La pobreza extrema vuelve a lastrar a Brasil
Tras a?os en los que pareci¨® que se estaban erradicando definitivamente, las situaciones de miseria aumentan
El 14 de mayo de 2017 Maria Silva Nunes, una sexagenaria negra con gesto de agotamiento en la cara, cay¨® de la clase social m¨¢s baja de Brasil a la pobreza extrema. Era el D¨ªa de la Madre y su familia, con la que llevaba una vida precaria en Heli¨®polis, la favela m¨¢s poblada de S?o Paulo, se iba a reunir por una vez para celebrarlo. Estaban sus tres hijas: la enfermiza que a¨²n viv¨ªa con ella, la que hab¨ªa empezado a tener hijos con 16 a?os e incluso la que est¨¢ en la c¨¢rcel, que disfrutaba el tradicional indulto de 24 horas que el Gobierno brasile?o concede a las mujeres presas el D¨ªa de las Madres. El d¨ªa empez¨® bien y acab¨® en el extremo contrario. ¡°Fabiana, la del medio, parec¨ªa que se hab¨ªa quedado dormida en una silla, como cansada de tanto ni?o y tanta fiesta, pero no estaba dormida, estaba muerta¡±, recuerda hoy Maria Silva desde la mesa del comedor de un colegio. No revela la causa de la muerte: aprieta los labios tan fuerte que casi se le dibuja una sonrisa grotesca, esperando a la siguiente pregunta. ¡°Estaba muerta, ten¨ªa la barbilla en el pecho. Muerta¡±.
Empezaron a precipitarse las reacciones y cada una fue minando un poco m¨¢s la vida de Mar¨ªa Silva a sus 63 a?os. El marido de la difunta y padre de sus tres hijos se llev¨® a uno de ellos y desapareci¨®. Dej¨® a los otros, de 16 y 12 a?os. Mar¨ªa Silva tuvo que adoptarlos a una edad a la que otras mujeres se jubilan. Con la hija muerta se hab¨ªa ido el dinero que esta le daba. Hay meses en que solo consigue 60 reales (14 euros): son los meses en los que Maria Silva sale a la calle a rebuscar comida en la basura. Cualquier d¨ªa, teme, le cortan la luz. ¡°Debo 583 reales (136 euros) en recibos¡±, calcula. Y cuando suceda, el inevitable paso siguiente ser¨¢ quedarse sin la casa. Ese D¨ªa de la Madre, Maria Silva perdi¨® una hija y cualquier red que le impidiese despe?arse por lo m¨¢s hondo. ¡°Todo se volvi¨® dif¨ªcil. Y contin¨²a dif¨ªcil¡±, suspira. ¡°No tengo a nadie. Aqu¨ª solo estamos yo y Dios¡±.
Maria Silva ha tropezado en una de las peores rendijas de la estad¨ªstica brasile?a actual: el 11% de aumento en la pobreza extrema desde finales de 2016, un agujero negro por el que cayeron un mill¨®n y medio de brasile?os en 2017, en un pa¨ªs que hasta hace poco era una autoridad mundial en la erradicaci¨®n de la miseria. La FAO calcula que Brasil acab¨® con el 75% de la pobreza extrema en una espectacular racha entre 2001 y 2012. Pero en 2016 la din¨¢mica cambi¨®. Los n¨²meros empezaron a subir de nuevo, de 13,34 millones de personas en pobreza extrema a comienzos a 2017, a 14,83 a finales, seg¨²n un informe divulgado por el Instituto Brasile?o de Geograf¨ªa y Estatistica. Entre medias est¨¢ la tremenda recesi¨®n que sacudi¨® el pa¨ªs en 2014 y de la que est¨¢ empezando a salir, muy t¨ªmidamente, solo ahora.
Las ra¨ªces de la miseria
Esa recesi¨®n es la culpable de esos p¨¦simos datos, en opini¨®n de quienes han estudiado el desarrollo de la econom¨ªa estos a?os. ¡°Aquella ca¨ªda de la pobreza se explica por la mejora del mercado laboral, el cual se ha vuelto a deteriorar ¨²ltimamente porque todo el mundo est¨¢ m¨¢s apretado de dinero. Hay m¨¢s gente cobrando menos y trabajando sin contrato¡±, opina el economista Fernando Gaiger, que investiga pobreza y desigualdad para el Instituto de Pesquisa Econ¨®mica Aplicada. ¡°Alguien sin contrato pierde el empleo y despu¨¦s la casa y luego se va a la calle. De una hora para otra cambia todo. Se nota hasta paseando por cualquier ciudad: hay m¨¢s indigentes. Los efectos de las reformas de Temer no los empezaremos a ver hasta finales del a?o que viene¡±.
A unas puertas de distancia de la casa de Mar¨ªa Nunes hay una mujer, veintea?era, de complexi¨®n ancha y la camiseta llena de manchas, que nunca se imagin¨® m¨¢s pobre de lo que creci¨®. Priscila Mourilo viv¨ªa en Diadema, una ciudad de clase media baja a las afueras de S?o Paulo, donde su padre trabajaba en una imprenta. Sin contrato ni lujos, pero pod¨ªa vivir. ¡°Yo entraba, sal¨ªa¡ Era una mujer libre¡±, recuerda hoy. Ya en el futuro, como todo el mundo o¨ªa aqu¨ª en la d¨¦cada pasada, todo ser¨ªa mejor. Luego ver¨ªa que era una v¨ªctima m¨¢s de esa cuesti¨®n laboral.
Priscila se enamor¨®, se vino a vivir a Heli¨®polis, de donde era su novio, y tuvo dos hijos. El novio desapareci¨® y los ni?os mostraron un comportamiento m¨¢s peculiar cada a?o: ¡°El mayor tiene una deficiencia leve. El peque?o tiene siete a?os y yo creo que tambi¨¦n. No se queda quieto, es impulsivo, no sabe cerrar un bot¨®n de la camisa, no se limpia cuando va al ba?o¡¡±, cuenta, retorciendo los pu?os en sus muslos. A su lado est¨¢ Mia, el gato que tienen para que detenga a las ratas que infestan la casa. Es de su suegra y Priscila se queda all¨ª gratis. No puede ponerle pegas.
Porque Priscila no puede trabajar, tiene que vigilar a los ni?os. No puede pedirle dinero a su padre porque le echaron de la imprenta cuando la econom¨ªa empeor¨® y, al no tener contrato, no pudo cobrar pensi¨®n. Hace dos a?os se qued¨® embarazada una tercera vez, del mismo novio, que volvi¨® a desaparecer. ¡°Y empec¨¦ a pasar miedo. Miedo y hambre¡±.
?El padre de los hijos, el ausente, no trabaja? ¡°Ay mozo, buena pregunta. Vende papel de la calle a plantas de reciclaje. No tiene dinero¡±. Y a?ade, no sin cierta verg¨¹enza: ¡°Nos estamos dando otra oportunidad¡±.
?Sabe c¨®mo saldr¨¢ adelante el mes que viene? ¡°Peleando. Mas all¨¢ de eso no da para saber. El futuro no iba a ser as¨ª¡±.
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