Otra Perspectiva sobre Ucrania
La bancarrota moral e imbecilidad de los l¨ªderes de Ucrania y Rusia refleja egocentrismo insano y desconocimiento de la historia
Leo los despachos que cubren la crisis de Ucrania y pienso que vivimos de nuevo la pesadilla de 1914 o la de 1939. No sugiero, amigo lector, que los sucesos que hoy enlutan a este pa¨ªs preludian otra gran guerra o su espantosa secuela un cuarto de siglo m¨¢s tarde. Una diferencia importante es que el cinismo e hipocres¨ªa que permean por igual el actuar de democracias y autocracias no da espacio al elan rom¨¢ntico que cautiv¨® la imaginaci¨®n de los millones que posteriormente encontraron la muerte en las trincheras. Otra es que la Rusia de Putin no tiene el poder¨ªo para tragarse un pa¨ªs entero como lo hizo Hitler con Checoslovaquia primero y Polonia despu¨¦s, ni Occidente los medios o las ganas para impedirlo. Me refiero, m¨¢s bien, a que la bancarrota moral e imbecilidad de los l¨ªderes de las potencias involucradas es la misma de anta?o, a que su conducta refleja el mismo egocentrismo insano y el desconocimiento de la historia. Y tambi¨¦n algo mucho peor: la incapacidad para reconocer la humanidad del ¡°otro¡± que, en un tris, muta en su demonizaci¨®n.
Me amparo en Melville para entender la situaci¨®n. En Moby Dick, el escritor nos dice que el alma es como Tahit¨ª, una peque?a isla rodeada de un inmenso oc¨¦ano donde flotan los deshechos, restos, inmundicias y escombros que arrojan la codicia, ego¨ªsmo, crueldad y violencia, vale decir, los rasgos distintivos de una conducta humana definida por el pensamiento irreflexivo, la preeminencia del ego y la inclinaci¨®n a la insania. Este oc¨¦ano es el mundo de la realidad palpable, sus aguas polutas que no se purifican por no encontrar solaz en ese otro mundo que no es menos real: el Tahit¨ª, el verdor donde florece el esplendor, la belleza y la paz de esp¨ªritu. Es en este oc¨¦ano que los l¨ªderes de ayer y hoy nos han ense?ado a navegar nuestras vidas distray¨¦ndonos con juegos que nos separan unos de otros y que, como lo registra la historia, a veces desatan tormentas que asolan la existencia humana con dolor y muerte. Nuestros l¨ªderes no aprenden y nosotros tampoco porque no obstante intuir que no inspiran confianza, seguimos y observamos su proceder con desidia. Menos a¨²n aprendemos con los juegos que se parecen a dramas que resaltan las luchas que empinan al fuerte sobre el d¨¦bil, esos dramas que encandilan porque nos despiertan arrebatos de superioridad o espantos de inferioridad. Alejados de Tahit¨ª, no podemos reparar, qu¨¦ l¨¢stima, en que solamente alimentan la irracionalidad como sentimientos ef¨ªmeros e ilusorios.
Bueno, ahora somos espectadores de este juego que se llama Ucrania que enfrenta al nuevo gobierno de Kiev en alianza con Occidente con el malo de Putin. Claro, es cierto que en una confrontaci¨®n no se admiten las medias tintas pero de todos modos sorprende con qu¨¦ facilidad el discurso oficial, conveniente cuan irreflexivamente propagado por los medios de m¨¢s importancia e influencia, se adapta para maquillar sucesos que incomodan y para difuminar el perfil del adversario de turno. Admitamos sin ambages que la Rusia de Putin es la democracia ultra imperfecta o la autocracia s¨²per perfecta, que su gobierno no es ajeno al matonismo, que el abuso zarista y estalinista en el vecindario pervive en la memoria hist¨®rica. Pero poco se mencionan hechos incuestionables: en encuesta tras encuesta, nunca ha habido una mayor¨ªa clara de ucranianos que ha expresado su preferencia para integrarse a la Uni¨®n Europea y a la OTAN; el gobierno saliente, incompetente y corrupto pero elegido democr¨¢ticamente, sufri¨® indebida injerencia desde el exterior que contribuy¨® a su derrocamiento; los manifestantes, al igual que el gobierno, tambi¨¦n recurrieron a la violencia y vandalismo; y los ahora encaramados en el poder que tienen el apoyo de Europa y los Estados Unidos denotan igual disposici¨®n al abuso y tolerancia por la corrupci¨®n. Al respecto, la designaci¨®n de los oligarcas ucranianos a la jefatura de provincias del este del pa¨ªs es reveladora.
Flotando en ese oc¨¦ano poluto que lamenta Melville, nuestros l¨ªderes elaboran un mensaje de medias verdades que es elocuente tanto por su talante excluyente como por la condici¨®n mental que le da lugar. El asunto, parecen decir, es bien sencillo: con la toma de Crimea, Rusia ha violado la ley internacional, vulnerado la soberan¨ªa de otro pa¨ªs y demostrado irrespeto a las normas civilizadas de conducta que rigen las relaciones entre naciones. Que sufra entonces sanciones y mucho m¨¢s si no da marcha atr¨¢s. Pero qu¨¦ pena que no recuerden o sepan del Tahit¨ª, que tan s¨®lo un momento de reflexi¨®n profunda ense?a que no se persuade con la imposici¨®n, que la vida se enriquece con una genuina disposici¨®n para examinarse y para la comprensi¨®n del pr¨®jimo. Vea amigo lector, a m¨ª me entristece constatar que desde Washington o las capitales europeas no se emitieron denuncias en¨¦rgicas ante la presencia entre los opositores del r¨¦gimen depuesto de miles de simpatizantes con idearios abiertamente fascistas y anti semitas. La realidad en el nuevo Kiev es que los partidos de ultra derecha tienen importante representaci¨®n en el gobierno. ?D¨®nde se escuchan las voces de consternaci¨®n? En verdad, nuestros l¨ªderes y analistas en los medios han sido mucho m¨¢s r¨¢pidos para encontrar en la prepotencia de la Rusia de Putin los fantasmas de Sarajevo y el Sudetenland como para descontar con facilidad su memoria hist¨®rica, su recuerdo, por ejemplo, de los muchos ucranianos que con entusiasmo apoyaron a los nazis en el exterminio de millones durante la segunda guerra mundial.
Se puede atribuir esta clamorosa insensibilidad a la ignorancia, a la falta de clarividencia o simplemente al desd¨¦n pero yo encuentro que mejor la explica la convicci¨®n absoluta de que somos superiores al ¡°otro.¡± Navegando sin br¨²jula, perdidos en la niebla, no distinguimos que es mucho m¨¢s lo que une que lo que separa. No somos capaces de vernos a nosotros mismos en el reconocimiento de ese ¡°otro¡±-- de sus alegr¨ªas y penas, de sus felicidades y amarguras, de sus seguridades y temores, de su humanidad. Cuando no hay Tahit¨ª a la vista, vernos a nosotros mismos puede causar mucho miedo y por esta raz¨®n recurrimos a los dioses de la ¨¦poca que nos devuelven el sosiego al tiempo que reafirman el sentimiento de superioridad: un dios supremo, el libre mercado, y una diosa, la democracia pol¨ªtica, a la que desde hace no menos de treinta a?os somete y prostituye a su gusto. Uno marca las pautas que importan en la vida real y la otra, en esta ¨¦poca que todo se banaliza, preside el ritual del entretenimiento. Este es el paquete que ofrecemos al nuevo Kiev sin importarnos que est¨¢ pat¨¦ticamente devaluado. ?Tiene dudas? Preste atenci¨®n, amigo lector, a las visitas que anuncian las altas autoridades del Fondo Monetario Internacional y apueste que, a cambio de unos cuantos d¨®lares de alivio, el pa¨ªs tendr¨¢ que aplicar las pol¨ªticas de austeridad econ¨®mica. Precisamente las mismas que han sembrado la desolaci¨®n y miseria en los pa¨ªses mediterr¨¢neos.
Es posible que el juego Ucrania adquiera mayor dramatismo pero es dif¨ªcil que su final demore mucho tiempo m¨¢s porque lo que est¨¢ en juego cuesta demasiado y costar¨¢ mucho m¨¢s si los mercados financieros se tambalean. Al final los pa¨ªses que importan encontrar¨¢n una salida que les permita declararse, al menos, no vencidos. Que esto no le sirva de consuelo sin embargo porque todav¨ªa no veo en sus l¨ªderes la disposici¨®n para aprender la lecci¨®n que verdaderamente importa. Esta no consiste en aparentar firmeza frente a un adversario a quien consciente e inconscientemente se demoniza, ni en buscar demolerlo con argumentos que subrayan una supuesta superioridad moral los que, vistos a la luz de los estragos que hemos causado en pa¨ªses del Medio Oriente, no resisten ninguna prueba de validez. No, la ¨²nica lecci¨®n que realmente vale parte por una lectura reflexiva de Melville, por el reconocimiento de que navegamos sin rumbo, sin darnos cuenta de que nuestra fidelidad a los esquemas mentales de 1914 o 1939 conduce a la locura. Qu¨¦ necesario es, amigo lector, que los l¨ªderes en Washington, Berl¨ªn, Par¨ªs, Londres, Kiev y Mosc¨² emprendan su viaje personal a Tahit¨ª.
Jorge L. Daly es escritor y economista pol¨ªtico. Actualmente ejerce c¨¢tedra en la Universidad Centrum-Cat¨®lica de Lima.
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