Retrato en familia
Veo una foto de los exgobernadores mexicanos sindicados y me parece que exudan prepotencia e infamias
La foto se hizo viral en las redes sociales y hab¨ªa motivos. La imagen del presidente Enrique Pe?a Nieto rodeado de gobernadores priistas, tomada no hace mucho tiempo, podr¨ªa hoy ser un p¨®ster colgado en la comisar¨ªa de la polic¨ªa: buena parte de los rostros sonrientes que all¨ª observamos pertenecen ahora a individuos pr¨®fugos, que est¨¢n bajo investigaci¨®n o se encuentran tras las rejas en distintas etapas de procesos judiciales relacionados con malversaci¨®n de recursos p¨²blicos y lavado de dinero.
¡°200 a?os de c¨¢rcel los contemplan¡±, podr¨ªa ser el t¨ªtulo de la estampa. ¡°C¨®mo desaparecer 12.000 millones de d¨®lares sin perder la sonrisa¡±, podr¨ªa ser otro. Sea cual sea la manera en que se le designe (y las redes no escatimaron ni ingenio ni desprecio), la imagen arroja un severo cuestionamiento a la clase pol¨ªtica en su conjunto y nos hace preguntarnos si hemos por fin tocado fondo (una pregunta ret¨®rica, desde luego; nunca debemos subestimar la capacidad de los corruptos para descender otro escal¨®n a la inmundicia). Cuando observo con detenimiento las caras recompensadas de la mayor¨ªa de esos que miran al lente de la c¨¢mara desde el pedestal de su ¨¦xito, trato de descubrir alg¨²n rasgo com¨²n, alg¨²n fenotipo gremial que permita advertir al corrupto que anida en el coraz¨®n de casi todos ellos. Y desde luego no es su f¨ªsico lo que los delata: hay altos y bajos, gordos y esbeltos, feos y agraciados, morenos y p¨¢lidos.
La imagen de Pe?a Nieto rodeado de gobernadores priistas podr¨ªa hoy ser un p¨®ster colgado en la comisar¨ªa de la polic¨ªa
Lo que tienen en com¨²n es la autosatisfacci¨®n en la mirada y el pavoneo en la pose. Hombres de poder que se sienten blindados por el escudo protector de la impunidad y, por qu¨¦ no decirlo, por la figura presidencial tras la cual se agrupan. Que algunos de ellos hayan ca¨ªdo en desgracia obedece simplemente a la presi¨®n de la opini¨®n p¨²blica y a la exhibici¨®n de abusos tales que otros c¨®mplices en el poder se sintieron obligados a depurarlos para intentar salvar el propio pellejo (pero esa es otra historia).
El fin de semana pasado estuve en una reuni¨®n de escritores en Barcelona y en alg¨²n momento se sugiri¨® una foto de grupo; alegres y disciplinados tomamos posici¨®n frente al lente, escalonados en una hermosa grader¨ªa. En ese instante no pude evitar el recuerdo de los gobernadores y preguntarme si a la posterior mirada del observador podr¨ªa descubrirse la profesi¨®n de esos que ahora pos¨¢bamos ante a la c¨¢mara.
Hab¨ªa africanos, asi¨¢ticos, latinoamericanos y europeos entre nosotros. El atuendo y los rasgos f¨ªsicos no pod¨ªan ser m¨¢s distintos, pero todos escribimos novelas. ?Habr¨ªa algo espec¨ªfico que delatara nuestra inclinaci¨®n a ensartar palabras y construir con ellas p¨¢gina tras p¨¢gina, a pasar cientos de horas en solitario aporreando un teclado? ?Proyectar¨ªa una imagen distinta una reuni¨®n de matem¨¢ticos o de dentistas?
Supongo que no. Messi y Ronaldo no podr¨ªan ser m¨¢s contrastantes en la actitud, ya no digamos en el porte f¨ªsico. Y entre las personalidades de Andr¨¦s Iniesta y Zlatan Ibrahimovic hay una galaxia de diferencia y no s¨®lo por los casi 30 cent¨ªmetros de estatura que los separa. Los cuatro tienen poco en com¨²n salvo hacer con un bal¨®n lo que a escritores, matem¨¢ticos o dentistas nos est¨¢ vedado.
Y, no obstante, regreso a la foto de los gobernadores y observo un rasgo invisible que los une, pese a todo. Me parece que unos y otros transpiran una misma manera de ocupar el espacio, como si el resto de las personas existieran para ser activados a su antojo. Eso es lo que provoca el poder, supongo; una disposici¨®n para usar a los dem¨¢s como si todo no fuera m¨¢s que una coreograf¨ªa concebida para servirles.
En su libro De qu¨¦ hablo cuando hablo de escribir, Haruki Murakami afirma que donde hay 100 escritores existir¨¢n 100 modos de escribir. Y lo mismo podr¨ªa decirse de los cuatro futbolistas citados antes: sus pies hacen prodigios, pero cada uno los hace de distinta e inconfundible manera. En cambio, veo a Javier y a C¨¦sar Duarte, a Roberto Borge o a Rodrigo Medina y me parece que exudan prepotencia, cinismo e infamias de la misma y miserable manera. La corrupci¨®n es un feo bicho que hermana a unos con otros, supongo, y termina por ofrecernos un verdadero retrato en familia.
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