La segunda conjura contra Am¨¦rica
Trump resucita la doctrina aislacionista de Lindbergh y se coloca en el umbral de la Casa Blanca
Tiene pendiente Philip Roth escribir la segunda parte de "La conjura contra Am¨¦rica". Se ha retirado de las letras, es verdad, el escritor de Newark pero acaso estimule su reaparici¨®n la hip¨®tesis de que Donald Trump se presente en la Casa Blanca.
Y conviene familiarizarse con la idea. No ya porque ha accedido a la final¨ªsima desde su onanismo providencial -"Yo soy vuestra voz", proclam¨® ayer- , sino porque beneficia su candidatura la inercia de la psicosis y de la sugesti¨®n. Cualquier atentado, cualquier crisis migratoria, cualquier incertidumbre econ¨®mica, se convierten en actos de campa?a y refuerzan la impostura del sheriff que asegura la ley y el orden.
Piensa uno en la incredulidad de Philip Roth, sobre todo porque la distop¨ªa que escribi¨® en 2004 recreaba la posibilidad de que Charles H. Lindbergh hubiera conquistado la Casa Blanca en lugar de Roosevelt. Y que lo hubiera hecho en el contexto de una conspiraci¨®n trasatl¨¢ntica urdida por el propio Hitler.
Toda comparaci¨®n entre Lindbergh y Trump exige excluir la adulteraci¨®n del nazismo y matizar el ejercicio literario de Roth, pero fue el propio magnate americano quien hizo inevitable la correlaci¨®n cuando mencion¨® anoche la alegor¨ªa de ¡°Am¨¦rica Primero¡±. Que no es tanto un ejercicio de etnocentrismo como una alusi¨®n expl¨ªcita al criterio geopol¨ªtico de Charles H. Lindbergh. Y no como personaje de ficci¨®n, sino como valedor de una doctrina aislacionista que respaldaron otros prohombres americanos -Henry Ford, m¨¢s que nadie- no exactamente por razones de pacifismo, sino porque Hitler deseaba evitar que se le abrieran nuevos e impredecibles frentes militares.
¡°Am¨¦rica Primero¡± quiere decir que el modelo de Trump consiste en el ensimismamiento. Y en el intervencionismo hacia dentro, no hacia fuera. De hecho, muchas de las cr¨ªticas que han sobrevenido de los medios republicanos no estriban tanto en los aspectos estrafalarios del personaje como en su concepci¨®n de un Estado provisto de grandes atribuciones, aunque sea blasfemando sobre la memoria ultraliberal de Ronald Reagan -¡±El gobierno no puede resolver el problema. El problema es el gobierno¡±, dec¨ªa el presidente republicano-, abjurando del individualismo con que la cultura norteamericana interpreta la ecuaci¨®n del m¨¦rito, la recompensa y el libre albedr¨ªo. Trump, como Lindbergh en la novela de Roth, quiere multiplicar sus facultades y sus poderes. Entre otras razones para despejar las alarmas que ¨¦l mismo ha creado exagerando las amenazas del terrorismo, la inmigraci¨®n ilegal y la casta maldita de los musulmanes.
Trump ha logrado la cohesi¨®n desde el miedo. Ha conseguido que sus compatriotas lo perciban como un timonel m¨¢s filantr¨®pico que exc¨¦ntrico. No necesita el dinero. E igual que Berlusconi, aspira a demostrar que su ¨¦xito en los negocios predispone la victoria de su pol¨ªtica. O de la antipol¨ªtica, toda vez que la f¨®rmula ganadora del magnate consiste en haber sobrepasado el paradigma republicano y en haberse arraigado en los confines del antiestablishment, de forma que su plan de rescate puede convencer a los dem¨®cratas que recelan del apellido Clinton. Y obtener ese 57% de consenso electoral que Roth otorga a Lindbergh en su distop¨ªa.
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