Washington al desnudo
La difusi¨®n por parte de Wikileaks de un volumen ingente de telegramas pertenecientes a Estados Unidos ha dado lugar a un fest¨ªn informativo global. Todo ello a costa de la imagen y el prestigio de la diplomacia del que sin duda, y m¨¢s a la luz del contenido las filtraciones, sigue siendo el pa¨ªs m¨¢s poderoso del mundo. El da?o para Estados Unidos es tremendo: pero no porque sus pol¨ªticas vayan a cambiar (al fin y al cabo esas pol¨ªticas responden a y reflejan sus intereses), sino porque ponen al descubierto de manera singular la crudeza con la que se ejerce el poder en el ¨¢mbito internacional. Hasta ahora, sab¨ªamos que EE UU era poderoso porque todo el mundo se acomodaba a sus pol¨ªticas, pero realmente no sab¨ªamos c¨®mo lo lograba. Imagin¨¢bamos, claro est¨¢, que hab¨ªa codazos y empujones, pero no sab¨ªamos, por ejemplo, con cu¨¢nto ¨¦nfasis y perseverancia pod¨ªa la Embajada de EE UU acosar al poder ejecutivo y judicial de un pa¨ªs aliado y amigo como Espa?a para lograr salirse con la suya en los casos que afectaban a nacionales estadounidenses. Tampoco sab¨ªamos hasta qu¨¦ punto los gobiernos, incluso los aparentemente m¨¢s antiamericanos, pugnaban entre s¨ª por, en privado, congraciarse con Washington y compensar sus excesos ret¨®ricos en p¨²blico.
En contraste a los Estados democr¨¢ticos, que asientan su legitimidad en el principio de la mayor¨ªa, las relaciones internacionales parten de la desigualdad entre los Estados y la asimetr¨ªa de poder entre ellos. Como concepto, la idea de raz¨®n de Estado a¨²na dos elementos lo suficientemente s¨®lidos como para garantizarle una entidad sustancial. Lo mismo con la idea de intereses nacionales. Raz¨®n, naci¨®n, Estado, inter¨¦s: si estos son los mimbres con los que se tejen las relaciones internacionales y los principios que permiten a sus operadores, los diplom¨¢ticos, ejercer su trabajo, es evidente que todo ello merece consideraci¨®n y estima. Pero cuando vemos c¨®mo se defienden exactamente esos intereses o qu¨¦ tipo de conductas amparan, lo que queda en evidencia es la incompatibilidad esencial entre las reglas que rigen la vida pol¨ªtica dentro de una comunidad (democr¨¢tica) y las reglas que rigen la vida pol¨ªtica entre esas mismas comunidades.
El canciller Bismarck justific¨® en una ocasi¨®n la necesidad de mantener a los ciudadanos alejados del proceso pol¨ªtico con el argumento de que los ciudadanos quer¨ªan comer salchichas, pero no saber c¨®mo se hac¨ªan. Gracias a Wikileaks, hemos entrado en la sala de despiece del Departamento de Estado estadounidense y hemos tenido la oportunidad de ver c¨®mo se manufacturan los diferentes productos y c¨®mo se adaptan a los diferentes mercados (amigos, enemigos, amigos de mis enemigos, enemigos de mis amigos, etc.).
El da?o no es irreparable, porque como muy c¨ªnicamente ha manifestado el Secretario de Defensa estadounidense, Robert Gates, "los gobiernos del mundo no tratan con nosotros porque que les gustemos, ni tampoco porque conf¨ªen en nosotros; ni siquiera porque crean que somos capaces de guardar un secreto". "Unos gobiernos", contin¨²a Gates, "tratan con nosotros porque nos temen, otros porque nos respetan, pero la mayor¨ªa lo hace porque nos necesitan". Y concluye: "Seguimos siendo la naci¨®n indispensable". Dicho de otra forma, si Estados Unidos es un problema para alguien, ese es su problema, no el problema de Estados Unidos. Ni siquiera Maquiavelo lo hubiera podido formular mejor.
Muchos medios de comunicaci¨®n envidian estos d¨ªas a los peri¨®dicos que se han hecho con la exclusiva de las filtraciones. Pero probablemente tambi¨¦n, muchos servicios diplom¨¢ticos, leyendo los telegramas del Departamento de Estado, no puedan evitar ser corro¨ªdos por la envidia. Realmente son tan buenos los diplom¨¢ticos estadounidenses, que consiguen todo lo que quieren, ?o es que directamente tienen tanto poder que da igual lo buenos o malos diplom¨¢ticos que sean?
Estados Unidos sobrevivir¨¢ a esta crisis. Pero da escalofr¨ªos pensar qu¨¦ ocurrir¨ªa si una filtraci¨®n tan masiva y tan da?ina como esta le ocurriera a Madrid, Par¨ªs o Londres: ?podr¨ªan contener los da?os de forma tan c¨ªnica y pasar p¨¢gina como lo pretender hacer Robert Gates? ?O ser¨ªa el fin de sus diplomacias? A partir de ahora las cosas no ser¨¢n igual: todos los diplom¨¢ticos van a tener problemas a la hora de recopilar informaci¨®n ¨²til de fuentes de confianza. Pero unos lo tendr¨¢n m¨¢s dif¨ªcil que otros porque, como muestran los telegramas, unos Estados son m¨¢s iguales que otros.
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