Victoria Amelina, un refugio en el cielo
El escritor H¨¦ctor Abad Faciolince despide a su colega ucrania, asesinada a los 37 a?os durante el bombardeo ruso de un restaurante en Kramatorsk
Hasta hace un par de d¨ªas yo no ten¨ªa ni idea de lo que era un misil bal¨ªstico Iskander. En realidad, no s¨¦ nada de armas, fui declarado remiso en el servicio militar y no he disparado jam¨¢s en mi vida una pistola. Podr¨ªa decir que soy el colmo del pacifista: un cobarde. Pero como fue un Iskander ruso el misil que mat¨® frente a m¨ª a la escritora Victoria Amelina, me he sentido en la obligaci¨®n de averiguar de qu¨¦ tipo de arma se trata. Este juguete ruso, para empezar, cuesta unos tres millones de d¨®lares, pesa cuatro toneladas y media, puede ser lanzado desde unos 500 kil¨®metros de distancia, viaja a velocidades supers¨®nicas (m¨¢s de dos mil metros por segundo), y es tal su precisi¨®n que su margen de error en el blanco no supera los cinco metros a la redonda. Y s¨ª, esta arma de extrema precisi¨®n estall¨® a unos diez metros de nosotros.
?Por qu¨¦ tanta sevicia, tanto gasto, tanta punter¨ªa para atacar un simple restaurante? Los servicios de inteligencia de Rusia ¡ªl¨¦ase sus servicios de desinformaci¨®n y difusi¨®n de mentiras¡ª declararon, primero, que no hab¨ªan sido ellos, sino el ej¨¦rcito de Ucrania; dijeron luego que la pizzer¨ªa Ria hab¨ªa sido atacada por error; corrigieron despu¨¦s para sostener que el blanco era leg¨ªtimo porque el segundo piso de ese restaurante ¡°era un puesto de despliegue temporal de comandantes de la 56? Brigada de Infanter¨ªa Motorizada de las Fuerzas Armadas de Ucrania¡±. Cabe se?alar que el restaurante no ten¨ªa segundo piso y que en el mismo no funcionaba brigada alguna. Cualquier corresponsal extranjero que haya estado en la ciudad de Kramatorsk ha comido ah¨ª y sabe que el sitio es (quiero decir, era) cualquier cosa menos un puesto militar. Acud¨ªan al mismo, s¨ª, soldados en sus d¨ªas de descanso, que sol¨ªan encontrarse all¨ª con sus familiares. Pero era un espacio de reuni¨®n habitual, sobre todo, de los habitantes de Kramatorsk, una ciudad que al principio de la invasi¨®n rusa contaba con 200.000 habitantes y que hoy tiene tan solo unos 80.000. ?Entonces por qu¨¦ y para qu¨¦ tanto gasto y tanta precisi¨®n para un objetivo civil? Victoria nos lo dijo en otro escenario: como escarmiento y castigo para una poblaci¨®n que no quiere ser rusa ni recibi¨® a los rusos con los brazos abiertos.
?Qu¨¦ hac¨ªamos nosotros en Kramatorsk, a 40 kil¨®metros del frente, y en ese restaurante? La historia debe ser contada desde el principio, por lo que voy a robarles dos p¨¢rrafos de tiempo. En realidad, Sergio Jaramillo (alto comisionado de paz y ex viceministro de defensa de Colombia) y yo hab¨ªamos ido a Kiev invitados por la Feria del Libro: yo iba a firmar ejemplares de una novela m¨ªa publicada en ucraniano; Sergio, a presentar la campa?a ¡°?Aguanta Ucrania!¡±. Como yo tambi¨¦n formo parte de esta campa?a desde el principio y como he intentado que colegas m¨ªos de Hispanoam¨¦rica se unan a esta iniciativa, me sum¨¦ a la presentaci¨®n de nuestro movimiento a favor de Ucrania. En la presentaci¨®n estaba la premio Nobel ucraniana Oleksandra Matviichuk; el presidente del Pen Club de Ucrania, Volod¨ªmir Yermolenko; la periodista colombiana Catalina G¨®mez, como moderadora; y la pobre Victoria Amelina. Yo estaba al lado de ella.
Nuestra presentaci¨®n inclu¨ªa un v¨ªdeo que terminaba con Paquito D¡¯Rivera tocando al clarinete el himno de Ucrania. Esto conmovi¨® hasta las l¨¢grimas al numeroso p¨²blico de la feria. Esto fue el s¨¢bado. El plan era regresar a Polonia el lunes, pero a Sergio y a Catalina se les ocurri¨® que deb¨ªamos ir a llevar nuestra campa?a m¨¢s all¨¢, y que adem¨¢s deb¨ªamos documentar m¨¢s de cerca los horrores y cr¨ªmenes cometidos por los rusos. El cobarde que soy se invent¨® varias disculpas para no ir, pero todas mis objeciones fueron solucionadas por mis amigos. En una cena con Victoria el domingo, esta se entusiasm¨® tanto con nuestra solidaridad suramericana que dijo que ella misma nos quer¨ªa acompa?ar al Donetsk. Har¨ªa un ¨²ltimo viaje antes de irse a Francia a una beca de un a?o, donde pensaba terminar su libro de denuncia de los cr¨ªmenes de guerra de Rusia. Al d¨ªa siguiente, lunes, (yo sin querer ir y Victoria queriendo) madrugamos para recorrer los 550 kil¨®metros de carretera en nueve horas de viaje de Kiev a Kramatorsk.
La compa?¨ªa de Amelina fue fundamental para conocer los horrores de la guerra y las atrocidades cometidas por el ej¨¦rcito ruso, tanto en las primeras semanas de la invasi¨®n como en el a?o transcurrido despu¨¦s. Nos llev¨® a ver la casa de donde los rusos se llevaron al poeta Volodymyr Vakulenko, para despu¨¦s torturarlo, pegarle dos tiros y enterrarlo en una fosa com¨²n como a cualquier jud¨ªo del a?o 40. Con mi obsesi¨®n por el Holocausto yo aport¨¦ lo m¨ªo. Hice que par¨¢ramos en las afueras de J¨¢rkiv a ver un monumento en honor a m¨¢s de 15.000 v¨ªctimas jud¨ªas asesinadas y enterradas en fosas comunes. En su campa?a por ¡°desnazificar¡± a Ucrania, el presidente m¨¢s parecido a Hitler que se conozca desde 1945, Putin, destruy¨® la menor¨¢h que se?alaba el sitio del crimen de los nazis.
Vimos y entrevistamos oficiales y soldados del ej¨¦rcito ucranio. De nazis no tienen nada, lo puedo asegurar. Si alguna culpa tienen es la de ser todav¨ªa un ej¨¦rcito demasiado sovi¨¦tico, es decir, paranoico (lo cual se entiende, en una guerra) y paquid¨¦rmico e ineficaz (lo cual es muy nocivo en una guerra). Conocimos a un joven soldado encantador, amigo de Amelina, con una sonrisa ser¨¢fica constante, que nos explic¨® que si bien ¨¦l hab¨ªa sido siempre un pacifista convencido, estaba tambi¨¦n seguro de que Putin y los invasores usan y entienden un solo lenguaje: el de la fuerza. El di¨¢logo y la diplomacia han fracasado. Lo queramos o no, la ¨²nica alternativa que tenemos hoy es oponerse al mal con las armas.
En el ¨²ltimo a?o, Victoria se hab¨ªa apartado de la ficci¨®n y se hab¨ªa dedicado a buscar y a documentar con detalle los cr¨ªmenes de guerra cometidos por los agresores. Hay un crimen de guerra que ya no va a poder documentar personalmente: el que cometieron con ella. Yo voy a dedicar los pr¨®ximos meses a escribir sobre este crimen atroz, a contarlo minuciosa y detalladamente, por encima de la propaganda y la mentira de los rusos. Es algo que le debo a la justicia, en abstracto, y a la justicia que alg¨²n d¨ªa deber¨¢ hacerse por este crimen atroz cometido contra una gran colega muy valiente, una escritora de la edad de mi hija que, a su vez, deja hu¨¦rfano a un ni?o de diez a?os. Al menos a ese ni?o se lo debo, para que dentro de otros diez a?os pueda saber exactamente c¨®mo mataron a su valiente, a su brillante y encantadora madre.
Por ahora les cuento tan solo el ¨²ltimo instante en que Victoria Amelina tuvo conciencia. Yo estaba frente a ella en la terraza del restaurante. Como hab¨ªa ley seca, Victoria se hab¨ªa pedido una cerveza sin alcohol. Sergio Jaramillo me hab¨ªa llenado un vaso con hielo y algo parecido a jugo de manzana. Victoria mir¨® mi vaso: ¡°Parece whisky¡±, dijo, y sonri¨®. En ese momento nos cay¨® del cielo el Iskander, el infierno. Ahora Victoria tiene domicilio en el cielo. No en el sentido cristiano o musulm¨¢n, no. En ese cielo inmaterial y mental, muy humano, que llamamos memoria.
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