La normalidad que nunca volver¨¢ a la iglesia negra de Charleston
Ocho meses despu¨¦s de la matanza racista, el trauma sigue visible en el centro religioso
Las flores ya no inundan la acera de la iglesia Emanuel de Charleston. No se agolpa una multitud de conocidos de las v¨ªctimas, curiosos y periodistas. Es menos visible el impacto de la muerte en junio de nueve personas negras por disparos de un fundamentalista blanco. Pero la sensaci¨®n de anormalidad persiste. El trauma no ha desaparecido.
Junto a la fachada de esta iglesia hist¨®rica de la comunidad afroamericana, hay una cruz de madera con un pa?uelo morado. En la reja de la puerta de entrada, nueve rosas secas, una por cada muerto. Ten¨ªan entre 26 y 87 a?os. En un cartel, la iglesia agradece los ¡°muchos actos de bondad¡±. El mejor reflejo a¨²n visible del dolor y de las muestras de solidaridad es una boca de incendios oxidada y repleta de dedicatorias escritas en rotulador.
Bob Sanders es negro, tiene 85 a?os y lleva 60 frecuentando la iglesia. El templo, fundado en 1816 por un l¨ªder abolicionista, es un s¨ªmbolo de la lucha contra la esclavitud en esta ciudad de Carolina del Sur, que este s¨¢bado celebra las elecciones primarias de los candidatos dem¨®cratas a la Casa Blanca.
Charleston fue una de las principales puertas de entrada de esclavos africanos a Estados Unidos en el siglo XVII. Emanuel ya hab¨ªa sufrido ataques, como otras tantas iglesias negras en el sur del pa¨ªs. Hasta el fin oficial de la segregaci¨®n racial en 1964, las iglesias eran un s¨ªmbolo de autogesti¨®n de la comunidad negra y un lugar de protecci¨®n.
Sanders asiste cada domingo al servicio en Emanuel. Su esposa acude a las sesiones de estudio de la Biblia de los mi¨¦rcoles por la tarde. Pero falt¨® a la del 17 de junio. Ese d¨ªa, Dylann Roof, blanco de 21 a?os, asisti¨® a la sesi¨®n por primera vez. Cuando hab¨ªa transcurrido casi una hora, abri¨® fuego indiscriminadamente, lanz¨® consignas racistas y huy¨® entre un mar de sangre.
Sanders y su esposa conoc¨ªan bien a las v¨ªctimas, incluido el pastor, que tambi¨¦n era senador estatal. La pena perdura. ¡°Llevar¨¢ tiempo superarlo¡±, dice a las puertas de la iglesia. Varios familiares de los muertos han perdonado a Roof, que viv¨ªa a dos horas en coche de Charleston y est¨¢ acusado de m¨²ltiples cargos que podr¨ªan acarrear la pena de muerte.
La iglesia est¨¢ en una calle principal de Charleston. Cuando pasan por delante, los transe¨²ntes ralentizan y la miran. Otros se detienen. Hacen fotograf¨ªas. Hay parejas que se toman un selfie con la iglesia de fondo. Los coches reducen la velocidad para fotografiarla.
¡°Es una atracci¨®n tur¨ªstica¡±, se queja Sanders. Coincide Ally Cordello, una estudiante blanca de 20 a?os. Cada d¨ªa pasa por delante de la iglesia en su camino a la universidad. Critica que los turistas que visitan Charleston, conocida por sus calles adoquinadas y se?oriales, hayan convertido la iglesia en parada casi obligatoria. ¡°Es inquietante¡±, dice Cordello.
M¨¢s visitas
La popularidad de la iglesia es visible en el servicio del domingo por la ma?ana. Ese d¨ªa, seg¨²n cuenta Sanders, est¨¢ repleta. En las semanas siguientes al tiroteo no hab¨ªa suficiente espacio.
La matanza provoca renacimientos religiosos, como el de Mike Stewart, blanco de 42 a?os, que ha vuelto, una d¨¦cada despu¨¦s, a atender servicios religiosos. ¡°Me movi¨® el coraz¨®n. Lo echaba de menos¡±, explica.
Stewart ha cambiado su recorrido al trabajo para andar cada d¨ªa por delante de la iglesia Emanuel. ¡°As¨ª recuerdo que sigue aqu¨ª¡±, dice. Ensalza la respuesta de unidad que hubo tras la matanza y esgrime que la ciudad, de mayor¨ªa blanca, nunca podr¨¢ olvidar lo sucedido.
May Cornell, negra de 60 a?os y conocida de algunas v¨ªctimas, asegura que el ataque racista propicia un debate racial constructivo. ¡°La gente se ha unido. A¨²n sigue habiendo gente loca, pero tienes que aprender a querer el uno al otro¡±, dice.
M¨¢s esc¨¦ptico es Douglas, blanco de 30 a?os, que no percibe un debate sustantivo sobre relaciones raciales o acceso a las armas. ¡°La gente quiere seguir adelante¡±, dice.
El tiroteo ha alterado para siempre la rutina de la iglesia. Las puertas est¨¢n cerradas con llave y contrase?a. Si no se es miembro, solo se puede acceder a la iglesia en la sesi¨®n de estudio de los mi¨¦rcoles o en el servicio de los domingos. Hay m¨¢s c¨¢maras de seguridad. Los trabajadores expresan su malestar por las frecuentes peticiones de visita de curiosos y periodistas. ¡°Nunca volver¨¢ a ser normal¡±, lamenta el socio Sanders.
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