Un espa?ol en las entra?as de la eutanasia
Adri¨¤n Conesa, nacido en Badalona, ha practicado una veintena de eutanasias en B¨¦lgica
Son las diez de la ma?ana de un s¨¢bado. Hay bromas, gente cantando, y pese a lo temprano de la hora, corre el champ¨¢n. Adri¨¤n Conesa entra a la casa junto a otra doctora, y r¨¢pidamente le ofrecen asiento y bebida. No conocen a casi nadie. No est¨¢n en una fiesta al uso. Es una celebraci¨®n de la que no todos saldr¨¢n con vida. Por eso est¨¢n ah¨ª. Un psiquiatra, gravemente enfermo de c¨¢ncer de p¨¢ncreas, va a recibir la eutanasia entre el calor de un grupo de familiares. Pasada una hora, el paciente corta el bullicio y se encamina hacia la cama. ¡°Es suficiente, vamos¡±. El espa?ol Conesa y su colega, cargados con su malet¨ªn de somn¨ªferos y barbit¨²ricos, son las ¨²ltimas personas a las que ver¨¢.
Nacido en Badalona hace 66 a?os, Conesa, ya jubilado, lleva una vida pl¨¢cida. Tiene un taller de cer¨¢mica del que salen platos, vasos o floreros. Cuida junto a su esposa de un frondoso jard¨ªn. Y echa un ojo a las ranas, tritones y lib¨¦lulas de su estanque en el barrio de Saint-Job, un oasis verde a las afueras de Bruselas donde se organizan exposiciones de arte, las legumbres crecen en los huertos comunes de las plazas y se ense?a a los ni?os los secretos de la siembra. ¡°Somos un foco de resistencia contra la urbanizaci¨®n¡±, sostiene orgulloso rodeado de amapolas y margaritas.
El m¨¦dico lleg¨® a B¨¦lgica a los siete a?os, pero mantiene la nacionalidad espa?ola y se expresa en su lengua nativa con soltura. Su padre, de familia republicana, form¨® parte de esa generaci¨®n que atraves¨® los Pirineos durante el franquismo en busca de una vida mejor. Tras un breve paso fallido por una sider¨²rgica de M¨²nich, la encontr¨® en B¨¦lgica en 1961 como tallador en una f¨¢brica de cristal. Una vez establecido en la rue d¡¯Espagne de Bruselas, Conesa viaj¨® a su encuentro con su madre y su hermana de tres a?os. Un largo trayecto desde el barrio de la Salud de Badalona hasta la estaci¨®n del Sur de Bruselas, con transbordos en Portbou y Par¨ªs. Las locomotoras eran de carb¨®n, y al cruzar los t¨²neles los gases se filtraban en los vagones y se colaban en las fosas nasales. ¡°Todav¨ªa tengo el olor de ese humo en la nariz¡±, recuerda durante una ma?ana belga inusitadamente soleada.
Terminados sus estudios de Medicina con la ayuda de becas p¨²blicas, Conesa fue durante m¨¢s de 30 a?os uno de los pocos m¨¦dicos generalistas de Saint-Job. Eso implicaba mucho m¨¢s que poner el term¨®metro. Tras firmar la receta, cambiaba la bombilla fundida al anciano al que trataba o se acercaba al supermercado a hacerle la compra.
Con el tiempo, ampli¨® su per¨ªmetro de trabajo a urgencias primero y geriatr¨ªa despu¨¦s, lo que le acerc¨® a los cuidados de fin de vida. Hoy es probablemente el espa?ol que mejor conoce los secretos de la eutanasia. La pr¨¢ctica, que podr¨ªa ser legal pr¨®ximamente en Espa?a, se realiza en B¨¦lgica desde hace 18 a?os sin apenas contratiempos.
El doctor catal¨¢n la ha aplicado una veintena de veces, y es un firme defensor de sus beneficios. ¡°Primero se inyecta el somn¨ªfero y el paciente duerme profundamente. Hasta ronca. Y despu¨¦s los barbit¨²ricos. En diez minutos deja de respirar y el coraz¨®n se para. Se va en sue?os. Sin darse cuenta de nada. Son momentos de mucha emoci¨®n, porque muere rodeado del amor de sus seres queridos, no en la soledad de una residencia o un hospital. No dir¨ªa que hay felicidad, pero s¨ª alivio al ver que su enfermo, que estaba sufriendo un martirio, se va tranquilamente.¡±, relata.
Una de las situaciones m¨¢s estramb¨®ticas que ha vivido la protagoniz¨® una mujer. ¡°Viv¨ªa con su perro, y quer¨ªa que el animal fuera eutanasiado con ella, al mismo tiempo. Al llegar a su casa nos encontramos con el veterinario¡±, explica.
Conesa rechaza las acusaciones de que la eutanasia se aplique a la ligera. La ley belga marca unas condiciones estrictas: se debe padecer una enfermedad grave e incurable que provoque un sufrimiento que no se puede aliviar. Adem¨¢s, el paciente debe pedirla personalmente varias veces, y un segundo m¨¦dico ¡ªa veces hasta un tercero¡ª debe dar el visto bueno. Luego, la comisi¨®n de evaluaci¨®n estudia si el proceso se ha realizado correctamente. ¡°Quienes piden la eutanasia tienen una idea de la libertad y la autonom¨ªa muy marcada. Son gente muy digna. No quieren ser dependientes. Quieren vivir y morir como ellos deciden¡±, defiende.
El m¨¦dico espa?ol tambi¨¦n ha vivido la otra cara de la moneda. Su padre, el emigrante por el que hoy est¨¢ en B¨¦lgica, enferm¨® de leucemia a los 80 a?os y pidi¨® la eutanasia. ?l no se vio capaz de hacerla, pero le acompa?¨® en el trance. ¡°Era muy conocido en el barrio. Todav¨ªa hablaba con acento espa?ol y organizaba partidas de petanca. Por la ma?ana, antes de que viniera su m¨¦dico para la eutanasia, me pidi¨® ver a sus amigos. Vinieron y tomamos una cerveza. Recuerdo que dijo: 'Qu¨¦ buena est¨¢, parece que ya est¨¦ en el para¨ªso¡±, rememora riendo.
Su primer caso, un paciente al que trataba habitualmente, tampoco se le ha borrado de la memoria. ¡°Subi¨® las escaleras con dificultad. Al llegar arriba vi que hab¨ªa movido su cama para ponerla dando a la ventana. Era un d¨ªa de tormenta con mucho viento, y hab¨ªa unos ¨¢lamos movi¨¦ndose mucho. Nos dijo ¡®esperad un poco, quiero ver los ¨¢rboles moverse¡¯. Estuvimos cinco o diez minutos observando c¨®mo se mov¨ªan. Despu¨¦s dijo: 'vale, estoy preparado¡±.
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