Conflicto de Ucrania y Rusia: c¨®mo empiezan las guerras
La historia demuestra que a lo largo de los siglos se han manejado todo tipo de pretextos para desatar conflictos y que sus consecuencias son imposibles de controlar y de imaginar
En La princesa prometida, la ya cl¨¢sica pel¨ªcula de Rob Reiner, el personaje de Vizzini, un despiadado esp¨ªa siciliano, asegura: ¡°Empezar una guerra es un trabajo muy prestigioso con una larga y gloriosa tradici¨®n¡±. Pero en este caso no se trata de un conflicto entre los imaginarios reinos de Flor¨ªn y Guilder dentro de un cuento, sino del peligro real de un ataque contra un pa¨ªs soberano como ...
En La princesa prometida, la ya cl¨¢sica pel¨ªcula de Rob Reiner, el personaje de Vizzini, un despiadado esp¨ªa siciliano, asegura: ¡°Empezar una guerra es un trabajo muy prestigioso con una larga y gloriosa tradici¨®n¡±. Pero en este caso no se trata de un conflicto entre los imaginarios reinos de Flor¨ªn y Guilder dentro de un cuento, sino del peligro real de un ataque contra un pa¨ªs soberano como Ucrania por parte de una potencia militar y energ¨¦tica como Rusia. La historia alberga varias lecciones, entre ellas que a lo largo de los siglos se han manejado todo tipo de pretextos para montar un casus belli y que las consecuencias de un conflicto son siempre imposibles de controlar y de imaginar. Y que, una vez puestos en marcha algunos mecanismos, resulta muy dif¨ªcil dar marcha atr¨¢s. Y tambi¨¦n que las guerras pueden tener causas, pero no son accidentes naturales como los terremotos: las desencadenan un pu?ado de seres humanos, aunque la tragedia reside en que las sufren, en cambio, millones de otros seres humanos.
La historiadora canadiense y profesora en Oxford Margaret MacMillan dedica un cap¨ªtulo de su ¨²ltimo libro, La guerra. C¨®mo nos han marcado los conflictos (Turner), a las razones esgrimidas a lo largo de la historia para justificar guerras e invasiones, empezando por Troya ¡ª¡±un hombre roba la mujer de otro¡±¡ª hasta el hundimiento del Maine en la bah¨ªa de La Habana en 1898, que justific¨® el ataque estadounidense contra Espa?a. Aunque, en este caso, fue sobre todo una invenci¨®n de la prensa sensacionalista: se trata de una de las muchas tormentas de desinformaci¨®n con las que empiezan las guerras y en las que la Rusia de Putin es especialmente h¨¢bil. Sin embargo, MacMillan sostiene que ning¨²n estallido se produce en el vac¨ªo. ¡°Las causas de una guerra pueden parecer absurdas o incoherentes¡±, escribe, ¡°pero detr¨¢s de ellas suele haber disputas y tensiones mucho m¨¢s profundas. A veces basta una chispa para que una pila enorme de madera arda en llamas¡±.
Un momento clave en cualquier conflicto reside en su punto de inflexi¨®n: ?cu¨¢ndo es demasiado tarde para pararlo? En un art¨ªculo sobre la crisis de Ucrania, la revista brit¨¢nica The Economist recordaba esta semana una frase del gran historiador A.J.P. Taylor: ¡°La Primera Guerra Mundial se hizo inevitable una vez que se emitieron las ¨®rdenes de movilizaci¨®n en Berl¨ªn¡±. ¡°La complejidad de los horarios de los ferrocarriles de principios del siglo XX, de los que depend¨ªan entonces los movimientos de las tropas, hac¨ªa pr¨¢cticamente imposible cualquier alteraci¨®n¡±, prosigue la revista.
Pocos analistas piensan que, pese a la indudable y rotunda movilizaci¨®n rusa, se haya superado en Ucrania ese momento sin marcha atr¨¢s, pero siempre resulta m¨¢s f¨¢cil leer el pasado que el presente. Netflix acaba de estrenar la pel¨ªcula M¨²nich, basada en un libro de Robert Harris, que trata de salvar la cara a Neville Chamberlain, el primer ministro brit¨¢nico que firm¨® en la ciudad b¨¢vara en 1938 el pacto por el que entregaba a Hitler los Sudetes y que permiti¨® al dictador nazi preparar la guerra total en Europa. El filme describe a Chamberlain como un pol¨ªtico obsesionado por la Primera Guerra Mundial, que quiere evitar a toda costa otra generaci¨®n masacrada. ¡°Hasta que un conflicto ha empezado, se puede evitar¡±, sostiene el personaje. Sin embargo, los espectadores del siglo XXI saben lo que Chamberlain desconoc¨ªa: la Segunda Guerra Mundial ya era imparable, porque Hitler hab¨ªa tomado la decisi¨®n de atacar y solo buscaba ganar tiempo.
La Administraci¨®n de George W. Bush estuvo inventando durante a?os una intrincada red de mentiras para justificar una invasi¨®n de Irak. Cada vez un n¨²mero mayor de evidencias muestra que la construcci¨®n del caso contra Sadam Husein empez¨® pocos d¨ªas despu¨¦s de los atentados del 11 de septiembre contra Washington y Nueva York. ?Cu¨¢ndo fue inevitable la guerra? ?Sirvieron para algo todas las sesiones del Consejo de Seguridad antes de que los misiles comenzasen a caer sobre Bagdad el 20 de marzo de 2003? Seguramente, no. Y, desde luego, cuando millones de ciudadanos se manifestaron en todo el mundo contra la guerra, el 15 de febrero de 2003 ¡ªun momento de rebeli¨®n c¨ªvica que Ian McEwan retrat¨® en su novela S¨¢bado¡ª, la Casa Blanca ya hab¨ªa tomado la orden de invadir, que se hab¨ªa cristalizado en una enorme movilizaci¨®n militar en torno al golfo P¨¦rsico.
Irak es un caso paradigm¨¢tico de una guerra en la que todo parece controlado ¡ªempezando por las mentiras con las que arranca¡ª, pero que se convierte en un desastre de imprevisibles consecuencias. El pasado, de nuevo, ofrece numerosos ejemplos. En el a?o 415 antes de nuestra era, Atenas decidi¨® fletar una expedici¨®n contra la poderosa ciudad griega de Siracusa. El pretexto era que dos ciudades aliadas de Atenas, y rivales de Siracusa, hab¨ªan pedido ayuda a la ciudad-Estado griega. En realidad, se trataba de una lucha por la expansi¨®n helena en el Mediterr¨¢neo y de un episodio m¨¢s de la guerra del Peloponeso contra Esparta. Las fuerzas atenienses fueron derrotadas en el puerto de Siracusa dos a?os m¨¢s tarde, una debacle militar que acab¨® por destruir la democracia ateniense.
¡°La incursi¨®n ateniense tambi¨¦n trajo consigo un resultado terrible¡±, escribe Donald Kagan en La guerra del Peloponeso (Edhasa). ¡°P¨¦rdidas devastadoras en hombres y embarcaciones, rebeliones generalizadas a trav¨¦s del Imperio y la entrada en escena del poderoso Imperio persa. Estos motivos contribuyeron significativamente a expandir la opini¨®n generalizada de que Atenas estaba acabada¡±. En el a?o 411, por primera vez en un siglo, se instaur¨® una dictadura en la ciudad que hab¨ªa inventado la democracia.
De todos los desastres de la historia que trajeron imprevisibles y devastadoras consecuencias el m¨¢s intrigante sigue siendo la Primera Guerra Mundial. Los historiadores llevan m¨¢s de un siglo tratando de buscar el verdadero motivo por el que empez¨® el conflicto: desde que se produjo el asesinato del archiduque Francisco Fernando, heredero del Imperio austroh¨²ngaro, en Sarajevo, el 28 de junio de 1914, hasta que estallaron las hostilidades transcurrieron cinco semanas durante las que las potencias europeas fueron incapaces de parar un mecanismo est¨²pido, que las llevaba a la debacle de forma bastante involuntaria. El historiador Christopher Clark acu?¨® el concepto de ¡°son¨¢mbulos¡± en el libro que lleva ese t¨ªtulo (Galaxia Gutenberg) para describir la manera en que los responsables del estallido caminaron decididamente hacia el abismo sin ser conscientes de que iban a provocar 20 millones de muertos, 21 millones de heridos, la destrucci¨®n de tres imperios y, al final del camino, la Segunda Guerra Mundial.
¡°?C¨®mo pudo hacerse Europa eso a s¨ª misma y al mundo?¡±, se pregunta Margaret MacMillan en su libro sobre el principio del conflicto, 1914. De la paz a la guerra (Turner). ¡°Hay muchas explicaciones posibles, tantas que resulta dif¨ªcil decantarse por una¡±, escribe. Al final, deja claro que ¡°muy pocas cosas en la historia son inevitables¡±, que las masacres de Lovaina, de Verd¨²n, del Somme, no tuvieron por qu¨¦ existir. Pero tambi¨¦n sostiene que ¡°las fuerzas, las ideas, los prejuicios, las instituciones y los conflictos son ciertamente factores importantes, pero no tienen en cuenta a los individuos ¡ªque al final no fueron tantos¡ª en cuyas manos estaba decir ¡®s¨ª, adelante, desatemos una guerra¡¯, o bien ¡®no, deteng¨¢monos¡±. Las guerras las declaran ¡ªy las impiden¡ª seres humanos. Pero, sobre todo, las sufren.
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