Bala de plata
El caso de Siria va m¨¢s all¨¢ de la teor¨ªa del mal menor; es una elecci¨®n a ciegas entre dos males
El presidente se lleva el protagonismo y la responsabilidad. Su nombre es el que queda asociado a los ¨¦xitos o fracasos de la superpotencia. Aunque en muchos casos, como sucedi¨® con George W. Bush, la decisi¨®n ni siquiera le pertenece. En otros, como est¨¢ sucediendo con Barack Obama, aunque ¨¦l mismo tome la decisi¨®n, al final ni su car¨¢cter ni su ideolog¨ªa consiguen doblegar los vectores de fuerzas que m¨¢s determinan la pol¨ªtica exterior y de seguridad de un pa¨ªs, como son los intereses, la correlaci¨®n de fuerzas, y sobre todo la geopol¨ªtica.
?No es la primera vez que sucede, pero la actual crisis siria nos ofrece de nuevo la oportunidad de observar c¨®mo las continuidades de la pol¨ªtica exterior de la superpotencia desbordan las diferencias entre dem¨®cratas y republicanos y terminan imponi¨¦ndose por encima de los programas e incluso de las personalidades pol¨ªticas. Bush lleg¨® a la Casa Blanca como alternativa a Clinton (no iba a practicar el nation building como en los Balcanes, por ejemplo) y Obama como alternativa a Bush (no iba a hacer guerras como la de Irak), y todos al final terminan haciendo cosas muy similares.
Todo lo que ha hecho Obama hasta ahora ante los dos a?os largos de guerra en Siria le ha debilitado. La idea de dirigir desde atr¨¢s, que le funcion¨® en Libia, no ha servido para nada en este caso, en que la revuelta democr¨¢tica ha virado en guerra sectaria, sun¨ªes contra chi¨ªes. Peor fue situar la l¨ªnea roja sobre el uso de las armas qu¨ªmicas: aplazaba moment¨¢neamente la necesidad de comprometerse, pero significaba citar a Bachar el Asad para que las traspasara cuando m¨¢s le conviniera. Una vez utilizadas las armas qu¨ªmicas, la falta de una respuesta inmediata y fulminante, y esos d¨ªas que siguen pasando sin que el crimen reciba su castigo, refuerzan la imagen de indecisi¨®n y debilidad.
El crimen es claro y admite poca discusi¨®n. Como m¨¢ximo, algunas maniobras de distracci¨®n y cortinas de humo como las que ha lanzado Putin acerca de la autor¨ªa y responsabilidad por el uso de las ramas qu¨ªmicas. La gravedad de la actuaci¨®n criminal del r¨¦gimen de El Asad en la represi¨®n de las revueltas, convertidas muy pronto en guerra civil, tiene dimensiones y caracter¨ªsticas de genocidio: 100.000 muertos, dos millones de refugiados en los pa¨ªses vecinos, cuatro millones de desplazados en el interior. El r¨¦gimen ha cometido un acto de guerra repugnante contra la poblaci¨®n civil, como es el uso de armas qu¨ªmicas en vulneraci¨®n flagrante de la legislaci¨®n internacional. De no mediar una reacci¨®n contundente y efectiva nada va a quedar de la responsabilidad de proteger, consagrada como principio por Naciones Unidas. A ello se suma el peligro de proliferaci¨®n de armas de destrucci¨®n masiva, consecuente al almacenamiento y a la utilizaci¨®n impune de un arsenal de armas qu¨ªmicas, de la que tomar¨¢n debida nota otros reg¨ªmenes del mismo cariz. Todo esto, que recoge el borrador de resoluci¨®n presentado al Senado de Estados Unidos, se resume en el peligro que significa El Asad para la seguridad regional e internacional y en el da?o inmenso para la comunidad internacional, Rusia incluida, que representa un precedente tan nefasto.
Ahora Obama no tiene m¨¢s remedio que disparar y deber¨¢ hacerlo con la autorizaci¨®n del Congreso o sin ella, porque sabe que la peor de las salidas es seguir sin hacer nada. Ser¨ªa como citar de nuevo al dictador sirio para que doblara de nuevo la apuesta y volviera a utilizar las armas qu¨ªmicas contra su propia poblaci¨®n. Hasta que no lo haga, sigue abierto el interrogante sobre su autoridad y su fuerza. Y lo m¨¢s grave es que, cuando lo haga, su autoridad y su fuerza depender¨¢n de los efectos de la acci¨®n militar que emprenda.
Est¨¢ la cuesti¨®n de la cobertura legal, insuficiente si solo la tiene del Congreso y falta la del Consejo de Seguridad, como se da ya por hecho. Pero todav¨ªa est¨¢ la dificultad mayor de la eficacia de la acci¨®n que se emprenda. Este caso va m¨¢s all¨¢ de la teor¨ªa del mal menor. Elegir el menor de dos males es relativamente sencillo en comparaci¨®n con lo que debe hacer Obama. Su elecci¨®n es entre una pasividad que le destruye ¡ªa ¨¦l como presidente y a EE UU como superpotencia con credibilidad internacional¡ª y una acci¨®n de cuyos resultados nada sabe.
Obama se ha pedido a s¨ª mismo una f¨®rmula m¨¢gica: una acci¨®n limitada en el tiempo y adaptada a las circunstancias, sin poner pie a tierra, que da?e a El Asad con precisi¨®n diab¨®lica, suficiente para castigarle y debilitarle pero no tanto como para darle el poder directamente a los grupos insurgentes incontrolados, Al Qaeda entre otros; es decir, con el resultado de debilitar al r¨¦gimen y a sus alianzas sin liquidarlo, e incluso obligar a todas las partes, Rusia incluida, a sentarse en la mesa de negociaci¨®n. Esa f¨®rmula es una bala de plata para matar a un monstruo y no un acto de guerra del que solo se sabe c¨®mo empieza y nada c¨®mo sigue y sobre todo c¨®mo termina.
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