El auge de la geoeconom¨ªa
Los Estados consideran los flujos econ¨®micos como un instrumento de poder y de seguridad nacional
En el mundo del siglo XX, dominado por la guerra fr¨ªa, las capacidades militares constitu¨ªan la principal vara de medir del poder de los Estados, por encima del poder econ¨®mico. De hecho, el componente militar ten¨ªa un papel tan central que con un gasto en defensa suficientemente elevado algunos Estados pod¨ªan disfrutar de un gran poder internacional sin contar necesariamente con una base econ¨®mica conmensurable. En ese mundo, descrito como una mesa de billar en la que los Estados chocaban frecuentemente unos con otros, los Estados compet¨ªan por la supremac¨ªa o la supervivencia de acuerdo con una l¨®gica de suma-cero en la que las ganancias de uno eran vistas como las p¨¦rdidas de otro y viceversa.
Con el fin del siglo y la desaparici¨®n de la l¨®gica de enfrentamiento entre superpotencias nos permitimos pensar en un mundo mucho m¨¢s pac¨ªfico y, a la vez m¨¢s pr¨®spero, articulado en torno a los mercados y centrado en el comercio y en las inversiones. As¨ª, la vieja mesa de billar en la que unas bolas chocaban con otras se transformar¨ªa en una red, una malla en la que los intereses econ¨®micos de los Estados se entrelazar¨ªan de forma inextricable de acuerdo con una l¨®gica de suma-positiva en la que todos se beneficiaran a un tiempo.
Pero esa ¡°feliz globalizaci¨®n¡± que los liberales nos promet¨ªan, en la que la apertura de mercados nos traer¨ªa la interdependencia y esta desplazar¨ªa definitivamente la l¨®gica de conflicto en las relaciones internacionales, no ha terminado de cuajar. El ¨¦xito econ¨®mico de China e India, junto con el auge de otras econom¨ªas (Brasil, Rusia, etc¨¦tera), viene se?alando desde hace m¨¢s de una d¨¦cada un intenso desplazamiento de poder desde Occidente hacia el resto del mundo. Mientras Europa y Estados Unidos crec¨ªan, aunque lo hicieran m¨¢s lentamente que los emergentes, no hubo muchos motivos para la preocupaci¨®n. Pero la crisis financiera iniciada en 2008 ha introducido un cambio importante en las percepciones occidentales, pues ha convertido una tendencia a largo plazo en un desaf¨ªo a corto plazo. En 2003 se dijo que China alcanzar¨ªa a EE UU en 2041; en 2008, que ser¨ªa en 2027, hoy jugamos con la fecha de 2018.
Este adelanto en el calendario de la convergencia econ¨®mica entre Occidente y el resto est¨¢ despertando los instintos de poder y competici¨®n de los Estados, que pens¨¢bamos superados. As¨ª, la llamada pax mercatoria est¨¢ siendo sustituida progresivamente, o al menos comenzando a coexistir, con una l¨®gica de rivalidad geoecon¨®mica en la que los Estados consideran los flujos econ¨®micos desde una ¨®ptica de seguridad nacional, es decir, como un instrumento de poder. En esa l¨®gica de competencia entran los recursos naturales, desde la energ¨ªa hasta los alimentos, pasando por los minerales raros, pero tambi¨¦n, l¨®gicamente, el comercio, las inversiones directas, los movimientos de capital, los tipos de cambio, las reservas de divisas, los fondos soberanos o las propias instituciones internacionales, como el G-20 o el FMI, que tambi¨¦n son objeto de pugna y contestaci¨®n.
En todos esos ¨¢mbitos, la l¨®gica de intercambio se va sustituyendo por una de control y acceso. Al contrario que en una din¨¢mica de mercado, donde la capacidad de acceso a un bien est¨¢ marcado por el precio, en esta din¨¢mica de rivalidad geoecon¨®mica el acceso a estos bienes est¨¢ profundamente influido por consideraciones pol¨ªticas, de tal manera que los Estados vuelcan su acci¨®n diplom¨¢tica, y militar si fuera necesario, sobre la capacidad de mantener el acceso a estos bienes o de evitar que se les impida su acceso a ellos.
Esto no significa necesariamente que el conflicto b¨¦lico entre Estados sea m¨¢s probable que antes, pero s¨ª nos obliga a fijarnos en el hecho de que la interdependencia, aunque haga el conflicto m¨¢s costoso, no significa la disoluci¨®n de las rivalidades entre Estados, especialmente si no viene acompa?ada de normas comunes que obliguen a todos y garanticen el acceso a los mercados a todos por igual. En la d¨¦cada pasada, el hecho de que la globalizaci¨®n debilitara la capacidad de los Estados fue visto como un gran problema. Pero hoy, parad¨®jicamente, lo que vemos es la proliferaci¨®n de Estados (como China y Rusia) con un exceso de soberan¨ªa. Estados que utilizan los mercados de forma selectiva para reforzar su poder y su autonom¨ªa pol¨ªtica, pero que no aceptan sus reglas: limitan la inversi¨®n extranjera, restringen las importaciones y se niegan a liberalizar sus tipos de cambio. Algunos de ellos, adem¨¢s, utilizan ese poder econ¨®mico para reprimir a sus ciudadanos y privarles de libertad. Por eso, tanto para salir de la crisis actual como para evitar el auge de las rivalidades geoecon¨®micas, es necesario reintroducir una l¨®gica de apertura de mercados y cooperaci¨®n econ¨®mica entre emergidos (ellos) y sumergidos (nosotros).
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