¡°Es como volver a los tiempos de la guerra¡±
Los atentados en Sri Lanka agudizan el temor a divisiones entre las comunidades religiosas
En el exterior de la mezquita Jumma de Kochchikade, en el noroeste de Colombo, un grupo de fieles musulmanes se afana en colocar banderas blancas ¡ªel color del luto¡ª y un gran cartel, que condena los atentados del pasado domingo en Sri Lanka y expresa sus condolencias a las familias: ¡°Seguiremos unidos como una pi?a¡±, concluye. A muy pocos metros, a la vuelta de la esquina, la familia de Ravindran Fernando, de 61 a?os, le est¨¢ dando su ¨²ltimo adi¨®s. El se?or Fernando muri¨® en la explosi¨®n de la vecina iglesia de San Antonio, una de las 359 v¨ªctimas mortales de la cadena de ataques que ha dejado tambi¨¦n m¨¢s de 500 heridos.
Los alrededores de la iglesia son un laberinto de callejones, en un barrio tradicional de Colombo. Aqu¨ª hab¨ªan convivido sin problemas cat¨®licos, hind¨²es, budistas y musulmanes. San Antonio, fundada hace 175 a?os y que lleg¨® a ser visitada por el papa Juan Pablo II por su reputaci¨®n, sol¨ªa ser visitada por gente de todas las religiones por su fama de milagrosa. Ahora, el ambiente ha cambiado. La mezquita Jumma lleva cerrada a cal y canto desde el domingo; ning¨²n vecino saluda a los imanes que han salido a supervisar la colocaci¨®n del cartel; los cl¨¦rigos vuelven a meterse en la mezquita apenas todo est¨¢ listo, teniendo buen cuidado de cerrar la verja.
¡°Los que cometieron esas atrocidades quiz¨¢ se describ¨ªan como musulmanes, pero para nosotros no lo son. No aceptamos que se mate a gente¡±, asegura el im¨¢n responsable de la mezquita, Nawaz Deen, un hombre menudo y de larga barba blanca.
Pero otros vecinos admiten que no pueden mirar con los mismos ojos la mezquita despu¨¦s de los atentados. Que el ¡°seguiremos unidos¡± que se proclama desde la verja de la Jumma puede ser demasiado optimista. ¡°Estoy furioso¡±, admite John Anthony, de 58 a?os y propietario de una empresa de exportaci¨®n de pescado. ¡°Por supuesto que las relaciones entre las comunidades van a cambiar¡±.
La familia de Fernando ha velado a su padre durante dos d¨ªas. La vivienda es diminuta y las sillas para el velorio se han instalado fuera, a la sombra de la mezquita. ¡°Es dif¨ªcil decir lo que siento, no s¨¦ qu¨¦ decir. Aqu¨ª vivimos todos juntos. Esto es un golpe¡±, dice la religiosa Gratia Fernando, hermana del fallecido.
La conferencia episcopal de Sri Lanka ha pedido calma a los cat¨®licos y que no emprendan acciones de represalia. Un llamamiento que se ha repetido en los funerales por las v¨ªctimas que se celebran desde el lunes.
¡°Somos una comunidad peque?a. En este barrio solo vivimos doce familias musulmanas. Nos conocemos todos desde hace mucho tiempo. Hemos ido a sus iglesias y participado en sus fiestas. No creo que vayamos a recibir represalias de nuestros vecinos¡±, asegura el im¨¢n Nawaz. Inmediatamente despu¨¦s del atentado en San Antonio, ¨¦l y el resto de cl¨¦rigos ayudaron a recoger y limpiar la iglesia; est¨¢ en contacto con los sacerdotes de la parroquia y de otras, y les ha expresado su pesar por lo sucedido. Pero no ha asistido a ning¨²n funeral: ¡°La gente est¨¢ sufriendo a¨²n demasiado dolor. Que fu¨¦ramos podr¨ªa causar incidentes¡±.
Al dolor se suma la preocupaci¨®n sobre la posibilidad de que ocurran nuevos atentados. Este mismo mi¨¦rcoles los servicios de seguridad hicieron explotar una bolsa "sospechosa" en Negombo, otro de los lugares golpeados por los atentados del domingo. El Gobierno ha admitido que contin¨²a la b¨²squeda de posibles participantes en la trama terrorista y no ha descartado que puedan producirse nuevos actos de violencia. ¡°Pedimos a la gente que se mantenga alerta. En los pr¨®ximos d¨ªas todo estar¨¢ bajo control¡±, ha afirmado el viceministro de Defensa, Ruwan Wijewardene.
¡°Es como volver a los tiempos de la guerra [entre el Ej¨¦rcito de Sri Lanka y los guerrilleros de la minor¨ªa tamil Tigres de Liberaci¨®n de Tamil Eelam, cuando los atentados suicidas fueron frecuentes]. Entonces cualquiera que llevara una bolsa pod¨ªa hacer que la gente de alrededor se asustara. Y ahora estamos en lo mismo¡±, se lamenta el marino Derik Croz, mientras espera a que pase el cortejo f¨²nebre de Fernando.
El miedo vuela y los rumores corren. El servicio de correos exige que todos los paquetes se envuelvan delante de alguno de sus encargados. Las escuelas est¨¢n cerradas hasta el lunes. Las iglesias han dejado de celebrar misas hasta recibir el visto bueno del arzobispado. Para evitar que los suyos sean tomados por coches bomba, los conductores dejan un cartel con sus datos cuando aparcan. Aunque eso tampoco termina de tranquilizar a una poblaci¨®n extremadamente nerviosa. ¡°Pueden poner algo en los bajos¡±, comenta Prasad, un conductor, que examina detenidamente los de su coche antes de arrancarlo.
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