El asesinato de dos periodistas sacude M¨¦xico
Las muertes de los reporteros ponen al pa¨ªs de nuevo frente al espejo de la terrible inseguridad para los que ejercen esa profesi¨®n
El periodismo avanza entre tumbas en M¨¦xico. Las ¨²ltimas son las de Filadelfo S¨¢nchez Sarmiento y Juan Mendoza Delgado. Al primero le esperaron a la salida de la redacci¨®n, al otro lo secuestraron en su coche. Un tiro y un atropello. Sus muertes, ocurridas en menos de una semana y en dos Estados cargados de cr¨ªmenes contra la libertad de expresi¨®n, vuelven a poner a M¨¦xico frente al espejo de la terrible inseguridad que sufren los periodistas. S¨®lo en Veracruz y Oaxaca, donde se registraron los dos ¨²ltimos casos, han matado a siete informadores desde 2014, casi la mitad que en todo el pa¨ªs. No hay parang¨®n en Am¨¦rica.
Filadelfo S¨¢nchez Sarmiento dirig¨ªa la estaci¨®n de radio La Favorita, en el municipio de Miahuatl¨¢n, en Oaxaca. El jueves, al salir de la emisora, fue sorprendido por dos sicarios. Siete balazos acabaron con su vida. Tanto la autor¨ªa como la causa permanec¨ªan ayer en la oscuridad. Pero S¨¢nchez Sarmiento, el locutor estrella de La Voz de la Sierra Sur, hab¨ªa recibido, como sus compa?eros, amenazas de muerte de poderes locales y el narco. El mismo monstruo oscuro que el pasado 2 de mayo secuestr¨®, tortur¨® y mat¨® de cuatro tiros en la nuca al conocido locutor oaxaque?o Armando Salda?a Morales.
La ¨²ltima vez que se vio con vida a Juan Mendoza Delgado fue el martes pasado en la localidad veracruzana de Medell¨ªn Bravo. El periodista, que dirig¨ªa un modesto portal de noticias locales llamado Escribiendo la verdad, se dirig¨ªa a cumplir su turno de taxista, trabajo que compatibilizaba con sus tareas informativas. El jueves por la tarde su cad¨¢ver fue hallado con signos de violencia. Supuestamente lo hab¨ªan matado pas¨¢ndole un coche encima. Su muerte fue considerada un asesinato por la organizaci¨®n de defensa de la libertad de expresi¨®n Article 19.
El crimen de Mendoza Delgado trajo a la memoria el reciente caso de Mois¨¦s S¨¢nchez Crespo, el editor del peque?o semanario comunitario La Uni¨®n, en el mismo municipio.
Tambi¨¦n trabajaba como taxista y tambi¨¦n denunciaba los supuestos abusos en la localidad. El pasado 2 de enero, nueve hombres armados y encapuchados irrumpieron en su casa. Delante de su mujer y sus hijos, le arrebataron el ordenador, la c¨¢mara de fotos y el tel¨¦fono m¨®vil. Despu¨¦s, se lo llevaron. Ese mismo d¨ªa fue degollado. La orden supuestamente hab¨ªa partido del jefe de la Polic¨ªa Local y escolta del alcalde, principal sospechoso. A diferencia de otros casos, destinados al olvido, este desat¨® una fuerte ola de solidaridad. La impunidad con que se perpetr¨® el asesinato, pero sobre todo la macabra suma de casos en Veracruz, ante la indiferencia de las autoridades del Estado, gobernado por el pol¨¦mico Javier Duarte, que intent¨® restar importancia al crimen alegando que era un taxista, detonaron una ola de protestas que culminaron con una dur¨ªsima carta abierta de 300 intelectuales y 20 organizaciones y la decisi¨®n de los directores del encuentro cultural Hay Festival de cancelar su edici¨®n en Xalapa, capital de Veracruz.
Las dos nuevas muertes vuelven a confirmar lo que es un diagn¨®stico bien conocido. M¨¦xico, con 86 asesinatos desde 2000, es uno de los pa¨ªses m¨¢s peligrosos del mundo para ser periodista. Y Oaxaca y Veracruz, sus puntos negros. ¡°Esta ola de muertes es fruto de la impunidad. Hay actores pol¨ªticos y criminales que a¨²n ven la eliminaci¨®n de periodistas como una soluci¨®n a sus problemas, y se sienten con licencia para hacerlo. Lo demuestra que en Veracruz y Oaxaca hayan muerto m¨¢s de la mitad de los periodistas asesinados desde 2014¡±, se?al¨® Javier Garza, experto del proyecto Periodistas en Riesgo, de Freedom House.
Las v¨ªctimas escogidas por el narco o las autoridades suelen ser informadores modestos. Periodistas rebeldes de medios peque?os y sin capacidad de defensa. En la mayor¨ªa de los casos, seg¨²n Garza, las muertes vienen precedidas del secuestro y la consiguiente tortura. Y las investigaciones pocas veces culminan en la detenci¨®n de los verdaderos culpables. En estas condiciones, el ejercicio de la libertad de expresi¨®n se convierte en muchas zonas de M¨¦xico, como Tamaulipas o Veracruz, en una ficci¨®n. Y los propios diarios evitan las informaciones vinculadas al narco. A la muerte, el linchamiento o simplemente la amenaza, le sigue la autocensura. Es la ley del silencio. Y quien la rompe, paga. Las muertes de Filadelfo S¨¢nchez Sarmiento y Juan Mendoza Delgado lo recuerdan.
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