Una ¡®esclava¡¯ del siglo XXI en Washington
La malau¨ª Fainess Lipenga estuvo retenida tres a?os en un s¨®tano cuando trabaj¨® de empleada dom¨¦stica para una diplom¨¢tica
Hay una leona en la sala. Una sobreviviente. Una abusada. ¡°As¨ª luce una guerrera¡±, dictamina Fainess Lipenga, de 39 a?os, mientras mueve los brazos de arriba hacia abajo para ense?ar sus casi dos metros de altura. Tiene ganas de hablar. De contar lo que esconden sus cicatrices. De ser la ¨²ltima protagonista de una historia sobre la esclavitud contempor¨¢nea. La malau¨ª, que luce un largo vestido rojo, pendientes dorados y los p¨¢rpados sombreados en tonos lila, regala una sonrisa con la misma facilidad con que se le rompe la voz al recordar. ¡°Me trataron como un perro, he atravesado el infierno¡±.
Cuando Lipenga era una veintea?era, viv¨ªa en su natal Malaui y trabajaba de empleada dom¨¦stica de Jane Kambalame, una funcionaria del Gobierno. En 2004, en uno de esos d¨ªas en que cambia la vida, a su jefa la eligieron para desempe?ar un cargo de diplom¨¢tica en la Embajada de Estados Unidos. Ella le ofreci¨® irse a Washington con su familia. Lipenga, que hab¨ªa estudiado hasta octavo grado y no sab¨ªa hablar ingl¨¦s, dijo que s¨ª con la ilusi¨®n de una ni?a. Firm¨® un contrato sin entender una palabra. El documento estipulaba un salario mensual de 980 d¨®lares, dos d¨ªas de descanso a la semana, vacaciones y el pago de horas extras.
Una vez instalados en Maryland, a media hora de Washington DC, Kambalame le orden¨® a Lipenga que durmiera en el s¨®tano para no ¡°contaminarlos¡±. Los horarios acordados no se respetaron y al cabo de un tiempo la empleada se vio trabajando desde las 5.30 a las 23.00 por 58 c¨¦ntimos la hora. Su jefa instal¨® un sistema de seguridad con contrase?a al que Lipenga nunca tuvo acceso. Le quit¨® los documentos, no la inscribi¨® en la seguridad social y la dej¨® incomunicada. ¡°Yo escuchaba cuando hablaba con mis padres, pero cortaba el tel¨¦fono cuando sal¨ªa¡±, cuenta a una d¨¦cada de lo ocurrido.
Kambalame le repet¨ªa constantemente a Lipenga que al ser diplom¨¢tica ten¨ªa inmunidad y que pod¨ªa hacer lo que le diese la gana. Los diplom¨¢ticos traen a sus empleados con la visa A3, que est¨¢ directamente relacionada con el nombre del empleador. Ante el desconocimiento de sus derechos, la falta de idioma y el aislamiento al que estaba sometida, Lipenga estaba paralizada. ¡°Yo perd¨ª las ganas de vivir, pero no quer¨ªa morirme en esa casa¡±, sostiene con la voz rota.
Una nevada madrugada de 2007, Kambalame olvid¨® cerrar la puerta de la cochera. Lipenga, que hab¨ªa robado su pasaporte y su contrato, sali¨® para no volver. Logr¨® llegar a un hospital en el que le diagnosticaron tuberculosis y depresi¨®n. Cuando estaba internada, tuvo una visita. ¡°?Adivinas qui¨¦n era? Mi jefa. No s¨¦ c¨®mo supo d¨®nde estaba. Pens¨¦ que era libre, pero segu¨ªa siendo una esclava¡±, describe. Lipenga, tras recuperarse superficialmente, fue derivada a un hogar para indigentes. Kambalame apareci¨® nuevamente. ¡°No s¨¦ c¨®mo lo hac¨ªa. El refugio quedaba a dos horas del hospital¡±, explica tras a?os sin poder resolver la duda.
Finalmente, Lipenga dio con una organizaci¨®n sin fines de lucro de la American University Law School, donde la ayudaron a obtener una visa T, que se otorga a las v¨ªctimas de trata de personas. En 2017 se otorgaron 1.362 visas de este tipo. Hace 10 a?os fueron 544, seg¨²n el Departamento de Salud y Servicios Humanos de EE UU.
En 2014, Lipenga present¨® una demanda contra su exjefa por da?os y perjuicios que incluy¨® incumplimiento de contrato y provocaci¨®n intencional de angustia emocional. "La se?ora Kambalame claramente abus¨® de su posici¨®n de poder sobre la se?ora Lipenga para causarle un severo sufrimiento emocional", dijo el juez. Kambalame, de la que Lipenga lo ¨²ltimo que supo fue de su ascenso a alta comisionada de Malawi para Zimbabwe y Botswana, no respondi¨® ni particip¨® en el caso. Los da?os se establecieron en una multa de 1.101.345 d¨®lares. Eso s¨ª, la v¨ªctima todav¨ªa no ve el dinero. ¡°Mis abogados siguen trabajando en eso¡±, apunta.
En su proceso de ¡°reconstrucci¨®n¡± fue fundamental la ONG Ayuda, que aborda en 360¡ã las necesidades de los inmigrantes. Lipenga sostiene que ah¨ª conoci¨® a las mujeres que le ¡°salvaron la vida¡±. Katherine Soltis, abogada de la instituci¨®n, explica que los inmigrantes, especialmente las mujeres, son objetos frecuentes de abuso laboral porque no saben a d¨®nde ir, no tienen contactos y muchas veces no dominan el idioma. ¡°Es dif¨ªcil conseguir cifras de cu¨¢ntos son porque muchos no llegan a denunciar nunca que son v¨ªctimas de tr¨¢fico laboral, precisamente porque no conocen sus derechos¡±. Eso es lo que quiere cambiar Fainess Lipenga, que ahora es consultora en concienciaci¨®n de explotaci¨®n laboral. Tambi¨¦n asesora a abogados, a funcionarios judiciales, m¨¦dicos, etc. ¡°No es f¨¢cil hablar, yo lo s¨¦. Pero hay que superar los miedos, es el momento de decir basta¡±. Y como una erupci¨®n volc¨¢nica se pone a bailar y cantar una y otra vez el n¨²mero 1-888-373-7888. La l¨ªnea estadounidense contra la trata de personas.
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