Sobrevivir en San Jos¨¦, la capital del exilio nicarag¨¹ense
M¨¢s de 120.000 personas se han exiliado de Nicaragua a Costa Rica desde 2018 escapando de la represi¨®n. Se hacinan en cuartos insalubres, combaten la pobreza con empleos precarios y esperan largos a?os para obtener el estatus de refugiado
El cliente no sospecha que el barbero que en estos momentos le afeita a cuchilla tiene la cicatriz de un balazo en la pierna izquierda. No sabe que hace cuatro a?os tuvo que salir huyendo de Nicaragua, su pa¨ªs natal, perseguido por el r¨¦gimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo. No puede imaginarse que el joven que esta ma?ana de febrero le corta el pelo de forma gratuita en un parque de San Jos¨¦, la capital de Costa Rica, tuvo que esconderse en la monta?a junto a una veintena de campesinos despu¨¦s de que la polic¨ªa asesinara a dos de sus compa?eros y a ¨¦l le hiriera de un disparo. Que cruz¨® la frontera ilegalmente y ha sobrevivido los ¨²ltimos cuatro a?os con trabajos mal pagados, cambiando de casa cada pocos meses, aterrado ante la creencia de que pueda haber esp¨ªas de Ortega tras sus pasos. No se hace una idea de que hoy, David Montenegro, un treinta?ero de gesto afable, barba y cara pecosa, se grad¨²a en un curso especial de peluquer¨ªa impulsado por una ONG que ayuda a exiliados nicarag¨¹enses a integrarse en la vida laboral de Costa Rica, el pa¨ªs de acogida.
El sol abrasa sobre San Jos¨¦, pero Montenegro no se inmuta y maneja la cuchilla con soltura sobre el cuello de su cliente. Le limpia la cara con una toalla y da por concluida su labor. Como examen de final de curso, este s¨¢bado ¨¦l y sus compa?eros han acudido al parque Centenario, al costado de una iglesia con el descriptivo nombre de Nuestra Se?ora de los Desamparados. Espera que el t¨ªtulo de barbero le ayude a conseguir un trabajo mejor, o por lo menos, le genere un ingreso extra. Ahora mismo se gana la vida como repartidor, pero tambi¨¦n ha sido mec¨¢nico, jardinero o alba?il. Cualquier cosa con tal de sobrevivir.
¡°Lo m¨¢s dif¨ªcil fue abandonar el pa¨ªs donde ten¨ªa esperanzas y una vida planeada. La llegada fue muy dura: no conoces a nadie; nadie te espera; apenas tienes dinero. Buscas de obrero con lo poco que sepas. Son pa¨ªses muy distintos¡± Nicaragua y Costa Rica, dice Montenegro.
San Jos¨¦ se ha convertido en la capital del exilio nicarag¨¹ense despu¨¦s de que el r¨¦gimen de Ortega, antiguo revolucionario sandinista reconvertido en aut¨®crata, reprimiera con brutalidad una insurrecci¨®n popular que se alz¨® en contra de una pol¨¦mica reforma del sistema de pensiones en 2018. Las fuerzas policiales y paramilitares asesinaron a 355 personas, seg¨²n la Comisi¨®n Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Luego de desarticular la rebeli¨®n ciudadana, el Gobierno inici¨® una persecuci¨®n judicial y pol¨ªtica que deriv¨® en ¨¦xodo hacia el pa¨ªs vecino: 121.850 nicarag¨¹enses han solicitado refugio en Costa Rica desde entonces, el 88% de todas las peticiones que recibe el pa¨ªs centroamericano, de acuerdo con los datos de enero de 2022 de la Direcci¨®n General De Migraci¨®n y Extranjer¨ªa. Pero menos de un 30% se conceden.
Mientras esperan una respuesta, los exiliados se buscan la vida como pueden. Montenegro empez¨® el curso de barbero en 2019 por una iniciativa de S.O.S. Nicaragua, una ONG fundada por otros exiliados que asegura que ya ha atendido a m¨¢s de 200.000 nicarag¨¹enses. Ofrece cosas tan b¨¢sicas como proporcionar alimento, un techo, asistencia sanitaria o acompa?amiento jur¨ªdico para moverse por el laberinto burocr¨¢tico que recorren los solicitantes de refugio. Tambi¨¦n conseguir trabajo, una de las batallas m¨¢s arduas a las que se enfrentan en un pa¨ªs donde la xenofobia se ha generalizado en los ¨²ltimos cuatro a?os de la mano de una grave crisis de desempleo profundizada por la pandemia.
Cuando estallaron las protestas de abril de 2018, Montenegro hab¨ªa retomado sus estudios de secundaria en Estel¨ª. Ya hab¨ªa tenido que abandonarlos m¨¢s joven para emigrar a Honduras. ¡°Fue una explosi¨®n social, una revoluci¨®n no armada¡±, dice de las movilizaciones. ¡°Me fui a apoyar un tranque [barricada]. Nos mandaron a la polic¨ªa y a los paramilitares. Nos enfrentamos con ellos, pero ten¨ªamos piedras y valor m¨¢s que todo¡±. Fue ah¨ª cuando asesinaron a sus amigos. Pas¨® en la monta?a dos meses y medio, con una herida de bala que no pudo curar bien y armado con un fusil de caza. ¡°Fueron d¨ªas de hambre, fr¨ªo, sue?o. No pod¨ªamos encender una fogata porque el ej¨¦rcito te detecta¡±.
¡°Solo nos da para sobrevivir¡±
Despu¨¦s de la huida llega el exilio. Un camino que para muchos es casi tan crudo como la vida que han dejado atr¨¢s. ¡°Subsistimos, solo nos da para sobrevivir¡±, sintetiza Pablo Hern¨¢ndez (58 a?os), que malvive junto a su amigo Antonio Silva (50 a?os) en una cuarter¨ªa, una nave repleta de habitaciones de apenas un metro de ancho por dos de largo en la que se hacinan decenas de personas. Hern¨¢ndez trabaja por menos de 10 d¨®lares diarios en un puesto callejero de frutas y verduras cerca de la Catedral, en el centro de la ciudad. La cuarter¨ªa queda a cinco minutos.
Por fuera es un edificio naranja con puertas de chapa, pintura ra¨ªda y grietas en las paredes. Por dentro hay dos pisos en los que se reparten los cuartos. Algunos son individuales, en otros viven familias enteras. Apenas hay luz natural. Una habitaci¨®n enrejada hace las veces de lavander¨ªa. Varias cuerdas cuelgan de un lado a otro y conforman una madeja de ropa tendida. Al fondo, otro espacio funciona como cocina com¨²n. En la pared, iluminado por la luz blanca de una bombilla, hay un dibujo de una ventana con un paisaje que trata de aportar un poco de verde entre tanto gris.
Las habitaciones de Hern¨¢ndez y Silva, como todas, no cuentan con ventilaci¨®n, y al abrir la puerta se nota el ambiente recargado. En varias baldas se acumulan las pocas posesiones que les quedan: ropa, fotograf¨ªas de la familia que qued¨® en Nicaragua, calendarios, estampas religiosas¡ Hern¨¢ndez viste unos vaqueros salpicados de lej¨ªa y de su cuello asoma una cruz; Silva lleva ropa de faena. Tiene manos gruesas de obrero manchadas de pintura blanca y un corte de pelo a cepillo.
El exilio se ha hecho presente en sus rostros en forma de marcadas arrugas. ¡°Estamos fregados¡±, resume Hern¨¢ndez. ¡°El problema es que no solo somos nosotros, tenemos familia all¨ª y tambi¨¦n sobreviven. Hay que mandar algo¡±. Las cuentas no salen: un ingreso mensual de menos de 250 d¨®lares, un alquiler de 142. ¡°Es un estr¨¦s constante para juntar cada d¨®lar¡±. En un cartel encima de su cuarto, el eslogan de una marca de supermercados, ¡°cumple tus deseos¡±, se burla de ellos.
Los dos amigos tambi¨¦n se involucraron en las protestas de 2018. ¡°Estuvimos tres meses en los tranques. Solo ¨ªbamos a casa a ducharnos, comer y salir otra vez¡±, recuerda Hern¨¢ndez. Se enteraron de que se hab¨ªan convertido en un objetivo del r¨¦gimen y salieron del pa¨ªs de inc¨®gnito ese mismo a?o. ¡°En Nicaragua un solo hombre [Ortega] domina todos los poderes. Su palabra es ley. Solo lo apoya un 15%, pero tienen las armas¡±. Ambos llegaron sin papeles y con apenas unos pocos cientos de d¨®lares en el bolsillo.
¡°En vez de presos, estamos aqu¨ª libres. Con un poco de hambre, pero seguros¡±, dice Silva. Lo hace como si no se lo creyera demasiado, despu¨¦s de cuatro a?os como alba?il en jornadas que empiezan de madrugada y acaban ya de noche cerrada. Estos d¨ªas est¨¢ visit¨¢ndole su hijo, Edison, que sigue viviendo en Nicaragua y a los 18 a?os ha tenido que dejar sus estudios y convertirse en vendedor callejero para contribuir al ingreso familiar. Cuando se les pregunta si se puede sacar fotos, exigen ver el carnet de prensa y el pasaporte. El terror a que los brazos de Ortega les alcancen aun en el exilio es constante.
Un rato despu¨¦s, en el puesto en el que trabaja, Hern¨¢ndez rebuscar¨¢ entre las verduras que vende para sacar un cuaderno cuadriculado con pegatinas infantiles en la primera p¨¢gina. Dir¨¢ que en su juventud luch¨® en la Contra, un grupo armado financiado por Estados Unidos que intent¨® acabar en la d¨¦cada de los 80 con la revoluci¨®n sandinista.
En el cuaderno ense?a el dise?o de una operaci¨®n militar escrita a bol¨ªgrafo azul y asegura que forma parte de un grupo de 25 excontras que est¨¢n buscando financiaci¨®n para luchar contra Ortega. ¡°Lo que sobra es gente, lo que faltan son armas¡±. Una alternativa fruto de la desesperaci¨®n que la mayor¨ªa de sus compatriotas exiliados entrevistados para este reportaje no comparten. ¡°Nosotros no queremos estar aqu¨ª, queremos volver a nuestro pa¨ªs. Es como dec¨ªa Rub¨¦n Dar¨ªo: ¡®Si peque?a es la patria, uno grande la sue?a¡±, concluye Hern¨¢ndez.
Crisis migratoria
En la otra punta de la ciudad, se encuentra una nave azul a la que se llega por un camino de tierra. El Gobierno costarricense la ha habilitado como centro para solicitar el estatus de refugiado. Decenas de personas esperan sentadas en sillas colocadas a un metro de distancia como precauci¨®n ante la pandemia. All¨ª se encuentra la oficina de Allan Rodr¨ªguez, jefe de la Unidad de Refugio, que confiesa que en 2018 la administraci¨®n se vio superada, y que tras a?os de recortes no cuentan con los fondos suficientes para afrontar un problema de tal calibre.
Rodr¨ªguez rechaza hablar de crisis migratoria: ¡°El Estado tiene capacidad para atender el tema, pero necesitamos mayor apoyo de la comunidad internacional¡±. Sin embargo, reconoce que el 95% del personal y la infraestructura empleadas han sido aportadas por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).
Carlos Huezo, presidente de S.O.S. Nicaragua, discrepa con Rodr¨ªguez. Considera que el sistema de asilo s¨ª que est¨¢ desbordado, una opini¨®n que comparten otros expertos y oeneg¨¦s: ¡°Si hubiera un sistema ¨¢gil, habr¨ªa una inserci¨®n m¨¢s r¨¢pida. Es una crisis humanitaria que viene de antes¡±. La realidad es que el proceso de refugio puede alargarse a?os. El carnet de solicitante otorga de por s¨ª cierta seguridad jur¨ªdica, pero encontrar trabajo solo con ¨¦l es complicado, coinciden todos los entrevistados.
Yolanda Morales (33 a?os) se?ala que su solicitud de refugio puede no resolverse hasta 2027. Aun as¨ª, muestra con una sonrisa radiante su carnet de solicitante mientras hace cola en el recinto habilitado por Migraci¨®n. Se gana la vida como trabajadora del hogar. En Nicaragua era empleada del Gobierno, pero despu¨¦s de la represi¨®n de 2018 renunci¨®. Ah¨ª comenz¨® ¡°el asedio¡±, explica: acoso de la polic¨ªa, pedradas contra su casa. Decidi¨® huir con su hijo en agosto de 2021. ¡°Sufrimos discriminaci¨®n por ser migrantes. Y no podemos ayudar a nuestra familia, apenas vivimos aqu¨ª como para mandar plata¡±, narra.
Las miles de historias personales repartidas por la ciudad aportan la dosis de realidad que las cifras oficiales no pueden contar. Y el goteo de exiliados no cesa. Manuel Salvador (22 a?os) cruz¨® a Costa Rica en una lancha hace un mes y quiere retomar los estudios que tuvo que abandonar por oponerse al r¨¦gimen. Devanire C¨¢rdenas (36 a?os) formaba parte de la Juventud Sandinista; renunci¨® despu¨¦s de ver la represi¨®n y ahora solo le da para pagar el alquiler y la comida. Jos¨¦ Huerta (47 a?os) trabaja de estibador, pero el dinero no le alcanza; necesita un empleo estable y con el carnet de solicitante no lo consigue. Sandra (43 a?os) ni siquiera se atreve a dar su nombre real. Ha dejado en Nicaragua a sus dos hijos universitarios, y teme que sean un objetivo f¨¢cil para la polic¨ªa. Dice que han sido a?os muy duros. Y que ojal¨¢ ocurra un milagro que se lleve a Ortega.
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