La religi¨®n con sabor a tierra
No existe espiritualidad sin carne y sangre, sin amor por lo que nos nutre y nos permite respirar.
La lectora D¨¦bora Bernal Ramos coment¨® en el Facebook de este diario, con motivo de mi art¨ªculo sobre la fascinaci¨®n que producen las creencias africanas: ¡°La umbanda nos coloca ante un espejo que refleja tu luz y tu sombra, para conocerte mejor a ti mismo¡±.
Eso me ha empujado a escribir sobre algunos equ¨ªvocos de ciertos movimientos religiosos cristianos modernos que demonizan las religiones de matriz africana, o de la Tierra, como destaca tambi¨¦n el lector Felipe Heyden Bellotti.
Las religiones monote¨ªstas nos han ense?ado que la religi¨®n y la espiritualidad para ser verdaderas deben tener sabor a cielo, lo m¨¢s alejado posible de la realidad que vivimos.
?Y si, al rev¨¦s, no existiera verdadera religiosidad sin sabor a tierra?
Una religi¨®n del cielo y para el cielo, en la que hasta el bien que hacemos a nuestro pr¨®jimo debe ser en funci¨®n de una recompensa futura, fuera de la historia, es m¨¢s alienaci¨®n que religi¨®n.
El poeta Whitman profetizaba:
¡°Surgir¨¢ una nueva orden,
y los hombres ser¨¢n
los sacerdotes del hombre,
y cada hombre ser¨¢
su propio sacerdote¡±.
La etimolog¨ªa de religi¨®n reclama proximidad, conexi¨®n, ataduras... m¨¢s que con un Dios sin rostro, sin tiempo y sin espacio, con lo m¨¢s ¨ªntimo de nosotros mismos, con nuestra conciencia y con la tierra que pisamos y de la que nos nutrimos.
Hay quien teme que la fe se empobrezca con una religiosidad fundada en el amor, el respeto, la reverencia y la defensa de la sacralidad de la Tierra, y del hombre, sin excesivas preocupaciones por un cielo lejano y misterioso.
Y sin embargo, no solo las religiones de origen africano colocan el epicentro de la verdadera creencia espiritual en saber descubrir, al mirarnos en el espejo, como dice D¨¦bora, nuestra parte de luz y de sombra sin miedo a descubrirnos como realmente somos.
No existe religiosidad ni espiritualidad alguna sin carne y hueso, sin sangre, sin amor por lo que nos nutre y nos hace respirar. Ni sin el respeto a nosotros mismos.
Todo pasa por nuestro cuerpo y por la tierra de la que estamos amasados. Somos, en efecto, sacerdotes de nosotros mismos, como afirma Whitman.
Con la religi¨®n del cuerpo y de la tierra sentir¨ªamos una mayor responsabilidad con la salvaci¨®n del planeta y descubrir¨ªamos que los otros, y con ellos sus ideas, son dignas de respeto y acogida.
Las religiones monote¨ªstas, que fueron manipuladas con recetas puramente celestiales, apelan, en sus textos sagrados, a nuestra parte m¨¢s humana y carnal. En el catolicismo, la doctrina de la resurrecci¨®n supone renacer ¡°con el mismo cuerpo que tuvimos¡±. La muerte no nos transforma en puros esp¨ªritus. Volveremos a recuperar el propio cuerpo ?Para qu¨¦? ?Solo para cantar himnos a Dios como los ¨¢ngeles sin cuerpo ni sexo?
Fue m¨¢s tarde la Iglesia cat¨®lica- algo que hoy copian no pocas iglesias evang¨¦licas cristianas- quien cre¨® la dicotom¨ªa entre la carne y el esp¨ªritu, y abri¨® una campa?a contra la sexualidad como enemiga de la espiritualidad.
As¨ª, el cuerpo, que en los conventos religiosos era, y a¨²n lo es en muchos lugares, azotado y mortificado como malhechor y cuna del pecado, se convirti¨® en el gran enemigo del esp¨ªritu.
Ello, en nombre de aquel profeta jud¨ªo, Jes¨²s de Nazareth que era acusado de ¡°comil¨®n y bebedor¡± y se dej¨® tocar y amar por las prostitutas.
En nombre de aquel que no dejaba ayunar a sus disc¨ªpulos, que multiplicaba el pan y el vino, y que en vez de predicar el rechazo al cuerpo, exaltaba el amor por la fiesta.
Aquel que escandaliz¨® a los sacerdotes de su religi¨®n jud¨ªa por amar y rescatar los cuerpos de los lisiados y enfermos, porque ¡°no soportaba el dolor¡±.
Una religiosidad m¨¢s de la tierra que del cielo, m¨¢s del cuerpo que del esp¨ªritu, que no juzga sino que salva y perdona, es justamente lo que el mundo de hoy necesita.
Con la religi¨®n del cuerpo y de la tierra sentir¨ªamos una mayor responsabilidad con la salvaci¨®n del planeta y descubrir¨ªamos que los otros, y con ellos sus ideas, aunque opuestas a las nuestras, son dignas de respeto y acogida.
El di¨¢logo que respeta las diferencias, la aceptaci¨®n del otro sin querer cambiarlo, es mucho m¨¢s religioso que luchar para que los otros se conviertan a una fe.
El di¨¢logo que respeta las diferencias, la aceptaci¨®n del otro sin querer cambiarlo, es mucho m¨¢s religioso que luchar para que los otros se conviertan a una fe
No nos dividimos en ¨¢ngeles y demonios, en buenos y malos.
Somos todos hijos y hermanos de un mismo barro con el que podemos tornear una bella escultura o un triste adefesio.
La verdadera espiritualidad es la que nos ense?a que somos todos peregrinos de un mismo dolor y de una misma armon¨ªa y felicidad, sin necesidad de esperar a un m¨¢s all¨¢.
Todo el resto no es religi¨®n, es m¨¢scara, alienaci¨®n y caricatura de la fe. Los cristianos que, que al rev¨¦s que en la religi¨®n jud¨ªa, rechazan el cuerpo en aras del esp¨ªritu, deber¨ªan revisar sus textos sagrados:
¡°Y la Palabra se hizo carne¡± (Jn.1, 14)
No fue el hombre que se hizo Dios; fue Dios qui¨¦n se hizo hombre, carne y sangre,¡±igual en todo a nosotros¡±.
Quien acoge, respeta, ayuda y ama al pr¨®jimo, es ya dios.
¡°A Dios nadie lo ha visto jam¨¢s¡± (Jn. 1,18)
Jes¨²s se llamaba a s¨ª mismo, con una expresi¨®n aramea, "hijo del hombre".
Todo inicia y acaba en el hombre, sacerdote y altar.
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