Se Busca: un Mandela para el Per¨²
Humala recurri¨® a un crudo antichilenismo para alcanzar la presidencia. Ahora es modelo de moderaci¨®n y serenidad
Ceno con un grupo de empresarios y discutimos la pol¨ªtica peruana, asunto que entretiene porque sus personajes centrales son tipos pintorescos que, por lo general, la practican sin escr¨²pulo alguno. Casi al un¨ªsono los empresarios celebran la habilidad del ex presidente Alan Garc¨ªa para descolocar al gobierno del presidente Ollanta Humala. La pol¨ªtica es un campo de batalla como en los negocios, alguien gana y otro pierde y, sin darnos cuenta, el tema de conversaci¨®n deriva hacia la capacidad que tenemos los seres humanos para ser despiadado con sus pares. Hay consenso: la crueldad es condici¨®n innata del ser humano. Un empresario dice que Humala fue cruel al no indultar el a?o pasado a Alberto Fujimori; otro rememora el terrorismo de Sendero Luminoso y afirma que la guerra sucia que lo combati¨® fue comprensible y justificable. Un tercero es m¨¢s reflexivo, prefiere aludir a un espectro m¨¢s amplio y complejo, remarca que los genocidios del siglo pasado, sancionados por l¨ªderes insanos, no habr¨ªan sucedido sin el concurso de ej¨¦rcitos de voluntarios para sembrar la muerte. Remata con la sentencia que tantas veces he escuchado en innumerables eventos sociales y profesionales: ¡°en toda persona est¨¢ el germen para ser un dictador, para actuar como un Hitler. En todos nosotros se encuentra la capacidad para hacer el mal.¡±
De acuerdo, pero ahora m¨¢s que nunca, en este a?o que celebra el centenario de la Gran Guerra, es necesario recordar que tambi¨¦n surgen personajes con capacidad para demostrar y poner en pr¨¢ctica valores que celebran no la muerte pero lo sublime que la vida ofrece. Nelson Mandela fue uno de ellos y la inmensidad de su obra ser¨¢ ejemplo para generaciones futuras. Sin embargo, ?fue su obra s¨®lo de ¨¦l o tambi¨¦n de los millones que lo siguieron? Pi¨¦nselo bien: ?podr¨ªa Mandela haber logrado su extraordinaria victoria moral y pol¨ªtica sin la anuencia de los millones a quienes persuadi¨® para emprender la restituci¨®n de los derechos de la mayor¨ªa con base en el reconocimiento de la humanidad del adversario? El l¨ªder puede inspirar con su ejemplo pero son los seguidores que en ¨²ltima instancia deciden si ceden al impulso de la restituci¨®n vengadora o si apelan a los sentimientos nobles ¨C comprensi¨®n, compasi¨®n, perd¨®n -- que emanan de las almas superiores. Al final, la genuina gracia del l¨ªder sudafricano, su excepcional humanidad, les fue irresistible y pienso que, consciente o inconscientemente, se vieron retratados en ¨¦l. Entonces ya lo ve, estimado lector: todos podemos ser Hitler pero tambi¨¦n todos podemos ser Mandela, ?no le parece?
Con todo, es relevante preguntar por qu¨¦ es mucho m¨¢s f¨¢cil reconocer nuestro Hitler que descubrir el Mandela que en nuestro fuero interno tambi¨¦n llevamos. Mi respuesta es sencilla: a la gran mayor¨ªa de los seres humanos nos cuesta emprender ese viaje al interior que ofrece la promesa de la aventura ¨²nica, del descubrimiento de lo m¨¢s excelso de nuestra humanidad. Escuche bien cualquier pieza de Beethoven, observe con detenimiento un cuadro de Chagall, lea una novela de V¨ªctor Hugo, reflexione sobre la humilde sabidur¨ªa de Einstein o, por ¨²ltimo, simplemente contemple un amanecer y sentir¨¢ el sosiego que destapa la paz de esp¨ªritu. Mandela es extraordinario porque encontr¨® esta paz no en comuni¨®n sensorial con los grandes humanistas sino en la soledad de sus 27 a?os de encierro. No sabemos c¨®mo lo hizo porque cada aventura es personal. Solamente sabemos que de su paz interior se nutri¨® para gestar la transformaci¨®n pol¨ªtica de su sociedad con toques de humanidad sincera que desarmaron a sus adversarios.
Alejados de la paz y grandeza de esp¨ªritu, nos conformamos con homil¨ªas vacuas como la pronunciada por el presidente Obama en el funeral de Mandela. Vacuas porque, por ejemplo, los lindos discursos no alcanzan para borrar la muerte que siembran los drones en tierras alejadas. V¨¦alo bien, toda propuesta de intervenci¨®n en el Medio Oriente contiene las semillas de la deshumanizaci¨®n del ¡°otro¡± y se intenta justificar lo injustificable con elucubraciones intelectuales sobre una condici¨®n humana que es supuesta vil. Al respecto, a m¨ª me llam¨® la atenci¨®n que el deceso de Mandela haya coincidido con los 500 a?os de la publicaci¨®n de El Pr¨ªncipe de Maquiavelo. El florentino, que tambi¨¦n purg¨® tiempo en la c¨¢rcel, funda el asesinato pol¨ªtico como doctrina y hace del deseo de los hombres para alcanzar y ejercer el poder, no importa c¨®mo, una actividad loable. ¡°El fin justifica los medios¡± es la impronta del pensamiento pol¨ªtico de Occidente durante los ¨²ltimos cinco siglos. Justamente lo que Mandela no acept¨® y siempre intent¨® evitar por atentar contra la ¨¦tica y tener consecuencias deshumanizantes.
De vuelta a la pol¨ªtica peruana que, felizmente, desde el fin de la dictadura, no exhibe vileza dantesca sino bufonescas disputas: Maquiavelo es su soberano indiscutido. De cara al fallo de la corte de justicia de La Haya que dirimir¨¢ un contencioso de l¨ªmites mar¨ªtimos con Chile el pr¨®ximo 27 de enero, asombra observar las metamorfosis y argucias de los contrincantes. Cuando fue candidato en 2006, Ollanta Humala recurri¨® a un crudo anti chilenismo para erigirse como un pol¨ªtico viable para alcanzar la presidencia. Ahora que es presidente, en este contencioso con Chile es modelo de moderaci¨®n, serenidad y visi¨®n de largo alcance. Personifica al admirable estadista que respeta las sensibilidades del antiguo adversario. Por lo contrario, en la conducta de su principal opositor, Alan Garc¨ªa, otrora miembro de la internacional socialista, se comprueba que no hay ocasi¨®n desperdiciada para demostrar su profundo conocimiento de Maquiavelo, como el apego a sus lecciones para gestar y aprovecharse de oportunidades que le permitan en un par de a?os servirse una vez m¨¢s del poder. Las se?ales burdamente saltan a la vista: previo al fin de su mandato, en 2011, orden¨® erigir una inmensa efigie de Cristo, dizque financiado con parte de sus propios ahorros y con los aportes de empresas brasile?as, en un morro al sur de Lima que fue escenario de un cruento combate entre chilenos y peruanos en 1881. Tambi¨¦n acaba de publicar un poema que rinde homenaje a los peruanos que murieron en el combate, el cual prefiero sea cr¨ªticamente analizado por un mejor escritor. Y, por si fuera poco, producto del c¨¢lculo de la probabilidad que el Per¨² puede ganar algo significativo y proporcional a lo que Chile puede perder, ha sugerido que todo el pa¨ªs se embandere en el d¨ªa del fallo. Que tal iniciativa, propia del que busca el aplauso f¨¢cil, encrespe a muchos chilenos, entre ellos a miembros connotados de su clase pol¨ªtica, importa poco. Que se busque despertar los sentimientos estrechos del nacionalismo y no la grandeza de esp¨ªritu de la que son capaces los peruanos, importa menos. Qu¨¦ l¨¢stima.
La cena con los amigos empresarios llega a su fin. Todos expresan su admiraci¨®n por el talento pol¨ªtico de Alan Garc¨ªa. Alguien afirma que es la propia reencarnaci¨®n de Maquiavelo. Un coro asiente, positivamente. Quieren que vuelva a la presidencia y apuestan a que lo va a lograr. No olvidan que cuando fue presidente hicieron mucho dinero. Con Ollanta Humala tambi¨¦n ganan, y mucho, pero en este ¨¢mbito donde se reverencia al poder, donde las conductas revelan poco disimulo frente al embrujo seductor, su problema es que no encandila. Hay muy buenas razones para sentirse orgulloso de ello y ojal¨¢ el presidente as¨ª lo sienta. Alan Garc¨ªa s¨ª tiene capacidad innata para embrujar, como ning¨²n l¨ªder en el Per¨² y posiblemente en Am¨¦rica Latina lo puede hacer, pero ojal¨¢ fuera para inspirar, educar, y estimular expresiones m¨¢s elevadas de cultura que hacen m¨¢s viables las transformaciones de la vida pol¨ªtica que el pa¨ªs necesita. Podr¨¢n ¨¦l y sus practicantes menores conocer a Maquiavelo al rev¨¦s y al derecho pero a Mandela aqu¨ª todav¨ªa no se le conoce.
Jorge L. Daly es escritor y economista pol¨ªtico. Actualmente ejerce c¨¢tedra en la Universidad Centrum- Cat¨®lica de Lima. Una versi¨®n de este ensayo aparece en la edici¨®n de la revista Poder.
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