La nueva Ucrania a la conquista de Crimea
En este reportaje, publicado el 21 de agosto de 2005, la corresponsal de EL PA?S recorre de norte a sur Crimea, un codiciado territorio en el que a¨²n resuenan ecos de Ch¨¦jov, los zares y Stalin
La pen¨ªnsula de Crimea, con sus pa¨ªsajes magn¨ªficos, sus huellas de antiguas civilizaciones y sus evocaciones hist¨®ricas y literarias, fue el rinc¨®n m¨¢s sensual del imperio ruso y sovi¨¦tico. En sus costas, frente a las aguas profundas y limpias del mar Negro, los zares construyeron palacios y los dirigentes comunistas, dachas y residencias para los privilegiados del proletariado nacional y extranjero. Tras la desintegraci¨®n de la URSS en 1991, Ucrania hered¨® un patrimonio inmobiliario-cultural de lujo, que utiliza con fines representativos y para el descanso de sus l¨ªderes pol¨ªticos. Los servicios de seguridad del Estado protegen mansiones y villas, pabellones de caza, playas rec¨®nditas, parques de ex¨®tica flora y bosques v¨ªrgenes, que est¨¢n diseminados por la geograf¨ªa de la pen¨ªnsula y administrados desde la presidencia en Kiev. En Crimea hay maravillosos palacios abiertos al p¨²blico, como la residencia de los zares de Livadiya, el lugar favorito de Nicol¨¢s II, donde transcurri¨® la conferencia de Yalta en febrero de 1945, el de Alupka, residencia del conde Mija¨ªl Vorontsov, el gobernador general del C¨¢ucaso, o el de Alejandro III en Masandra. Sin embargo, los espacios para privilegiados que administra el servicio de intendencia de V¨ªctor Y¨²shenko, son otra cosa, porque desaparecieron de los mapas en ¨¦pocas sovi¨¦tica y, hasta hoy, son innacesibles a los simples turistas.
El equipo de V¨ªctor Y¨²shenko se plantea ahora qu¨¦ hacer con la herencia dependiente del Estado y no excluye darle una mayor rentabilidad, pero antes quiere desenmara?ar las complejas tramas de privatizaci¨®n ilegal, que han imperado hasta ahora. Tras la Revoluci¨®n Naranja, los nuevos responsables de Ucrania descubrieron que sus antecesores hab¨ªan vendido atropelladamente parte del legado hist¨®rico de Crimea en v¨ªsperas del relevo pol¨ªtico en el pa¨ªs. ?A qui¨¦n pertenece Crimea? Para saberlo la fiscal¨ªa ha iniciado decenas de procesos que impugnan las transferencias inmobiliarias del pasado e involucran a altos funcionarios y empresarios, e incluso al Kremlin.
Mi viaje a Crimea comienza, de hecho, en Kiev. All¨ª, ?gor Tarasiuk, intendente jefe de la presidencia y hombre de confianza de Y¨²shenko, da permiso a EL PA?S para visitar el patrimonio estatal de acceso restringido. Su gente nos acompa?ar¨¢ al fot¨®grafo y a m¨ª a algunos ¡°objetos¡± (como se llaman todav¨ªa las dachas, con terminolog¨ªa de servicios de seguridad) de su competencia. La lista incluye dos residencias de Stalin (el palacio del pr¨ªncipe Felix Yus¨²pov y una caba?a), otra de Leonid Br¨¦zhnev y la dacha n¨²mero 11, (la ¡°Zari¨¢¡± de For¨®s), donde estaba veraneando el presidente de la URSS, Mija¨ªl Gorbachov, en agosto de 1991, cuando un grupo de altos funcionarios intent¨® un golpe de Estado, que precipit¨® el fin de la Uni¨®n Sovi¨¦tica. No incluye, me advierte, la dacha donde veranea el presidente Y¨²shenko y su familia. Tampoco est¨¢ en manos de la intendencia presidencial facilitarme el acceso al complejo residencial de Glicina, que ocup¨® Br¨¦zhnev. ?gor Bak¨¢i, el antecesor en el cargo de Tarasiuk en ¨¦poca de Leonid Kuchma, la vendi¨® a la administraci¨®n del presidente Vlad¨ªmir Putin, utilizando como intermediario al Banco de Comercio Exterior de Rusia, que controla el emplazamiento y tiene all¨ª su propio servicio de seguridad. La fiscal¨ªa ucraniana busca a Bak¨¢i para interrogarle, pero el funcionario ha huido a Rusia.
¡°Para nosotros ser¨ªa muy prestigioso que los presidentes de otros pa¨ªses, como Rusia, Polonia o Kazajst¨¢n, veranearan en Crimea y tuvieran residencias ah¨ª¡±, dice Tarasiuk. ¡°Si Putin hubiera querido comprarse una residencia oficial en Crimea podr¨ªa haberlo hecho directamente y sin intermediarios¡±, se?ala el funcionario, que se ha dirigido a su colega ruso, el jefe de la intendencia del Kremlin para aclarar la situaci¨®n de Glicina.
En espera de que los servicios de seguridad nos abran las puertas de los territorios cerrados a los simples mortales, el fot¨®grafo, Rusl¨¢n, que es oriundo de regi¨®n occidental ucraniana de Lvov, y yo, nos instalamos en la costa. Yalta es un lugar infinitamente m¨¢s seductor que la esteparia y calurosa Sinfer¨®pol, la capital de Crimea, y desde all¨ª comenzamos a explorar esta regi¨®n placentera que me recuerda Mallorca, aunque con unos paisajes mucho m¨¢s escarpados y antes de que el turismo deformara la isla. A la nostalgia mediterr¨¢nea contribuyen las adelfas, las sabinas, los perfumes de lavanda y romero y tambi¨¦n los detalles de una cotidianeidad que ha sobrevivido al veraneo multitudinario. En el hotel, en el centro de Yalta, sirven comida casera y alg¨²n que otro borracho casual despierta a los h¨²espedes por la noche con sus gritos. De madrugada, los pescadores echan el cebo en el paseo mar¨ªtimo, frente a la estatua de Lenin y el letrero del McDonalds, y el mercado campesino ofrece frutas con el sabor particular de los huertos donde se cultivaron.
Estar en Yalta y no acordarse de Ant¨®n Ch¨¦jov ser¨ªa imperdonable. As¨ª que salgo al paseo mar¨ªtimo a identificar el lugar donde Dmitri G¨²rov vio por primera vez a Anna Sergu¨¦yevna en ¡°La dama del perrito¡±. Le pido al fot¨®grafo que evite, a ser posible, el horrible monumento erigido en honor de la pareja protagonista. Rusl¨¢n confiesa no haber le¨ªdo el relato, pero dispara su c¨¢mara frente a las franquicias internacionales de ropa y las filiales de los restaurantes de Kiev especializados en patatas y comida mexicana. El resultado son mujeres y perros. El lugar exacto del encuentro, descrito en 1899, me lo clarifica Ala Golov¨¢cheva, subdirectora de la casa museo de Ch¨¦jov. Fue en un pabell¨®n de madera que ya no existe. En su lugar, en la playa, hay decorados, escenarios de colores chillones con el trono ruso y el ¨¢guila bic¨¦fala, donde los turistas pueden retratarse con trajes de ¨¦poca. La idea tiene ¨¦xito y es de ?gor, un fot¨®grafo de Kiev, que ha fundado un negocio familiar de temporada. ?l y su mujer dise?an el vestuario y buscan telas, encajes y brocados para confeccionarlo. Si uno no quiere disfrazarse de zar o zarina de Rusia, puede tambi¨¦n hacerlo como rockero motorizado.
Ch¨¦jov se construy¨® una villa en las afueras de Yalta en 1899 y all¨ª pas¨® varias temporadas hasta mayo de 1904, poco antes de su muerte. La villa es un museo conocido y popular. Golov¨¢chova nos gu¨ªa por sus salas entre turistas japoneses, turcos y norteamericanos. La afluencia es grande, pero, nos dice, los 25.000 visitantes anuales de ahora no pueden compararse con los 100.000 que llegaban en ¨¦poca sovi¨¦tica. Entonces, las visitas culturales a este lugar eran parte del itinerario de las delegaciones de turistas organizadas por los sindicatos. Entre retratos, libros y cachivaches, e exhiben el abrigo, las camisas y las corbatas del escritor. Tambi¨¦n hay cuadros de valor, entre ellos seis paisajes del pintor ruso Levit¨¢n. ¡°Aut¨¦nticos¡±, asegura nuestra gu¨ªa. ¡°Por eso tenemos vigilantes, que trabajan pese a que llevan varios meses sin cobrar, debido a nuestras dificultades presupuestarias¡±, dice se?alando a un mozo que no nos quita el ojo de encima.
Un jeque ¨¢rabe nos obliga a retrasar la visita a la dacha de Gorbachov. El jeque y su s¨¦quito exclusivamente masculino llegaron la v¨ªspera en una lancha. Su presencia hab¨ªa sido anunciada desde Kiev con pocas horas de anticipaci¨®n. Era un d¨ªa de fiesta y los responsables del territorio tuvieron que ir a buscar al personal a sus casas, ir a comprar al mercado y enviar al cocinero por delante a For¨®s para que fuera preparando la cena. Se trataba de alguien muy importante, tal vez un ministro del interior, un ministro de defensa o ambas cosas a la vez. En todo caso, era un ¡°invitado de Y¨²shenko¡± y no un cliente , seg¨²n nos dir¨¢ despu¨¦s por tel¨¦fono un portavoz de la intendencia presidencial. ?sta tiene residencias y balnearios que se explotan comercialmente, pero eso no se hace extensivo de momento a las residencias oficiales, recalca el portavoz.
El jeque y su s¨¦quito se instalaron en los aposentos de Ra¨ªsa y Mija¨ªl Gorbachov. Estuvieron en la terraza hasta la madrugada y se acabaron el whisky. El resultado es que tardan en despertarse. Mientras esperamos, visitamos el ¡°peque?o pinar¡± donde est¨¢n la ¡°caba?a¡± de Stalin y la ¡°choza¡± de Br¨¦zhnev. Un soldado de uniforme nos abre la valla. El coche recorre cuatro cuatro kil¨®metros de carretera entre frondosos ¨¢rboles antes de llegar a la cima de la colina. Cuenta la leyenda que en un descanso de la conferencia de Yalta, Stalin subi¨® a la monta?a y se qued¨® prendado del paisaje, aunque despu¨¦s nunca lleg¨® a utilizar la ¡°caba?a¡± que fue construida para ¨¦l y que sirve hasta ahora para reuniones oficiales. Unas ancianas riegan el c¨¦sped del jard¨ªn. Son supervivientes del ¡°noveno departamento¡± del KGB que ahora complementan su pensi¨®n, cuidando estos recintos, casi siempre solitarios. Valentina, de 74 a?os, comenz¨® a trabajar aqu¨ª para el ¡°noveno departamento¡± en 1961.
Su trabajo aqu¨ª le significan 400 grivna que se agregan a su pensi¨®n de 274 (1 euro equivale a 6 grivnias). ¡°Todo est¨¢ carisimo. Pago m¨¢s de 100 grivnas de piso y cuando sales al mercado no te queda nada en el monedero. El tocino est¨¢ a 20 y el az¨²car, a 5. ?Ad¨®nde iremos a parar?¡±, exclama. En mayo, Y¨²shenko visit¨® Crimea y sus palacios, pero celebr¨® los primeros cien d¨ªas de su presidencia en la ¡°choza¡± de Breznev. Lleg¨® con su esposa y una comitiva que inclu¨ªa al secretario del Consejo de Seguridad, petro Poroshenko y el alcalde de Yalta en funciones. Comi¨® especialidades t¨¢rtaras, ante el horror del jefe del servicio de higiene que no pudo controlar la preparaci¨®n de los alimentos ni el trasiego de cacerolas. La residencia oficial de Y¨²shenko, que antes hab¨ªa sido ocupada por Leonid Kuchma, est¨¢ en Mujalatka, en otro paraje de la costa sur. Antes de que el presidente y su familia tomaran posesi¨®n de su residencia de vacaciones, un sacerdote la bendijo y ahuyent¨® los malos espiritus, a petici¨®n de los antiguos oficiales del KGB que la custodian. Luego, Yekaterina, la primera dama distribuy¨® varios iconos por las habitaciones.
El jeque ¨¢rabe sigue sin hacerse a la mar. As¨ª que vamos al palacio de Yus¨²pov, donde Stalin y el ministro de Exteriores Viacheslav M¨®lotov, se alojaron durante la conferencia de Yalta. Stalin durmi¨® en un sof¨¢ de cuero y M¨®lotov descans¨® en otro de crines de caballo. Al desintegrarse la URSS, el palacio fue transferido a una sociedad que lo comercializ¨® como hotel para ricos caprichosos y amantes de la historia. Despu¨¦s, Leonid Kuchma lo ¡°recuper¨®¡± para el Estado. Ahora, la intendencia presidencial lo est¨¢ restaurando y quiere abrirlo de nuevo al p¨²blico como hotel de lujo.
Llegamos a la dacha n¨²mero 11 cuando el ¨²ltimo miembro de la comitiva del jeque, sosteniendo en alto un haz de camisas limpias y planchadas, abandona el edificio en direcci¨®n al embarcadero. Nuestro acompa?ante, Stanislav Spateruk, era un oficial del KGB y trabajaba en esta dacha en 1991. El 19 de agosto estaba all¨ª. ?Estaba prisionero Gorbachov? ¡°Nadie hubiera podido impedir al presidente de la URSS marcharse, si hubiera querido¡±, contesta.
Antes de alojarse en For¨®s, los Gorbachov hab¨ªan veraneado en el palacio de Masandra. Ra¨ªsa, sin embargo, no quer¨ªa vivir entre los fantasmas de Brezhev y convenci¨® a su esposo de que debia construir una residencia nueva. Recorrieron en barco la costa sur de Crimea y recalaron en For¨®s. As¨ª surgi¨® la dacha n¨²mero 11. Raisa quiso tambi¨¦n que el palacio de Masandra dejara de ser un lugar secreto y abriera sus puertas a los turistas.
Las doncellas cambian las mudas de las camas y sacuden las almohadas en los dormitorios que los ¨¢rabes acaban de dejar. En parte, son las mismas doncellas, que sirvieron a los Gorbachov. Un agente de seguridad nos custodia desde que penetramos en el territorio de m¨¢s de 20 hect¨¢reas con 1.350 metros de costa reservada en exclusiva. La dacha se edific¨® en dos a?os y se acab¨® en 1988. Tiene algo m¨¢s de 2000 metros cuadrados repartidos entre tres pisos y un tejado de cuatro vertientes de color rojo, que cubre un patio central y los aposentos circundantes. Aqu¨ª est¨¢ a¨²n el despacho del presidente con manuales de consulta, algunos libros de arte y otros, de politica y sociolog¨ªa. Hay una sala de gimnasia con una bicleta fija, comedores con cristaler¨ªa de bohemia, un televisor gigantesco, y hasta un cine al aire libre en el jard¨ªn que hoy tiene un aspecto algo descuidado. Si se except¨²an los sillones de mimbre de la terraza, el mobiliario es aparatoso y hasta de mal gusto.
Descendemos a la playa en una escalera mec¨¢nica de dos tramos que recuerda las del metro, solo que ¨¦sta est¨¢ cubierta con un material transparente y se desliza, como una oruga de pl¨¢stico y metal, por un paisaje de sauces, pinos y sabinas. Abajo hay una piscina cubierta de 25 metros, una pista de tenis, una caba?a para descansar y desvestirse, una gruta para refrescarse, una terraza, dos playas, y un embarcadero. El d¨ªa es radiante, el mar un espejo, cantan los grillos y gimen las gaviotas. Sin embargo, algo en el aire resulta agobiante. Creo estar en las ruinas de una civilizaci¨®n desaparecida, en el b¨²nker de alguna guerra lejana, en un templo de dioses olvidados. Es curioso que ninguno de los dirigentes de Ucrania haya querido vivir en este lugar, que parece haberse congelado en el tiempo. Para devolverle la vida, har¨ªa falta abrir sus puertas de par en par.
En 1954, Nikita Jruschov subordin¨® Crimea a Ucrania. Aquella transferencia administrativa, sin valor pol¨ªtico, se convirti¨®, al desmoronarse la Uni¨®n Sovi¨¦tica, en una frontera estatal reconocida internacionalmente. Crimea, hoy poblada por algo m¨¢s de dos millones de personas, en su mayor¨ªa rusoparlantes, sigue siendo en gran medida un ¡°cuerpo extra?o¡± en Ucrania. Este territorio de 26.000 kil¨®metros cuadrados, que tiene rango de ¡°rep¨²blica aut¨®noma¡± y una constituci¨®n propia que le garantiza los derechos como tal, rechaz¨® con contundencia a Y¨²shenko en las elecciones del pasado diciembre, en las que m¨¢s del 81% de los votantes (el 88,83% en la ciudad de Sebastopol) apoyaron al candidato prorruso, V¨ªctor Yanuk¨®vich.
La dacha de Gorbachov
El ¨²ltimo miembro de la comitiva del jeque ¨¢rabe, sosteniendo en alto un haz de camisas limpias y planchadas, abandona la ¡°dacha n¨²mero 11¡± en direcci¨®n al embarcadero, cuando nosotros llegamos. Nuestro acompa?ante, Stanislav Spateruk, era un oficial del KGB y trabajaba en esta dacha en 1991. El 19 de agosto estaba all¨ª. ?Estaba prisionero Gorbachov? ¡° Hubiera podido marcharse si hubiera querido. ?Qui¨¦n se lo hubiera podido impedir?¡±, nos dice.
Las doncellas cambian las mudas de las camas y sacuden las almohadas en los dormitorios que acaban de dejar los ¨¢rabes. En parte, son las mismas doncellas, que trabajaron para los Gorbachov. Un agente de seguridad nos custodia desde que penetramos en el territorio de m¨¢s de 40 hect¨¢reas con 1.350 metros de costa reservada. La dacha en dos a?os. Tiene algo m¨¢s de 2000 metros cuadrados y un tejado de cuatro vertientes de color rojo, que cubre un patio central y los aposentos circundantes. Aqu¨ª est¨¢ todav¨ªa el despacho de Gorbachov, con algunos manuales de referencia, algunos libros de arte y algunas obras de politica y sociolog¨ªa, la sala de gimnasia, con una bicleta fija, los comedores, con cristaler¨ªa de bohemia, las salas de estar, con un televisor gigantesco, y hasta un cine al aire libre que hoy tiene un aspecto algo abandonado. Si se exceptuan los sillones de mimbre de la terraa, el mobiliario es aparatoso y hasta de mal gusto.
Descendemos a la playa en una escalera mecanica de dos tramos que recuerda las escaleras del metro, solo que ¨¦sta est¨¢ cubierta con un material transparente que deja entrar la luz, y se desliza, como una oruga de pl¨¢stico y metal, por un paisaje de sauces, pinos y sabinas. Abajo hay una piscina cubierta de 25 metros, una pista de tenis, una caba?a para descansar y desvestirse, una gruta para refrescarse, una terraza, dos playas, y un embarcadero. El dia es radiante, el mar est¨¢ limpisimo, cantan los grillos y gimen las gaviotas. Sin embargo, algo en el aire resulta agobiante. Tengo la impresi¨®n de estar en las ruinas de una civilizaci¨®n esaparecida, en el bunker de alguna guerra lejana, en un templo de dioses olvidados. Es curioso que ninguno de los dirigentes de Ucrania haya querido vivir en este lugar, que parece haberse congelado en el tiempo. Para devolverles la vida, har¨ªa falta abrir sus puertas de par en par.
No queriendo dejar a la deriva una regi¨®n tan d¨ªscola como atractiva, los ide¨®logos de la Revoluci¨®n Naranja han emprendido la ¡°conquista de Crimea¡±. La misi¨®n de momento es pac¨ªfica y consiste en una asimilaci¨®n progresiva, a ser posible con guante blanco y sin brusquedades. El relevo de poder en Kiev ha ido acompa?ado de otro en la pen¨ªnsula. A Sinfer¨®pol desde Kiev lleg¨® un nuevo primer ministro, Anatoli Matviyenko, y con ¨¦l un equipo de funcionarios fieles a Y¨²shenko, que prefieren hablar en ucraniano y que est¨¢n convencidos de cumplir una misi¨®n de Estado. Matviyenko lleg¨® a ser el m¨¢ximo responsable de las juventudes comunistas de Ucrania en 1989, pero hoy en Crimea representa un nuevo pa¨ªs y una nueva ideolog¨ªa. A su antecesor, Sergu¨¦i Kunitsin, le obligaron a retirarse. Dicen que le pusieron sobre la mesa el dossier de las ilegalidades cometidas durante su gesti¨®n, especulaciones inmobiliarias incluidas.
En Crimea, el nuevo equipo no s¨®lo tiene una tarea de Estado, sino tambi¨¦n de partido. En marzo habr¨¢ elecciones parlamentarias y las fuerzas que apoyaron a Y¨²shenko y a Timoshenko en el Maid¨¢n (la plaza) de Kiev captan adeptos, todav¨ªa como fuerzas minoritarias, pero con nuevo aplomo. En la oficina de Nuestra Ucrania de Yalta se respira el clima de la ¡°revoluci¨®n naranja¡± y en ese ambiente, la esposa del alcalde en funciones atiende a los ciudadanos. Los emisarios del poder central buscan apoyos locales. De momento no pueden ser muy exigentes y est¨¢n dispuestos incluso a dar una oportunidad a funcionarios con antecedentes penales o reputaci¨®n dudosa.
La fiscal¨ªa ha iniciado una inspecci¨®n de las transferencias ilegales de tierra que proliferaron durante a?os con la complicidad de los ayuntamientos, las autoridades regionales y estatales. A fines de junio, Matviyenko aseguraba que los poderes p¨²blicos hab¨ªan recuperado 800 hect¨¢reas y confiaban en recuperar otra cantidad semejante. Sin embargo, no todos est¨¢n dispuestos a esperar al fin de las inspecciones para asegurarse una parcela. A los t¨¢rtaros de Crimea, la minor¨ªa que en 1944 fue acusada de colaborar con los alemanes y deportada a Asia Central, le queda poca paciencia. Descendientes de las tribus de la horda de oro establecidas en la pen¨ªnsula en el siglo XIII, los t¨¢rtaros fueron rehabilitados en 1967, pero solo pudieron regresar de forma libre y masiva a la pen¨ªnsula en ¨¦poca de Gorbachov, a fines de los ochenta. Mientras tanto, sus hogares hab¨ªan sido ocupados por otros ciudadanos. Hoy, los t¨¢rtaros forman una comunidad de 240.000 personas, que se han asentado donde han podido y que, en parte, llevan m¨¢s de una d¨¦cada esperando vivienda.
Hace tres a?os, los t¨¢rtaros comenzaron a ocupar terrenos y a confrontar a las autoridades con hechos consumados. Sus razones son comprensibles, porque los ayuntamientos que se negaban a escucharles, especulaban mientras tanto con la tierra. Los expertos inmobiliarios calculan que cien metros cuadrados de terreno en el litoral sur de Crimea pueden costar hoy 10.000 d¨®lares y, con los precios en alza, se difuminan las esperanzas de los t¨¢rtaros de recuperar las vi?as de sus antepasados en la costa sur. Ante el temor de que pronto ¡°no quede ni un cent¨ªmetro cuadrado¡± sin repartir, el diputado del Parlamento de Ucrania, Refat Chub¨¢rov, pide que se reserve un fondo de 700 hect¨¢reas para los repatriados, en tanto se hace el inventario de la tierra ordenado por Y¨²shenko.
Los t¨¢rtaros insisten en que su comunidad ha sido uno de los apoyos b¨¢sicos del presidente en Crimea y formulan reivindicaciones inc¨®modas, tales como la creaci¨®n de un ¨®rgano representativo de car¨¢cter ¨¦tnico. La comunidad t¨¢rtara dispone de una organizaci¨®n representativa propia, el Mejlis, muy bien organizada en la pen¨ªnsula, pero no reconocida oficialmente.
Los pol¨ªticos de Kiev, embarcados en la forja del ciudadano ucraniano, se crispan ante la pretensi¨®n de los t¨¢rtaros de ser reconocidos como el ¡°pueblo aut¨®ctono¡± de Crimea. Pero ellos no son los ¨²nicos que invocan el factor ¨¦tnico. Tambi¨¦n los cosacos lo hacen. ¡°Somos un pueblo y no una organizaci¨®n¡±, dice en Sinfer¨®pol, el atam¨¢n (jefe) cosaco, Vladimir Cherkachin, polic¨ªa retirado y nacido en la provincia rusa de Cheli¨¢binsk, en los urales. Cosacos y t¨¢rtaros, herederos de conquistadores y conquistados, andan a la gre?a, se acusan mutuamente de radicalismo y a veces llegan a las manos. En Bashjisarai, sede del palacio de los janes de Crimea, el conflicto es entre el monasterio ortodoxo de la Santa Asunci¨®n, sometido a la juridicci¨®n de la iglesia ortodoxa rusa, y los vendedores de baratijas en los accesos del templo.
Cerca del sanatorio ¡°Las Vistas de Ucrania¡± (antes ¡°Las Vistas de Rusia"), viven un centenar de colonos que han comenzado a sustituir sus casas provisionales de madera por otras m¨¢s permanentes de piedra. La m¨¢s s¨®lida es la de Ajtim Dermenzh¨ª, un abuelo que en oto?o se fue a Kiev a apoyar a Y¨²shenko. Dermenzh¨ª tiene un anorak reversible naranja y azul, que le permite, seg¨²n la ocasi¨®n, manifestarse a favor de Y¨²shenko o de Yanuk¨®vich. Construye cuando sus hijos le dan dinero. Su casa natal, dice, est¨¢ no lejos de aqu¨ª y en ella vive un ruso procedente del Alt¨¢i. En otro asentamiento, en las cercan¨ªas de Gurzuf, hay cinco familias, entre ellas la de Ernest Kurtseitov. Ernest se ha colocado como vigilante en la urbanizaci¨®n que se construye con celeridad entre sus casas y el mar. El complejo pertenece a una sociedad an¨®nima.
Tras las siglas de las sociedades an¨®nimas que edifican, administran y venden inmuebles en Crimea se ocultan oligarcas ucranios y rusos, pol¨ªticos locales y parientes de ¨¦stos. Los nuevos dirigentes est¨¢n deseosos de atraer inversiones internacionales. Para ello, quieren hacer un catastro que pueda considerarse como tal, un reglamento para las inversiones y un programa especial para la costa. Mientras tanto, lo mejor es esperar, seg¨²n recomienda Andr¨¦i Klimenko, periodista especializado en asuntos inmobiliarios y partidario de que la pol¨ªtica europea de Y¨²shenko se plasme en la econom¨ªa de la pen¨ªnsula, es decir, de que Yalta oriente sus atractivos hacia los inversores europeos y occidentales y diluya la presencia rusa. Hoy, la mayor¨ªa de los turistas son ucranios y ucranias son las matr¨ªculas de los coches de lujo aparcados frente al casino del hotel Oreanda de Yalta.
En la ciudad militar de Sebastopol, los nuevos dirigentes le han echado el ojo al litoral controlado por la Flota Rusa del Mar Negro, que, de acuerdo con un tratado de 1997, permanecer¨¢ aqu¨ª hasta 2017. Pretenden que sin esperar a esas fechas la flota les deje los embarcaderos y muelles que no utiliza para poderlos dedicar a infraestructura tur¨ªstica. Miles de personas est¨¢n en cola en Sebastopol para recibir una vivienda, entre ellos 4.500 marineros de la Armada ucrania.
En Sebastopol, la m¨¢s rusa de las ciudades de Crimea, la nueva administraci¨®n se ha propuesto impartir todo el ciclo de ense?anza en ucraniano, cosa que, seg¨²n dice el vicealcalde Dmitri Baziv, no ha sido posible hasta ahora. En Sinferopol, el director del diario ¡°Kr¨ªmskaya Pravda¡± y miembro de la comunidad rusa, Mija¨ªl B¨¢jarev, habla de ¡°ucranizaci¨®n salvaje¡±, pero los conflictos de lenguas y lealtades entre los dos pa¨ªses eslavos vecinos no tienen por qu¨¦ convertirse en tragedia. Una compa?¨ªa de teatro de Kiev, en gira estival, ofrece un repertorio en ucranio en el coraz¨®n de Sebastopol. Intrigada, asisto a la representaci¨®n de ¡°El Soldado Schweik¡±. La sala est¨¢ llena en un 90% y el p¨²blico se r¨ªe de las peripecias del soldado checo en el ej¨¦rcito austroh¨²ngaro. ¡°El humor en ucranio a los rusos nos parece doblemente gracioso¡±, me dice un espectador. Fuera como fuera, lo cierto es que entend¨ªan la representaci¨®n sin esfuerzo.
La metamorfosis cultural, social y pol¨ªtica que experimenta Crimea abre horizontes y tambi¨¦n los cierra.
Sergu¨¦i y Anatoli, oficiales de tres flotas (la sovi¨¦tica, la rusa y la ucraniana) se han adaptado a los nuevos tiempo. Sergu¨¦i cambi¨® sus lealtades en 1994. ¡°La patria est¨¢ donde est¨¢ el trabajo y, en ¨¦poca sovi¨¦tica, dificilmente hubiera podido so?ar con pasarme un a?o estudiando en Inglaterra¡±, explica, refiri¨¦ndose a una estancia de formaci¨®n militar en el Reino Unido. Anatoli regres¨® a Sebastopol desde Kaliningrado hasta 2002 y est¨¢ en tr¨¢mites para obtener la ciudadan¨ªa ucrania. ¡°Antes era oficial de la marina rusa y transportaba misiles y en el futuro ser¨¦ un marino mercante ucraniano y transportar¨¦ pl¨¢tanos por el Caribe¡±, dice.
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