¡°?ramos ni?os jugando a ser sicarios¡±: los hijos de la violencia en M¨¦xico
Una generaci¨®n de j¨®venes que creci¨® con la guerra contra el narcotr¨¢fico toma un papel protag¨®nico como v¨ªctimas y victimarios en la crisis de inseguridad que azota al pa¨ªs
Kevin todav¨ªa estaba en la pubertad cuando se uni¨® a una pandilla de su barrio. Ten¨ªa 16 a?os y hab¨ªa crecido en Ciudad Nezahualc¨®yotl, una de las zonas m¨¢s marginadas y violentas en la periferia de la capital mexicana. Quer¨ªa ser alguien. Quer¨ªa pertenecer a algo. Quer¨ªa respeto. Y eso significaba tener cosas: ropa de marca, un par de zapatos chingones y dinero. La banda ten¨ªa unos 10 miembros, m¨¢s o menos. El mayor no pasaba de los 25 a?os y el m¨¢s chico ten¨ªa nueve. El m¨¢s peque?o era el m¨¢s sanguinario. Nunca mostraba arrepentimiento y pararse a su lado le daba confianza porque sab¨ªa que si alguien se met¨ªa con ellos, el chico lo iba a matar. Primero fue vandalismo y robo. Despu¨¦s fueron drogas, extorsiones a negocios y golpizas. "La idea era meter terror a nuestros rivales", cuenta Kevin, ahora con 20 a?os, que decide hablar con la condici¨®n de que no se d¨¦ a conocer su nombre real. "Todo comenz¨® como un juego, ¨¦ramos ni?os jugando a ser sicarios", recuerda.
Desde diciembre de 2006, tras el estallido de la llamada guerra contra el narcotr¨¢fico en M¨¦xico, hasta el a?o pasado, hubo 278.899 homicidios, seg¨²n el Instituto Nacional de Estad¨ªstica y Geograf¨ªa. De ellos, m¨¢s de un tercio eran hombres menores de 29 a?os y esa ya es la principal causa de muerte para ese grupo de edad. Al rastro de la violencia letal se le une una estela de da?os invisibles que se ceba con una generaci¨®n que ha crecido sobrexpuesta al enfrentamiento abierto entre el Gobierno y los carteles de la droga, y un glosario de neologismos sangrientos: con publicaciones de Instagram y mensajes de Whatsapp sobre encajuelados, levantones?y balaceras.
En la ¨²ltima d¨¦cada, la Organizaci¨®n Mundial de la Salud ha expuesto que la violencia es un problema de salud p¨²blica. Detr¨¢s de la ola de inseguridad se esconden familias destrozadas, rutinas que han cambiado por completo y una gama de trastornos mentales, que van desde la depresi¨®n hasta las adicciones, pero tambi¨¦n da?os f¨ªsicos cr¨®nicos como una mayor propensi¨®n a enfermedades cardiovasculares, diabetes o cambios hormonales y neuronales, seg¨²n una bater¨ªa de estudios internacionales. En un pa¨ªs con una edad mediana de 28 a?os, el foco de los especialistas est¨¢ en los m¨¢s j¨®venes, no solo porque est¨¢n en etapas formativas que los hacen m¨¢s maleables, tambi¨¦n porque son los que se adaptan mejor a su entorno y replican o padecen la violencia a la que est¨¢n expuestos. "Es dif¨ªcil hablar de una generaci¨®n perdida, pero s¨ª podemos decir que es una generaci¨®n muy lastimada", comenta Luciana Ramos, investigadora del Instituto Nacional de Psiquiatr¨ªa Ram¨®n de la Fuente.
En los ¨²ltimos a?os, la prensa mexicana se ha llenado de caras ani?adas como la de Kevin. Hace un mes fue abatido Juanito Pistolas, un sicario de 16 a?os, en Tamaulipas, uno de los Estados m¨¢s peligrosos del pa¨ªs. Esa misma semana, un comando incendi¨® un bar en Coatzacoalcos (al este del pa¨ªs) y bloque¨® las salidas de emergencia para que los asistentes no escaparan. Al menos 30 personas murieron. El principal sospechoso ten¨ªa 29 a?os y dos de sus c¨®mplices, detenidos tras la masacre, ten¨ªan 23. Pero la lista de casos documentados se extiende a por lo menos una d¨¦cada atr¨¢s y no tiene visos de terminar. El propio Gobierno calcula que unos 460.000 menores de edad engrosan las filas del crimen organizado. "Estamos hablando de que cada a?o hay un secuestro de decenas de miles de ni?os y adolescentes a manos del narcotr¨¢fico", apunta Clara Jusidman, presidenta del Centro Tepoztl¨¢n V¨ªctor L. Urquidi.
La explosi¨®n de la violencia estructural desnuda el fracaso del Estado, en un pa¨ªs con poca movilidad social, una desigualdad rampante y m¨¢s de 52 millones de pobres, se?ala Jusidman. "La violencia se ha consolidado como un mecanismo v¨¢lido de resoluci¨®n de conflictos y crea relaciones de poder entre los agresores y las v¨ªctimas, al final de cuentas nadie nace violento, todo se aprende", agrega la especialista.
"Por primera vez me sent¨ª poderoso, estaba con la banda pesada del barrio, los que mataban, vend¨ªan drogas y gobernaban en realidad", cuenta Miguel, sobre su decisi¨®n de unirse con 17 a?os a un cartel que controla la zona norte del Estado de M¨¦xico, en el centro del pa¨ªs. "Despu¨¦s vi por primera vez como torturaban a alguien, le cortaban la lengua, los dedos, las orejas y despu¨¦s se empezaban a carcajear", relata incr¨¦dulo Miguel. "Puta madre, obviamente me dio miedo", confiesa. Cuando le lleg¨® el turno, le temblaba la mano, pero no pod¨ªa mostrar sus sentimientos: "Si no lo hac¨ªa, me mataban a m¨ª".
"Somos una sociedad cada vez m¨¢s sedienta de un espect¨¢culo incrementalmente violento y eso tiene un efecto en los cr¨ªmenes que vemos", se?ala Anel G¨®mez, psic¨®loga de la Universidad Nacional Aut¨®noma de M¨¦xico (UNAM). "Ya no basta con matar, hay que decapitar o disolver en ¨¢cido para llamar la atenci¨®n", apunta Rogelio Flores, investigador de la UNAM. "Se habla mucho de la normalizaci¨®n de la violencia, pero estamos de lleno en una etapa de desensibilizaci¨®n: ya no nos provoca nada, a veces, incluso, nos entretiene", agrega Flores. Y eso hace que el umbral de lo que se puede esperar sea desconocido.
Reclutar a menores supone una ventaja para los carteles, pueden hacer el trabajo sucio y enfrentar penas reducidas. Pero hay tambi¨¦n un juego de masculinidades t¨®xicas que explica en gran parte porque son los hombres quienes asumen el doble papel de v¨ªctimas y victimarios. "Se explota una figura del macho dominante, si lloras, si dudas, si te da miedo, 'no eres lo suficientemente hombre", afirma Saskia Ni?o de Rivera, directora de la organizaci¨®n Reinserta. Y las recompensas son prometidas en ese mismo registro. "Cuando atrapaban a un capo, lo ¨²nico que pensaba era en todas las mujeres y el dinero que ten¨ªan", dice Kevin. "Y al mismo tiempo, no paraban de decirme que era 'un bueno para nada', que 'me iba a morir pobre' y era ese coraje el que usaba para pegar m¨¢s fuerte, para no pensar", agrega. El coraje era el de un ni?o que hab¨ªa padecido abandono de sus padres, de un adolescente que hab¨ªa crecido sin oportunidades y el del hombre que cre¨ªa que deb¨ªa ser. "Esa es la clave de c¨®mo se transmite de generaci¨®n en generaci¨®n", complementa Flores.
Las l¨ªneas que marcan el inicio de la violencia y de las afectaciones en la salud mental de la poblaci¨®n son difusas. Y aunque los efectos son palpables, M¨¦xico a¨²n no conoce la dimensi¨®n del problema, apunta Ramos. "No estamos preparados como pa¨ªs para hacer frente a este problema", lamenta la investigadora. Sin suficiente personal capacitado ni infraestructura ni estrategias de prevenci¨®n ni atenci¨®n a v¨ªctimas y perpetradores.
En una cadena de transmisi¨®n de la violencia machista y familiar a la violencia estructural, tras romper el r¨¦cord de homicidios por segundo a?o consecutivo, los niveles de violencia letal son tan altos que han estancado la esperanza de vida de los hombres del pa¨ªs y han aumentado los a?os bajo la sensaci¨®n de vulnerabilidad en ambos sexos, de acuerdo con una serie de investigaciones de la Universidad de California. "Me salv¨® la vida que me encerraran, quiz¨¢s hubiera terminado en un ata¨²d, como otros", afirma Miguel, que como Kevin, tuvo una segunda oportunidad. Esa chance no lleg¨® para 95.000 j¨®venes que murieron en los ¨²ltimos 13 a?os.
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