Mitolog¨ªa castrista
Fidel es una fabulaci¨®n de la que ¨¦l mismo es creador y protagonista
Mito y verdad tienen escasa relaci¨®n. Sobre un fondo de verdad, un mito es esencialmente una fabulaci¨®n. Fidel es un mito, una fabulaci¨®n de la que ¨¦l mismo es creador y protagonista. Es un mito su socialismo: a la vista est¨¢ la ruina a la que lleg¨® el modelo sovi¨¦tico. Lo es la patria soberana: para librarla de la dependencia estadounidense la someti¨® y se someti¨® a la dependencia sovi¨¦tica.
Junto al mito, una realidad incuestionable: puso a Cuba en el mapa. Pas¨® de un estatuto semicolonial a condicionar la relaci¨®n entre Estados Unidos y la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Nunca Cuba volver¨¢ a ser tan relevante. Nunca volver¨¢ a tener el mundo en vilo, al borde de la guerra nuclear. Sin Castro, la historia de la descolonizaci¨®n hubiera sido otra. Su aventura guerrillera en Sierra Maestra inspir¨® a los movimientos de liberaci¨®n nacional en todo el mundo, y en ?frica particularmente.
Tambi¨¦n en Am¨¦rica Latina y Europa, aunque de la peor manera. Su teor¨ªa de los focos revolucionarios arruin¨® los horizontes reformistas y llev¨® a millares de j¨®venes al matadero. Este es un mito mayor, el de la revoluci¨®n violenta, y el m¨¢s atractivo y peligroso. Su huella alcanza hasta ahora mismo, iron¨ªa de la historia, con esas FARC que han dejado las armas bajo auspicios cubanos. Sin Fidel y sin el Che, quiz¨¢s no las hubieran tomado nunca. El destrozo es formidable y en parte irreparable, en vidas humanas sobre todo, incluida la reacci¨®n del golpismo militar y de la CIA. Tambi¨¦n en la confusi¨®n de las ideas sobre la violencia y la democracia que todav¨ªa persiste en buena parte de la izquierda.
No admite discusi¨®n que fue un gigante, un h¨¦roe de la revoluci¨®n anticolonial y del socialismo de matriz sovi¨¦tica. Pero un gigante sanguinario, un h¨¦roe cruel y un dictador que mand¨® fusilar y encarcelar a millares de cubanos. Un caudillo militar sin escr¨²pulos, en definitiva. Tambi¨¦n un modelo gerontocr¨¢tico para personajes como Robert Mugabe o Abdelaziz Buteflika. Y sublime sarcasmo, un cacique, un oligarca, fundador de una dinast¨ªa conservadora que pugnar¨¢ por perpetuarse.
De sus aventuras africanas, queda la victoria militar en Angola frente a las tropas del r¨¦gimen racista blanco de Sud¨¢frica. El fin del apartheid es una de las escasas batallas gloriosas en que la Guerra Fr¨ªa se decant¨® por el otro lado, el gol del honor de la izquierda internacionalista y revolucionaria. Que, por cierto, pertenece entero a Mandela el anti Fidel.
De los mitos no se vive. Como gobernante fue una plaga, un desastre. Sobre todo en la gesti¨®n econ¨®mica, ruinosa y absurda. Todo lo que hizo fue para mantenerse en el poder, alejar a quienes pod¨ªan quit¨¢rselo y perpetuarse m¨¢s all¨¢ de lo razonable. Cuba fue su cortijo, donde nadie pod¨ªa alzarle la voz ni llevarle la contraria. Su poder personal y su huella en la historia del siglo XX han forjado el mito m¨¢s persistente, que es el de la subjetividad revolucionaria, capaz de cambiar el mundo en las peores condiciones cuando hay voluntad y empe?o. Este mito explica la fascinaci¨®n que a¨²n ejerce, aunque sea un abuso identificarle con la izquierda, la independencia y la libertad de los pueblos y, sobre todo, de las personas.
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