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Cuba
Cr¨®nica
Texto informativo con interpretaci¨®n

Pen¨²ltimos recuerdos de un balsero cubano

Julio C¨¦sar Capote decidi¨® salir de la isla tras las protestas de julio de 2021; hace un a?o fue rescatado ante las costas de Florida despu¨¦s de d¨ªas a la deriva tras huir de Cuba en una balsa precaria. Esta es su historia

Julio C¨¦sar Capote, migrante cubano
Julio C¨¦sar Capote, migrante cubano en Fowey Rocks, al sureste de Miami.Alejandro Taquechel

Un sol de trece d¨ªas macera el cuerpo a la deriva de Julio C¨¦sar Capote en las eternas aguas veraniegas de Fowey Rocks, zona baja de ociosos paseos en yates, fiestas privadas y buceo deportivo, ubicada a unas ocho millas de Cayo Vizca¨ªno, al sureste de Miami. A la una de la tarde del s¨¢bado 28 de agosto de 2021, muy cerca del faro decimon¨®nico de Cape Florida, un navegante divisa en medio de aquella postal tur¨ªstica un suspiro d¨¦bil que flota sin rumbo.

¡°Ya no ten¨ªa nada que hacer y dej¨¦ que el mar me llevara para donde quisiera¡±, dice Julio C¨¦sar, un muchacho que es apenas, en el momento de su rescate, la brasa intermitente donde se queman los despojos ¨²ltimos de su juventud. El sol ha dejado de cocinarlo para empez¨¢rselo a comer. Lo ha vuelto alguien achacoso y decr¨¦pito y lo ha lanzado directamente, desde sus veinti¨²n a?os, a la estaci¨®n de la vejez, gast¨¢ndole el resto de la vida, aquello cuyo ritmo natural es la erosi¨®n, en menos de dos semanas.

Hay llagas como cr¨¢teres en la carne seca y la esp¨¢tula del salitre ha desgarrado su piel de pescador. La tormenta y las olas vapulearon la balsa de dos metros por uno, hecha de poliespuma, madera y un pedazo de aluminio. Los remos han ido a parar al fondo del Estrecho de la Florida, as¨ª como los otros tres compa?eros que zarparon desde la playa Herradura, una hora y media al oeste de La Habana: su t¨ªo Chenli Yoan Capote y los hermanos Josu¨¦ Gabriel y Karen Rojas, todos entre diecinueve y veintid¨®s a?os.

Envuelto en un su¨¦ter deportivo de nailon, algo parece acorralarlo, a pesar de que no hay nada alrededor suyo, algo que solo ¨¦l ve, quiz¨¢ una bruma que se despeja, cuando le lanzan unas botellas de agua y unos pedazos de pollo. Mastica con la misma furia con la que ha sido hasta ahora masticado, y no puede decirse que, en el segundo del avistamiento, se trate completamente de una persona. Tiene la silueta de un santo, la difuminaci¨®n de un fantasma, el azoro de un animal en peligro de extinci¨®n.

El navegante, propietario del yate Spread Out, llama de inmediato al Servicio de Guardafronteras estadounidense, un protocolo bien conocido al sur de la Florida. De lo contrario, algunos de estos rescatistas podr¨ªan verse implicados en un caso de tr¨¢fico humano. En el barco Robert Yered, un Sentinel class-cutter de 154 pies de largo, Julio C¨¦sar recibe los primeros auxilios. Aunque logran estabilizarlo en mar abierto con sueros de rehidrataci¨®n, lo ingresan tambi¨¦n en el Jackson Memorial Hospital de Miami.

¡°Una vez tocas tierra, tienes derecho a las leyes americanas¡±, dice el veterano abogado Willy Allen, la autoridad legal m¨¢s consultada para asuntos migratorios dentro de la comunidad cubanoamericana del exilio. ¡°Un miedo cre¨ªble en alta mar, aunque te lo aprueben, no garantiza tu entrada a Estados Unidos, te mandan para la base de Guant¨¢namo y de ah¨ª te buscan un tercer pa¨ªs, pero ahora ¨¦l tiene derecho a solicitar y pelear un caso de asilo pol¨ªtico frente a un juez de migraci¨®n¡±.

La prensa de la comunidad afirma que su deteriorado estado f¨ªsico le permite a Julio C¨¦sar pisar territorio gringo, pero Allen no encuentra ah¨ª ninguna raz¨®n de peso. ¡°Hubo un caso reciente donde murieron trece personas y rescataron doce, que fueron devueltos a Cuba¡±, dice. En el barco, Julio C¨¦sar explica de modo conciso por qu¨¦ teme regresar a la isla. Los testimonios deben basarse preferiblemente en la discriminaci¨®n por motivos raciales, religiosos o pol¨ªticos.

Apenas un mes y medio antes, el domingo 11 de julio, decenas de miles de manifestantes a lo largo del pa¨ªs se lanzaron a las calles para reclamar sus derechos de un modo in¨¦dito. Nunca antes en la historia del castrismo la gente hab¨ªa volcado patrullas de polic¨ªa, insultado al presidente en funciones, roto fotograf¨ªas del l¨ªder supremo y rodeado en tono beligerante las sedes municipales del Partido Comunista. ¡°A mi t¨ªo lo estaban obligando a golpear a las personas, ?viste?, y ¨¦l no cae en nada de eso. Me dijo que planeaba irse y yo le dije que iba con ¨¦l hasta afuera, que lo apoyaba¡±, cuenta Julio C¨¦sar.

Despu¨¦s de pasar el Servicio Militar Obligatorio, Chenli Yoan permanece en el ej¨¦rcito y estudia la especialidad de Armamento en la Brigada de Artiller¨ªa 3500, ubicada en la Loma del Esper¨®n, municipio occidental de Caimito. Josu¨¦ Gabriel Rojas, natural de Artemisa, es compa?ero suyo de carrera. Uno recluta a su sobrino y el otro a su hermana. ?Los muchachos vinieron el viernes 13 temprano. El s¨¢bado le hicimos un almuerzo porque el lunes se iban para la unidad, pero ya desde el domingo no supimos nada de ellos?, dice Yudeisi Capote, 38 a?os, madre de Julio C¨¦sar y hermana de Chenli Yoan.

Su casa queda en el caser¨ªo Finca San Juan, perteneciente al Consejo Popular Caba?as, municipio Mariel, en el noroeste de la isla. El techo es de fibrosen, el fog¨®n el¨¦ctrico en una esquina de la cocina en penumbras, el fregadero improvisado, los platos de calamina ejemplarmente dispuestos, los vasos bocabajo en la meseta sin losas, la repisa desnuda, los colores amarillo y azul oscuro de las paredes, las sillas de hierro en la entrada de la sala, el mueble de la televisi¨®n cubierto por manteles bordados a mano, los gruesos marcos an¨¦micos de las fotos familiares, la sombra permanente de la desolaci¨®n.

Dividida en cuatro pedazos con paredes de bloque y madera, la vivienda fue parte de un albergue de macheteros donde ahora residen unas veinte familias. A comienzos de siglo la mayor¨ªa de los centrales azucareros del pa¨ªs fueron desmantelados durante una de las tantas ofensivas econ¨®micas del castrismo, y los poblados que articulaban su vida alrededor de la zafra cayeron en el sopor definitivo, testigos de un proceso de desmantelamiento t¨¦cnico que, a medida que desarticulaba la industria hist¨®rica del pa¨ªs, los desarticulaba tambi¨¦n a ellos.

Julio C¨¦sar Capote, migrante cubano
Julio C¨¦sar Capote durante la entrevista con EL PA?S.Alejandro Taquechel

Julio C¨¦sar crece ah¨ª junto a su t¨ªo. Luego Chenli Yoan se muda a Las Mangas, un caser¨ªo ubicado m¨¢s al suroeste, con nombre distinto, pero destino similar. Nada indica que todo no se trate a la larga del mismo sitio. Junto a Santo Tom¨¢s y El Martillo, San Juan es una de las zonas plenamente rurales de Caba?as. Su gente vive del trabajo agr¨ªcola y la ganader¨ªa menor. No hay telefon¨ªa fija y la atenci¨®n primaria de salud queda a unos cinco kil¨®metros, en el consultorio de La Conchita. La electrificaci¨®n es extremadamente precaria, aun cuando algunas casas poseen metro contador, y hay una sola bodega que, con el paso de los a?os, tambi¨¦n se convirti¨® en vivienda, as¨ª como algunas viejas vaquer¨ªas.

Las carreteras y los caminos llenos de baches se anegan de agua en ¨¦poca de lluvia, que es buena parte del a?o, y ninguna ruta de transporte p¨²blico conecta San Juan con Caba?as. Los ni?os tienen que trasladarse varios kil¨®metros para llegar a las escuelas, adaptarse desde temprano a las largas esperas y los tiempos muertos, lo que resiente la calidad de la educaci¨®n recibida. La gente entra y sale de aquel paraje an¨®nimo generalmente en transportes de tracci¨®n animal, pero entrar y salir de lugares as¨ª es siempre una misma actividad, hasta que un d¨ªa, sin haberlo planeado demasiado, pero habi¨¦ndolo incubado desde siempre, escapas.

Antes de la madrugada del 15 de agosto, Julio C¨¦sar se grad¨²a de Obrero Calificado y obtiene un t¨ªtulo de soldador en la escuela Manuel Nodarse. Practica boxeo durante dos a?os y solo en esa etapa abandona el cigarro, un vicio que lo acompa?a desde sexto grado. ¡°La primera vez que me sub¨ª al ring me dio mucho nervio y eso me gust¨®¡±, dice. Ah¨ª lo agarra el Servicio Militar y luego consigue distintos trabajos en Herradura. Chapea los alrededores de una vaquer¨ªa donde le pagan tres mil pesos. Limpia corrales de cerdos, vende tendederas de soga y pesca truchas y clarias en r¨ªos y presas con escopetas caseras. Tiene una novia, Madeleine, que lo traiciona con otro chico en el poblado Quiebra Hacha.

Entre los cientos de miles de balseros cubanos que han intentado a lo largo de d¨¦cadas cruzar el Estrecho de la Florida y, por supuesto, entre los miles que han muerto en la traves¨ªa, hay muchos de ellos cuyos motivos para lanzarse al agua cumplen la misma extra?a condici¨®n de Julio C¨¦sar. No lo hacen por desespero, no lo hacen por hartazgo o cansancio, no lo hacen para realizar un sue?o ineludible o liberarse de un poder pol¨ªtico que los asfixia, ni tampoco porque nadie los est¨¦ esperando. Lo hacen por algo m¨¢s terrible, porque s¨ª, respondiendo a un embullo de ¨²tima hora, con la misma ligereza, buen ¨¢nimo y despreocupaci¨®n de quien acepta beber un caf¨¦ en el puesto de la esquina o caminar un rato por el parque del pueblo. Nada los ata. Sin embargo, detr¨¢s de esa aparente falta de prop¨®sito, esa amarga aton¨ªa que te coloca en un lugar o en otro sin que cuestiones jam¨¢s qu¨¦ haces ah¨ª, se encuentran agazapadas todas las razones anteriores.

Hay una costumbre de la memoria social. Despu¨¦s de haber escuchado tantos relatos de balseros, en un rango que va desde la ¨¦pica hasta la tragedia, pasando por el absurdo y lo hilarante, la traves¨ªa no resulta ya una excepci¨®n, ni una rareza, ni tampoco un riesgo o un desaf¨ªo, sino que uno se inscribe como un n¨²mero m¨¢s en una ruta despersonalizada, en un tr¨¢mite colectivo.

En el ¨²ltimo a?o fiscal, desde la aventura de Julio C¨¦sar hasta hoy, casi 180.000 cubanos han llegado a Estados Unidos de manera irregular, la mayor parte de ellos por la frontera sur, v¨ªa Nicaragua. Se trata de la cifra m¨¢s alta registrada desde el ¨¦xodo del Mariel en 1980, con 125.000 exiliados. De la misma manera, la guardia costera ha interceptado en el mar y repatriado en los ¨²ltimos meses a m¨¢s de cuatro mil balseros, sin contar las detenciones de la Patrulla Fronteriza, ni quienes han logrado pisar tierra o han sucumbido.

Los cuerpos j¨®venes anestesiados por la pobreza cr¨®nica y la mentira pol¨ªtica se apuntan frecuentemente a la ruleta del mar en embarcaciones que, m¨¢s que embarcaciones, son sarc¨®fagos. ¡°Mi t¨ªo hab¨ªa comprado un motor, pero al final no apareci¨® y nos fuimos as¨ª mismo¡±, dice Julio C¨¦sar. Por diez d¨®lares le alquilan la balsa al Moro, un pescador de Herradura, aunque nadie, salvo ellos, sabe con qu¨¦ prop¨®sito. ¡°Yo conoc¨ª a los otros dos ese d¨ªa, pero hicimos r¨¢pido una amistad tremenda, y nada, tambi¨¦n todo lo que pasamos juntos despu¨¦s¡±. Salen cerca de las seis de la ma?ana, antes de que la noche se desvanezca por completo.

Llevan una br¨²jula y tres mochilas, una con agua y refresco, otra con panetela y una con galletas. Los remos son para Julio C¨¦sar y Chenli Yoan. Artemisa no es un pueblo con costas, por lo que Karen y Josu¨¦ Gabriel nunca han remado, y Josu¨¦ Gabriel ni siquiera sabe nadar. ¡°A un primo m¨ªo que visita la Herradura le contaron que ellos hab¨ªan alquilado un bote y se hab¨ªan ido de pesca¡±, dice Yudeisi. ¡°Me volv¨ª loca, no ten¨ªa idea de que quer¨ªan irse, nunca comentaron nada. Para m¨ª se hab¨ªan ahogado. Hice la denuncia en la polic¨ªa por desaparici¨®n de domicilio, los buscaron por algunos rincones y no los encontraron, hasta que nos dimos cuenta de que hab¨ªan salido a otra cosa¡±.

Los primeros tres d¨ªas transcurren serenos, se dir¨ªa que el mar los seduce, atray¨¦ndolos y cerc¨¢ndolos. Josu¨¦ Gabriel se marea mucho y su hermana canta temas del Chacal y de otros famosos reguetoneros nacionales. Incluso se aburren, hasta que una primera tormenta desv¨ªa el recorrido de la balsa y en vez de dirigirlos hacia Miami empieza a llevarlos hacia la muerte. El Estrecho de la Florida es el m¨¢s grande cementerio moderno de los cubanos. La embarcaci¨®n se vuelca cinco veces, pierden sus escasos v¨ªveres y el p¨¢nico y el fr¨ªo los embarga. El miedo alcanza los huesos, la ropa empapada, el v¨¦rtigo cerrero del oleaje.

Julio C¨¦sar Capote, migrante cubano
Julio C¨¦sar Capote a bordo de la balsa en la que fue rescatado en Miami.RR SS

Josu¨¦ Gabriel vomita, Karen llora sin consuelo, aterrada. El sol le arranca las u?as, la piel de las costillas despellejada, los dedos sangran. El viento bate con furia y las nubes, entre grises y negras, clausuran el paisaje, como si fuesen a enterrarla viva. ¡°Ella pensaba volver, que no aguantaba m¨¢s, que no aguantaba m¨¢s, pero ya est¨¢bamos muy lejos¡±, dice Julio C¨¦sar. ¡°Quiso tirarse al agua y no pudimos convencerla. Arrancamos un pedazo de la balsa y se lo dimos. Su hermano se tir¨® con ella¡±. La marea los arrastra, las olas alcanzan los diez metros. ?Yo los ve¨ªa desde arriba, cuando estaba en la punta de la ola, hasta que el agua se los trag¨® y dej¨¦ de verlos?. Julio C¨¦sar sabe, por experiencia, que ante las olas muy grandes hay que nadar por debajo. Si nadas por arriba, el oleaje te vence. Hay que escond¨¦rsele al mar dentro del mar. ¡°Aunque yo tengo fuerza en los brazos y nadaba igual por arriba¡±, dice, ¡°y mi t¨ªo tambi¨¦n¡±.

A partir de ah¨ª, el tiempo se desfigura. La balsa pierde cada vez m¨¢s partes. No hay agua ni comida. Traga cinco pescados crudos que baja con sorbos salados. ¡°Hab¨ªa un hueco en el medio, con el aluminio debajo, y ah¨ª met¨ªamos los pies y los pescados ven¨ªan a morderte la punta de los dedos. Yo los cog¨ªa, los arrinconaba y los pelaba con la boca¡±. Pasan barcos y cruceros y no los recogen. Ellos gritan, hacen se?as, se resignan, ven un tibur¨®n. ¡°Eso fue impactante¡±, dice. ¡°Ya se hab¨ªan partido los remos y est¨¢bamos mi t¨ªo y yo con los pies en el agua, cuando miro para el lado y me encuentro el bicho aquel d¨¢ndonos vueltas, una cosa m¨¢s grande que la balsa. Subimos los pies y al rato se alej¨®¡±.

Pero lo peor no es el tibur¨®n, y puede incluso que ni siquiera el sol. Lo peor es la noche. ¡°Todo oscuro, con viento y agua. Es algo terrible. No se ve nada, no se ve nada, y si la balsa se te vira a esa hora, t¨² no sabes lo que hay abajo esper¨¢ndote, t¨² caes en un hueco fr¨ªo¡±. La br¨²jula tambi¨¦n la pierden y la ¨²nica garant¨ªa m¨ªnima, antes de quedar completamente a la deriva, es Chenli Yoan, que sabe ubicarse a partir de la referencia de las estrellas y el sol. ?Cu¨¢nto m¨¢s pueden durar as¨ª? No mucho.

Julio C¨¦sar arde. Se acuesta en la balsa, encogido sobre s¨ª y con una capa encima, de espaldas a su t¨ªo. Llega entonces la primera alucinaci¨®n. ??l me pide que le corte un dedo y que se lo lleve a pastorear, como si fuese una vaca?. Luego Chenli Yoan cree que hay un bosque en el fondo del mar, un bosque alrededor, y que se han perdido en la maleza. Se zafa otro pedazo de poliespuma y trata de alcanzarlo. ¡°Oye, qu¨¦ t¨² inventas, ven para ac¨¢ que te vas a ir para all¨¢ abajo¡±, le dice Julio C¨¦sar. El oleaje sigue alto. En efecto, las olas lo revuelcan. ¡°Me sent¨¦ arriba de la balsa y miraba para abajo. Ve¨ªa su cabeza a cada rato, que volv¨ªa a salir. Me entr¨® una presi¨®n muy fuerte en el pecho. El mar se lo tragaba y yo no pod¨ªa hacer nada¡±.

Es raro que despu¨¦s de este punto aparezca la libertad. Julio C¨¦sar deja de preocuparse por todo y ya no le hace se?as a ning¨²n barco. Sigue quem¨¢ndose, pero sin furor, como un cigarro encendido que alguien abandon¨® y que termina de consumirse solo, lento. Mete la cabeza en el agua a cada tanto, su familia est¨¢ ah¨ª, tiene una ni?a, una hija suya que lo llama y le pide que lo rescate. Reacciona poco antes de lanzarse. Se da golpes en la cara.

La alucinaci¨®n parece un velo piadoso que la muerte corre en el momento ¨²ltimo, haci¨¦ndote creer que vas a otra parte, a un lugar donde estar¨¢s acompa?ado, y habi¨¦ndote exprimido ya el sufrimiento entero que tra¨ªas contigo. La compa?¨ªa durante la alucinaci¨®n, adem¨¢s, no son los que se fueron antes, sino aquellos que te esperan en el futuro, como la hija que no existe. Mat¨¢ndote a ti, la muerte mata tambi¨¦n a tus descendientes, que son tu posibilidad.

Con su imagen abarrotando las noticias locales de Miami, la vecina Doris le muestra en su celular una foto de Julio C¨¦sar a Yudeisi, y tambi¨¦n el breve video del rescate. Ese mismo material lo ve el primo Adri¨¢n Delgado desde su casa de la Peque?a Habana y le avisa a Carlos Delgado, su padre, a quien ya le han contado que su sobrino balsero sobrevivi¨®. Nunca antes se han visto, la relaci¨®n de Julio C¨¦sar con su familia paterna es nula, pero Carlos igualmente decide hacerse cargo del asunto.

Van una primera vez al hospital y les dicen que no pueden brindarles informaci¨®n. Todav¨ªa el n¨¢ufrago se encuentra en proceso investigativo. En la segunda ocasi¨®n, la tarde del 1 de septiembre, le dan el alta m¨¦dica. Adri¨¢n sube a Tik Tok un video donde su padre y su primo, el h¨¦roe del momento, salen juntos del Ryder Trauma Center del Jackson Memorial, ubicado en la 10 NW Ave y la 18 St.

Carlos avanza con unas bolsas en la mano, el paso normal de la gente sana. Julio C¨¦sar lo sigue, camina con dificultad, las piernas vendadas, la cabeza gacha. De fondo, el tema El Campe¨®n, de los reguetoneros El Kimiko y Yordy, una cancioncilla esperanzadora y emocionante que se volvi¨® el himno de llegada de la ¨²ltima generaci¨®n de migrantes cubanos. ?Me subestimaron desde el minuto cero./ Segu¨ª peleando porque soy un guerrero./ Me col¨¦ entre los primeros?, se escucha.

La nueva familia vive en un efficiency ubicado al fondo de la casa n¨²mero 3520 SW 4 St. Hay un patio interior con hamacas, muebles regados y un sof¨¢ inmenso donde Julio C¨¦sar atiende, parco, consternado, a los periodistas de la televisi¨®n. El tono y las preguntas son un tanto grandilocuentes y por lo general traen incluidas respuestas que ¨¦l se limita a confirmar casi con balbuceos. No puede encandenar tres frases seguidas sin que el silencio lo atenace.

Es un muchacho alto, el pelo decolorado de amarillo, la piel trigue?a, el color tostado. Tiene los rasgos de una m¨¢scara egipcia o un pr¨ªncipe b¨¢rbaro. Los p¨®mulos filosos, el ment¨®n ancho, la expresi¨®n apagada y un car¨¢cter vibrante, a pesar de todo. Debajo de las gasas, la piel muerta, reventada y consumida parece propia de un leproso. En el brazo, un tatuaje con su nombre. Habla muy poco, su mirada es vaga y hay algo petrificado en ella que contiene una cantidad insoportable de dolor. Fuma un cigarrillo electr¨®nico con sabor a fresa mientras conversa con su familia por tel¨¦fono.

Va a pelarse a una barber¨ªa, lo reconocen y no le cobran. En el mercado Publix, un se?or se acerca y le regala veinte d¨®lares. Cada vez que sale a la calle alguien lo abraza y lo alienta. Quiz¨¢ esa suma de eventos inesperados es lo que lo lleva a componer un video con varias diapositivas suyas, que van desde sus piernas postradas hasta el nuevo corte de cabello a la moda, y un tema de Jay Wheeler de fondo: ¡°Yo no cambi¨¦, fue mi vida la que cambi¨®./ Ahora vivo como quiero, la fama fue la que me llam¨®¡±.

Una tristeza insoslayable persiste en los rituales de celebraci¨®n que lo rodean, y que ¨¦l mismo se atreve a practicar. Son canciones de autobombo, algo que seguramente necesita, pero el destrozo de su cara lo delata. Su primo lo admira y su t¨ªo lo protege. ¡°Ayer por la noche pens¨¦ que me hab¨ªa vuelto loco¡±, dice. ¡°Estaba viendo una pel¨ªcula y las l¨¢grimas se me empezaron a salir solas. Cantidad de l¨¢grimas as¨ª, no entend¨ªa mucho¡±.

Protestas en Cuba
Protesta contra el Gobierno de Cuba el 11 de julio de 2021, en la Habana.ALEXANDRE MENEGHINI (Reuters)

El 7 de septiembre Carlos lo lleva a otra consulta m¨¦dica. Le cambian las vendas y le entregan frascos de un antibi¨®tico llamado Bacitracin. La piel le pica, muda la piel del mar. En el auto, de vuelta a casa, Carlos le sugiere que estudie en una escuela que ¨¦l conoce donde puede aprender algunos oficios ¨²tiles. Su sobrino contesta con desgano. Ambos comentan que necesitan el asesoramiento de un abogado para su entrevista en las Oficinas de Aduana (Customs and Border Protection) el pr¨®ximo 13 de octubre. Qu¨¦ decir all¨ª, qu¨¦ callar.

Cuando ese d¨ªa finalmente llega, un juez le aprueba a Julio C¨¦sar su caso de asilo pol¨ªtico y poco despu¨¦s le entregan un parole, lo que regulariza su estancia en Estados Unidos y tambi¨¦n le permite trabajar legalmente. Ha presentado en la corte una carta que comienza as¨ª: ¡°Sal¨ª de Cuba huyendo, debido a la dictadura castrista, que oprime a las personas que no est¨¢n de acuerdo con su sistema¡±.

Los balseros no solo son los h¨¦roes tr¨¢gicos del exilio cubano, sino tambi¨¦n su clase social o cultural m¨¢s vilipendiada, la figura que realmente sustenta el relato colectivo de la supervivencia y, al mismo tiempo, el sujeto sutilmente despreciado por los representantes conservadores de una comunidad pol¨ªtica reaccionaria. Cuando alguien quiere condenar a otro porque a¨²n no ha aprendido lo que considera las costumbres genuinas de la vida americana, le dice que todav¨ªa no se ha bajado de la balsa.

Julio C¨¦sar consigue pronto un puesto en el Palacio de los Jugos de la calle Flagler y la 57, una de las catedrales de la comida criolla en Miami. All¨ª prepara hasta hoy bistecs de pollo a la parrilla y descansa los mi¨¦rcoles y los jueves. Tambi¨¦n se muda del efficiency de su t¨ªo para la casa de su novia, a quien ha conocido en el trabajo.

Los meses pasan y la gente felizmente comienza a olvidarlo. Ya no es una pieza en exhibici¨®n, pero sigue hablando poco. ¡°A veces sue?o que ¨¦l me llama por las noches y me pide que lo vaya a recoger, que lo saque de all¨ª¡±, dice. Como en todo n¨¢ufrago, hay algo permanentemente confuso en la expresi¨®n de este muchacho. Uno no sabe en qu¨¦ direcci¨®n le corre el tiempo, si ya viene para siempre de la vejez a la juventud.

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