PCC, la hermandad de los criminales
El Primer Comando de la Capital, el grupo m¨¢s poderoso del crimen organizado de Brasil y de Sudam¨¦rica, domina las c¨¢rceles y las favelas adem¨¢s de traficar con drogas. Tiene 35.000 miembros, rituales secretos y una ¡®justicia¡¯ propia que proh¨ªbe matar sin permiso
Judite recuerda con nitidez el primer contacto. Era 2006, ella ten¨ªa 16 a?os y su hermano Artur acababa de morir en el hospital tras un ataque brutal de unos hom¨®fobos cuando el Primer Comando de la Capital (PCC) toc¨® la puerta de su casa. Al abrir vio ¡°un chaval delgadito, de gafas, con cara de nerd¡±.
¡ª?Eres la hermana de Artur? ¡ªpregunt¨®.
¡ªS¨ª, soy yo.
¡ª?Puedo hablar con tu padre?
¡ªS¨ª.
?l sali¨® y pregunt¨®:
¡ª?Qu¨¦ quieres?
¡ªHablar sobre Artur. Sabemos que usted es polic¨ªa, pero venimos a ofrecerle c¨®mo quiere que matemos a los tipos (que mataron a su hijo). ?Me dice c¨®mo?
Judite cuenta que su padre, impresionado, rechaz¨® la propuesta. Confiaba en la justicia de Dios. ¡°Aquel chaval lleg¨® a decir: ¡®Si quiere, grabamos¡¯¡±, recuerda esta brasile?a que creci¨® en Mogi das Cruzes, en la zona metropolitana de S?o Paulo, en uno de esos barrios donde algunos amigos del colegio fuman crack y otros est¨¢n presos o muertos. Esta periodista de 30 a?os prefiere usar ese nombre para protegerse al hablar de la enigm¨¢tica hermandad de delincuentes que domina la vida cotidiana en decenas de prisiones y cientos de favelas de Brasil. El PCC es la organizaci¨®n criminal m¨¢s poderosa de Sudam¨¦rica.
La banda naci¨® en uno de los presidios m¨¢s inhumanos de S?o Paulo, Taubat¨¦, al a?o siguiente de la peor matanza carcelaria de Brasil. Cuando las prisiones brasile?as eran a¨²n peores que ahora. Cada c¨¢rcel ten¨ªa un mandam¨¢s que permit¨ªa violar a la esposa de un preso deudor, abusar sexualmente de los reos m¨¢s vulnerables o repart¨ªa celdas, recuerda Sidney Salles, de 52 a?os, que se alquil¨® una para ¨¦l solo porque quer¨ªa tener encuentros ¨ªntimos. ¡°Los que ten¨ªan m¨¢s dinero viv¨ªan mejor y somet¨ªan a otros¡±, cuenta ahora en su casa de V¨¢rzea Paulista. ¡°Empezaron a cuidar de los reclusos. Personas a menudo vulnerables, que estaban en peligro. Crearon un poder para protegerlas, para que no les pegaran, violaran¡¡±. Salles estuvo preso en la prisi¨®n de Carandir¨² durante seis a?os por atraco. Fue testigo del ascenso del PPC. Pudo cambiar los robos por el p¨²lpito de pastor evang¨¦lico gracias a que sobrevivi¨® a aquella ¨¦poca en la que cualquier disputa carcelaria se resolv¨ªa a pu?aladas o pu?etazos. ¡°Para no ver llorar a tu madre, hac¨ªas llorar a la de otro¡±, dice. Aquel infierno comenz¨® a cambiar con un partido de f¨²tbol que se jug¨® en el patio de la penitenciar¨ªa de Taubat¨¦ el 31 de agosto de 1993, el d¨ªa que naci¨® PCC.
Esa sigla, que suena a partido comunista chino o cubano, es la de un grupo brasile?o del crimen organizado que tiene unos 35.000 ¡°hermanos¡± bautizados en un ritual secreto. Con S?o Paulo como epicentro, est¨¢n repartidos por Brasil y el extranjero. No todos los miembros est¨¢n cortados por el mismo patr¨®n. Unos son empresarios del crimen; otros, obreros. Son leales a la banda, emprendedores. El grupo posee negocios de drogas por unos 100 millones de d¨®lares anuales (sin contar las fabulosas ganancias del tr¨¢fico a Europa), opera en todos los pa¨ªses de Sudam¨¦rica y colabora con mafias al otro lado del Atl¨¢ntico. Esta es la historia de una organizaci¨®n tan peculiar como desconocida fuera de la regi¨®n, que en enero pasado hizo historia en Paraguay cuando sus miembros protagonizaron la mayor fuga carcelaria del pa¨ªs.
El partido de f¨²tbol que jugaron el Primer Comando de la Capital contra el Comando Caipira en 1993 fue el momento fundacional en que el poder cambi¨® de manos en aquella c¨¢rcel, seg¨²n los investigadores. El equipo ganador mat¨® y decapit¨® al preso que dominaba la prisi¨®n y al subdirector. Patearon la cabeza del primero; la del segundo la pincharon en una estaca a la vista de todos, seg¨²n describi¨® Fatima Souza en el libro PCC: A fac??o. Una escena b¨¢rbara, in¨¦dita entonces. Ya no.
Los ocho presos que ganaron el partido forjaron una alianza. Ellos eran hermanos y el enemigo no ser¨ªan otros presos, era el sistema. Las autoridades. Exigir¨ªan que sus derechos fueran respetados. Aceptaban cumplir su pena, pero no tolerar¨ªan que los mataran tras las rejas, que sus parientes fueran vejados o no tener agua para asearse. Lograron convertirse en la voz de los presos ante el Estado. Prosperaron en la delincuencia mientras implantaban sus m¨¦todos de gestionar el negocio y resolver conflictos en los barrios m¨¢s desatendidos.
Celda a celda y calle a calle, el PCC se volvi¨® un poder hegem¨®nico en prisiones y barriadas. Tiene un n¨²cleo duro de 35.000 hermanos bautizados en estos 27 a?os, explica Lincoln Gakiya, un fiscal que los persigue desde 2006 para sentarlos en el banquillo. Adem¨¢s, cientos de miles de personas m¨¢s ¡ªdelincuentes, trapicheros, pero tambi¨¦n limpiadoras, alba?iles, vendedores ambulantes o de telemarketing¡ª siguen sus normas. Viven al ritmo que marca el Primer Comando de la Capital. Lo llaman estar en sinton¨ªa con el PCC (y tambi¨¦n se llaman sinton¨ªa las ¨¢reas de la organizaci¨®n). El crimen organizado anida all¨ª donde el Estado deja espacios.
Su funcionamiento es distinto al de los c¨¢rteles mexicanos, de la mafia italiana y de otros grupos criminales brasile?os, se?alan los acad¨¦micos que lo han estudiado. La organizaci¨®n aplica su propio c¨®digo de justicia, proh¨ªbe el crack en las c¨¢rceles que controla, regula los precios de la droga en S?o Paulo y presume de estar detr¨¢s de la dr¨¢stica ca¨ªda de asesinatos de las dos ¨²ltimas d¨¦cadas en esa megal¨®polis. El fiscal Gakiya a?ade que el PCC controla rutas de tr¨¢fico de drogas desde la producci¨®n hasta la colocaci¨®n en puertos al otro lado del Atl¨¢ntico. Aliados europeos o africanos dan el ¨²ltimo paso: llevarla hasta las narices de los europeos.
Aunque tiene un estatuto y difunde circulares, su funcionamiento est¨¢ rodeado de misterio. Ning¨²n hermano suele admitir ni proclamar que pertenece al PCC. Imposible saber c¨®mo se reconocen entre ellos. Algunos acad¨¦micos destacan sus modos empresariales, otros sus m¨¦todos militares. Para el soci¨®logo Gabriel Feltran, autor del libro Irm?os, uma historia do PCC, funciona como la masoner¨ªa: ¡°Es una sociedad secreta que se organiza con una distinci¨®n muy clara entre el negocio [de cada uno] y la organizaci¨®n pol¨ªtica. Supongamos que somos tres masones. Yo tengo un restaurante, otro tiene un taller de recambios y otro es escritor¡ Cada uno tiene su negocio, no son negocios de la masoner¨ªa. Pero cuando decidimos pertenecer a una hermandad, somos hermanos. Que mi restaurante tenga m¨¢s plata que tu taller no implica distinciones dentro de la hermandad. Es una red de ayuda mutua¡±, explica en su despacho de la Universidad Federal de S?o Carlos, a 240 kil¨®metros de S?o Paulo. Feltran estudia desde hace 15 a?os las din¨¢micas de la banda a trav¨¦s de entrevistas con cientos vecinos de favelas paulistas.
¡°Es una organizaci¨®n ¨²nica que da mucha independencia a sus miembros en sus actividades criminales en el bien entendido de que no ser¨¢n predatorias¡±, coincide Steve Dudley, que estudia el crimen organizado en la fundaci¨®n Insight Crime. Dudley subraya por correo electr¨®nico que el PCC ¡°proh¨ªbe la extorsi¨®n¡±, algo ¡°nada habitual en una organizaci¨®n que ejerce tanto control sobre el territorio en el que opera¡±.
La idea es que si a los hermanos les va bien, al PCC tambi¨¦n. El autor de Irm?os lo describe como una organizaci¨®n notablemente horizontal, pero con posiciones disciplinares y de gesti¨®n que la articulan. Una red entre delincuentes que colaboran y cuyo coraz¨®n son los debates internos ¡ªa veces v¨ªa tel¨¦fono m¨®vil desde prisi¨®n¡ª para consensuar en cada caso la decisi¨®n correcta, siempre seg¨²n sus c¨®digos.
El acad¨¦mico recalca que no hacen negocios con cualquiera. Sus socios ¡°no pueden haber violado, haber matado injustamente (sin su justicia), no pueden haber cometido un error grave en una misi¨®n o no haber sido lo suficientemente fuertes para evitar delatar¡±. Abusar de ni?os, asesinar sin permiso, pertenecer a un grupo rival o entregar a un hermano se paga con la muerte; algunos errores reiterados, con el destierro. Y las primeras faltas, con amonestaciones o multas.
El estatuto del PCC, reproducido en el libro de Feltran, tiene 18 art¨ªculos: los primeros dicen que sus miembros deben comprometerse ¡°a luchar por la paz, justicia, libertad, igualdad y unidad¡± con la vista puesta ¡°siempre en el crecimiento de la organizaci¨®n¡± y con respeto a ¡°la ¨¦tica del crimen¡±.
1
Todos los miembros deben lealtad y respeto al Primer Comando de la Capital, deben tratar a todos con respeto, dando buenos ejemplos que sean seguidos por la masa, y ser por encima de todo justo e imparcial.
2
Luchar siempre por la PAZ, JUSTICIA, LIBERTAD, IGUALDAD y UNIDAD apuntando siempre al crecimiento de la organizaci¨®n, respetando siempre la ¨¦tica del crimen.
Al PCC se entra por invitaci¨®n de al menos dos miembros que ser¨¢n los padrinos del bautizado, explica la antrop¨®loga Karina Biondi, autora del libro Junto e misturado: Uma etnografia do PCC. All¨ª cuenta que el grupo busca candidatos con ciertas habilidades. La principal: un enorme poder de persuasi¨®n. Pero tambi¨¦n buena oratoria y una trayectoria de lealtad al crimen. En la ceremonia de bautismo prometen que la hermandad estar¨¢ por encima de todo. ¡°Varias mujeres me confesaron que se sintieron heridas cuando sus maridos se adhirieron. Dec¨ªan: ¡®Qued¨¦ en segundo plano, prefiere al PCC¡¯¡±, relata por tel¨¦fono Biondi, una profesora de la Universidad Estatal de Maranh?o que hace a?os empez¨® a investigar las din¨¢micas carcelarias del grupo mediante entrevistas a presos y parientes mientras visitaba a su marido, encarcelado por un delito del que fue absuelto.
Biondi explica que la banda abri¨® la puerta a las mujeres, a hermanas, hace unos a?os, pero que a¨²n son pocas porque es muy arduo hacerse un espacio propio en un mundo tan fuertemente machista. El inter¨¦s por incluirlas lleg¨® al punto de organizar una campa?a en la que ofrec¨ªa eximirlas de pagar la cuota mensual si se bautizaban, relata Biondi.
La aportaci¨®n, que ronda los mil reales (200 d¨®lares, 180 euros) y es menor para los miembros encarcelados, sirve para pagar visitas a las prisiones remotas, armas, alimentos para las familias m¨¢s necesitadas o juguetes de Navidad.
Con la vista puesta en mantener a la polic¨ªa lejos y que nada perjudique al negocio de las drogas, el PCC ha creado un sofisticado sistema de justicia propio basado en tres pilares que aplica dentro y fuera de las prisiones: el acusado tiene derecho a defenderse, est¨¢ prohibido matar sin autorizaci¨®n y los veredictos se debaten hasta alcanzar un consenso. Resuelven disputas de toda ¨ªndole, explica Rodrigo, el seud¨®nimo elegido por un cineasta de 42 a?os que vive en Brasilandia, un conjunto de favelas en S?o Paulo con 280.000 vecinos al que no llega el metro y el que acumula m¨¢s muertes por el coronavirus en la ciudad. Pocos respetan ah¨ª la cuarentena porque viven hacinados, necesitan salir a ganarse la vida o no se creen que la amenaza sea tan grave.
En barrios como ese no conf¨ªan en la polic¨ªa, cuenta Rodrigo. All¨ª los conflictos se resuelven al modo PCC. ¡°Todos se arreglan con los hermanos. ?Voy a llamar a la polic¨ªa para resolver mi problema? No, lo llevo al PCC¡±. Es lo que llaman llevar un tema a las ideas. ¡°Es cualquier tipo de problema, desde una violaci¨®n hasta el robo de unas zapatillas de tenis¡±.
Esta hermandad de delincuentes tambi¨¦n resuelve problemas cotidianos, como muestran varios ejemplos que rescata Biondi de sus investigaciones: quejas por un coche mal aparcado que impide el paso; una madre que les pide que hablen con su hijo, enganchado a las drogas; otra que protesta porque el dentista no aparece por el ambulatorio. ¡°Algunos hermanos son m¨¢s atentos con los vecinos, otros no quieren implicarse con problemas de hombre y mujer¡±, dice la acad¨¦mica. ¡°Funciona de manera distinta en cada barrio, depende de qui¨¦n est¨¢ al frente¡±. Y cuando el PCC reh¨²sa implicarse, llegan las cr¨ªticas del vecindario y se oyen quejas como ¡°el barrio est¨¢ abandonado, nadie nos cuida¡±.
Muchas veces, el sistema de la hermandad sustituye a la justicia ordinaria. En enero pasado, cuando la polic¨ªa interrog¨® a Giulia Candido, de 21 a?os, por la muerte de su beb¨¦, y despu¨¦s la dej¨® ir, el PCC asumi¨® el caso a su manera. El beb¨¦ hab¨ªa llegado al hospital sin vida, con marcas de mordiscos en la cara y fracturas en el cr¨¢neo, el t¨®rax, la mand¨ªbula, la nariz y la clav¨ªcula. Para los agentes no hab¨ªa indicios de que ella hubiera participado en la mortal paliza, seg¨²n cont¨® la prensa. Pero Candido fue secuestrada por delincuentes afines al PCC para sentarla ante un tribunal del crimen. Tuvo suerte: la polic¨ªa alcanz¨® a rescatarla con vida. Seg¨²n las autoridades, la organizaci¨®n la hab¨ªa sentenciado a muerte.
Las condenas se cumplen en horas. A diferencia de los jurados populares, estos tribunales de delincuentes no culminan con una votaci¨®n. ¡°Llegan a un consenso, nunca supe de una votaci¨®n¡±, explica Feltran, y cuenta que sus fuentes siempre le han hablado de ¡°debates infernales de horas y horas¡±. El soci¨®logo estudi¨® un caso en el que lleg¨® a haber 40 participantes al tel¨¦fono. Rodrigo, el cineasta, lo describe as¨ª: ¡°Si robabas a un vecino, ibas a las ideas (una especie de juicio), las partes discut¨ªan, ellos (los hermanos) escuchaban y el que estaba equivocado pagaba. Una pierna rota o incluso la muerte¡±. La serie brasile?a Sinton¨ªa, que emite Netflix, recrea uno de estos juicios sin mencionar la sigla de la organizaci¨®n. En una escena, varios criminales debaten de pie, en c¨ªrculo, en una nave abandonada. Un hermano es acusado de matar sin permiso a un yonqui, otro ejerce de fiscal y un tercero que dirige la sesi¨®n telefonea al padrino del primero para que presente los argumentos de la defensa.
Pese a que es un sistema dictado por criminales, el soci¨®logo Feltran recalca que es lo m¨¢s parecido a un sistema de justicia r¨¢pido, eficaz y gratuito en muchas de las barriadas m¨¢s pobres y abandonadas de Brasil. En los 13 a?os que han pasado desde el asesinato hom¨®fobo de Artur, aquel treinta?ero al que su hermana periodista recuerda como alguien ¡°muy moderno, muy diferente¡± que ¡°daba clases de teatro en la favela¡±, nadie ha sido juzgado.
La banda ha alumbrado toda una terminolog¨ªa:
- caxinha (cajita)Cuota mensual
- ComandoPCC.
- Coisa (cosa)Enemigo. Polic¨ªa
- Cu?adasEsposas de miembros del PCC.
- DecretadoCondenado a muerte
- EstatutoC¨®digo de conducta
- FamiliaPCC
- HermanosMiembros del PCC.
- IdeasJuicios para aplicar su propio sistema de justicia
- SalvesCirculares informativas
- Sinton¨ªa general finalLa c¨²pula del PCC, la ¨²ltima instancia
El fiscal Lincoln Gakiya (Presidente Prudente, S?o Paulo, 1966) fue decretado por el grupo criminal por primera vez cuando naci¨® su segundo hijo, hace 15 a?os. ¡°Estaba regresando con mi mujer de la maternidad cuando me avisaron; (mis jefes) me recomendaron pedir un permiso de 15 d¨ªas¡±. El temor convivi¨® con la alegr¨ªa de la llegada del beb¨¦ y las tareas de atender a su otro hijo, cuenta Gakiya en la sede de la Fiscal¨ªa paulistana. Al volver al trabajo quiso conocer la seriedad de la amenaza. ¡°Saber qui¨¦n, c¨®mo, d¨®nde y por qu¨¦ de la amenaza de muerte¡±. As¨ª arranc¨® su persecuci¨®n del PCC.
El hombre que m¨¢s ha investigado al PCC desde la justicia explica que el tr¨¢fico de drogas es el negocio principal del grupo que opera en toda Sudam¨¦rica ¡ªsobre todo en Paraguay y Bolivia¡ª, pero tiene miembros en Estados Unidos, Portugal, Espa?a, Holanda y Reino Unido. ¡°Todav¨ªa venden m¨¢s dentro de Brasil, pero el tr¨¢fico a Europa es un camino sin vuelta porque es un lucro fant¨¢stico con poco riesgo¡±, dice Gakiya. Tanto, que blanquear el dinero es una de las urgencias del PCC. Basta pensar que el gramo de coca que, seg¨²n la Global Drug Survey, se vende en Brasil por 12 euros, en Barcelona est¨¢ a 60 euros y en Berl¨ªn cuesta 78 euros. Solo en Colombia es m¨¢s barata.
Las cuarentenas por la pandemia de coronavirus han ahuyentado la clientela que se acercaba a las esquinas a por mar¨ªa o coca, recalca el fiscal, y el cierre de fronteras ha perjudicado a sus negocios internacionales.
Cuando empez¨® a investigarlos, Gakiya descubri¨® que la orden de matarlo hab¨ªa salido de una c¨¢rcel cercana a su ciudad, donde estuvieron recluidos durante a?os los ocho jefes de la banda. Aunque los presos siempre hallan maneras de comunicarse y crean sus propios lenguajes, la telefon¨ªa m¨®vil fue la panacea en Brasil. Sin los celulares, el PCC no habr¨ªa alcanzado su poder actual, coinciden los especialistas.
EN 2006, EL PCC PARALIZ? LA MEGAL?POLIS DE S?O PAULO. SIN LOS TEL?FONOS M?VILES, NO HABR?A ALCANZADO SU PODER ACTUAL
La organizaci¨®n dio su primer pu?etazo en la mesa hace dos d¨¦cadas. Gracias a la incipiente telefon¨ªa m¨®vil, organiz¨® un mot¨ªn simult¨¢neo en una treintena de prisiones del estado de S?o Paulo. El 18 de febrero de 2001, el PCC se present¨® ante el gran p¨²blico tomando como rehenes a los 10.000 parientes que estaban de visita en los presidios.
Cinco a?os despu¨¦s, otro golpe. Ante el traslado de cientos de sus miembros a otras c¨¢rceles porque se descubri¨® que planeaban amotinarse el D¨ªa de la Madre ¡ªlas madres son sacrosantas¡ª, el PCC respondi¨® con un pulso al Estado. Ning¨²n testigo de aquel mayo de 2006 en S?o Paulo lo olvida. Paralizaron la mayor ciudad de Am¨¦rica Latina durante varios d¨ªas con decenas de atentados simult¨¢neos contra polic¨ªas, comisar¨ªas, cuarteles¡ mientras, los presos de decenas de c¨¢rceles se levantaban contra sus guardas. Las escuelas, las tiendas y los bancos cerraron. Los autobuses dejaron de circular. Unas 560 personas murieron en dos semanas; parte por tiros de la polic¨ªa. Fue la versi¨®n local del 11-S de Nueva York o el 11-M de Madrid.
Tres semanas despu¨¦s se vivi¨® una de las escenas m¨¢s surrealistas de la historia del PCC. Ocho diputados de una comisi¨®n de investigaci¨®n sobre tr¨¢fico de armas acudieron a la c¨¢rcel para escuchar el testimonio del preso Marcos Williams Herbas Camacho, Marcola, un atracador carism¨¢tico, inteligente y lector voraz, seg¨²n Irm?os. L¨ªder de la organizaci¨®n durante a?os, fue uno de los primeros bautizados y es considerado el gran s¨ªmbolo del PCC. La transcripci¨®n oficial de esas cuatro largas horas de comparecencia ocupa m¨¢s de 200 p¨¢ginas y permite asomarse al hombre y a las entra?as de la banda, incluida la batalla fratricida que Marcola acababa de ganar. En este extracto habla del enfrentamiento con su predecesor, Gelei?o:
¡ªEl Sr Presidente (diputado Moroni Torgan): ?Qu¨¦ pas¨®?
¡ªEl Sr Marcos Williams Herbas Camacho (Marcola): Simplemente hubo una desmotivaci¨®n para que la amistad continuara.
¡ª?Qu¨¦ la caus¨®? ?Lo sabes?
¡ªDivergencia de opiniones. Era muy radical, yo pensaba que nos acabar¨ªa por colocar a todos en una situaci¨®n muy mala.
¡ª?Qu¨¦ tipo de actitudes ser¨ªan esas?
¡ªQuer¨ªa volar la Bolsa de valores. No era lo que ha pasado ahora, ¨¦l quer¨ªa atentados terroristas y yo era totalmente contrario, en la ¨¦poca, contra ese tipo de situaciones. Entonces empezamos a divergir mucho. Y como ¨¦l ten¨ªa el poder m¨¢ximo, mi vida corr¨ªa mucho peligro en el sistema penitenciario de S?o Paulo.
(¡)
Marcola venci¨® aquella guerra por el poder pero perdi¨® a su primera esposa, una abogada a la que sus rivales le pegaron dos tiros en la puerta de casa. El sospechoso de disparar fue asesinado poco despu¨¦s.
Nacido en Osasco, en la periferia de S?o Paulo, en 1968, hoy tiene 52 a?os. Aunque empez¨® como carterista ¡ªmal visto en el hampa¡ª lleg¨® a ser atracador, en su d¨ªa la ¨¦lite de la delincuencia brasile?a. Lleva m¨¢s de media vida encarcelado, se ha fugado varias veces, y es de los que ha podido saborear los frutos de sus negocios ilegales. A finales de los noventa se mov¨ªa en avi¨®n privado. Su esposa le visita, tiene varios hijos y una de ellos estudia en Australia, seg¨²n el fiscal.
Tras patear muchas favelas, el soci¨®logo Feltran discrepa de la fiscal¨ªa. Dice que el PCC ¡°no es un cartel con capos¡±. Sostiene que en la etnograf¨ªa ind¨ªgena brasile?a existen ¡°muchos otros referentes que jefatura sin mando. Estoy seguro de que es una de esas jefaturas sin mando¡±.
La investigadora Biondi explica que ¡°la palabra del PCC no es soberana¡±. Y evoca dos casos. La vez que los bautizados de un barrio se fueron de viaje para evitar recibir la circular que dictaba que por cada hermano que la polic¨ªa matara deb¨ªan asesinar a dos agentes, y los presos que se negaron a recibir ¡°una salve de igualdad de g¨¦nero por la que cada celda ten¨ªa que aceptar un homosexual de los que estaban reunidos en una sola celda¡±. Los presos se negaron con el argumento de que el PCC estaba ¡°siendo opresor¡±.
En la calle, la banda es invisible a primera vista. Nada indica en lugares como Brasilandia que controla un territorio. Ni banderas, ni pintadas. Mucho menos el exhibicionismo de los narcotraficantes de R¨ªo de Janeiro, que llegan a grabarse con el m¨®vil mientras bailan funk agitando en alto el fusil. Los modos son m¨¢s bien reflejo de la contenci¨®n que caracteriza a los brasile?os de S?o Paulo. Pero basta observar en muchas barriadas paulistas para distinguir grupos de chavales reunidos en las esquinas cualquier ma?ana entre semana, cuando las calles est¨¢n desiertas porque todos han salido a trabajar lejos. Son adolescentes, incluidas algunas chicas, que parece que no hacen nada pero est¨¢n atentos a la clientela mientras fuman marihuana. Son el final de la cadena, los que venden mar¨ªa o coca a quien la pague.
Al desembarcar en los barrios, la banda impuso a los traficantes controles de precio para evitar la competencia y los conflictos. El PCC ¡°no tiene el monopolio de la venta de drogas en S?o Paulo, le basta con regular el mercado¡±, dice Feltran.
Para los vecindarios de las favelas de S?o Paulo su llegada fue una revoluci¨®n, como relata el cineasta Rodrigo. ¡°Con la llegada del PCC, rein¨® la paz en la periferia. Lo que el Gobierno intent¨® hacer durante d¨¦cadas, lo resolvi¨® en un mes. Fue incre¨ªble¡±. Un cambio radical en la vida cotidiana de millones de personas. De adolescente, Rodrigo presenci¨® tiroteos a menudo. ¡°Eran comunes, especialmente en kermesses (fiestas religiosas). Toda fiesta ten¨ªa su pelea. La fiesta atra¨ªa a mucha gente a tomar vino caliente, y luego ven¨ªan bandas rivales y llegaban los muertos¡±. Mientras en las periferias se atribuye al PCC el m¨¦rito de los bajos ¨ªndices de violencia en S?o Paulo, en la academia sigue el debate y los fiscales como Gakiya rechazan que sea obra de la banda.
Gakiya calcula que el PCC mueve unos 100 millones de d¨®lares al a?o con la venta de drogas, su principal negocio. Podr¨ªa parecer poco si se compara con algunos carteles de Am¨¦rica Latina, pero ese c¨¢lculo no incluye las ganancias internacionales porque, explica, a¨²n no ha habido ocasi¨®n de estimarlas.
Para entender los fabulosos beneficios que promete la venta de coca¨ªna a Europa, sirven las cuentas de otro negocio, el muy frecuente robo de coches de alta gama a punta de pistola en S?o Paulo. En Irm?os, Feltran hace el siguiente c¨¢lculo con una camioneta Toyota Hilux: alguien paga a dos chavales 900 reales (190 euros) a cada uno por robarla; el veh¨ªculo circula hasta la frontera con Bolivia, donde se cambia por 5-7 kilos de pasta base de coca que, cortada y vendida al por menor en Brasil, puede suponer 76.000 euros. Al otro lado del Atl¨¢ntico, cada uno de esos kilos de coca supondr¨ªa 80.000 euros.
El negocio es tan lucrativo que en 2017 se robaron en Brasil 1.149 camionetas Toyota Hilux
La droga se vende en Brasil a precios irrisorios para cualquier europeo. Y por eso es un momento crucial para el PCC. En el escaso tiempo transcurrido desde que se abri¨® a los mercados internacionales ha visto elevarse al cubo sus beneficios.
El ¨²ltimo plan para matar al fiscal Gakiya es de finales del a?o pasado, despu¨¦s de que consiguiera que 22 hombres considerados los mandamases del PCC, con Marcola a la cabeza, fueran dispersados. Ahora est¨¢n en c¨¢rceles federales, m¨¢s modernas, vigiladas, menos atestadas que las estatales. Pasan 22 horas al d¨ªa en celdas de aislamiento. Gakiya recalca que le hubiera gustado que la petici¨®n de dispersarlos fuera colectiva, firmada por autoridades judiciales y pol¨ªticas, para evitar que lo convirtieran de nuevo en un blanco. Deja claro que si alguien puede presumir de haberlos dispersado es ¨¦l; ni el exministro de Justicia Sergio Moro, ni el gobernador ni nadie. Solo ¨¦l, que fue el ¨²nico que firm¨® la solicitud.
Cree que estos traslados no afectar¨¢n al negocio del grupo criminal porque ¡°tiene el engranaje de los negocios cotidianos muy aceitado, pero s¨ª le va a perjudicar para tomar decisiones estrat¨¦gicas¡±. El plan de Gakiya es ahondar en las fricciones internas para que la organizaci¨®n implosione.
En plena pandemia, el PCC ha recibido otro duro golpe, la detenci¨®n de ¡°su principal suministrador de coca¨ªna, aunque no el ¨²nico¡±, dice el fiscal. Gilberto dos Santos, Fuminho, detenido en abril en Mozambique, ¡°no es miembro del PCC¡±, pero s¨ª amigo de Marcola. Le llevaba los negocios personales.
Todav¨ªa venden m¨¢s dentro de Brasil, pero el tr¨¢fico a Europa es un camino sin vuelta porque es un lucro fant¨¢stico con poco riesgo Lincoln Gakiya
Hasta parlamentarios o fiscales brasile?os admiten que las prisiones son las grandes canteras de los grupos criminales, que reclutan frente a las narices del Estado. Como las bandas se reparten el dominio de los presidios, es frecuente que al reci¨¦n llegado le pregunten si prefiere ir al ala dominado por el PCC u otro grupo. Gakiya revela que es habitual que, si uno es de una facci¨®n rival, se haga pasar por uno de ellos o directamente se convierta. Estrategias b¨¢sicas para seguir vivo.
El 1 de enero de 2017, cuando los brasile?os se recuperaban de los festejos de A?o Nuevo, un ambiente siniestro se instal¨® en el patio de una c¨¢rcel de Manaos (Amazonia) tras las visitas familiares. Las c¨¢maras de vigilancia captaron a docenas de presos armados con escopetas, pistolas, machetes, palos y barras de hierro a la caza de reclusos del PCC. Como la organizaci¨®n de S?o Paulo era minoritaria all¨ª, los hermanos estaban en la galer¨ªa de los indeseables, con los violadores y expolic¨ªas. Durante 17 horas de violencia brutal fueron asesinados 56 presos, la mayor¨ªa del PCC o afines: unos fueron decapitados, a otros les arrancaron el coraz¨®n, algunos fueron quemados vivos. Escenas de barbarie que luego circularon v¨ªa WhatsApp.
Fue el mayor golpe sufrido por el PCC en su historia. Su venganza, seis d¨ªas despu¨¦s, en una prisi¨®n a 800 kil¨®metros, en Boa Vista, dej¨® 33 muertos del Comando Vermelho, la banda m¨¢s poderosa de R¨ªo, y aliados locales. Estas org¨ªas de sangre significaron la ruptura de a?os de alianza entre las dos organizaciones criminales m¨¢s poderosas de Brasil. Comenzaba una guerra por el control de las rutas de droga y prisiones que ensangrent¨® el norte y el nordeste de Brasil. Para engrosar sus filas de cara a la batalla, el PCC simplific¨® las normas de reclutamiento, seg¨²n han constatado investigadores.
El grupo criminal paulista hab¨ªa dado en Paraguay un a?o antes su golpe m¨¢s espectacular con la vista puesta en eliminar intermediarios en su expansi¨®n internacional. Emboscaron la Hummer blindada del brasile?o Jorge Rafaat, conocido como el Rey de la frontera, que controlaba el narcotr¨¢fico y el contrabando en la zona. Lo asesinaron. Un rival menos. La meticulosa operaci¨®n ocurri¨® en Pedro Juan Caballero, la primera ciudad del lado paraguayo. Justamente su c¨¢rcel fue en enero pasado el escenario de la mayor fuga carcelaria de la historia de Paraguay. El fiscal Gakiya sostiene que la operaci¨®n para sacar a 75 presos no fue organizada por la c¨²pula del PCC sino por alguno o algunos de sus miembros.
Las c¨¢rceles de Brasil son hace d¨¦cadas un inmenso agujero negro. En los noventa era m¨¢s peligroso para un delincuente estar preso que en las calles. Los criminales se mataban por cualquier asunto dentro o fuera de prisi¨®n. Y tambi¨¦n eran exterminados. El PCC quiz¨¢ no habr¨ªa nacido ni ascendido tan r¨¢pidamente sin la matanza de la prisi¨®n de Carandir¨², la peor de la historia brasile?a, en 1992. Un a?o antes del truculento partido de f¨²tbol en el que se fund¨® la hermandad, la polic¨ªa entr¨® en el mayor presidio de Am¨¦rica Latina para sofocar un mot¨ªn y mat¨® a 111 reclusos. Sidney Salles, que sobrevivi¨® a aquella masacre, abandon¨® el crimen y se convirti¨® en un pastor evang¨¦lico que dirige cinco centros de rehabilitaci¨®n y da charlas sobre el sistema carcelario que le han llevado hasta Harvard, fue testigo de ese proceso: la llegada de los hermanos fue bienvenida por gran parte de los reclusos, dice.
En un pa¨ªs como Brasil, que tiene m¨¢s de 800.000 personas encarceladas, el ascenso del PCC represent¨® un cambio radical para los reos, explica Salles. De repente alguien defend¨ªa a los que eran violados, a los que no ten¨ªan visitas familiares porque eran demasiado pobres para costear el viaje, a los que no ten¨ªan un cepillo de dientes ni agua para lavarse. ¡°Fue entonces cuando entr¨® el PCC, desempe?ando el papel del Estado. Hasta hoy¡±.
Cr¨¦ditos
- Coordinaci¨®n y formato: J. A. Auni¨®n y Guiomar del Ser
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- Front-end: Alejandro Gallardo
- Direcci¨®n de arte: Fernando Hern¨¢ndez
- Infograf¨ªa: Artur Galocha
- Edici¨®n: Paula Chouza y Eliezer Budasoff
- Im¨¢genes: AFP y Raoni Maddalena