Sin libertad en la ciudad liberada
Raqqa, la primera ciudad siria tomada por los rebeldes, sufre un nuevo r¨¦gimen dictatorial donde los opositores a los islamistas denuncian torturas y detenciones arbitrarias
Rimel se piensa bien ante qui¨¦n se baja los pantalones. Ella dir¨ªa que ante nadie, no al menos sin protestar y revolverse, sin gritar. Y sin embargo, es ella quien propone ir al ba?o en una cafeter¨ªa en Raqqa y desabrocharse los vaqueros hasta arremolinarlos en los tobillos. Sus piernas est¨¢n estriadas por cardenales m¨¢s grandes que un pu?o. Las marcas est¨¢n frescas, hace poco m¨¢s de 48 horas que sali¨® de la celda en la que una fusta se cruz¨® con sus muslos. ¡°No llor¨¦¡±, reivindica la joven con orgullo.
Rimel Nawfal tiene 26 a?os, es siria y ¡°activista de la revoluci¨®n¡±. Volvi¨® a Raqqa despu¨¦s de dejar sus estudios de Geograf¨ªa en Latakia y cambi¨® el mapa del mundo por las calles de su ciudad para participar en las primeras revueltas contra el r¨¦gimen de Bachar el Asad en 2011. Dos a?os despu¨¦s, cuando el 6 de marzo Raqqa se convirti¨® en la primera capital ¡°liberada¡±, crey¨® ver un nuevo horizonte. A¨²n no ha dejado de manifestarse, ahora contra los islamistas que gobiernan la ciudad, los mismos, asegura, que le detuvieron junto a un amigo y le dieron la paliza en una celda del Comit¨¦ de Justicia.
Un puesto de control de los yihadistas de Jabhat al Nusra, afiliado a Al Qaeda, recibe a las puertas de la ciudad, un nudo estrat¨¦gico en la carretera que une los pozos de petr¨®leo de Deir Ezzor con Turqu¨ªa e Irak. A los 40 grados del desierto, un par de milicianos vestidos de negro, armados y enmascarados piden ver la documentaci¨®n de los viajeros. Junto a una garita ondea la bandera de la guerrilla.
Pero realmente son los islamistas de Ahrar al Sham y su sello local, Ummanat al Raqqa, quienes rigen de facto una ciudad que casi ha triplicado sus 240.000 habitantes con desplazados internos de una guerra que ya ha costado m¨¢s de 100.000 vidas, seg¨²n la ONU. Su nombre luce en los autobuses que vuelven a funcionar y en la propaganda cor¨¢nica que compite en los muros con pintadas que exigen derechos civiles. Algunas han sido borradas.
¡°Jabhat al Nusra lo controla todo¡±, insiste Omar, un activista de 18 a?os con marcas de acn¨¦. La milicia se ha ganado de sobrenombre sus iniciales con acento ingl¨¦s (JN, yeien) para evitar las suspicacias de quienes ya se conocen como los muhabarat (esp¨ªas) del nuevo ¡°r¨¦gimen¡±.
¡°Secuestraron al l¨ªder del Consejo Civil (Abdal¨¢ Jalil)¡±, apunta. La instituci¨®n pretend¨ªa ser ¡°un minigobierno hasta que hubiera un Gobierno de transici¨®n¡±, seg¨²n reconoci¨® a EL PA?S en abril el propio Jalil, en paradero desconocido ahora. A Omar le vale la sospecha y el miedo para dar su conjetura por v¨¢lida.
El adolescente es uno de los fundadores de Al Haqna (Nuestro Derecho), una asociaci¨®n que reivindica un Estado democr¨¢tico. El movimiento naci¨® semanas despu¨¦s de la liberaci¨®n. Su imagen, que salpica los muros pintarrajeados con bocetos de la ense?a de Al Qaeda en Siria, es una mano que gesticula el signo de la victoria con un dedo enfangado en tinta, exigiendo elecciones.
¡°Hacemos conferencias sobre los derechos de la mujer o sobre el paso de la dictadura a la democracia¡±, explica. Acaba de salir de una manifestaci¨®n como las que se repiten desde la ejecuci¨®n p¨²blica, en abril, de tres chi¨ªes a manos de Jabhat al Nusra. ¡°No queremos que nadie nos imponga su ideolog¨ªa¡±, se queja. ¡°Hemos pasado de una dictadura, la de Bachar, a otra, la de Al Nusra y Ahrar al Sham¡±. ¡°Son como ¨¦l¡±, protesta Rimel furiosa, en referencia a los radicales, ¡°arrestan a la gente con falsas acusaciones y nos torturan¡±.
Cuando se present¨® en la sede para averiguar qu¨¦ hab¨ªa sido de su amigo Mohamed, lo primero que pregunt¨® fue qui¨¦n hab¨ªa legitimado el comit¨¦. La respuesta fue escueta: ¡°Dios¡±. Tuvo que lidiar con un tipo armado a las puertas, con un juez y un investigador hasta saber qu¨¦ hab¨ªan hecho mal: ¡°Nos acusaron de hacer chanchullos, de robar el dinero de los musulmanes. Me dijeron: ¡®Nos han dicho que vais a dar ese dinero al FSA¡±. Despu¨¦s le arrestaron por gritar.
¡°Est¨¢bamos en el parque vendiendo tazas con la bandera de la revoluci¨®n para recoger dinero¡±, arranca Mohamed Nasar, ingeniero inform¨¢tico beduino de 29 a?os integrante de Al Haqna. ¡°Dos hombres llegaron y nos dijeron que nos fu¨¦semos en 30 minutos¡±. As¨ª comienza la historia de los dos d¨ªas y una noche que el joven pas¨® en prisi¨®n. ¡°Me golpearon, me torturaron, me vendaron los ojos y me dieron descargas el¨¦ctricas¡±, narra mientras da vueltas con la mano a un rotulador del mismo verde que brilla en las pancartas donde se lee ¡°Abajo cualquiera que humille nuestra dignidad¡±.
La convivencia entre los distintos frentes rebeldes en Raqqa ha sido cualquier cosa salvo sencilla. ¡°[Los islamistas] no quieren ver banderas de la revoluci¨®n¡±, asociadas a la oposici¨®n civil, sentencia Omar. La ciudad ha vivido ya sus primeros asesinatos pol¨ªticos. Al menos dos l¨ªderes de falanges integradas en el conglomerado del ELS (considerado ¡°m¨¢s secular¡±) han sido ajusticiados.
A las afueras de la ciudad atravesada por el ?ufrates, Samsa, de 40 a?os, a¨²n aguarda noticias de su marido, desaparecido hace semanas. ¡°Mi marido era revolucionario. Empez¨® a ayudar al ELS, tra¨ªa comida y yo cocinaba para los combatientes. Al Nusra lo arrest¨®, ?por qu¨¦? ?Cada d¨ªa daban una raz¨®n diferente!¡±, cuenta. ¡°Se lo llevaron porque empez¨® a criticarles, a llamarles ladrones¡±. Su marido hab¨ªa llegado a establecer un puesto de control junto a otros seguidores del ELS para evitar que se llevasen los tractores del departamento de Agricultura. ¡°Les dijo que eran propiedad del pueblo¡±. Su hijo, Ala, se ha acostumbrado a la ausencia: ¡°Mucha gente le hab¨ªa avisado de que no se enfrentase [a los islamistas] o le acusar¨ªan de cualquier cosa¡±.
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