Un gorri¨®n en la celda de El Chapo
EL PA?S visita el penal del que se fug¨® el l¨ªder del c¨¢rtel de Sinaloa y donde conviven los mayores criminales de M¨¦xico
Joaqu¨ªn Guzm¨¢n Loera, El Chapo, dej¨® en su huida un enigma. En la celda, se descubri¨® un gorri¨®n moribundo dentro de la cesta de basura. ?De d¨®nde ven¨ªa? Para muchos, el ave, como los canarios en la mina, habr¨ªa llegado de la mano de los constructores del asombroso t¨²nel por el que se escap¨® el mayor narcotraficante del planeta. Para otros, fue una se?al enviada por el pr¨®fugo a quienes vayan a perseguirle. Sea cual sea la respuesta al misterio, en su interior aletea el rastro de muerte que ha acompa?ado toda su vida al l¨ªder del c¨¢rtel de Sinaloa. Una leyenda oscura y sanguinaria que el pasado s¨¢bado alcanz¨® su cima en la celda 20 del pasillo 2 del ¨¢rea de m¨¢xima seguridad del penal de El Altiplano.
El lugar, un cub¨ªculo hostil y de dimensiones m¨ªnimas, se sit¨²a en el n¨²cleo duro del presidio. Para llegar a ¨¦l hay que atravesar 26 filtros y controles. Es un universo denso y compartimentado. En blanco, negro y gris. No hay colores. Los pasillos acaban todos en barrotes, unidades estancas y puestos de vigilancia. En este recorrido, la ¨²nica nota de color la pone un cartel que acuchilla a quien lo mira. El p¨®ster dice: Campa?a de prevenci¨®n contra el suicidio. ?Has pensado que la vida te puede hacer da?o?
El pasillo sigue despu¨¦s hasta otra esclusa. Y luego, otra vez pasillo y esclusa. En este laberinto de 27.900 metros penan los mayores criminales de M¨¦xico. Desde el alcalde de Iguala, Jos¨¦ Luis Abarca, hasta el l¨ªder de los Caballeros Templarios, Servando G¨®mez Mart¨ªnez, La Tuta, pasando por el despiadado Edgar Valdez Villarreal, La Barbie; H¨¦ctor Beltr¨¢n Leyva, El H, o Miguel ?ngel F¨¦lix Gallardo, El Padrino, el m¨ªtico jefe de jefes que all¨¢ en los ochenta ense?¨® a El Chapo a ser narcotraficante.
Es un mundo oclusivo, de luces blancas y presos de color beige, donde Guzm¨¢n Loera dej¨® algunos jirones de su existencia. Pocos se acuerdan que entre sus muros mataron al m¨¢s querido de sus hermanos, Arturo. Fue el 31 de diciembre de 2004. Ocho tiros en la cabeza cuando acud¨ªa al servicio. Al asesino, otro preso, le hab¨ªan dejado en el ba?o la pistola de 9 mil¨ªmetros y las instrucciones. Su muerte fue una venganza contra El Chapo.
Durante el recorrido hasta la celda, facilitado por el Gobierno mexicano, se asoman algunos presos entre los barrotes. Hay quien cree reconocer a La Tuta. Otros hablan de Beltr¨¢n Leyva. Pero, rapados y uniformados, es imposible distinguirlos. ¡°Qu¨¦ aproveche¡±, dice uno mientras le sirven caldo tlalpe?o.
A veces, en la lejan¨ªa, se oyen gritos y risotadas que estremecen los pasillos. A medida que se acerca el ¨¢rea de tratamiento especial, la zona de reclusi¨®n de los presos m¨¢s peligrosos, la temperatura desciende. Tambi¨¦n la luz. Los guardias, en cambio, parecen m¨¢s confiados.
El pasillo 2 es el ¨²ltimo reducto. Lo forma un corredor de 25 metros. A la derecha, cinco ventanucos dejan entrar los ¨²ltimos rayos de sol. A la izquierda, hay 11 celdas. Diez emparejadas. La ¨²ltima est¨¢ sola. Es la de El Chapo. Para entrar hay que superar una jaula de rejas. El habit¨¢culo no ocupa m¨¢s de ocho metros cuadrados. Tiene un aire g¨¦lido. Los guardias se han llevado todos los enseres. Por el suelo rueda un rollo de papel higi¨¦nico vac¨ªo. La pared es blanca y basta, el mobiliario de cemento, y la ventana, m¨ªnima, da a una valla. Desde ese lugar, la fuga parece imposible.
Pero que El Altiplano sea penal inexpugnable, no quiere decir que resista la corrupci¨®n. Bajo la ducha, en un punto ciego para las c¨¢maras de vigilancia, se encuentra la confirmaci¨®n: un boquete rectangular, de unos 50 cent¨ªmetros de lado y poco m¨¢s de 10 cent¨ªmetros de espesor, que se abre a una sima oscura a la que no se ve fin. Por ah¨ª se escap¨® el Chapo. A trav¨¦s de un espectacular t¨²nel de 1.500 metros que ha humillado, como nunca antes, al Gobierno de Enrique Pe?a Nieto.
A un lado de la ducha ha quedado la tapa: una losa de 20 kilos. Fue levantada desde abajo con un gato hidr¨¢ulico sin que nadie, sospechosamente, lo oyese. Ocurri¨® en torno a las 20.52 del s¨¢bado. En aquellos instantes, las grabaciones muestran a Guzm¨¢n Loera nervioso, recorriendo de un lado a otro la celda. Sobre la silla de cemento hab¨ªa dejado una pantalla plana de siete pulgadas, donde se ve¨ªa el popular programa Sabadazo. El preso estaba a la espera. Sab¨ªa que ven¨ªan a liberarle. Posiblemente no era el ¨²nico en el presidio. Cuarenta de sus funcionarios est¨¢n siendo interrogados como sospechosos.
A la salida del habit¨¢culo, algunos reos del pasillo 2 cruzan la mirada con el extra?o. Afuera ha llovido. Est¨¢n cenando. No parece importarles mucho la visita. Algunos mueven r¨ªtmicamente la cabeza mientras mastican. El tiempo, encadenado a una pena, tiene otra cadencia. La humedad se cuela por el corredor. En un ventanuco se advierte un nido, peque?o y sucio. Un guardia dice que es de gorri¨®n. Cuando se le pregunta por el ejemplar hallado en la celda, encoge los hombros. El Chapo ha volado lejos dejando atr¨¢s muchos enigmas.
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