El terrorismo de las estatuas
Los monumentos siempre son artefactos pol¨ªticos
Hay exceso de desverg¨¹enza en este fascismo del siglo XXI. Son hombres blancos que marchan cantando consignas agresivas contra las minor¨ªas: afroamericanos, latinos, jud¨ªos, gays y otros. Durante la segregaci¨®n, el Ku Klux Klan hac¨ªa lo mismo pero ocultaban sus rostros. Estos de hoy lo hacen a cara descubierta.
Incluyendo que tambi¨¦n se dejan entrevistar por la prensa, produciendo un show del armamento que llevan encima, un verdadero arsenal. La desverg¨¹enza se convierte en exhibicionismo. Y la entrevista no es tal. Es un ejercicio de intimidaci¨®n con amenazas criminales. ¡°Te vamos a quemar¡±, le dijo uno de ellos a la periodista Ilia Calder¨®n de Univisi¨®n.
Adem¨¢s, pertenecen a otra ¨¦poca. Los fascistas americanos marchan con la bandera del Tercer Reich. Es la bandera de un Estado que hoy no existe y por el cual Estados Unidos fue a la guerra, para eliminar dicho Estado y su r¨¦gimen de exterminio. No hay m¨¢s que darse una vuelta por el cementerio de Arlington para entender su significado.
Algo funciona muy mal donde portar y celebrar esa simbolog¨ªa¡ªdicha bandera¡ªno es ilegal. En Alemania, lo es.
Siempre se invoca la Primera Enmienda constitucional, la libertad de expresi¨®n. Pero el lenguaje del odio no est¨¢ comprendido dentro de la primera enmienda. Tal vez sea la hora de generar una jurisprudencia m¨¢s robusta. Al final se trata de cu¨¢ntos otros derechos infringe la libertad que tienen los neonazis para expresar sus ideas y portar sus s¨ªmbolos.
Muchos otros, desde luego, porque se trata de una opresi¨®n cruda y brutal. Para Hanna Arendt, la singularidad del totalitarismo resid¨ªa en el uso del terror como instrumento para subyugar a las masas, hacerlas obedientes. No escrib¨ªa sobre Charlottesville, pero la analog¨ªa habla por s¨ª misma.
Predeciblemente, entonces, el terror no pod¨ªa demorarse. Y fue con los m¨¦todos de ISIS: un veh¨ªculo arrollando a una muchedumbre¡ªque protestaba contra los neonazis¡ªy que cost¨® la vida de una mujer. Solo el conductor fue arrestado por asesinato. Los dem¨¢s arrestos fueron por conducta revoltosa en la v¨ªa publica y otras infracciones. Es como si ante cada ataque terrorista en Europa, el m¨¢s reciente en Barcelona, la polic¨ªa acusara al resto de la c¨¦lula por disturbios.
Lo ocurrido en Charlottesville fue producto de la remoci¨®n de la estatua del general Robert E. Lee, seg¨²n fue decidido por el Consejo de Gobierno de la ciudad y hoy pendiente de un litigio judicial. Los supremacistas blancos acudieron en defensa de la estatua y los grupos rivales, por su remoci¨®n. De ah¨ª los enfrentamientos y el posterior atentado.
L¨®gicamente, el caso lleg¨® a Trump, quien se manifest¨® en favor de mantener la estatua por su valor hist¨®rico y est¨¦tico, para recordar el pasado y apreciar una escultura. Record¨® que Washington y Jefferson tambi¨¦n fueron due?os de esclavos. Olvid¨® decir que antes de la Emancipaci¨®n de 1863, bajo Lincoln, la esclavitud no era ilegal, sin embargo.
Cuando se trata de la historia y el arte, no se puede ser superficial. Es que Robert E. Lee fue el comandante del ejercito de la Confederaci¨®n, en la Guerra Civil, y fue ¨¦l quien firm¨® la rendici¨®n del 9 de abril de 1865. Es decir, fue el l¨ªder militar de un ejercito derrotado en una guerra por la definici¨®n de un Estado, en lugar de dos, y el dise?o de sus instituciones, la abolici¨®n de la esclavitud que el Sur intentaba mantener.
Lo peculiar de la estatua, adem¨¢s, es que fue puesta ah¨ª en 1924, mucho despu¨¦s de finalizada la guerra. Hay decenas, sino cientos, de ellas en lugares p¨²blicos esparcidas por el Sur profundo, todas erigidas durante Jim Crow, el r¨¦gimen de la segregaci¨®n. Lee siempre aparece montado en un caballo, como general que era, pero no se trata de una escultura ecuestre.
El prop¨®sito de todas esas estatuas era, y sigue siendo, transparente. Es que no est¨¢n all¨ª por ser arte, sin perjuicio del talento de los escultores, sino por ser un s¨ªmbolo de opresi¨®n. Es un recordatorio para las personas ¡°de a pie¡±, nunca m¨¢s apropiada la expresi¨®n, los descendientes de la esclavitud. El recuerdo hist¨®rico que se persigue no es para tener un debate acad¨¦mico. Es para normalizar la esclavitud y la posterior segregaci¨®n.
Ocurre que los monumentos siempre son artefactos pol¨ªticos. El mensaje que emiten a veces es de libertad y otras lo contrario. Invocar la historia y la est¨¦tica, como hace Trump, ser¨ªa como mantener las estatuas de Lenin y Stalin en Europa Oriental, o las de Saddam Hussein y Gaddafi despu¨¦s de sus respectivas ca¨ªdas, por haber sido parte de la historia.
Si son bellas corre por cuenta del lector. Hay ocasiones en que los monumentos son s¨ªmbolos del terror.
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