Volver a vivir bajo las bombas en Sarajevo
Un nuevo hotel ofrece a los turistas las penosas condiciones de vida de la ciudad durante el asedio serbio
Puede que algunos recuerden una noticia chocante, en junio pasado, sobre la oferta de una tienda de refugiados en la plataforma de alquiler de casas Airbnb. El anuncio promet¨ªa alojamiento con ¡°escorpiones, deshidrataci¨®n y promesas rotas¡±, y a la postre result¨® ser una denuncia ir¨®nica, por parte de un grupo de refugiados sirios, de sus miserables condiciones de vida en el campamento griego de Ritsona, al norte de Atenas, y su incierto futuro como exiliados. Pero el reclamo sonaba real, porque en el mundo hay ¡ªs¨®lo en los pa¨ªses desarrollados, eso s¨ª¡ª agencias tur¨ªsticas que ofrecen viajes extremos, a lugares de conflicto o riesgo probado, para seres ah¨ªtos de comodidades y necesitados de emociones fuertes.
A primera vista, la apertura de un hostal en Sarajevo que recrea la atm¨®sfera de la guerra (1992-1995) podr¨ªa inscribirse en esa categor¨ªa: un rizar el rizo de las experiencias vitales, un ejercicio ret¨®rico para sacudirse la modorra. Pero el Sarajevo War Hostel es real, muy real, tanto como cada uno de los 100.000 muertos que se cobr¨® la guerra en Bosnia; como los jardines p¨²blicos tapizados de l¨¢pidas o los gigantescos cementerios que jalonan su capital. Tan palpable como los impactos de metralla en la fachada del edificio donde se ubica. La memoria de la contienda fratricida est¨¢ demasiado viva en Sarajevo, pero Arijan Kurbasic, de 25 a?os, que en una red social profesional se presenta como gu¨ªa tur¨ªstico, debe de pensar que no lo bastante. El hotel que regenta no tiene luz el¨¦ctrica, agua corriente ni calefacci¨®n, y en vez del habitual hilo musical anestesiante ofrece grabaciones del ruido de los bombardeos, como los que sufri¨® la poblaci¨®n civil de la ciudad durante los 1.425 d¨ªas de asedio. Uno de los m¨¢s prolongados de la historia moderna (m¨¢s que el de Leningrado), y que tanto recuerda hoy el de Alepo.
Las bombillas peladas que iluminan cada estancia est¨¢n alimentadas por un generador port¨¢til (su zumbido es otro de los ruidos habituales de la guerra); los marcos de las ventanas se tapan con trozos de pl¨¢stico y lonas de Acnur, agencia de la ONU para los refugiados; las velas titilan en el b¨²nker habilitado en el inmueble. El recepcionista (el propio Kurbasic, que prefiere usar el alias Zero One) luce casco y chaleco antimetralla para atender a los hu¨¦spedes mientras en las paredes recortes de peri¨®dicos de la ¨¦poca relatan (en ingl¨¦s) las peores batallas. Zero One, el nombre de guerra de su padre durante la contienda y con el que el hijo pretende, en vano, ocultar su pertenencia ¨¦tnica, ameniza la estancia con el relato de su infancia bajo las bombas: ca¨ªan un promedio de 330 al d¨ªa. La estancia cuesta entre 10 y 20 euros por persona y noche.
Ocurrencia obscena para unos por banalizar el dolor; necesario recordatorio hist¨®rico para otros, la experiencia podr¨ªa tener su punto did¨¢ctico, divulgativo. Pero hay algo que lo impide: a diferencia de los 380.000 sarajevitas sometidos a la loter¨ªa cotidiana de la supervivencia, los hu¨¦spedes de Kurbasic ¡ªigual que los periodistas, que entran y salen de los conflictos¡ª pueden irse cuando quieran o quedarse cuanto crean oportuno. Una opci¨®n que nunca existi¨® para la mayor¨ªa de los sarajevitas y, por extensi¨®n, para la mayor¨ªa de las v¨ªctimas de las guerras. Y que, cuando existe, convierte a los supervivientes en refugiados.
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