?ltimas horas con Diana
El columnista Sami Na?r recuerda el accidente mortal de Lady Di, cuya respuesta estuvo en sus manos como alto cargo del Ministerio del Interior franc¨¦s
¡°Le toqu¨¦ la cara. Ten¨ªa una cara de ¨¢ngel. Y pens¨¦: El ¨¢ngel de la muerte. Guap¨ªsima¡±, recuerda una de las ¨²ltimas personas que vio viva a la princesa Diana.
Ella acababa de llegar en condiciones cr¨ªticas al hospital de la Piti¨¦-Salp¨ºtri¨¨re, en Par¨ªs, en una ambulancia, despu¨¦s de sufrir un accidente violent¨ªsimo en un t¨²nel junto al Puente de Alma. Ten¨ªa 36 a?os. ?l era un intelectual de 51 a?os temporalmente metido en pol¨ªtica y, aquella noche de verano, el m¨¢s alto responsable del Ministerio del Interior franc¨¦s. El 31 de agosto de 1997 estaba de guardia cuando recibi¨® una llamada: se hab¨ªa producido un accidente y parec¨ªa que entre las v¨ªctimas hab¨ªa una personalidad.
Sami Na?r call¨® durante a?os sobre aquella noche. Su cargo en aquella ¨¦poca, como colaborador del ministro del Interior, Jean-Pierre Chev¨¨nement, le impon¨ªa un deber de reserva sobre unas horas que han dado pie a multitud de descabelladas teor¨ªas de la conspiraci¨®n. No era un episodio demasiado conocido en la trayectoria de este ensayista y colaborador de EL PA?S.
Pero su nombre aparece en algunos de los relatos sobre las ¨²ltimas horas de Lady Di, un torbellino de nervios, alcohol y confusi¨®n que termin¨® con la persecuci¨®n por los paparazis del coche en que la princesa de Gales viajaba junto a su amante, Dodi al Fayed, un guardaespaldas y el ch¨®fer, que llevaba varias copas de m¨¢s. Y ¨¦l no ha olvidado aquellas horas, en las que en sus espaldas carg¨® con la responsabilidad de la respuesta del Estado franc¨¦s a una crisis imprevista y cuyos efectos a¨²n perduran.
En 1981 Diana Spencer, hija de una vieja familia aristocr¨¢tica inglesa, se hab¨ªa casado con el pr¨ªncipe Carlos, heredero de la Corona brit¨¢nica. Ella ten¨ªa veinte a?os; ¨¦l, 32. Fue un matrimonio infeliz desde el principio, pero, como escribe su bi¨®grafa, Tina Brown, en el libro Las cr¨®nicas de Diana el y fueron felices y comieron perdices nunca ser¨¢ tan sugerente como el y todo sali¨® mal. Ni para la prensa ni para el p¨²blico en general. Porque la historia de la Princesa de Gales fue desde el primer minuto un reality show.
Los protagonistas eran, de un lado, un estirado heredero y su acartonado clan, inc¨®modos con los medios de comunicaci¨®n de masas y la llamada cultura de las celebridades, y enclaustrados en unas tradiciones y maneras arcaicas. Del otro, una mujer que aceleradamente aprendi¨® a manejarse con los medios, una mujer poco formada y que se consideraba poco inteligente pero que desbordaba inteligencia emocional, capacidad de empat¨ªa y conexi¨®n. La "reina de los corazones", o "la princesa del pueblo", como la llam¨® el h¨¢bil primer ministro Tony Blair tras su muerte.
La boda esplendorosa, de cuento de hadas; la posterior degradaci¨®n de la relaci¨®n; los trapos sucios aireados en p¨²blico; la separaci¨®n y el divorcio... En la era anterior a Twitter, Instagram y las redes sociales, los tabloides lo cubrieron minuto a minuto, d¨ªa a d¨ªa, durante 16 a?os, hasta la muerte tr¨¢gica, la fr¨ªa reacci¨®n de la Reina, el duelo de millones de brit¨¢nicos y la canonizaci¨®n oficiosa de la princesa.
"Demostr¨® que la familia real, como instituci¨®n, estaba desconectada de los tiempos", recuerda el pol¨ªtico laborista Denis MacShane, y entonces parlamentario adscrito al Foreign Office.
"Hubo una expresi¨®n de dolor que nunca hab¨ªa visto en Inglaterra: no somos un pueblo emocional", contin¨²a MacShane. "Era algo que parec¨ªa sacado de la Edad Media. Miles y miles de persones llorando. Recuerdo que llam¨¦ por tel¨¦fono al secretario privado de la Reina, y le dije: Mira, si no baja [Isabel II se encontraba de vacaciones en el castillo de Balmoral, en Escocia] y si la bandera real no se pone a media asta, en una semana tendremos una rep¨²blica".
Sami Na?r nunca hab¨ªa visto una foto de Diana cuando le avisaron de que algo hab¨ªa ocurrido en un t¨²nel junto al Sena y que la personalidad implicada podr¨ªa ser la Princesa de Gales. Nunca le hab¨ªan interesado los asuntos de la realeza. Despert¨® a Philippe Masoni, el prefecto de la polic¨ªa en Par¨ªs. Diez minutos despu¨¦s, este volvi¨® a llamarle con la informaci¨®n confirmada: ¡°Se trataba de Diana¡±.
Na?r llam¨® al ministro, que no se encontraba en Par¨ªs. En aquel momento Diana, todav¨ªa con vida, segu¨ªa atrapada en el Mercedes del accidente. Hab¨ªa dos muertos: Dodi El Fayed, hijo del magnate egipcio Mohammed El Fayed, y el ch¨®fer, Henri Paul. Diana y el guardaespaldas de El Fayed, Trevor Rees-Jones, cuarto ocupante del coche, hab¨ªan sobrevivido.
Na?r se desplaz¨® al hospital. La ambulancia que llevaba a Diana tardar¨ªa casi 45 minutos en llegar. Frente al hospital, la esperaban ¨¦l y Chev¨¨nement. La ambulancia lleg¨® entre la 1.30 y la 1.45. Ambos, junto al conductor de la ambulancia y un enfermero que viajaba dentro, la sacaron.
¡°Ten¨ªa un rostro angelical¡±, recuerda Na?r por tel¨¦fono. ¡°Muy p¨¢lida. Rubia¡±.
Eran cerca de las dos y muy pocas personas conoc¨ªan el accidente. El embajador brit¨¢nico, sir Michael Jay, que no hablaba una palabra de franc¨¦s, se hab¨ªa desplazado tambi¨¦n al hospital. El primer ministro franc¨¦s, Lionel Jospin, fue informado m¨¢s tarde. Una persona, el presidente Jacques Chirac, estuvo en paradero desconocido durante aquella noche y la ma?ana siguiente, una subtrama vodevilesca a la tragedia de Lady Di. El equipo de Jospin intent¨® hablar con ¨¦l varias veces, sin ¨¦xito. "Nunca conseguimos contactar con el jefe de Estado", escribe Aquilino Morelle, entonces asesor de Jospin, en su libro L'abdication. Algunas versiones apuntan a que pasaba la noche con una mujer fuera del Palacio del El¨ªseo.
Mientras los m¨¦dicos hac¨ªan lo posible para salvar la vida de la Princesa, ellos esperaban en una habitaci¨®n al lado. A las cuatro les dijeron que hab¨ªa muerto.
¡°El embajador empez¨® a llorar, llorar, llorar, como un ni?o¡±, dice Sami Na?r. ¡°Llamamos a Jospin y ¨¦l nos pidi¨® que avis¨¢semos a la Reina¡±, dice. Na?r se comunic¨® con el jefe de protocolo de la Reina. El primer ministro brit¨¢nico, Tony Blair, ya estaba informado. Tambi¨¦n el presidente de EE UU, Bill Clinton, que incluso antes de la muerte de Diana llam¨® a Jospin.
Eran las 4.30 de la ma?ana. No tard¨® en llegar el padre de Dodi El Fayed, directo desde el aeropuerto de Le Bourget. Na?r fue el encargado de recibirle. ¡°Vi un hombre muy alto, p¨¢lido, pero con un porte, una nobleza, extraordinario. ?l dec¨ªa: Es el destino, Dios ha querido esto. Pidi¨® visitarla. El ministro acept¨®. Fue a verla. Puso la mano sobre su frente¡±.
Na?r prepar¨® con Chev¨¨nement la declaraci¨®n a la prensa ¡ªque todav¨ªa conserva, como otros documentos de aquella noche¡ª y sigui¨® en el hospital hasta la llegada del pr¨ªncipe Carlos, exmarido de Diana.
La muerte de Diana hab¨ªa dejado de ser un asunto franc¨¦s. Ya era brit¨¢nico, global. En las horas siguientes comenzar¨ªan las muestras de dolor en Reino Unido, una semana cat¨¢rtica que probablemente transform¨® la monarqu¨ªa brit¨¢nica para siempre.
"La muerte de Diana fue una se?al de alerta para la monarqu¨ªa: deb¨ªan estar m¨¢s cerca del pueblo", dice MacShane. "Formaba parte de un cambio extraordinario en Reino Unido, que probablemente empez¨® con la llegada al poder de Margaret Thatcher, con los a?os ochenta. El Reino Unido de Dunquerque, del Imperio, de Winston Churchill, de los comportamientos convencionales, donde se enviaba a los gais a prisi¨®n, este Reino Unido muri¨® muy r¨¢pido. Londres se convirti¨® en una ciudad m¨¢s internacional, m¨¢s moderna, m¨¢s alegre y m¨¢s gay. Pasamos del Reino Unido industrial al financiero, con enormes diferencias entre ricos y pobres, un pa¨ªs comprometido con la construcci¨®n europea, y con un primer ministro laborista joven [Tony Blair] que casi incorpor¨® el mito de Diana en su propia idea del pa¨ªs". Diana, y su muerte, captaron el esp¨ªritu de los tiempos, cuyo reverso, seg¨²n esta lectura, es el Reino Unido ensimismado del Brexit.
Sami Na?r, que unas horas antes pr¨¢cticamente ni sab¨ªa qui¨¦n era Diana, entendi¨® las dimensones de lo que acababa de vivir. "Inmediatamente me di cuenta del alcance de lo ocurrido. Mi primera reacci¨®n fue callarme: evitar a los periodistas. Me propusieron despu¨¦s mucho dinero para hablar, los americanos sobre todo, pero nunca lo acept¨¦", dice. "Un d¨ªa", sonr¨ªe, "escribir¨¦ un libro titulado Mi noche con Lady Di".
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