Un pulso hist¨®rico
La elecci¨®n de Ursula von der Leyen supone el triunfo de quienes se han comportado cual emperadores austroh¨²ngaros que desean retener la libre designaci¨®n del jefe de Gobierno
La extrema dificultad que ha encontrado el Consejo Europeo para encender la fumata blanca de los nuevos altos cargos de la UE no se explica por el hecho de que fueran varios los nombramientos a realizar. Al contrario, designar un paquete en vez de un solo puesto permit¨ªa alcanzar equilibrios de tipo ideol¨®gico, geogr¨¢fico o de g¨¦nero.
La raz¨®n tampoco reside en que ¨¦ste es el signo de los tiempos. Es verdad que, si ¨²ltimamente resulta tan tortuosa la formaci¨®n de gobiernos en pa¨ªses donde hasta hace poco eran muy r¨¢pidas las investiduras (Reino Unido, Alemania, Espa?a o Suecia), ser¨ªa del todo esperable que esa complejidad se multiplique en el nivel supranacional donde la tendencia a una creciente fragmentaci¨®n pol¨ªtica es todav¨ªa mayor. Pero, a mi juicio, la respuesta a por qu¨¦ han sido tan arduas las negociaciones hay que encontrarla en que, m¨¢s all¨¢ de la relevancia de cinco nombramientos para un quinquenio concreto, se estaban decidiendo reglas para el futuro.
Si asumimos que, mutatis mutandis, la Comisi¨®n ejerce el poder ejecutivo en la UE y que el legislativo est¨¢ formado por el Parlamento (c¨¢mara baja, organizada en partidos) y el Consejo (que hace de c¨¢mara territorial), entonces el Consejo Europeo ser¨ªa una especie de soberano colectivo. Siguiendo esa analog¨ªa institucional, los l¨ªderes nacionales desear¨ªan seguir actuando como si fueran un soberano decimon¨®nico. Es decir, elegir libremente al jefe del Ejecutivo que m¨¢s le plazca y que el parlamento apoye con pocas resistencias los designios del monarca.
Lo interesante es recordar aqu¨ª que, en el tr¨¢nsito del siglo XIX al XX, los parlamentos nacionales (organizados ya en partidos de masas) dejaron de aceptar d¨®cilmente el nombre que propon¨ªa el Rey y empezaron a exigir una investidura parlamentaria del primer ministro. Que el jefe del Ejecutivo emane de las mayor¨ªas pol¨ªticas en el parlamento y no de la voluntad del soberano supon¨ªa arrebatar a ¨¦ste un enorme poder. Muchos reyes (autoritarios) se resistieron. Otros aceptaron la l¨®gica democr¨¢tica de proponer un nombre seg¨²n las elecciones. Y as¨ª fue surgiendo la f¨®rmula de investidura que (con adaptaciones) hoy se usa en todos los pa¨ªses europeos; esto es, el jefe del Estado, conociendo el resultado electoral, consulta con los partidos y propone al candidato con m¨¢s posibilidades de que le vote la mayor¨ªa parlamentaria.
El Tratado de Lisboa viene a sugerir que esa misma pauta se aplicase a la UE. El soberano (Consejo Europeo) mirar¨ªa los resultados electorales y propondr¨ªa un presidente de la Comisi¨®n que pueda conseguir el apoyo de los partidos en el Parlamento. As¨ª que asistimos, un siglo despu¨¦s que en las democracias nacionales, a la misma tensi¨®n institucional entre un soberano (un jefe de Estado colectivo) y un parlamento que est¨¢ organizado en familias de partidos que han designado candidatos (spitzenkandidaten) para el puesto.
La elecci¨®n de Ursula von der Leyen (tras los descartes de Manfred Weber y de Frans Timmermans) supone el triunfo de quienes se han comportado en el Consejo Europeo cual emperadores austroh¨²ngaros que desean retener la libre designaci¨®n del jefe de Gobierno, y la derrota de quienes actuaban como reyes constitucionales belgas dispuestos a ceder ese poder. El pulso lo han ganado por ahora los primeros. Queda la esperanza de que la elegida tenga al menos la habilidad de un buen valido o que los eurodiputados se rebelen y, como sus predecesores hace m¨¢s de cien a?os, den la batalla por una conformaci¨®n m¨¢s r¨¢pida de la UE como democracia parlamentaria.
Ignacio Molina es investigador del Real Instituto Elcano. Este art¨ªculo ha sido elaborado por Agenda P¨²blica para EL PA?S
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