Deportadas sin sus hijos
El drama de miles de padres y madres centroamericanos expulsados de EE UU tras ser obligados a separarse de sus ni?os nacidos en este pa¨ªs
Miles de mujeres acorraladas por la miseria y abandonadas por sus parejas han cruzado M¨¦xico y Centroam¨¦rica durante el ¨²ltimo decenio en busca de una vida mejor en Estados Unidos. Han arriesgado sus vidas, se han sometido o enfrentado a todo tipo de depredadores (los mareros y sus pandillas, los coyotes que las pasaban de un pa¨ªs al otro por dinero o sexo, los oficiales de inmigraci¨®n que sacaban su tajada). Despu¨¦s, muchas de ellas han acabado siendo detenidas y repatriadas a la fuerza, tras ser obligadas a dejar en Estados Unidos a sus hijos nacidos en este pa¨ªs porque as¨ª lo han decidido los jueces.
Estos miles de mujeres han soportado cuanto hab¨ªa que soportar o escaparon de lo que pudieron escapar para atravesar la frontera y el desierto hasta llenar f¨¢bricas y talleres de ciudades del interior de Estados Unidos. Se han convertido as¨ª en miembros de una sacrificada legi¨®n que alimentaba a sus familias con remesas de d¨®lares extra¨ªdos de sus magros salarios.
Pese a que se hicieron invisibles, muchas de estas mujeres cayeron en las redadas de la polic¨ªa inmigratoria y fueron encarceladas. Algunas, condenadas por delitos federales, cumplieron penas de prisi¨®n; otras fueron llevadas a la frontera y terminaron de vuelta en el pa¨ªs del que hab¨ªan partido, m¨¢s despose¨ªdas que al comienzo de la traves¨ªa.
Pese a que se hicieron 'invisibles', muchas cayeron en manos de la polic¨ªa inmigratoria y fueron encarceladas
Al final solo cargaban los traumas y las deudas con los coyotes. Pero eso no era lo peor. La deportaci¨®n les hab¨ªa sustra¨ªdo algo m¨¢s valioso: a sus hijos, nacidos en Estados Unidos y ciudadanos leg¨ªtimos de ese pa¨ªs. Jueces norteamericanos de varios Estados hab¨ªan concluido que esas madres latinoamericanas eran malas madres y que los ni?os estar¨ªan mejor con una buena familia norteamericana, se los hab¨ªan quitado y los hab¨ªan entregado en adopci¨®n.
No eran pocas y, se tem¨ªa, ser¨ªan muchas m¨¢s. Una estimaci¨®n ¡ª ¡°conservadora¡±, seg¨²n sus autores¡ª del Applied Research Center (ARC), un centro que abogaba por la justicia racial, afirmaba que al menos 5.100 ni?os viv¨ªan en 2011 en hogares sustitutos porque sus padres estaban detenidos o han sido deportados. De acuerdo con sus proyecciones, podr¨ªa haber otros 15.000 ni?os en la misma situaci¨®n en los pr¨®ximos cinco a?os. Un estudio nacional conjunto del Urban Institute y el Consejo Nacional de la Raza de 2009 revel¨® que ¡°por cada dos inmigrantes detenidos, un ni?o es dejado atr¨¢s¡±. Alrededor de cinco millones de ni?os residentes en Estados Unidos ten¨ªan al menos un padre indocumentado, seg¨²n detall¨® el Urban Institute.
El poder norteamericano, republicano o dem¨®crata, parec¨ªa indiferente a su suerte. Aunque el Gobierno de Barak Obama puso fin a las redadas masivas que se hicieron costumbre durante el mandato de George W. Bush (2000-2008), el n¨²mero de deportaciones continuaba en aumento. En 2011 hubo un r¨¦cord de 397.000 inmigrantes deportados y una cifra similar de detenidos. En los primeros seis meses, el Gobierno federal ech¨® a m¨¢s de 46.000 madres y padres de ni?os con ciudadan¨ªa norteamericana, seg¨²n el ARC.
Mar¨ªa Luis dio a luz a Ang¨¦lica en el desierto de Arizona. La ni?a lleg¨® enferma a Grand Island, tres semanas m¨¢s tarde
Pero no estaban completamente solas. Dos mujeres guatemaltecas, Mar¨ªa Luis y Encarnaci¨®n Bail Romero, se convirtieron en casos emblem¨¢ticos, por cuyos derechos peleaba una alianza de activistas y abogados, muy consciente de que estaba en juego la suerte de decenas de miles.
Mar¨ªa Luis y Encarnaci¨®n proven¨ªan de distintas regiones del pa¨ªs m¨¢s peligroso del mundo para las mujeres ¡ª695 fueron asesinadas en Guatemala en 2010; otras 646 entre enero y noviembre de 2011¡ª y se asentaron a mil kil¨®metros de distancia una de otra, en dos Estados igualmente distintos de Estados Unidos. Sus peripecias, sin embargo, resultaron parecidas. Sus historias de penuria, traici¨®n, p¨¦rdida, lucha y esperanza han sido reconstruidas aqu¨ª bas¨¢ndose en los expedientes judiciales de sus casos (que incluyen sus relatos) y a entrevistas con sus abogados, activistas por los derechos de los inmigrantes, acad¨¦micos, diplom¨¢ticos guatemaltecos y otros expertos.
Mar¨ªa Luis parti¨® en 1997, embarazada, de Joyabaj, en la regi¨®n de Quich¨¦, la m¨¢s devastada por el genocidio contra los ind¨ªgenas durante la guerra civil guatemalteca (1969-1996). Dej¨® otros dos hijos al cuidado de su familia y, tras los rigores del viaje clandestino, lleg¨® a Grand Island, en Nebraska, un destino com¨²n para otros inmigrantes (en 2010, de 48.520 habitantes, un 26% era de origen latino). Consigui¨® trabajo en una empresa frigor¨ªfica.
En 1998 alumbr¨® a Daniel. Cinco a?os pasaron. Lleg¨® la noticia de que la madre de Mar¨ªa estaba al borde de la muerte en Joyabaj. Mar¨ªa dej¨® a Daniel con un pariente en Nebraska y viaj¨® a Guatemala a ver por ¨²ltima vez a su madre. Regresar a Estados Unidos le llev¨® un a?o entero: pag¨® a un coyote y enfrent¨® por segunda vez la horrenda traves¨ªa por M¨¦xico. Cuando lleg¨® a la frontera con Arizona, estaba embarazada otra vez.
5.100 ni?os viv¨ªan en 2011 en hogares sustitutos en hogares porque sus padres hab¨ªan sido repatriados o detenidos
Ang¨¦lica naci¨® prematura en el desierto de Arizona. Lleg¨® enferma a Grand Island, tres semanas m¨¢s tarde, en febrero de 2004. Pas¨® un a?o entrando y saliendo de hospitales, sin que los m¨¦dicos dieran con un diagn¨®stico; luego se sabr¨ªa que ten¨ªa asma. Mar¨ªa no entendi¨® ni el diagn¨®stico ni las instrucciones sobre c¨®mo tratar a Ang¨¦lica: no sab¨ªa leer ni escribir, no hablaba ingl¨¦s y el espa?ol era su segundo idioma despu¨¦s del quich¨¦, un dialecto maya.
En 2005, un vecino la denunci¨® por abuso infantil. Un polic¨ªa en la puerta es la pesadilla de todo inmigrante irregular. Mar¨ªa minti¨®: dio otro nombre. Pero el polic¨ªa descubri¨® la mentira y la arrest¨® por obstrucci¨®n a la justicia. Mar¨ªa termin¨® en prisi¨®n. Sus hijos, ciudadanos norteamericanos, quedaron en poder del Departamento de Servicios Humanos y de Salud de Nebraska.
El sistema de justicia familiar de Nebraska le era tan ajeno como el espacio exterior. La corte le asign¨® un defensor de pobres y ausentes que no hizo mucho. Mar¨ªa sigui¨® presa hasta ser deportada a Guatemala en junio de ese mismo a?o (2005). Como fue deportada, no estuvo presente en las audiencias en las que se trat¨® la situaci¨®n de sus hijos; y como no estuvo presente, el juez resolvi¨® quit¨¢rselos.
Mar¨ªa fue deportada y volvi¨® a Joyabaj. El juez la dejaba hablar con sus hijos por tel¨¦fono solo una vez al mes
¡°La situaci¨®n de inmigrante indocumentada es, sin duda, muy riesgosa, y este caso parecer¨ªa ser un ejemplo¡±, evalu¨® el juez. Los ni?os, agreg¨®, nunca hab¨ªan vivido fuera de Estados Unidos, la cultura guatemalteca les resultaba ajena porque nunca hab¨ªan estado en Guatemala... Y Mar¨ªa no pod¨ªa darles una buena educaci¨®n porque ella misma no hab¨ªa pasado de primer grado; adem¨¢s, ya hab¨ªa abandonado a otros dos hijos en Guatemala al emigrar. El juez envi¨® a los ni?os con una familia que ped¨ªa adoptarlos.
Mar¨ªa fue deportada y volvi¨® a Joyabaj. De vuelta al comienzo. El juez la dej¨® hablar con sus hijos por tel¨¦fono una vez al mes, pero le neg¨® permiso para conocer el n¨²mero al que llamarlos. Mar¨ªa ten¨ªa que esperar que le telefoneara a ella la familia que los ten¨ªa en custodia.
"Su estilo de vida, entrando ilegalmente y delinquiendo en este pa¨ªs, no puede proveer estabilidad para un ni?o"
En abril de 2009, The New York Times denunci¨® que el Estado estaba quitando sus hijos a Mar¨ªa y a otras inmigrantes centroamericanas. Entonces, la suerte de Mar¨ªa comenz¨® a cambiar. Un poderoso bufete de abogados, DLA Piper, se hizo cargo de su caso. El 26 de junio, la Corte Suprema del Estado de Nebraska permiti¨® a Mar¨ªa apelar. Era un triunfo in¨¦dito, porque hasta entonces el Estado federal imped¨ªa a los deportados volver a ser o¨ªdos en un tribunal norteamericano aun cuando en sus casos se apreciaran injusticias flagrantes. En julio de 2009, la corte dictamin¨® que Mar¨ªa deb¨ªa conservar a sus hijos. Poco m¨¢s de un a?o pas¨® hasta que, en agosto pasado, Daniel y Ang¨¦lica ¡ªpara entonces, de 12 y 5 a?os¡ª volvieron con Mar¨ªa. Pero en Joyabaj. El Gobierno estadounidense le neg¨® permiso para quedarse y Mar¨ªa volvi¨® adonde hab¨ªa empezado, con dos peque?os ciudadanos norteamericanos a su cargo.
Encarnaci¨®n Bail Romero emigr¨® en 2006 de Guatemala a Carthage (Misuri), donde ya viv¨ªan un hermano y una hermana y de donde ella misma hab¨ªa sido deportada un a?o antes. Consigui¨® trabajo en una empresa de pollos congelados. Enviaba a su familia en Guatemala, con los que dej¨® dos hijos peque?os, el dinero que pod¨ªa. En octubre de 2006 naci¨® en Carthage su tercer hijo, Carlos.
El 22 de mayo de 2007, agentes del servicio migratorio entraron en la empresa y detuvieron a m¨¢s de cien indocumentados. Encarnaci¨®n estaba entre ellos, bajo el nombre y el n¨²mero de Seguridad Social de otra persona. Fue detenida por suplantaci¨®n de identidad (seg¨²n un estatuto federal luego derogado por la Corte Suprema) y enviada a un centro de detenci¨®n en Nuevo M¨¦xico, a 1.300 kil¨®metros de distancia.
Una funcionaria aconsej¨® a la madre que entregase a su hijo en adopci¨®n al considerar que ella no era una madre "conveniente"
El defensor que le fue asignado no hablaba espa?ol y Encarnaci¨®n no hablaba ingl¨¦s. Mediante int¨¦rprete, le dio un mal consejo que ella acept¨®: declararse culpable y pasar dos a?os en prisi¨®n. Luego se qued¨® sin representaci¨®n legal, porque su abogado fue condenado por violencia dom¨¦stica.
Carlos, de siete meses, hab¨ªa quedado en casa del hermano de Encarnaci¨®n. Durante semanas, ella no pudo comunicarse con ¨¦l o con su hermana. Primero debi¨® averiguar ad¨®nde hab¨ªa sido llevada; luego no la dejaban hablar por tel¨¦fono; cuando se lo permitieron, la llamada era costosa (tres d¨®lares el minuto) que no pod¨ªa pagarla, y sus hermanos se negaban a aceptar la conferencia a cobro revertido. Entretanto, Carlos pasaba de una casa a otra. El hermano de Encarnaci¨®n dijo que no pod¨ªa cuidarlo y lo entreg¨® a su hermana. Esta, que ten¨ªa sus propios hijos y trabajaba largas jornadas, lo dej¨® con los Velazco, pastores de una iglesia evangelista local, que se ofrecieron a hacer de canguros gratis. El peque?o Carlos comenz¨® a pasar m¨¢s tiempo con los Velazco, primero de lunes a jueves y luego tambi¨¦n los fines de semana.
Encarnaci¨®n llevaba cuatro meses presa cuando su hermano fue a buscar a Carlos, pero los Velazco le dijeron que el Estado se lo hab¨ªa quitado. No era cierto: hab¨ªan resuelto que el beb¨¦ estar¨ªa mejor con Seth y Melinda Moser, un matrimonio joven que no pod¨ªa tener hijos. Los Moser iniciaron los tr¨¢mites para adoptar al chiquillo.
Encarnaci¨®n, en la c¨¢rcel, lo ignoraba todo. Cuando pudo finalmente hablar con su hermana, esta le dijo que Carlos estaba bajo custodia del Estado.
En medio de este trance la visit¨® Laura Davenport, especialista en desarrollo infantil para el distrito escolar de Carthage. Davenport hablaba espa?ol y en el pasado le hab¨ªa ayudado a conseguir una cuna para Carlos ¡ªantes dorm¨ªa con Encarnaci¨®n en el suelo¡ª y leche, que el Estado daba gratis, pero que Encarnaci¨®n no pod¨ªa conseguir porque no se atrev¨ªa a registrar formalmente el nacimiento de Carlos. Encarnaci¨®n pidi¨® a Davenport que la ayudara a recuperar a su hijo. Davenport replic¨® que deb¨ªa entregarlo en adopci¨®n porque no era una madre conveniente: era pobre y ser¨ªa enviada a Guatemala, ese pa¨ªs miserable en el que no hab¨ªa futuro para el ni?o. Con una familia de clase media norteamericana, Carlos tendr¨ªa todo lo que ella no pod¨ªa darle. Encarnaci¨®n insisti¨® en que no pod¨ªa separarse de su hijo, pero Davenport se neg¨® a ayudarla.
David Dally, el juez que deb¨ªa decidir sobre Carlos, pensaba como Davenport. En octubre de 2008, durante una audiencia de 106 minutos a la que Encarnaci¨®n no pudo asistir porque segu¨ªa presa y donde nadie habl¨® en su nombre, Dally resolvi¨® que ella no ten¨ªa derecho a ser madre porque hab¨ªa ¡°abandonado¡± a su beb¨¦. ¡°Su estilo de vida, entrando ilegalmente y delinquiendo en este pa¨ªs, no puede proveer estabilidad alguna para un ni?o¡±, sentenci¨®. ¡°Un ni?o no puede ser educado de este modo: siempre en escondites o en fuga¡±, agregaba. El juez resolvi¨® que Encarnaci¨®n no ten¨ªa nada para ofrecer: ¡°En el futuro, no podr¨¢ proveerle comida, ropa ni un refugio adecuado¡±. En cambio, los Moser, due?os de una peque?a empresa, con m¨¢s ingresos que gastos, con tiempo para pasar con el ni?o, recursos para pagarle una babysitter y darle cobertura m¨¦dica, eran padres ideales.
Al recibir la noticia, Encarnaci¨®n logr¨® que las autoridades del penal alertaran a la Embajada de Guatemala, donde ya estaban al tanto de la explosi¨®n de casos similares. Con la ayuda de la Embajada, de activistas y del reportaje de The New York Times, Encarnaci¨®n consigui¨® los mismos abogados que Mar¨ªa: Omar Riojas y Christopher Huck, de DLA Piper. En enero de 2011, la Corte Suprema de Misuri dictamin¨® que el tr¨¢mite hab¨ªa sido tan flagrantemente injusto que deb¨ªa concederse a Encarnaci¨®n un nuevo juicio. Este comenzar¨¢ el pr¨®ximo martes, 28 de febrero, y est¨¢ previsto que las audiencias duren cuatro d¨ªas. Al final, el tribunal decidir¨¢ si Carlos debe o no volver con su madre. Los argumentos de la Corte Suprema hacen pensar que as¨ª ser¨¢, pero el desenlace est¨¢ a¨²n pendiente.
Encarnaci¨®n recibi¨® permiso para quedarse en la ciudad de su hijo mientras espera el fallo. Davenport, la asistente que la traicion¨®, fue despedida por haber mentido ¡ªhab¨ªa dicho que iba a ver a la madre presa para ayudarla¡ª y por haber hecho lobby en favor de los Moser. Estos llevan adelante una campa?a para conservar al ni?o, que ya tiene cinco a?os, se llama a s¨ª mismo Jamison y no tiene recuerdo de otra familia.
Estas historias personales forman parte de una historia colectiva que las excede. Su efecto, afirma Deborah Anker, directora del Programa de Inmigraci¨®n y Refugiados de la Universidad de Harvard, ser¨¢ ¡°similar al que tuvo la ¨¦poca de la esclavitud en Estados Unidos¡±. ¡°La comunidad afroamericana¡±, a?ade, ¡°fue da?ada gravemente por la ruptura de la unidad familiar cuando los esclavos eran vendidos sin que se tuviera en cuenta su situaci¨®n familiar. Los efectos reverberaron en el futuro; a¨²n lo hacen en el presente. Las familias est¨¢n siendo destruidas, y las comunidades, despedazadas¡±.
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