El momento de la raz¨®n
Veinte a?os despu¨¦s la revoluci¨®n bolivariana, en t¨¦rminos econ¨®micos y sociales, es un colosal fracaso
Enrique Krauze, historiador e intelectual mexicano, razona en su libro Redentores que la costumbre latinoamericana de sacralizar la historia conduce a relatos nacionales repletos de santos laicos. Dentro de esa tradici¨®n, el caso de Venezuela destaca por su monote¨ªsmo ¡ªla historia venezolana gira en torno a Sim¨®n Bol¨ªvar¡ª y porque la muerte en el exilio del Libertador ha propiciado que la culpa y el mito de la segunda vuelta del Gran C¨®ndor sobrevuelen recurrentemente la historia pol¨ªtica del pa¨ªs.
Hugo Ch¨¢vez conoc¨ªa mejor que nadie esta intrahistoria. Por eso, desde su discurso de toma de posesi¨®n en 1999 anunci¨®, si no con brevedad s¨ª con po¨¦tica franqueza, que Bol¨ªvar, para Neruda el h¨¦roe que despertaba cada cien a?os, era ¡°el faro luminoso¡± de su revoluci¨®n social. Tambi¨¦n advirti¨® que, a diferencia de 1830, el proyecto no descarrilar¨ªa por los desacuerdos ya que en su revoluci¨®n no habr¨ªa sitio para la ¡°farsa democr¨¢tica¡±. No se pod¨ªa hablar m¨¢s claro.
Veinte a?os despu¨¦s la revoluci¨®n, en t¨¦rminos econ¨®micos y sociales, es un colosal fracaso. Y efectivamente Venezuela no es una democracia.
Desde que estall¨® la crisis econ¨®mica de 2014, el PIB se ha reducido a la mitad y la renta per c¨¢pita ha retrocedido a los niveles que ten¨ªa en 1953. Esta recesi¨®n es a¨²n m¨¢s dolorosa cuando se pone en perspectiva regional: hasta 1988 solo Bahamas ten¨ªa una renta per c¨¢pita superior a la venezolana, pero hoy el 90% de la poblaci¨®n de Latinoam¨¦rica y el Caribe vive en pa¨ªses con ingresos per c¨¢pita superiores a los venezolanos. Mientras Latinoam¨¦rica constru¨ªa su clase media, Venezuela la destruy¨®. La prueba es el sobrecogedor aumento de la pobreza. El 91% de los venezolanos vive hoy por debajo de los umbrales de pobreza, y de ellos, 21 millones padecen pobreza extrema.
Este colapso econ¨®mico no es consecuencia de ning¨²n desastre natural, ni de ning¨²n enfrentamiento b¨¦lico, ni del pago de ninguna indemnizaci¨®n de guerra. La destrucci¨®n econ¨®mica de Venezuela es el resultado de las pol¨ªticas econ¨®micas insostenibles y regresivas que el pa¨ªs ha aplicado desde hace dos d¨¦cadas.
Andr¨¦s Velasco escribiendo sobre la crisis venezolana comentaba que su desarrollo le recordaba al personaje de Hemingway que en Fiesta respond¨ªa que ¨¦l se hab¨ªa arruinado de dos formas: primero gradualmente y despu¨¦s de golpe.
As¨ª ocurri¨®. Entre 1999 y 2009, Venezuela, gracias a su petr¨®leo y al endeudamiento internacional, creci¨® al 3,1%, tres d¨¦cimas m¨¢s que la regi¨®n. Esa prosperidad tap¨® las adversas consecuencias que sobre los incentivos, la eficiencia y la productividad de la econom¨ªa ten¨ªan las m¨²ltiples regulaciones, los precios administrativamente fijados o la vulneraci¨®n de los derechos de propiedad. Adem¨¢s, los elevados precios del petr¨®leo opacaron las consecuencias de la desprofesionalizaci¨®n y las menores inversiones de una PDVSA ahora tambi¨¦n encargada de financiar y gestionar parte de la agenda social del Gobierno. Y tampoco hubo ning¨²n intento cre¨ªble para reconducir la din¨¢mica explosiva de unas finanzas p¨²blicas en las que los ingresos apenas supon¨ªan un 17% del PIB frente a un gasto p¨²blico del 35% del producto.
Pero a partir de 2012, la ca¨ªda de la producci¨®n petrolera a 1,1 millones de barriles diarios y el fin del superciclo de materias primas, afloraron de golpe todas las fragilidades econ¨®micas acumuladas.
Entre 2013 y 2017, los ingresos por exportaciones cayeron un 58%, al tiempo que los mercados ¡ªincluidos Rusia y China, que le hab¨ªan prestado generosamente usando el petr¨®leo como garant¨ªa¡ª cerraron el grifo de la financiaci¨®n. La falta de divisas desplom¨® las importaciones ¡ªcayeron m¨¢s de un 76%¡ª y sin ellas la producci¨®n interna colaps¨®. Poco despu¨¦s, con una deuda externa equivalente a seis veces el valor de sus exportaciones, Venezuela entr¨® en default.
Durante alg¨²n tiempo todav¨ªa se trat¨® de mantener la ficci¨®n incurriendo en un d¨¦ficit p¨²blico que en 2017 lleg¨® al 30% del PIB. Pero la financiaci¨®n monetaria de ese descomunal desequilibrio presupuestario, como era previsible, aceler¨® la tasa de inflaci¨®n y en septiembre de 2017 estall¨® un proceso hiperinflacionario que ha acumulado en los ¨²ltimos 24 meses aumentos de precios superiores al mill¨®n por ciento. Aunque los problemas ven¨ªan de lejos, la quiebra, el default y la hiperinflaci¨®n se hab¨ªan consumado de golpe. La pregunta es ahora qu¨¦ se puede hacer.
La respuesta es obvia. Venezuela tiene que desandar el camino que le ha conducido a la actual cat¨¢strofe: reconstruir su democracia, volver a confiar la asignaci¨®n de recursos a los mercados y dise?ar pol¨ªticas sociales sostenibles que realmente mejoren las condiciones de vida de los m¨¢s d¨¦biles.
Ninguna de ellas son misiones sagradas que se puedan encomendar a los h¨¦roes, y menos a los que ya est¨¢n muertos. Todas ellas son tareas que tienen que hacer los venezolanos vivos, partiendo de un diagn¨®stico realista de d¨®nde est¨¢n y con qu¨¦ cuentan.
La lecci¨®n m¨¢s relevante de las ¨²ltimas semanas es el destacado papel que en la transici¨®n juega la comunidad internacional. El amplio reconocimiento internacional de Juan Guaid¨® ha concedido la iniciativa a quien hasta ahora era una oposici¨®n heroica, pero poco eficiente. El aval de la calle, la firmeza con la que ha defendido que el ¨²nico camino posible es la celebraci¨®n de elecciones libres y limpias, su inteligente estrategia de crear los incentivos necesarios para que sean posibles ¡ªamnist¨ªa a los militares, promesa de facilitar el exilio de Maduro y compromiso de proporcionar ayuda humanitaria inmediata a la poblaci¨®n¡ª, combinada con la congelaci¨®n de los activos en EE UU de PDVSA, son buenos augurios. Pero la situaci¨®n actual no es el fin, sino como mucho el comienzo del principio del fin del autoritarismo en Venezuela.
De todos los errores posibles, el m¨¢s t¨®xico ser¨ªa que la solidaridad internacional se convirtiera en injerencia. En Latinoam¨¦rica, las intervenciones extranjeras han ocurrido de verdad y, en la mayor¨ªa de las ocasiones, para mal. Tampoco parece aconsejable desconocer que la revoluci¨®n bolivariana mantiene sus partidarios ¡ªpor convicci¨®n, intereses o miedo¡ª y tiene capacidad para alterar los planes democr¨¢ticos del nuevo Gobierno. Aunque sean los primeros que saben que la defensa numantina de la revoluci¨®n es poco probable, no se debe asumir que no van a jugar ning¨²n papel en el futuro del pa¨ªs.
En t¨¦rminos econ¨®micos lo imprescindible es evitar que la miseria siga avanzando, algo que solo puede lograrse si la estabilizaci¨®n de la econom¨ªa viene acompa?ada de financiaci¨®n internacional y de un plan de ayuda humanitaria dimensionado a la gravedad de la emergencia social del pa¨ªs. Igualmente es necesario parar la hiperinflaci¨®n, algo que no se conseguir¨¢ hasta que se elimine de forma cre¨ªble la monetizaci¨®n de los d¨¦ficits p¨²blicos.
Tampoco en econom¨ªa funcionar¨¢ la magia. Venezuela necesita que la comunidad internacional le preste cuantiosos recursos financieros. Pero como Ricardo Hausmann y Miguel ?ngel Santos llevan tiempo insistiendo, es poco probable que las multilaterales puedan comprometer esos recursos sin que medie no solo un programa de estabilizaci¨®n y reformas estructurales, sino tambi¨¦n una reducci¨®n del valor de la deuda externa que acelere la vuelta al crecimiento y la solvencia externa de Venezuela. Aunque Venezuela cuenta con su petr¨®leo, ser¨ªa ingenuo infravalorar las tensiones que rodear¨¢n la alineaci¨®n de los intereses de acreedores tan diversos como Wall Street, China y Rusia.
No va a ser f¨¢cil, ni corto. Por eso hay que empezar cuanto antes. El tiempo de la ret¨®rica se ha acabado. Ahora hay que hacer. Y para ello el delirio de los h¨¦roes debe dejar paso a la raz¨®n y al pragmatismo de los pol¨ªticos dem¨®cratas. Por eso deben irse.
Jos¨¦ Juan Ruiz es t¨¦cnico comercial y economista del Estado
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.