Guerra en todas partes (Mataje, Ecuador)
Las noticias de la semana han probado que la guerra con las FARC se acab¨® para que se viera la guerra
Usted cre¨ªa que aquella guerra hab¨ªa terminado ¨Cy s¨ª: ya no existen las FARC¨C, pero esta semana el excomandante guerrillero Jes¨²s Santrich fue capturado por presunto tr¨¢fico de drogas, a petici¨®n de la DEA, en un viejo barrio de Bogot¨¢; ocho polic¨ªas que acompa?aban a un par de funcionarios de la Unidad de Restituci¨®n de Tierras fueron asesinados en el municipio de San Pedro de Urab¨¢, y los tres periodistas del diario El Comercio que fueron secuestrados en la parroquia de Mataje, en la provincia ecuatoriana de Esmeraldas, fueron ejecutados ¨Cluego de que sus tres familias fueran torturadas con pruebas de supervivencia¨C por una disidencia de las FARC que despreci¨® el acuerdo de paz. Los mataron por estar haciendo su trabajo: por contar la historia de una regi¨®n asolada por las s¨¢dicas bandas de los narcos.
Usted cre¨ªa que aquella guerra hab¨ªa terminado. Que hab¨ªa llegado el fin de ese Estado que, si acaso se aparece en las regiones de Colombia ignoradas por Colombia, s¨®lo sabe hablar la lengua de la fuerza p¨²blica. Pero, como d¨¢ndoles la raz¨®n a quienes creen que lo ¨²nico que cambia en la Historia son las puestas en escena, las noticias de la semana han probado que la guerra con las FARC se acab¨® para que se viera la guerra: esta semana ha sido clara nuestra pesadilla ¨Cla violencia como ley en la disputa por la tierra, la intimidaci¨®n de las familias que nacieron al pie del negocio, la industria sanguinaria de la droga, las bandas de exguerrilleros y exparamilitares, la DEA¨C no s¨®lo porque luego del acuerdo de paz no es f¨¢cil para los criminales disfrazarse de rebeldes, sino porque la guerra de fondo es la rentable guerra de la prohibici¨®n.
Hace unos d¨ªas en Twitter, que entrar all¨ª es recorrer el pasillo de un frenocomio, un enceguecido ¨Cno me pregunte por qu¨¦: ni ¨¦l lo sabe¨C hac¨ªa responsable del crimen de los tres periodistas a quienes apoyamos el acuerdo de paz. Ning¨²n partidario del pacto con las FARC le respondi¨® porque si uno aceptara esa culpa entonces tambi¨¦n tendr¨ªa que llevarse el cr¨¦dito por los 7.000 combatientes que entregaron los 9.000 fusiles a la ONU, por los 188 municipios libres de minas antipersonal, por la reducci¨®n del 97% en la cifra de soldados heridos en el conflicto. Quiz¨¢s habr¨ªa sido justo responderle lo que estoy diciendo: que luego del acuerdo s¨®lo los locos gritan ¡°?hay que acabar con las FARC!¡±, porque ya fue, y es imposible no ver esta omnipresente guerra de las drogas, de las canteras, de las tierras.
Fue esta guerra la que sigui¨® cuando los paramilitares desmovilizados dejaron libres sus zonas a los clanes de la droga que a¨²n matan al que pase por ah¨ª. Fue esta guerra el monstruo que mand¨® a la l¨ªder Doris Valenzuela, que en 2014 denunci¨® las llamadas ¡°casas de pique¡± en Buenaventura, a morir la semana pasada acuchillada por su pareja en una calle de Murcia, Espa?a. Esta guerra es lo que enrarece la campa?a presidencial, claro, pues la derecha uribista celebra los reveses de la implementaci¨®n de los acuerdos como si quisiera que Colombia siguiera siendo esta naci¨®n acorralada por terratenientes despiadados y atrapada en una l¨®gica montada por los gringos. Esta guerra es el clima que sigue permitiendo a esos corruptos que, como si no bastara y seg¨²n se descubri¨® en estos d¨ªas, han estado tratando de robarse la plata para la paz.
El acuerdo con las FARC, que durante medio siglo fue imposible, no trajo ni exacerb¨® esta guerra por la espalda. Puede lograr, eso s¨ª, que ninguna causa le sirva de excusa a ninguna violencia, ning¨²n crimen pueda considerarse fuente de financiaci¨®n de ninguna ideolog¨ªa y ning¨²n asesinato pol¨ªtico consiga ser reducido a ¡°gajes del oficio¡±. Yo lo sigo celebrando como un giro inesperado.
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