El Chapo ante el espejo
Recorrido por la casa donde se escond¨ªa y el t¨²nel por el que eludi¨® el primer cerco militar como un maestro de la evasi¨®n
La habitaci¨®n de Joaqu¨ªn El Chapo Guzm¨¢n tiene que ser la del fondo. Es la m¨¢s grande de la casa. Tiene una televisi¨®n colgada en la pared, un ba?o propio y un vestidor. Hay cajones para guardar la ropa interior, un zapatero y un tubo donde deber¨ªan ir las perchas con las camisas planchadas. El espejo empotrado servir¨ªa, en teor¨ªa, para que el narcotraficante se ajustara la gorra o se recortara el bigote que luc¨ªa ¨²ltimamente. Pero el cl¨®set est¨¢ vac¨ªo y la madera huele a nuevo, porque en realidad esta solo era su v¨ªa de escape: detr¨¢s se esconde la puerta falsa por la que eludi¨® el primer cerco de los marinos mexicanos que quer¨ªan atraparlo.
En la casa en la que se escond¨ªa el narcotraficante, a la que tuvo acceso este peri¨®dico, viv¨ªan los pistoleros que le proteg¨ªan y dos mujeres. Ellas eran las encargadas de hacer la comida -una exclusiva para ¨¦l, la otra para el resto- y lavar la ropa. La habitaci¨®n que las autoridades creen que era del Chapo es la ¨²nica de la primera planta, a la que se llega tras sortear una doble puerta de hierro, la cocina y el sal¨®n, y un ba?o para visitas. La sangre reseca del suelo y los agujeros de bala en las paredes es la huella que dej¨® el enfrentamiento entre los militares y los sicarios que hac¨ªan tiempo para que el jefe de jefes huyera por el alcantarillado.?
En la mesa de la cocina, en la que deb¨ªan de reunirse a cenar, hay latas de coca-cola, escapularios, un cuadro de tomates, mantas. En la repisa hay restos de comida china a domicilio. El frigor¨ªfico, lleno de productos que suele tener cualquier familia que no est¨¦ obsesionada con las calor¨ªas, est¨¢ movido a un lado para dejar ver un peque?o hoyo en el suelo. Los marinos pensaron, en un primer momento, que era el lugar por el que se podr¨ªa haber esfumado el escurridizo Chapo, pero es demasiado peque?o y no da la sensaci¨®n de que conduzca a ninguna parte.
Subiendo las escaleras est¨¢ el resto de habitaciones. Hay un ejemplar de El Debate, el peri¨®dico local. La pared ennegreci¨® por la explosi¨®n de las granadas, los agujeros de bala son del tama?o de un pu?o. En un peque?o patio est¨¢ tendida la ropa de hombre y mujer. Las plantillas de unas zapatillas deportivas. En una esquina hay una escalera por la que treparon los pistoleros que huyeron, en medio de la noche, como coyotes por los tejados del vecindario.
Durante hora y media los militares trataron de encontrar la ranura por la que se hab¨ªa colado el Chapo. "?D¨®nde est¨¢ ese g¨¹ey? ?Onde fue?", gritaban a los detenidos. Uno de ellos era un experto en t¨²neles que juraba no haber tenido el tiempo suficiente para construir una ruta de escape. Ment¨ªa. Desenroscando una luz del techo encontraron una llave que accionaba la puerta tras el espejo. Voil¨¢.
Al abrir la compuerta aparecen unas escaleras de madera que llevan hasta un pasadizo. Conecta con el drenaje pluvial de la ciudad. Durante horas fue un plan perfecto, a la altura de un maestro de la evasi¨®n. No cuesta imaginarse al Chapo encorvado por estos t¨²neles, con el coraz¨®n acelerado. Era un cap¨ªtulo m¨¢s de una huida sin fin que estaba a punto de acabar.
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