Akarmara, las ruinas del fin de un imperio
Los escasos habitantes de una antigua ciudad minera de Abjasia no quieren ser "fantasmas"
¡°Si esto es una ciudad fantasma, entonces nosotros somos zombies¡±, afirma Igor Kishmaria, habitante de Akarmara, una localidad minera de la Uni¨®n Sovi¨¦tica que hoy es un desolado conjunto de ruinas devoradas por la frondosa naturaleza de las monta?as de Abjasia. Apenas una cincuentena de personas reside en Akarmara, en las afueras de Tkarchal, el centro de la industria minera que se desarroll¨® en esta zona del C¨¢ucaso a partir de los a?os treinta del pasado siglo.
Un anciano recoge moras a lo largo de la v¨ªa del tren abandonada; unos turistas fotograf¨ªan lo que queda de la estaci¨®n ferroviaria y las vacas pacen frente a la antigua f¨¢brica de enriquecimiento de carb¨®n. Al borde de la carretera que atraviesa Tkarchal y se prolonga hasta m¨¢s all¨¢ de Akarmara, crecen hortensias asilvestradas, el musgo tapiza las escalinatas de los parques exuberantes y los ¨¢rboles asoman por las ventanas y techos de las antiguas viviendas, despojadas ya de sus elementos m¨¢s valiosos de metal o madera. Un grupo de ni?os juega en un torrente y unos adultos arrean a unas vacas entre los bloques vac¨ªos y se oponen, enfadados, a que su vida sea fotografiada como parte del entorno que se ha popularizado como ¡°la ciudad fantasma¡±.
En los ¨²ltimos a?os, Abjasia se ha convertido en meta de fot¨®grafos y artistas internacionales en pos de los escenarios de ¡°civilizaciones desaparecidas¡±. Kvarchal, Akarmara y sus alrededores son un tesoro para los buscadores de estos mundos naufragados y fantasmales.
En 1942, cuando la cuenca carbon¨ªfera de Donb¨¢s, en Ucrania, estaba ocupada por la Alemania nazi, la URSS comenz¨® a explotar sistem¨¢ticamente el carb¨®n de coque local y Tkarchal fue declarada ¡°ciudad¡±. Abjasia, que era entonces una autonom¨ªa subordinada a la rep¨²blica sovi¨¦tica de Georgia, es hoy reconocida como Estado independiente por Rusia y otros tres pa¨ªses, pero no por Tbilisi, que intent¨® en vano someterla con las armas tras la desintegraci¨®n de la URSS. De aquella ofensiva, iniciada el 14 de agosto de 1992, se cumplen ahora 25 a?os.
A la industria carbon¨ªfera de Tkarchal llegaron ingenieros y especialistas de otras regiones de la URSS, entre ellos muchos rusos y ucranianos. El carb¨®n se explotaba a cielo abierto, se enriquec¨ªa y se enviaba a altos hornos en Georgia. Los prisioneros de guerra alemanes ayudaron a construir la localidad, que en los a?os setenta ten¨ªa 25.000 habitantes y un alto nivel de vida. ¡°Era una ciudad internacionalista¡± y la ¡°m¨¢s industrial de Abjasia¡±, dice Kishmaria. En los a?os ochenta, no obstante, los intercambios econ¨®micos entre los territorios de la URSS se colapsaron y la ciudad se despobl¨®.
En 1992, cuando los variopintos combatientes y milicianos del incipiente y fr¨¢gil Estado de Georgia invadieron Abjasia, la regi¨®n de Tkarchal (m¨¢s de 42.000 personas) qued¨® aislada. Durante aquel bloqueo, que dur¨® hasta el fin de la guerra en septiembre de 1993, la ¨²nica comunicaci¨®n de la zona minera con el exterior eran los helic¨®pteros que transportaban v¨ªveres y armas y evacuaban a los civiles. Ibraguim Chkadua, un fot¨®grafo nacido en estos parajes y actualmente residente en Sujum, la capital de Abjasia, recuerda que su hermano muri¨® en octubre de 1992, combatiendo en un intento de romper el cerco. Ibraguim permaneci¨® con sus padres en la casa familiar en Akarmara hasta el fin de la contienda y de aquella ¨¦poca recuerda la total falta de electricidad, la sensaci¨®n de no comer lo suficiente y el intenso fr¨ªo. Kvarchal no cay¨® en manos de las milicias de Tbilisi, pero sufri¨® da?os de los que jam¨¢s se recuper¨®.
Las minas est¨¢n hoy ¡°llenas de gas y anegadas¡±, dice Kichmaria, electricista de profesi¨®n y en paro como sus escasos vecinos en Akarmara. Hasta hace poco trabajaba aqu¨ª una empresa abjaso-turca, que intent¨® relanzar la producci¨®n de carb¨®n. Este se exportaba a Turqu¨ªa en barco por el mar Negro burlando los controles georgianos. El futuro es incierto. Igor sue?a con el desarrollo de un turismo que sepa ver ese autob¨²s amarillo que a¨²n ahora, por la ma?ana, lleva a los ni?os de Akarmara a la escuela de Kvarchal y los trae de vuelta al atardecer. ¡°Estamos vivos¡±, exclama.¡°Est¨¢ bien que haya inter¨¦s creciente por nosotros, pero mejor que vengan a filmar la vida y no el Apocalipsis. Ustedes, los forasteros ven las ruinas, pero para nosotros estas ruinas son la proyecci¨®n de lo que fue nuestra ciudad, cuando ten¨ªamos un club, bailes, pel¨ªculas y actividades en la casa de cultura¡±, dice. ¡°Sabemos que la ¨¦poca sovi¨¦tica no volver¨¢¡±, a?ade.
Un balneario de aguas ligeramente radioactivas ha reabierto sus puertas recientemente y grupos de turistas se aventuran en coches todo terreno hasta unas cataratas pr¨®ximas de dif¨ªcil acceso. Chkadua confiesa que le cuesta volver a su tierra natal, pero, cuando llegue el invierno, quiere llevar a su hijo Lucca de 11 a?os a Akarmara por primera vez ¡°para ver la nieve¡± y para filmar el entorno de su infancia a trav¨¦s de los ojos del chico. ¡°Era un callej¨®n sin salida f¨ªsico, porque m¨¢s all¨¢ de nuestra ciudad solo hab¨ªa monta?as inexpugnables, y era tambi¨¦n un callej¨®n sin salida moral, porque no ten¨ªamos futuro, pero era un callej¨®n muy bello, el ¨²ltimo puesto de avanzada del imperio¡±, exclama Chkadua. Akarmara es de momento una met¨¢fora del fin de la URSS o tambi¨¦n del triunfo de la naturaleza salvaje sobre el trabajo humano
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