Los ojos del papa Francisco
Cuando est¨¢ al lado de la gente sus pupilas parecen dilatarse para observarla mejor
Francisco ha sido el primer papa que ante el drama de los refugiados huyendo del horror de sus pa¨ªses en guerra, ha pedido que el Vaticano y todas las parroquias de la Iglesia les abran sus puertas.
La teolog¨ªa de Francisco es, en efecto, la de la compasi¨®n, que se esfuerza por colocarse en el lugar del otro. Sus ojos observan m¨¢s con el coraz¨®n que con las leyes y los dogmas. Cuando est¨¢ al lado de la gente sus pupilas parecen dilatarse para observarla mejor.
La mirada de Francisco es aguda para descubrir el sufrimiento de las personas m¨¢s que sus tropiezos. Se fija sobretodo en las cicatrices que en las personas deja la vida. Son los suyos ojos de madre m¨¢s que de juez. Con los homosexuales, con los divorciados, con las mujeres que han abortado, con los te¨®logos excomulgados. Hasta con las l¨¢grimas del ni?o que llora la muerte de su perro, a qui¨¦n asegura que lo encontrar¨¢ en el para¨ªso. Y ahora, sobretodo, con el calvario de los que se ven obligados a dejar su tierra huyendo del horror de la persecuci¨®n, el hambre o la muerte.
La mirada de Francisco es aguda para descubrir el sufrimiento de las personas m¨¢s que sus tropiezos
Su condena es contra la injusticia que los arrastra hacia lo incierto, y contra lo que ha llamado ¡°la globalizaci¨®n de la indiferencia¡±. Para los refugiados, sin preocuparse por su religi¨®n, pide el abrazo y que se les abran las puertas de casa.
La mirada de Francisco llega a sospechar que en el coraz¨®n de las personas existe m¨¢s apremio de redenci¨®n y de felicidad de lo que confesamos. Que la Humanidad, a veces tan soberbia, es como un fino cristal que necesita de una mano amiga para no quebrarse. Y que puede ser m¨¢s solidaria que ego¨ªsta cuando se la pone a prueba.
Quiz¨¢s por ello, a su lado, nadie se siente con miedo o en peligro. Sus ojos est¨¢n limpios de rencor, penetran las rendijas del alma, saben intuir la carga de sufrimiento que deben soportar los diferentes, los excomulgados, los sin patria. Su forcejeo es para salvarlos contra los restos de inquisici¨®n prendidos en la piel del legalismo.
¡°El que est¨¦ sin pecado, que tire la primera piedra¡±, es su consigna, la misma que us¨® Jes¨²s para salvar a la mujer ad¨²ltera.
Es el primer papa, de los siete que he conocido, que confiesa que le interesa m¨¢s lo que una persona hace por los otros, que las veces que va a Misa.
Le cuesta condenar. Eso lo deja a Dios. ?l prefiere consolar, aunque sabe ser duro con los poderes prevaricadores.
Francisco es el primer papa que no predica que la Iglesia Cat¨®lica es la depositaria ¨²nica de la salvaci¨®n. Para ¨¦l, las religiones son como las caras de un poliedro, todas iguales y diferentes, ninguna mayor que otra. Parece decir, con sus gestos de acercamiento a otros credos, que nadie tiene el monopolio de Dios. Para ¨¦l no existen creyentes o no, s¨®lo personas que sufren y aman. Y los que m¨¢s sufren son siempre los m¨¢s olvidados e invisibles.
El mundo, con sus tristes caravanas de refugiados a la deriva, hu¨¦rfano de gu¨ªas cre¨ªbles, est¨¢ necesitando de miradas y de gestos como las de Francisco para sentirse m¨¢s acogido que juzgado. Y m¨¢s amado.
No quiere que le llamen papa.
Es s¨®lo nuestro hermano Francisco, que hoy nos interpela para que no cerremos los ojos ante el drama que viven los refugiados, que son los nuevos crucificados de la Historia.
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