Un hogar en las alturas para los ¡®okupas¡¯ brasile?os
El colapso de un rascacielos abandonado en S?o Paulo muestra la pobreza de miles de familias sin vivienda
Lorraine, una mujer transexual de 37 a?os, ha visto muchas cosas en los a?os que lleva ejerciendo la prostituci¨®n en S?o Paulo, pero nunca esto. Su casa, en pleno centro de la principal ciudad de Am¨¦rica Latina, se ha convertido en una monta?a de escombros coronada por una columna de humo blanco. ¡°Lo he perdido todo¡°, cuenta con un hilo de voz grave, sentada en las escaleras de una iglesia cercana. A¨²n tiene las u?as, los labios y las cejas pintadas. Est¨¢ rodeada de cajas de leche y bolsas de basura llenas de donativos que han ido trayendo los feligreses. ¡°He perdido mis cosas, mis documentos, mi casa. He perdido la vida¡±.
Hay docenas de personas como ella en la entrada de la iglesia. La misma cara de derrota, los ojos enrojecidos. Son algunas de las 372 personas que viv¨ªan en uno de los rascacielos okupados del centro de S?o Paulo hasta que, la madrugada del 1 de mayo, se derrumb¨®. Fue la imagen m¨¢s espectacular que haya dado la ciudad en a?os: 24 plantas de metal y hormig¨®n, del caracter¨ªstico estilo internacional paulistano, se desplomaron sobre el suelo, envueltas en llamas, en cuesti¨®n de segundos. Casi todos los inquilinos se salvaron, pero solo porque el incendio que acab¨® provocando el derrumbe fue lento y los bomberos tuvieron tiempo de desalojar. El viernes, encontraron un muerto entre los escombros pero no esperan que haya muchos m¨¢s. Mientras, las 171 familias que han sobrevivido, todas de clase baja, se han quedado sin un lugar en el que vivir.
Pero ese no es el ¨²nico problema. Es que todas las vidas que no se han perdido en este incidente podr¨ªan perderse en los que inevitablemente vendr¨¢n, porque si algo no falta en S?o Paulo son edificios que re¨²nen las mismas condiciones lamentables. Rascacielos de aspecto moderno, generalmente inaugurados a bombo y platillo durante el llamado boom modernista en los cincuenta y sesenta, y que ahora llevan a?os abandonados, sin revisiones ni reformas. Y lo peor de todo: que no est¨¢n vac¨ªos, sino que son el hogar ilegal de miles de familias que han encontrado en ellos la ¨²nica respuesta posible a los desorbitados alquileres de la ciudad y a la desigualdad brasile?a, la mayor en el mundo de un pa¨ªs fuera de ?frica.
Seg¨²n el Ayuntamiento, hay en la ciudad 70 edificios ocupados como este y en ellos viven 5.500 familias. Y una buena parte est¨¢ en el centro, un lugar que atrae a miles de estudiantes de arquitectura de todo el mundo por sus incre¨ªbles construcciones, pero que en realidad es un cementerio de rascacielos abandonados con vocaci¨®n de trampa mortal.
¡°Vivir en estos edificios siempre conlleva un riesgo, pero es que es lo que hay si quieres vivir en el centro. Y una nunca se espera¡ bueno, esto¡±, se?ala Lorraine. En el caso del edificio derrumbado el martes, el Movimento de Luta por Moradia Digna (Movimiento de Lucha por una Vivienda Digna) cobraba un alquiler simb¨®lico a sus inquilinos para mantener un cierto control sobre el espacio. Pero ese pago solo garantiza un techo. Nada m¨¢s.
Como simbolizando este vac¨ªo, est¨¢ Lorraine est¨¢ Leandro Renitz Oliveira, de 29 a?os, rubio, con los ojos achinados. Tambi¨¦n ha perdido su casa. ¡°Y mi tele, mi cocina, y mi mesa¡¡±, solloza. Sentado en el suelo no muy lejos de Lorraine, muestra a quien se le acerque un cartoncito con varios sellos, uno por cada mes de alquiler pagado por vivir all¨ª con su mujer. ¡°?Ves? Est¨¢ todo en orden¡±, insiste, esgrimiendo el cartoncito desgastado, como un pasaporte de un pa¨ªs que ya no existe.
El juego de responsabilidades por estos 70 edificios ha sido uno de los momentos menos admirables de la pol¨ªtica brasile?a en lo que va de a?o. Algunas construcciones, como la derrumbada, son del Gobierno federal, otras del Estado y otras del Ayuntamiento. En este caso, el Gobierno se defiende alegando que, por mucho que el rascacielos fuese suyo, hab¨ªa entregado la propiedad al municipio a finales de 2017. La patata caliente es pues suya. El alcalde, Bruno Covas, que acaba de heredar el cargo tras la salida repentina del anterior alcalde, encaj¨® el golpe con una candidez casi entra?able: ¡°Tenemos la sensaci¨®n de que tal vez pudi¨¦semos haber hecho alguna cosa para evitar esto¡±, dijo.
D¨ªas despu¨¦s anunci¨® que iba a revisar los 70 edificios abandonados. Es el primer paso a un mundo lleno de problemas: hay mafias que no representan a ninguna asociaci¨®n pero que cobran por vivir en ciertas construcciones. Otras fueron abandonadas antes de ser terminadas, y en ellas vive gente que habr¨¢ que reubicar. Y, mientras, hay que saber qu¨¦ hacer con Lorraine, con Leandro y los dem¨¢s supervivientes del accidente. ¡°Nos llevan a un albergue hoy, vale¡±, comenta Lorraine. ¡°?Y d¨®nde dormimos ma?ana?¡±.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.