liturgia que incluye, por fuerza, tres vehementes vivas: a Hidalgo, a los h¨¦roes que nos dieron patria y a M¨¦xico. Se tolera, por supuesto, que se a?adan h¨¦roes o villanos. Eso hizo el gobernante que iniciara la tradici¨®n. Maximiliano, segundo y ¨²ltimo emperador del M¨¦xico independiente, tuvo la ocurrencia de honrar en septiembre de 1864 a los padres fundadores de M¨¦xico; luego desahog¨® la nostalgia por su Castillo de Miramar en Trieste lanzando ?vivas! a Napole¨®n III, a Leopoldo de B¨¦lgica, a la emperatriz Carlota y a otros nobles europeos. Tres a?os despu¨¦s, Maximiliano muri¨® fusilado dej¨¢ndonos, como herencia, la tradici¨®n de El Grito.
Los mexicanos tenemos fama de ser impuntuales y desorganizados, y parece que el Gobierno del presidente Felipe Calder¨®n hace esfuerzos prioritarios por confirmarlo. ?Cu¨¢nto virtuosismo en el desorden! Quienes observamos con cuidado la vida p¨²blica, hemos visto derrumbarse bajo el peso de sus ineptitudes a los responsables de coordinar las celebraciones. Algunos renunciaron por la desuni¨®n que se vive en el interior del gobierno federal; otros fueron lanzados al desempleo dorado despu¨¦s de esc¨¢ndalos de diverso tipo. Hace unos cuantos meses el presidente Calder¨®n recurri¨® al secretario de Educaci¨®n P¨²blica, Alonso Lujambio, quien ha hecho lo posible por corregir los enredos. Su ¨¦xito ha sido bastante relativo.
Una de las construcciones emblem¨¢ticas del bicentenario, la Estela de Luz, no fue concluida a tiempo. La ¨²ltima versi¨®n es que a lo mejor ser¨¢ terminada a finales de 2011. El descontrol en la edificaci¨®n de la Estela ha provocado que voces tan calificadas y mesuradas como la del rector de la Universidad Nacional Aut¨®noma de M¨¦xico, Jos¨¦ Narro, capturara un sentimiento generalizado al declarar que "las explicaciones que nos dan" son "escasas y, la verdad, poco cre¨ªbles". Tampoco sabemos el monto del gasto p¨²blico; los indicios son que el dispendio observable garantiza algunos esc¨¢ndalos futuros.
Los mexicanos de hoy vivimos temerosos a la violencia. Mientras que un buen n¨²mero de ciudades optaron por cancelar toda concentraci¨®n p¨²blica, en la capital todo iba viento en popa hasta que... las autoridades federales recordaron que estamos en medio de una guerra sanguinaria que ha cobrado ya m¨¢s de 28.000 vidas durante el Gobierno de Calder¨®n. Fue entonces cuando empezaron a ponerle barrotes al festejo. La zona c¨¦ntrica de la capital estaba tomada por militares y polic¨ªas y hubo controles de todo tipo porque la noche de este 15 de septiembre est¨¢ pre?ada de riesgos potenciales. Una pregunta flotaba en el ambiente: ?se vengar¨ªan los sicarios de los capos encarcelados lanzando una o varias granadas a la multitud, como sucedi¨® en 2008 durante El Grito en Morelia, Michoac¨¢n?
Las dudas crecieron porque las autoridades tomaron medidas de emergencia. El presidente decret¨® fiesta oficial durante cinco d¨ªas, como si quisiera que la gente abandonara la capital. Luego lleg¨® la urgencia y abiertamente se pidi¨® a la poblaci¨®n que se quedara en casa. El secretario de Educaci¨®n P¨²blica fue al grano: "la televisi¨®n se presenta como una alternativa para disfrutar en familia la celebraci¨®n". El aparato televisivo volvi¨® a convertirse as¨ª en v¨ªnculo de unidad de las y los mexicanos y en instrumento de socializaci¨®n de una marcha que pareciera tener como meta el sendero abierto por Silvio Berlusconi.
Este 15 de septiembre ignor¨¦ los llamados del presidente Calder¨®n y estuve por la noche en el Z¨®calo para presenciar la ceremonia de El Grito. Lo hice porque deb¨ªa comentar el acontecimiento para el auditorio de un programa de radio. Tuve, como muchos otros, sentimientos encontrados. Hay motivos en m¨ª, por supuesto, para sentirme orgulloso de este M¨¦xico intenso, contradictorio y entra?able. Pero tambi¨¦n arrastro el dolor de ver a una patria maltratada por la mediocridad de sus gobernantes y por nuestra corresponsabilidad como sociedad por tolerarlos.
Sergio Aguado Quesada es profesor del Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de M¨¦xico.
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