¡®Little Ukraine¡¯, el feudo de los ucranios en Nueva York, se moviliza contra la guerra
¡°Ahora mismo ninguna zona es segura, y menos conforme pasan los d¨ªas¡±, lamenta Tanya, a quien el conflicto ha separado de su marido
Ramos de flores azules y amarillas ocupan uno de los accesos a la iglesia cat¨®lica de San Jorge, en el East Village, en Manhattan. La ofrenda flanquea dos banderas de los mismos colores y un cartel que dice: ¡°Ruega por Ucrania¡±. Velas, iconos, fotos y mensajes se suman a ese altar improvisado en uno de los puntos neur¨¢lgicos de Little Ukraine, donde se asentaron los inmigrantes llegados a la Gran Manzana a finales del siglo XIX y primeras d¨¦cadas del XX. Dos calles m¨¢s arriba hay otra iglesia ucrania, pero ortodoxa. En una cuadr¨ªcula de una docena de manzanas, restaurantes tradicionales, alguna sastrer¨ªa, un banco y una carnicer¨ªa cartograf¨ªan el feudo eslavo; espor¨¢dicamente, se oye hablar ucranio. Junto con otro importante enclave en Brooklyn, en Little Ukraine vive buena parte de la gran comunidad ucrania de Nueva York, la mayor en EEUU, unas 150.000 personas entre nacionales y estadounidenses de segunda o tercera generaci¨®n, que contemplan con el coraz¨®n encogido el drama de un pa¨ªs al que muchos de ellos llaman madre patria.
Tanya reza y enciende una vela en la iglesia de San Jorge, donde destacan un icono del santo y el drag¨®n y la foto de un sonriente Papa Wojtyla. ¡°Mi marido, Valeri, est¨¢ en Lviv. Fue a ver a sus padres, muy mayores, y le agarr¨® la invasi¨®n. Por suerte no ha sido movilizado porque ya cumpli¨® 60 a?os, pero no puede salir y tambi¨¦n se resiste a abandonarlos. Estamos esperando un salvoconducto, papeles, lo que sea, para traerlos a Nueva York, pero la Administraci¨®n ha quedado paralizada por la guerra¡±, explica apesadumbrada. Lviv -el gentilicio ucranio de la ciudad m¨¢s occidental del pa¨ªs, Lvov en ruso- no es la zona m¨¢s peligrosa, concede la mujer, peluquera, ¡°pero ahora mismo ning¨²n lugar de Ucrania es seguro, y menos conforme pasan los d¨ªas¡±. La entrevista tiene lugar este lunes.
Los testimonios recabados en Little Ukraine son parecidos: ellos, o sus ancestros, proceden del occidente de Ucrania, m¨¢s abierto y europe¨ªsta que el opaco este prorruso; todos utilizan los gentilicios ucranios y, sin excepci¨®n, alaban el papel del presidente Volod¨ªmir Zelenski en el conflicto. Como Oksana, de 31 a?os, que lleg¨® hace siete a Nueva York con sus padres y hermanas, ¡°en busca de un futuro y, sobre todo, de una mejor educaci¨®n¡±. La familia procede de Tern¨®pil, ciudad cercana a Lviv, ¡°donde a¨²n siguen mis abuelos y algunos parientes, de momento est¨¢n bien, pero muchos amigos en otras zonas del pa¨ªs corren riesgo, sienten que la soga se va cerrando en torno a ellos. No salen por las bombas, pasan el d¨ªa en los refugios¡±. Oksana, licenciada en Pol¨ªticas que aspira a trabajar en la ONU ¡°para evitar conflictos as¨ª¡±, pondera el papel de Zelinski, ¡°el mejor l¨ªder que cab¨ªa imaginar en una situaci¨®n semejante¡±.
Con un discurso m¨¢s pol¨ªtico que sus vecinos, m¨¢s enrabietada -el resto de la comunidad oscila entre el desaliento y la incredulidad, adem¨¢s del dolor-, Oksana dedica estos d¨ªas al activismo, como gu¨ªa de equipos de televisi¨®n o tejiendo redes de apoyo, para recaudar ayuda material para los ucranios, igual que la ONG Razom o el Comit¨¦ Congreso Ucranio de EE UU, con una campa?a destinada a los refugiados. Al frente del restaurante Veselka, una instituci¨®n en el barrio con sus 70 a?os de historia, Jason Birchard, tercera generaci¨®n de ucranios, tambi¨¦n contribuye con parte de la recaudaci¨®n, mientras concede d¨ªas libres, pagados, a parte de su personal, ¡°los que tienen familiares directos, hermanos, primos o incluso padres, en primera l¨ªnea. Est¨¢n tan preocupados que no salen de casa, colgados del tel¨¦fono para tener noticias¡±.
Del resto de la plantilla, un par de camareros ucranios reh¨²san hablar, ¡°es doloroso para ellos, no quieren ahondar m¨¢s en el sufrimiento. Yo s¨®lo tengo familia lejana all¨¢, en la zona de Lviv, pero no puedo evitar acordarme de mi abuelo, que lleg¨® a Nueva York en los a?os cuarenta, huyendo de la guerra y del hambre y de los sovi¨¦ticos y los nazis, si viera hoy a su pa¨ªs atacado por los rusos¡ estar¨ªa muy triste¡±. El empresario defiende juzgar a Vlad¨ªmir Putin ¡°como criminal de guerra en La Haya¡± y, antes que nada, el establecimiento de una zona de exclusi¨®n a¨¦rea sobre Ucrania, una posibilidad que Occidente descarta porque su aplicaci¨®n implicar¨ªa el uso de medios militares, en concreto de la OTAN. ¡°Algo es que nos env¨ªen armamento [desde la UE], pero es insuficiente para frenar a Rusia¡±.
La quintaesencia del este
El personal de la carnicer¨ªa Baczynsky es la quintaesencia del este: hay polacos, rumanos, un kazajo y varios ucranios. La fund¨® un inmigrante de ese pa¨ªs en 1970, y hoy es un im¨¢n para j¨®venes compatriotas, inmigrantes econ¨®micos que en las ¨²ltimas d¨¦cadas han sustituido a los exiliados pol¨ªticos de anta?o. Ivan, que lleg¨® hace una d¨¦cada desde Lviv, se alegra de no estar en su pa¨ªs, ¡°porque estar¨ªa en primera l¨ªnea de fuego, si no muerto ya¡±, pero a la vez se fustiga por estar lejos. Pesimista, no espera nada de la comunidad internacional, ¡°esto se ve¨ªa venir, ocho a?os de guerra en el este [el Donb¨¢s] y nadie ha conseguido ponerle fin, ?qu¨¦ vamos a esperar ahora?¡±. Con cara de pocos amigos, s¨®lo suaviza el gesto para alabar a Zelenski: ¡°Estamos a muerte con ¨¦l, todos le apoyamos¡±. ?Hasta el punto de empu?ar las armas? Ivan evita contestar, mientras se dirige en ucranio a una clienta. ¡°Esta no es una guerra contra Ucrania¡±, dice la mujer; ¡°es una guerra contra el mundo libre¡±. El viejo reclamo de Occidente cuando Rusia era la URSS vuelve a resonar d¨¦cadas despu¨¦s, como bander¨ªn de enganche o una quimera.
Para encontrar solidaridad hacia Ucrania no es necesario ir al East Village o Brooklyn. De improviso, en el kil¨®metro cero de Nueva York, una joven envuelta en una bandera azul y amarilla pasa como una exhalaci¨®n. ?Ucrania? ¡°No, soy rusa, pero s¨®lo puedo manifestarme aqu¨ª contra esta guerra absurda y salvaje, en mi pa¨ªs no podr¨ªa¡±, cuenta Lidia, de 31 a?os, llegada hace siete ¡°como turista¡±. Bajo el brazo lleva un cartel con una paloma de la paz y lemas por la unidad contra la barbarie. ¡°Tengo muchos amigos ucranios aqu¨ª y s¨®lo juntos podremos parar a Putin, que quiere devolvernos al ba¨²l de la historia por su nostalgia sovi¨¦tica¡±, explica la joven, camarera.
¡°En Rusia no hay libertad de expresi¨®n, no hay oposici¨®n, porque est¨¢ perseguida o encarcelada¡ no hay futuro. Que no se me malinterprete: quiero con todo mi coraz¨®n a mi pa¨ªs, all¨ª siguen mis padres; quiero ir a verlos, como turista, pero despu¨¦s de vivir aqu¨ª estos a?os s¨¦ que no podr¨ªa hacerlo en la Rusia de Putin: en EE UU la gente vive y deja vivir, prospera, puede hacer planes¡ Putin s¨®lo inocula victimismo, adem¨¢s del miedo: los que no est¨¢n con ¨¦l, son enemigos que traman su mal. ?Crees que all¨ª podr¨ªa manifestarme o llevar una bandera ucrania por encima, como ahora?¡±. Lidia se aleja otra vez a zancadas: viene de una protesta contra la guerra ante la sede de la ONU y llega tarde a otra, de un centenar de personas y otras tantas banderas amarillas y azules al viento, en el mismo coraz¨®n de la Gran Manzana.
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