Baltimore, atrapada en ¡®The Wire¡¯
La marginaci¨®n, el fracaso escolar, las drogas y los abusos policiales disparan las muertes violentas en la ciudad escenario de la serie televisiva
Estados Unidos tiene una herida abierta al costado derecho. Es Baltimore, que no deja de sangrar. Una ciudad donde el ritmo lo marca el estruendo de los tiroteos: en dos horas murieron tres afroamericanos que no conocieron la edad adulta. Fue un mi¨¦rcoles del pasado febrero, pero podr¨ªa haber sido un lunes de marzo o un viernes de abril. Poco importa en la localidad de 610.000 habitantes -similar al ¨¢rea metropolitana de Murcia- que no ha logrado encadenar ni una semana sin v¨ªctimas por homicidio en lo que va del a?o. Van 71 y contando. ¡°Los negros nacemos en c¨®digos postales que determinan que vamos a morir antes porque el sistema escolar est¨¢ destruido, porque no hay comida sana alrededor, porque nadie invierte en nuestros barrios¡±, explica Erricka Bridgeford, activista que ha perdido a su hermano, un hijastro y dos primos por la violencia de armas.
De los nombres que aparecen a diario en la secci¨®n de sucesos de los peri¨®dicos locales hay uno que la poblaci¨®n negra de Baltimore (64%) no es capaz de olvidar: Freddie Gray, un afroamericano de 25 a?os que fue arrestado sin justificaci¨®n en 2015. Mientras estaba bajo custodia policial sufri¨® lesiones en la m¨¦dula espinal que lo dejaron en coma. Una semana despu¨¦s de la detenci¨®n, un 19 de abril, muri¨®. Su asesinato en manos de la polic¨ªa -como lo calific¨® la Fiscal¨ªa, aunque no hubo condenados- desmoraliz¨® a la comunidad y marc¨® un punto de inflexi¨®n en los ¨ªndices de homicidios.
Los agentes recibieron la orden de disminuir los arrestos, lo que dio pie a que se propagara la violencia. Ese a?o Baltimore registr¨® 342 v¨ªctimas, la tasa per c¨¢pita m¨¢s alta de su historia, que en cifras absolutas fueron casi las mismas que Nueva York -trece veces m¨¢s poblada-. El despunte del crimen suscitado por los abusos de la polic¨ªa hace cuatro a?os no ha cesado hasta ahora, en una ciudad que en 2011 celebraba su menor tasa de homicidios en las ¨²ltimas cuatro d¨¦cadas.
La zona oeste de la ciudad portuaria es el rostro deslavado de la desindustrializaci¨®n. Los edificios en bloque de ladrillos derruidos lucen ventanas rotas, puertas de planchas de madera, y en una que otra esquina se aprecian velas peque?as, unos globos desinflados o alguna imagen religiosa que recuerdan que ah¨ª muri¨® alguien. ¡°Las madres no quieren que el tel¨¦fono suene por las noches¡±, afirma Sonya Chapple, de la Red de Familiares Sobrevivientes. La noche del pasado 26 de septiembre el tel¨¦fono de Treshawna Williams, de 49 a?os, son¨®. Era la madre de su expareja. Desde hace a?os que no se dirig¨ªan la palabra. Le dijo que fuera inmediatamente a su calle, en la que Justin, su ¨²nico hijo, sol¨ªa deambular. Cuando Williams lleg¨® al sitio apenas distingu¨ªa las cintas amarillas que formaban un cerco en medio de la oscuridad de una cuadra sin farolas. ¡°No dejaba de pensar ¡®no hay ning¨²n param¨¦dico¡¯. Un polic¨ªa me detuvo y me dijo: ¡®Este no es su hijo, usted no es de aqu¨ª¡¯¡±.
Pero s¨ª era Justin, de 28 a?os, afroamericano. Seg¨²n el detective recibi¨® 21 disparos. El primero por la espalda. ¡°Lo tuve a los 19 a?os, crecimos juntos¡±, explica Treshawna en una plaza, mientras su nieta de cuatro a?os revolotea alegre entre los bancos.
Balas perdidas
Su hijo hab¨ªa cumplido una condena de tres a?os por tenencia il¨ªcita de armas nueve meses antes de su asesinato. ¡°Cada vez que abro la puerta de mi casa tengo miedo. No creo estar a salvo yo ni mi nieta, a cualquiera le puede llegar una bala perdida¡±, confiesa la mujer. Un mes despu¨¦s del homicidio, el detective le solt¨® que no habr¨ªa detenidos por falta de testigos. ¡°La polic¨ªa est¨¢ sobrepasada. Cada vez que hablaba con el detective me preguntaba que cu¨¢l era yo y qui¨¦n era mi hijo¡±, lamenta, incapaz de sobreponer la impotencia a su dulzura. A Justin lo mataron un jueves. Una semana despu¨¦s ya hab¨ªa otras 21 v¨ªctimas de homicidio en Baltimore.
¡°Los principales problemas de la polic¨ªa en este momento no son solo los delitos violentos¡±, explica Jessica Anderson, periodista de sucesos del Baltimore Sun. En esa secci¨®n del mismo peri¨®dico trabaj¨® David Simon, creador de The Wire, la serie criminal por excelencia localizada en Baltimore. En poco m¨¢s de un a?o el Departamento de la Polic¨ªa ha tenido cuatro jefes. Uno de ellos, Darryl De Sousa, fue sentenciado a finales de marzo a 10 meses de c¨¢rcel por evasi¨®n fiscal. Tras la muerte de Gray y las protestas que la sucedieron, el Departamento de Justicia investig¨® el comportamiento policial y encontr¨® un excesivo uso de la fuerza, acoso y detenciones arbitrarias contra los afroamericanos. En 2017 se aprob¨® un paquete de reformas para un trato policial justo, cuya aplicaci¨®n es supervisada por un ente independiente.
Todos los domingo la Iglesia presbiteriana First & Franklin pende fuera del templo un lienzo p¨²rpura por cada asesinado de esa semana. El a?o pasado colgaron 309, se solapaban unos con otros en la cuerda de tender. El ¨²ltimo fin de semana de marzo un grupo liderado por el reverendo Robert P. Hoch y familiares de las v¨ªctimas fueron a dejarlos al Departamento de la Polic¨ªa. El oficial de alto rango Jeffrey Featherstone, blanco, recibi¨® una a una las cintas mientras le¨ªan los nombres de las v¨ªctimas. A su lado, un oficial afroamericano lo acompa?aba. Cuando las voces se elevaron al son de Amazing Grace, Featherstone permaneci¨® en silencio, no as¨ª su compa?ero. Y cuando invitaron a darse las manos para formar un c¨ªrculo y orar por las v¨ªctimas, Featherstone fue el ¨²nico que no encaden¨® las suyas.
-?Qu¨¦ est¨¢n haciendo?-, pregunta un joven curioso
-Homenajeando a las 309 v¨ªctimas de homicidio de 2018-
-?En manos de la polic¨ªa?-, r¨¦plica con absoluta naturalidad
Tori Rose, candidata al Ayuntamiento por el distrito siete, renunci¨® a su cargo en el Gobierno federal para volver a su natal Baltimore y cambiarlo desde las cloacas. En un acto en contra de la violencia organizado por la ONG Baltimore Ceasefire invita a la gente que se ha ido -hay un problema de despoblaci¨®n- a que vuelvan para ense?ar lo que han aprendido. ¡°Lo que tenemos aqu¨ª son ni?os y j¨®venes cuyos padres est¨¢n en la c¨¢rcel y terminan desertando de la escuela y cayendo en las drogas¡±, explica. Dos lacras que arrastra la ciudad: un 13,9% de los estudiantes de instituto desertaron en 2016, casi duplicando la media del pa¨ªs, y cerca del 10% de la poblaci¨®n est¨¢ enganchada a la hero¨ªna, la mayor cifra per c¨¢pita de EE UU. ¡°Si alguien les ense?ara administraci¨®n desde los 14 a?os, si el banco les dejara tener una cuenta sin el permiso de sus padres, si reabri¨¦ramos los centros recreacionales, estos j¨®venes encontrar¨ªan una alternativa a la calle¡±, reflexiona Rose.
Los chicos de los hablan los adultos est¨¢n aburridos, frustrados, se quieren ir. De mayor, Journey Ky, de 10 a?os, quiere ser abogada ¡°para ayudar la gente¡±. Dos de sus t¨ªos est¨¢n en la c¨¢rcel y otros dos han muerto en tiroteos. Le gustar¨ªa vivir en Los ?ngeles o Australia: ¡°Aqu¨ª no me atrevo a salir sola a la calle¡±. A Kemontae Spears, de la misma edad, no le gusta la ciudad porque ¡°la gente se hace mucho da?o sin raz¨®n¡±, reclama mientras hace girar una pelota. Sue?a con ser jugador de la Liga Nacional de F¨²tbol. A Jerome Adams, de 15, ya le cambi¨® la expresi¨®n. Bajo su capucha esconde unos ojos tristes y le cuesta sonre¨ªr. Resignado, cree que se quedar¨¢ en Baltimore, pero aferrado a un hilo de esperanza balbucea que, si se hace rico, le ¡°encantar¨ªa¡± irse.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.