Lecciones del genocidio de Bosnia
La condena al caudillo militar serbio Ratko Mladic demuestra la facilidad con la que se desatan el odio y la violencia
Genocidio es una palabra acu?ada despu¨¦s de la Segunda Guerra Mundial por el jurista polaco Raphael Lemkin y que, tras el Holocausto, trataba de reflejar el mayor crimen posible: el intento organizado de exterminar a un grupo ¨¦tnico o religioso solo por el hecho de serlo. La fuerza de esa palabra es tan tremenda que, a lo largo de la historia, muy pocas veces ha sido pronunciada por un tribunal. La condena a cadena perpetua contra el exgeneral serbobosnio?Ratko Mladic por el genocidio de Srebrenica y por cr¨ªmenes contra la humanidad cometidos durante la guerra de Bosnia (1992-1995), dictada este mi¨¦rcoles por el Tribunal de La Haya, arrastra unas cuantas lecciones, ninguna de ellas agradable. La primera es que, una vez que se pone en marcha la espiral del odio, es m¨¢s f¨¢cil de lo que creemos que acabe degenerando en violencia.
Mladic, junto a su secuaz Radovan Karadzic ¡ªcondenado en marzo de 2016 por el mismo tribunal, que cerrar¨¢ sus puertas este mes de diciembre¡ª, planific¨® y llev¨® a cabo el exterminio de los musulmanes del este de Bosnia, una antigua rep¨²blica yugoslava con una poblaci¨®n dividida entre musulmanes, serbios y croatas. La limpieza ¨¦tnica formaba parte de una idea que mezclaba la ambici¨®n territorial con el racismo: matar o expulsar a los musulmanes para convertir ese territorio en Serbia. Las masacres fueron acompa?adas de violaciones masivas y de la destrucci¨®n de mezquitas y de cualquier signo de su presencia cultural. El objetivo era borrar sus huellas para que una cultura centenaria se convirtiese en un inmenso silencio, como si nunca hubiese existido.
Cualquiera que haya recorrido aquellas tierras, que el premio Nobel Ivo Andric retrat¨® en su obra maestra,?El puente sobre el Drina,?percibir¨¢ esa ausencia. Lo que ahora es la Rep¨²blica Srpska nunca ha podido despegarse del genocidio sobre el que naci¨®: las violaciones masivas que empezaron en la ciudad de Foca, cuyas mezquitas fueron totalmente destruidas, o las fosas comunes de Srebrenica. Pero no hubo ning¨²n azar en aquello. Las memorias del periodista bosnio Emir Suljagic, Postales desde la tumba?(Galaxia Gutemberg), el ¨²nico var¨®n superviviente de su familia, incluyen muchas im¨¢genes que recuerdan a las matanzas nazis: separaci¨®n por g¨¦neros, camiones, seres humanos aterrorizados escuchando los disparos de los que son asesinados antes que ellos en una fosa com¨²n. Pod¨ªa ser Srebrenica en 1995 o el barranco de Babi Yar, donde los nazis mataron a 150.000 jud¨ªos en junio de 1941.
En una entrevista reciente, el estudioso de los cr¨ªmenes de la Segunda Guerra Mundial Laurence Rees recordaba una frase de otro gran historiador del Holocausto, Christopher R. Browning: "Nunca ha fracasado ning¨²n genocidio por falta de voluntarios para asesinar". Tras meses y a?os de sembrar el odio hacia el otro, personas normales se sumaron a los pelotones de ejecuci¨®n. No fueron solo los paramilitares serbios, bandas de asesinos mafiosos, los que cometieron los cr¨ªmenes, como relata la croata Slavenka Drakulic en su libro No matar¨ªan una mosca, en el que entrevista y describe a paisanos convertidos en c¨®mplices de genocidio.
La lecci¨®n final de la condena a Mladic es que, desgraciadamente, el odio es posible. Convenientemente azuzado y organizado, despertando temores remotos, estigmatizando al otro, lo que parec¨ªa imposible ¡ªun nuevo genocidio en Europa despu¨¦s de la Segunda Guerra Mundial¡ª, ocurri¨®. Se ha hecho justicia. Ahora cuidemos la memoria.
Las huellas del genocidio
Proteged a la tribu. Los conceptos de genocidio y cr¨ªmenes contra la humanidad reflejan la tensi¨®n entre la defensa del grupo y el individuo. Enfatizar la identidad colectiva tiene su fundamento, pero conlleva peligros.
El crimen como arma pol¨ªtica. Las limitaciones de la justicia internacional favorecen la banalizaci¨®n del concepto.
Ruanda y Camboya no son el T¨ªbet. Frente al activismo de la memoria, los historiadores y los pol¨ªticos deben delimitar con rigor las fronteras del genocidio
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