11-S, el golpe que a¨²n resuena 20 a?os despu¨¦s
Resulta imposible hablar en pasado de los atentados que mataron a 2.997 personas. De la guerra en Afganist¨¢n a la obsesi¨®n por la seguridad, de Guant¨¢namo al surgimiento del ISIS... sus efectos todav¨ªa colean
¡°La espectacularidad de la puesta en escena ha sido siempre una caracter¨ªstica distintiva del terrorismo, y estos terroristas ten¨ªan una ambici¨®n dram¨¢tica sin precedentes¡±. El entrecomillado pertenece a La torre elevada, el libro de Lawrence Wright sobre Al Qaeda y la g¨¦nesis del 11-S. Porque la escenograf¨ªa de los atentados que aquel martes de septiembre de 2001 sacudieron al mundo revisti¨® tanta importancia como sus incontables secuelas pol¨ªticas y humanas. Qu¨¦ mejor manera de asestar un golpe a la globalizaci¨®n y a la modernidad que derribar las Torres Gemelas del World Trade Center, s¨ªmbolo de un poder¨ªo planetario, o embestir contra el Pent¨¢gono, el emblema de la fuerza.
¡°Esas imponentes torres simb¨®licas que hablaban de libertad, derechos humanos y humanidad¡±, justificaba un mes despu¨¦s su odio Osama Bin Laden en una entrevista en Al Jazeera. Al millonario saud¨ª que lider¨® Al Qaeda, al ser cegado, m¨¢s que iluminado, por un totalitarismo nihilista ¡ªo la shar¨ªa o nada¡ª, no le import¨® llevarse por delante la vida de 2.997 personas, m¨¢s las de las decenas de miles que vendr¨ªan despu¨¦s, en otros muchos atentados y guerras en el resto del mundo, para imponer su visi¨®n del islam: la rigurosa doctrina salafista.
Diecinueve ac¨®litos de Bin Laden, 15 de ellos saud¨ªes, se convert¨ªan en m¨¢rtires de su siniestra causa mediante el secuestro de cuatro aviones comerciales convertidos en armas de destrucci¨®n masiva. En las Torres Gemelas, donde incrustaron los dos primeros a las 8.46 y las 9.03, murieron 2.753 personas, de las entre 16.400 y 18.000 que aquel d¨ªa se hallaban en su interior. El resto perdi¨® la vida con el aparato estrellado contra el Pent¨¢gono (184), aunque el objetivo primero de los yihadistas habr¨ªa sido el Capitolio, y en el campo de Pensilvania (40) al que los pasajeros rehenes lograron desviar el cuarto aparato. A fuerza de repetirse en bucle, las im¨¢genes de los aviones hendiendo las torres y el desplome apocal¨ªptico de estas adquir¨ªan en el imaginario colectivo trazas de videojuego. Mientras el mundo entraba en p¨¢nico, Bin Laden clamaba victoria desde la Guarida del Le¨®n, el entramado de cuevas de Tora Bora (Afganist¨¢n). A¨²n sobrevivi¨® una d¨¦cada, hasta que un comando de los Navy Seals dio con ¨¦l en Abbotabad (Pakist¨¢n), en mayo de 2011.
Del 11-S a Kabul hay una l¨ªnea recta que siempre vuelve al punto de partida
¡°La Guerra Fr¨ªa hab¨ªa pasado a la historia; la Uni¨®n Sovi¨¦tica y el comunismo ya no supon¨ªan una amenaza y EE UU era la ¨²nica potencia capaz de impedir la restauraci¨®n del antiguo califato isl¨¢mico. Hab¨ªa que derrotarla¡±, recuerda Wright en su libro. La sensaci¨®n de indefensi¨®n y derrota de aquel d¨ªa resuena hoy en el final inconcluso y sangriento de la guerra afgana, aunque las consecuencias de la acci¨®n de Al Qaeda nunca hayan dejado de percibirse, en Estados Unidos y en el mundo. Del 11-S a Kabul hay una l¨ªnea recta, a veces discontinua, que siempre vuelve al punto de partida.
El 11-S tuvo un impacto global, por las 93 nacionalidades de las v¨ªctimas mortales, aunque en su mayor¨ªa fueron estadounidenses, pero sobre todo por la sucesi¨®n de conflictos que desencaden¨®: la declaraci¨®n de guerra contra el terrorismo de George W. Bush y la intervenci¨®n en Afganist¨¢n, un mes despu¨¦s; la derivada de la guerra de Irak (2003), por culpa de la sobreactuaci¨®n del republicano y de sus aliados Tony Blair y Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar ante un inexistente arsenal de destrucci¨®n masiva, y cuyo desarrollo distrajo de la emprendida en Afganist¨¢n adem¨¢s de socavar la regi¨®n; la aparici¨®n del Estado Isl¨¢mico (ISIS) como reforzado sucesor de Al Qaeda¡ El corolario no ha podido ser m¨¢s concluyente: la vuelta al poder de los talibanes en el pa¨ªs centroasi¨¢tico, dos d¨¦cadas despu¨¦s de ser desalojados por dar cobijo a los potenciales terroristas del 11-S.
Revancha colosal
Conceptualmente, el 11-S fue una revancha colosal contra las supuestas humillaciones de Occidente, pero tambi¨¦n contra los reg¨ªmenes ¨¢rabes imp¨ªos ¡ªtodos los que no aplican la shar¨ªa, seg¨²n Bin Laden¡ª y los correligionarios tibios. Antes de mirar a Estados Unidos, Ayman al Zawahiri, lugarteniente de Bin Laden, hab¨ªa pretendido derrocar varias veces al Gobierno egipcio; el propio Bin Laden intent¨® descabezar el reino saud¨ª. De ah¨ª que, pese a las abrumadoras cifras del 11-S, la mayor cantidad de v¨ªctimas se sigue registrando a diario en pa¨ªses musulmanes. No obstante, la espectacularidad de las masacres en la estela del 11-S (Bali, 2002; Madrid, 2004; Londres, 2005; Bombay, 2008) opacaba, una vez tras otra, a las v¨ªctimas no occidentales.
El 12 de septiembre de 2001, los cubiertos de metal hab¨ªan desaparecido ya de las bandejas de comida en los aviones. La obtenci¨®n de visados se hizo m¨¢s dif¨ªcil o imposible para ciudadanos de naciones ¨¢rabes o musulmanas, hasta llegar al veto migratorio de Donald Trump a varios pa¨ªses ¨¢rabes, en 2017. Los derechos fundamentales se volvieron relativos ¡ªla prueba es la justificaci¨®n de las torturas en Guant¨¢namo o Abu Ghraib (Irak)¡ª y las agencias de inteligencia y seguridad, todopoderosas. El miedo a un nuevo golpe terrorista coloniz¨® la pol¨ªtica.
¡°El antiterrorismo se instal¨® en la agenda pol¨ªtica. Se cre¨® el Departamento de Seguridad Nacional, con objetivos expl¨ªcitamente antiterroristas y una descomunal burocracia¡±, recuerda Rajan Menon, catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica de la Universidad de Nueva York. ¡°El 11-S tambi¨¦n nos leg¨® las guerras eternas, como Afganist¨¢n e Irak, que han tenido costes extremos, no solo militares, sino tambi¨¦n por el gran n¨²mero de civiles muertos. Una psicosis de vigilancia invadi¨® a la poblaci¨®n, cuando EE UU no era como Israel, donde todos miraban continuamente si hab¨ªa objetos sospechosos... Tambi¨¦n increment¨® el poder de los Estados, que por mor de la lucha antiterrorista hoy controlan comunicaciones, correos, redes sociales¡±, a?ade Menon. Seg¨²n una encuesta publicada esta semana, el 46% de los estadounidenses se resisten al escrutinio de comunicaciones en nombre de la seguridad nacional.
Los ataques desataron la islamofobia. 20 a?os despu¨¦s, el 53% de los estadounidenses tienen una visi¨®n negativa de esa religi¨®n
El mundo posterior al 11-S conoci¨® un estado de sobreexcitaci¨®n an¨ªmica, pol¨ªtica y administrativa frente a un enemigo invisible: la red de franquicias de la yihad. ¡°Son muchos grupos, constituidos en una especie de multinacional corporativa del terror cuya propia existencia y estrategia hace imposible al 100% el objetivo de la seguridad. Por eso la lucha antiterrorista no acabar¨¢ nunca¡±, concluye el catedr¨¢tico.
Michael O¡¯Hanlon, director del programa de Pol¨ªtica Exterior de Brookings Institution, describe un panorama menos amenazante. ¡°Creo que la vida no ha cambiado mucho. Es m¨¢s complicado subir a un avi¨®n, pero no es una violaci¨®n de la privacidad, solo una molestia. Podemos ver un perro rastreador de explosivos en un tren de vez en cuando. Pero en el d¨ªa a d¨ªa la amenaza de la delincuencia com¨²n es una preocupaci¨®n mucho m¨¢s grave que los peligrosos salafistas. La situaci¨®n es diferente en otros pa¨ªses. Oriente Pr¨®ximo ha experimentado una violencia extrema antes y despu¨¦s del 11-S; tambi¨¦n Europa, incluida Espa?a, ha sufrido el flagelo del terrorismo¡±, explica O¡¯Hanlon, al que las encuestas dan la raz¨®n: a la mayor¨ªa de los estadounidenses les preocupa hoy m¨¢s la amenaza del terrorismo nacional que la del islamista.
Para muchos musulmanes estadounidenses salir a la calle empez¨® a ser una actividad de riesgo por la islamofobia desatada; 20 a?os despu¨¦s, el 53% de la poblaci¨®n tiene una visi¨®n desfavorable del islam, seg¨²n una encuesta encargada por Associated Press. ¡°La islamofobia exist¨ªa antes del 11-S, pero los atentados la exacerbaron. Se manifest¨® de forma violenta, con agresiones y ataques, y de manera m¨¢s sutil pero evidente, como a la hora de no contratar a musulmanes para puestos de trabajo o de desacreditar su trabajo para promociones u honores acad¨¦micos¡±, explica la activista Debbie Almontaser, de origen yemen¨ª y cuyo hijo a¨²n lidia con el s¨ªndrome de estr¨¦s postraum¨¢tico tras su experiencia como guardia nacional en la Zona Cero. ¡°Veinte a?os despu¨¦s, no ha vuelto a ser el mismo¡±, confiesa.
A esta pedagoga y activista comunitaria la islamofobia casi le cuesta en 2007 su m¨¢s importante proyecto profesional: una escuela p¨²blica intercomunitaria en Nueva York, para ni?os de todas las religiones y que imparte clases de ¨¢rabe. ¡°Sufr¨ª durante tres a?os, hasta que renunci¨¦ [como directora]. Fue una campa?a brutal de varios medios de comunicaci¨®n, que me acusaban de tener una agenda oculta¡±, recuerda. Pero no solo ella sufr¨ªa el hostigamiento. ¡°Incluso en las campa?as electorales el islam se usaba como arma arrojadiza. En 2008 [el candidato republicano John] McCain sali¨® a defender a [Barack] Obama, al que hab¨ªan llamado despectivamente ¨¢rabe. En los ¨²ltimos cuatro a?os, esta inculpaci¨®n se generaliz¨® con Trump¡±, a?ade.
La solemne conmemoraci¨®n de este s¨¢bado no cierra un cap¨ªtulo aciago de la historia, pese a lo redondo de la fecha. La guerra contra el terrorismo se eterniza en Guant¨¢namo, donde esta semana se celebraron las vistas preliminares contra Jalid Sheij Mohamed, el cerebro del 11-S, detenido en 2003, y otros cuatro acusados. Desde la presentaci¨®n de los cargos, en 2008, los cinco languidecen en un penal que lleg¨® a albergar a casi 780 yihadistas, y donde a¨²n permanecen 40.
Guant¨¢namo es un cruel recordatorio del elevado peaje impuesto por el 11-S: mientras una seguridad orwelliana se erig¨ªa en bien com¨²n, la violaci¨®n de derechos humanos era vista como un mal menor, en aras a su vez de la seguridad: el c¨ªrculo perfecto. El proceso que en teor¨ªa pol¨ªtica se denomina securitizaci¨®n (la conversi¨®n por actores estatales de asuntos pol¨ªticos ordinarios en cuestiones de seguridad) es otro de los grandes legados del 11-S. El oprobio de Guant¨¢namo, y las torturas a los detenidos en Abu Ghraib, han salpicado a los cuatro presidentes desde 2001, mientras la intenci¨®n de Joe Biden de cerrar Guant¨¢namo avanza con pies de plomo, por su exigua mayor¨ªa en el Congreso.
El impacto de los atentados tambi¨¦n ha permeado la manera de hacer pol¨ªtica en el Capitolio. Tras los ataques, los legisladores cedieron al presidente de Estados Unidos la gesti¨®n de la guerra y sobredimensionaron el cap¨ªtulo de la seguridad, sostienen Sarah Binder y Molly Reynolds en un informe de Brookings para el aniversario: ¡°El creciente partidismo en el Congreso en estas dos d¨¦cadas exacerba estas tendencias, lo que reduce a¨²n m¨¢s los incentivos de los legisladores para proteger y proyectar su papel institucional en lo relativo a la guerra y los asuntos exteriores¡±.
El 11-S tambi¨¦n reforz¨® al poder ejecutivo. El ejemplo m¨¢s palmario es la promulgaci¨®n, con aplastante apoyo bipartidista, de dos resoluciones para el uso de la fuerza militar, en 2001 (Afganist¨¢n) y 2002 (Irak). Gracias a ellas, sin temor a cortapisas ni amarras, Obama orden¨® bombardear Libia en 2016 y Trump, el asesinato del general iran¨ª Qasem el Suleimani en 2020, recuerda el informe. Biden se ha mostrado dispuesto a derogar estas disposiciones.
Hay m¨¢s motivos por los que resulta imposible hablar del 11-S en pasado. Esta misma semana fueron identificadas, gracias a la nueva tecnolog¨ªa forense, dos nuevas v¨ªctimas mortales, de entre los m¨¢s de 22.000 restos humanos hallados entre los escombros de las Torres Gemelas. Como si esos miles de restos hablaran, el clamor de las familias de las v¨ªctimas, sus exigencias de justicia y transparencia, tampoco se han acallado. Casi 2.000 firmas suscribieron en agosto una carta a Biden para pedirle que se ahorrara acudir a Nueva York este s¨¢bado si antes no ordenaba desclasificar documentos sobre el papel de Arabia Saud¨ª en la organizaci¨®n de los atentados. Los Gobiernos anteriores enarbolaron la raz¨®n de Estado para no publicar material sensible; pero Biden cedi¨®, como hab¨ªa prometido en campa?a ¡ªy puede que como efecto inducido por el bochorno afgano¡ª, y orden¨® al Departamento de Justicia, una semana antes del aniversario, la desclasificaci¨®n de algunos.
Ante las muchas inc¨®gnitas que a¨²n plantea el 11-S podr¨ªa hablarse tambi¨¦n del desmesurado incremento del presupuesto de defensa: dos billones de d¨®lares (1,7 billones de euros) en financiaci¨®n de urgencia para responder a los ataques, seg¨²n el Servicio de Investigaci¨®n del Congreso; hasta seis billones de d¨®lares, seg¨²n otros analistas. De las fake news generadas desde las m¨¢s altas instancias: la m¨¢s estrepitosa, la existencia de armas de destrucci¨®n masiva en el Irak de Sadam Husein. De la creciente influencia regional de Ir¨¢n tras el desalojo del poder de este, o, en fin, de la existencia de informes contrastados sobre la creciente actividad de los terroristas en Estados Unidos y en los pa¨ªses nodriza mucho antes de los atentados, pero eso ser¨ªa tirar de m¨¢s cabos sueltos. Ni el guionista m¨¢s avezado podr¨ªa cerrar un argumento con tantas tramas. Un thriller posmoderno y funesto que, incluso 20 a?os despu¨¦s, se resiste a escribir la palabra fin.
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