Mozambique: de j¨®venes sin futuro a movimiento yihadista
El grupo Al Shabab, que opera en el norte del pa¨ªs, asesina a medio centenar de civiles en el peor ataque de un conflicto que ya suma 900 muertos


Provincia de Cabo Delgado, norte de Mozambique, hace unos diez a?os. Un grupo de j¨®venes de Mocimboa da Praia hace lo que puede. Unos son pescadores, otros se buscan la vida en el comercio informal. Incluso los hay que se arriesgan en el tr¨¢fico ilegal de madera. Nada les sacar¨¢ de pobres. Se sienten frustrados, solos. Se sienten nadie. Hoy, esos mismos j¨®venes armados con fusiles y machetes atacan pueblos y ciudades, decapitan a civiles, secuestran mujeres y ni?os y han provocado unos 900 muertos en los ¨²ltimos dos a?os, despu¨¦s de haberse convertido en un grupo terrorista al que denominan Al Shabab. Entre un momento y otro, un camino de radicalizaci¨®n lleno de desprecios, represi¨®n, influencia exterior ¡ªen financiaci¨®n e ideolog¨ªa¡ª e inacci¨®n del Gobierno. La misma historia de Mal¨ª, Burkina Faso, Nigeria o Somalia calcada en un rinc¨®n de Mozambique.
El peor de sus ataques se ha conocido este martes. Miembros de Al Shabab de Mozambique, tambi¨¦n llamado Estado Isl¨¢mico de ?frica Central (ISCA, seg¨²n sus siglas en ingl¨¦s), asesinaron a medio centenar de j¨®venes del pueblo de Xitaxi, en el norte del pa¨ªs, a principios de abril. ¡°Los yihadistas ejecutaron a los civiles porque estos se negaron a sumarse a sus filas¡±, ha declarado el portavoz de la Polic¨ªa, Orlando Mudumane, seg¨²n han recogido medios locales. En esos mismos combates, los radicales aseguraron haber derribado un helic¨®ptero.
A comienzos de la d¨¦cada pasada surge en esta zona, islamizada desde el siglo IX, una secta radical no violenta. ¡°Eran j¨®venes con v¨ªnculos indirectos con l¨ªderes espirituales de Arabia Saudita, Libia, Sud¨¢n, Argelia y las monarqu¨ªas del Golfo P¨¦rsico¡±, explica Salvador Forquilha, director del Instituto de Estudios Sociales y Econ¨®micos (IESE) de Maputo. Algunos acudieron a estudiar el Cor¨¢n a Tanzania, Kenia y Somalia donde entraron en contacto con las ideas wahabitas. Los v¨ªdeos del predicador keniano Aboud Rogo, que inspir¨® al grupo terrorista somal¨ª Al Shabab y fue asesinado en 2012, les hablaban de la conspiraci¨®n mundial contra los musulmanes, de la necesidad de volver a un Islam m¨¢s puro, del ¡°extremismo correcto¡±.
Al principio eran 50 agitadores. Sin embargo, gracias a la financiaci¨®n de comerciantes tanzanos, al tr¨¢fico ilegal de madera, rub¨ªes, carb¨®n o marfil, a sus crecientes v¨ªnculos con otros grupos de Uganda o la regi¨®n de los Grandes Lagos, la incipiente comunidad empez¨® a florecer. No solo se enfrentaban a los l¨ªderes religiosos locales, los ¡°infieles¡±, sino que ofrec¨ªan microcr¨¦ditos a quienes nunca so?aron con acceder a un pr¨¦stamo. Empezaron a autodenominarse Al Shabab, como sus hermanos somal¨ªes. ¡°El grupo dio a los j¨®venes una sensaci¨®n de seguridad, apoyo y comunidad, satisfac¨ªa sus necesidades emocionales. El Islam se convirti¨® en herramienta para desafiar a las autoridades y construir un nuevo orden social y pol¨ªtico. Muchos se sent¨ªan insignificantes, marginales e incapaces. Ahora, con Al Shabab, pod¨ªan desafiar a sus mayores¡±, explica Forquilha. No solo de Cabo Delgado, de provincias cercanas como Nampula, Niassa o Zambezia llegaban j¨®venes atra¨ªdos por el fulgor de este discurso diferente que atacaba la corrupci¨®n del Estado y de la vieja pol¨ªtica mientras ofrec¨ªa una prosperidad que se les negaba en su d¨ªa a d¨ªa.
Los responsables de las mezquitas acudieron a las autoridades para advertirles de lo que estaba pasando. Sin embargo, el Gobierno, con el frente de la guerra civil todav¨ªa por cerrar, se mostr¨® tibio al considerar que era un asunto religioso en el que no deb¨ªa intervenir. Los choques con los l¨ªderes religiosos y con sus propias familias, amigos y vecinos fueron a m¨¢s. No se sabe cu¨¢ndo decidieron dar el paso a la violencia, pero el trabajo Radicalizaci¨®n isl¨¢mica en el norte de Mozambique realizado por Forquilha y los profesores Joao Pereira y Saido Habibe y publicado por el IESE remite a finales de 2015 para la construcci¨®n de campos de entrenamiento en el bosque y la llegada de combatientes extranjeros, sobre todo tanzanos. La semilla germinaba. Es dif¨ªcil saberlo, pero se cree que hoy pueden ser hasta 2.000 milicianos.
El primer ataque tuvo lugar el 5 de octubre de 2017 en Mocimboa da Praia. En la provincia de Cabo Delgado todos sab¨ªan que se trataba de Al Shabab, mientras el Gobierno desde la lejana Maputo hablaba de una insurgencia sin rostro y sin mensaje. ¡°Las autoridades alimentaron la idea de que est¨¢bamos ante incidentes de perturbaci¨®n del orden p¨²blico, pero era una guerra que estaba empezando. Nunca entendieron la dimensi¨®n del problema¡±, opina el director del IESE y profesor de la Universidad Eduardo Mondlane. Desde entonces, Al Shabab ha llevado al terror a decenas de pueblos, provocando un repliegue del Estado de las zonas rurales. Gran parte del armamento que poseen hoy los terroristas ha sido robado en los cuarteles abandonados a toda prisa o asaltados por sorpresa.
Con un fuerte anclaje local y apoyados tambi¨¦n, como ocurre en el Lago Chad, Mal¨ª, Burkina Faso o N¨ªger, en las reivindicaciones hist¨®ricas de una etnia que se ha sentido siempre marginada, en este caso los Mwani, el movimiento insurgente ha ido ganando capacidad operativa mostrando una crueldad que no se detiene ante campesinos, mujeres o ni?os. Con 900 muertos seg¨²n la ONG Acled y unas 150.000 personas desplazadas de sus hogares parece dif¨ªcil minimizar el problema, pero ocurre. Hace unos d¨ªas, el comandante en jefe de la Polic¨ªa, Bernardino Rafael, dijo que los insurgentes no controlaban ninguna zona y que se trataba de ¡°incursiones criminales¡±. Los investigadores no est¨¢n de acuerdo. ¡°Puede ser que no controlen ninguna gran ciudad, pero est¨¢n en las zonas rurales, cada vez de m¨¢s dif¨ªcil acceso¡±, asegura Forquilha.
Subidos al muro exterior de un edificio oficial hay dos j¨®venes armados, vestidos de militares y con el rostro oculto. Uno de ellos porta una bandera del grupo terrorista internacional Estado Isl¨¢mico (EI) y comienza a hablar en portugu¨¦s y ¨¢rabe mientras un tercero graba con un m¨®vil. De fondo se escucha alguna explosi¨®n. ¡°No queremos un gobierno de infieles, queremos el gobierno de Dios. Esta es nuestra bandera¡±, asegura. Ocurri¨® el pasado 25 de marzo. Los yihadistas tomaron por unas horas las ciudades de Mocimboa da Praia y Quissanga. Al Shabab ha vuelto a mutar y ahora se considera una katiba de la Provincia del Estado Isl¨¢mico en ?frica Central, en un paso decisivo de la batalla por la visibilidad internacional que tambi¨¦n representa una nueva pica clavada por EI en su expansi¨®n por el continente africano.
El 9 de abril, un pu?ado de terroristas vestidos de civiles llegaba a una de las islas del Archipi¨¦lago de Quirimbas, a 7 kil¨®metros de la costa. Al d¨ªa siguiente lanzaron un nuevo ataque. Fallecieron cinco personas, una quemada viva, otra ejecutada de un disparo y las ¨²ltimas tres ahogadas tras arrojarse al mar en un intento desesperado de escapar. El Gobierno ha anunciado la contrataci¨®n de mercenarios sudafricanos para combatir la insurgencia, algo que los expertos consideran un grave error. Hasta ahora, cinco periodistas y activistas de Derechos Humanos que trataban de investigar han sido detenidos por la Polic¨ªa. El informador Ibraimo Abu Mbaruco desapareci¨® el 7 de abril y a¨²n no se tienen noticias de su paradero.
¡°Es una regi¨®n pobre, como lo es todo Mozambique¡±, asegura Salvador Forquilha, ¡°pero lo cierto es que el descubrimiento de gas y petr¨®leo gener¨® unas enormes expectativas en la zona que no se han visto satisfechas¡±. La soluci¨®n, considera, debe pasar por la creaci¨®n de una atm¨®sfera de cooperaci¨®n regional sobre todo con Tanzania y, por supuesto, por el reconocimiento del problema. Sentimiento de discriminaci¨®n ¨¦tnica y de abandono por parte del Estado, fronteras porosas, predicaci¨®n de un Islam radical que aporta soluciones en un contexto de paro y pobreza que convive con grandes recursos mineros, tr¨¢ficos il¨ªcitos que financian las armas y espiral de violencia entre un grupo con fuertes ra¨ªces locales y v¨ªnculos con el yihadismo internacional y un Gobierno que anuncia soluciones militares. La historia se repite.
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