Ser joven, negro, de favela y sobrevivir al gatillo f¨¢cil de la polic¨ªa en Brasil
Las fuerzas de seguridad fueron responsables de 11 de cada 100 muertes violentas en 2018. R¨ªo de Janeiro es el epicentro de un fen¨®meno que alarma incluso a Naciones Unidas
Brasil vivi¨® este domingo pendiente de sus adolescentes. Cinco millones hicieron la selectividad con la vista puesta en la universidad. Era sin duda un d¨ªa trascendental para todos ellos pero, como casi siempre en este pa¨ªs tan desigual, para algunos era vital. Para los criados en las favelas preparar el examen ¡ªno digamos ya aprobarlo con nota¡ª supone asomarse a oportunidades que otros dan por supuestas. Es comprar boletos para un futuro menos sombr¨ªo. ¡°Todo negro de favela ha sentido el impacto de la violencia. Cuando llegas a cierta edad ya conoces m¨¢s gente que ha muerto violentamente que gente que ha entrado en la universidad¡±, explica Arthur, de 22 a?os.
J¨®venes como ¨¦l ¡ªvarones, negros, adolescentes o veintea?eros, pobres¡ª son el sospechoso habitual. Y la v¨ªctima tipo de la creciente violencia de la polic¨ªa brasile?a, la m¨¢s letal del mundo tras Venezuela. Los agentes son responsables de 11 de cada 100 muertes violentas en 2018. Las v¨ªctimas en enfrentamientos con las fuerzas de seguridad aumentan veloces. Se triplicaron entre 2015 y 2018, cuando sumaron 6.220 personas.
Los tipos como Arthur, trabajadores de la ONG Redes da Mar¨¦, se saben objetivo por su color, su g¨¦nero y por vivir en la favela de Mar¨¦. Son carne de la pr¨®xima operaci¨®n policial, tanto ¨¦l como sus compa?eros que acuden a la sede de esta organizaci¨®n creada por los primeros universitarios del arrabal para contar sus vivencias al visitante. Lo mismo da que James, 24, bibliotecario, entrara en la universidad a los 17 a estudiar computaci¨®n o que Wagner, 28, sea un artista pl¨¢stico que da clases de cine. Las may¨²sculas de la camiseta fucsia de Felipe, 21 a?os, ilustran lo que una parte de Brasil denomina el genocidio negro: ¡°Joven, negro, VIVO¡±.
Aunque en cualquier rinc¨®n de R¨ªo de Janeiro se puede comprar marihuana o coca, la guerra contra las drogas se libra en las colinas, en favelas como esta. Los grupos criminales se reparten el negocio y el control de los barrios. Un caluroso martes de octubre, se ve a un tipo sentado en una cafeter¨ªa con un fusil; un joven vestido solo con chanclas y un ba?ador del que asoma una pistola vende coca a 10 euros el gramo, y llama la atenci¨®n la pulsera electr¨®nica en el tobillo de otro joven de pantal¨®n corto que se refresca bajo una ducha en la calle.
La alt¨ªsima letalidad policial brasile?a es anterior a que Jair Bolsonaro se convirtiera en presidente con un discurso belicista que proclama que la manera m¨¢s eficaz de combatir el crimen es con violencia. Esa ret¨®rica cal¨® entre una ciudadan¨ªa amedrentada por la delincuencia. Lo novedoso es que est¨¢ en la c¨²spide del poder. Cada tanto, un episodio conmociona a Brasil. Un m¨²sico acribillado con 80 balazos por militares, un escolar alcanzado desde un helic¨®ptero policial, seis j¨®venes con tiros en la nuca, la ni?a ?gatha de ocho?a?os alcanzada por una bala...
Mientras las muertes a manos de agentes del Estado aumentan, los asesinatos en general disminuyen. Ambos fen¨®menos no est¨¢n vinculados, advierten los expertos. ¡°En los Estados con m¨¢s letalidad policial, la tasa de cr¨ªmenes acaba siendo mayor¡±, recalca Daniel Cerqueiro, del Instituto p¨²blico de Investigaci¨®n Econ¨®mica Aplicada. El impacto de la violencia es enorme. ?l lo ha traducido a p¨¦rdidas econ¨®micas: ¡°Brasil, con el 2% de la poblaci¨®n mundial, tiene el 14% de los homicidios. Eso supone desperdiciar el 6% del PIB¡±.
La inseguridad es, junto a la econom¨ªa, la gran preocupaci¨®n de cualquier brasile?o. Por eso el presidente Bolsonaro no pierde ocasi¨®n de subrayar que en el primer semestre de su mandato los homicidios han ca¨ªdo un 22%. Pero el acad¨¦mico es categ¨®rico: ¡°El Gobierno federal no tiene absolutamente nada que ver con eso, viene de antes, es un proceso. El Gobierno va a contribuir, en todo caso, a revertirlo con su pol¨ªtica enloquecida de liberalizaci¨®n de armas y endurecimiento de las penas con nuestro sistema penitenciario, que es un caos total¡±. Unas prisiones, explica, que han alumbrado a 79 organizaciones criminales y son la cantera perfecta de nuevos reclutas.
¡°R¨ªo de Janeiro es el paradigma de lo que funciona mal en la polic¨ªa de Brasil, no refleja el pa¨ªs en general¡±, afirma David Marques, del Forum Brasile?o de Seguridad P¨²blica, una ONG creada por acad¨¦micos, jueces y polic¨ªas que desde que recaba y sistematiza los datos coloc¨® la seguridad p¨²blica en la agenda nacional. En otros Estados ¡°la ret¨®rica es de prevenci¨®n y respeto a los derechos humanos¡±. Esp¨ªrito Santo es ahora alumno aventajado.
El Estado de R¨ªo de Janeiro es, en cambio, el epicentro de letalidad policial con una de cada cuatro muertes a manos de agentes en 2018. Un fen¨®meno que alarma incluso a la ONU y que surgi¨® antes incluso de que el antiguo juez y antiguo marine Wilson Witzel tomara posesi¨®n como gobernador. Witzel pronunci¨® una de esas frases dif¨ªciles de olvidar: ¡°Lo correcto es matar al bandido que lleva un fusil. La polic¨ªa har¨¢ lo correcto: va a apuntar a la cabecita¡ ?y fuego! Para no cometer errores¡±.
El veintea?ero Arthur destaca uno entre los conocidos a los que ha visto morir. Su primo Mateus, tres a?os menor. ¡°Ten¨ªa 14 a?os cuando fue ejecutado¡± bajo custodia policial, cuenta. Hab¨ªa sido detenido acusado de robar unos collares y trasladado a comisar¨ªa. La favela de Mar¨¦, donde se crio y se form¨® como activista la concejala asesinada Marielle Franco, es uno de esos barrios de frecuentes tiroteos y operaciones policiales. Lugares en los que la polic¨ªa no patrulla, solo entra con toda la fuerza en busca de traficantes de drogas. Poco importa que mueran vecinos en el fuego cruzado o el terror que causa a los escolares y al resto de los vecinos. Mientras dura la operaci¨®n policial, todos enclaustrados.
La favela de Complexo do Alem?o, tambi¨¦n en el norte de R¨ªo, es a¨²n m¨¢s violenta. Tan lejos y tan cerca de las playas de postal. Algunos callejones est¨¢n tan marcados a balazos que recuerdan a Oriente Pr¨®ximo. ¡°Aqu¨ª vemos las mismas armas que en Siria, con la diferencia de que aqu¨ª no entran tanques¡±, asegura Julio C¨¦sar Camilo, 44 a?os, presidente de una asociaci¨®n vecinal. ¡°No tenemos derecho a ir y venir. Nos prometieron que habr¨ªa proyectos sociales adem¨¢s de polic¨ªa pero solo colocaron al brazo armado del Estado¡ en cualquier momento hay un tiroteo¡±, explica junto al esqueleto de un descomunal telef¨¦rico que se construy¨® cuando el Mundial y los Juegos Ol¨ªmpicos. Un d¨ªa, las autoridades lo cerraron sin explicaci¨®n. Hasta hoy. Es mi¨¦rcoles. La zona est¨¢ tensa aunque revela que ¡°desde la fatalidad de la ni?a ?gatha (muerta en septiembre por una bala perdida) est¨¢ m¨¢s tranquilo¡±.
Cuando estalla una balacera, Roberta, 39 a?os, se encierra en el ba?o con sus siete hijos. El lugar menos inseguro de su casa. Los disparos en la sala atestiguan que a veces la violencia se le instala dentro. Cuenta que los agentes arrasan con todo. ¡°Se roban hasta lo que hay en el frigor¨ªfico¡±, dice.
Redes da Mar¨¦ ech¨® mano del ingenio ¡ªy la t¨¦cnica jur¨ªdica¡ª para reivindicar en los tribunales su derecho a la seguridad p¨²blica. Presentaron ¡°artificio legal para que en la periferia se aplique una ley que se aplica en el resto de la ciudad¡±. Una juez orden¨® aplicar lo que ya est¨¢ en la ley: las operaciones policiales no pueden ser de noche, ni en el horario de entrada o salida de las escuelas, cada coche patrulla o blindado debe llevar GPS y debe haber ambulancia y un polic¨ªa jefe que responda por los agentes. Las incursiones cayeron de 41 a 16 en un a?o. Eso fue antes de que Bolsonaro y el gobernador Witzel fueran elegidos.
Cuando los cuatro j¨®venes salen de la favela al resto de la ciudad se sienten¡ ¡°ex¨®ticos¡±, dice James. ¡°Exactamente, esa es la palabra¡±, apunta Wagner. ¡°Te miran todo el tiempo¡±, cuenta el artista. ¡°La polic¨ªa me ha bajado varias veces del autob¨²s o me ha registrado. Me han abordado llegando al trabajo, preguntando que qu¨¦ hago. O que mi casa fuera invadida mientras dorm¨ªa y me pregunten que qu¨¦ hago en mi casa a las ocho de la ma?ana¡±. Lo m¨¢s doloroso para estos hombres es que de cr¨ªos ellos tambi¨¦n vieron a los traficantes como h¨¦roes, crecieron con los vecinos que hoy siguen sus pasos hacia el dinero f¨¢cil con la ¨²nica diferencia de que en alg¨²n punto del camino algo pas¨®. Fuera el curso para la selectividad o alguna otra cosa, sus caminos se separaron.
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