Peluquer¨ªa abierta, mercado cerrado: la doble realidad de Toretsk, a las puertas del frente de Bajmut
Sin gas ni agua y bajo las bombas, la gran invasi¨®n rusa agrav¨® la situaci¨®n de muchas localidades del este de Ucrania, donde la guerra se vive desde hace una d¨¦cada
¡°Vaya pregunta est¨²pida. Nac¨ª aqu¨ª y vivo aqu¨ª¡±, espeta Oleksandr, un vecino de Toretsk, localidad a tres kil¨®metros del gran frente que rodea la ciudad de Bajmut (regi¨®n oriental de Donetsk), tras ser preguntado que por qu¨¦ no se hab¨ªa marchado a un lugar m¨¢s seguro. El pl¨¢stico que cubre la ventana de la peluquer¨ªa sin cristales a la que ha acudido a cortarse el pelo flamea con la brisa. Las detonaciones constantes que llegan desde las posiciones de la artiller¨ªa no alteran lo m¨¢s m¨ªnimo el ritual del peine y la tijera en manos de Tatiana. Un avi¨®n ha vomitado desde el cielo dos bombas un rato antes sin matar a nadie, pero dejando importantes da?os en varios edificios. En la otra butaca de la peluquer¨ªa, Liuvob da mechas a Irina. La vida sigue su curso y hay que estar presentable.
La contraofensiva que Ucrania desarrolla desde comienzos de junio no ha alterado apenas en Toretsk la zona gris, esa donde chocan los dos ej¨¦rcitos. En estas semanas, las tropas locales han ara?ado 35 kil¨®metros cuadrados al enemigo en la batalla por Bajmut, de los que cuatro corresponden a los avances de la semana pasada, seg¨²n datos de la viceministra de Defensa, Hanna Maliar.
Las autoridades locales, en medio del goteo de muertes de civiles, han decidido cerrar los mercados al aire libre por seguridad tras varios ataques. El alcalde, Vasil Chynchyk, afirma que no quieren aglomeraciones, pero la vida a medio gas de estas poblaciones hace casi inevitable que la gente se agolpe cuando hay repartos de ayuda humanitaria, como ocurre durante la visita de EL PA?S.
Bandadas de p¨¢jaros se adue?an del asfalto de las calles casi desiertas de Toretsk. Un goteo de vecinos avanza cada poco en soledad tirando de carritos en los que cargan los alimentos que acaban de recibir. Si uno anda en direcci¨®n contraria, se topa con un edificio oficial en el que se lleva a cabo el reparto. Decenas de personas se concentran al aire libre en las escaleras del exterior mientras son llamadas adentro por orden. No quieren fotos ni declaraciones.
Tras salir de recoger una caja con comida, Raya, de 68 a?os, avanza sobre una acera alfombrada de cristales y restos de ventanas que ya nadie se molesta en recoger ante la machacona rutina del enemigo. La mujer, cubierta con un sombrero, esboza una sonrisa que ilumina los ojos tras las gafas. Transporta la ayuda facilitada por una organizaci¨®n de la iglesia protestante suiza con el lema ¡°pan para todos¡±. Sobre su cabeza, una persiana met¨¢lica se cimbrea sin llegar a caerse desde un primer piso golpeado por la onda expansiva. Las fachadas presentan casi todas heridas de mayor o menor consideraci¨®n. Raya se santigua cuando se le pregunta por el final del conflicto. Los ataques, cuenta, se suceden por la ma?ana y por la tarde. ¡°Me paso el d¨ªa rezando para que la guerra acabe¡±, resuelve antes de seguir adelante.
No lejos de esa avenida, las autoridades han encontrado acomodo en un antiguo club infantil. All¨ª firma y sella documentos Vasil Chynchyk, jefe de la administraci¨®n civil y militar, lo m¨¢s parecido que hay a un alcalde en tiempos de guerra. Organizar las evacuaciones es parte de su quehacer diario. Se llevan a cabo entre 10 y 15 traslados al d¨ªa por los medios que facilitan las autoridades y otros cinco se van por sus propios medios. Eso supone el triple de los que eran evacuados hace unas semanas, calcula Chynchyk, que luce una pistola en una cartuchera de piel en el costado. Los bombardeos son el principal motivo que empuja a los habitantes a irse, se?ala. Le preocupa de manera especial la presencia de menores, que ¡°se ven obligados a quedarse con sus padres en lugares peligrosos¡±.
Un reguero de vecinos de Toretsk, como de otras zonas del frente, va salpicando otras regiones del pa¨ªs m¨¢s seguras gracias a los acuerdos que van tejiendo las autoridades. El alcalde comenta que se les facilita transporte, acomodo temporal, asistencia m¨¦dica y asesor¨ªa para salir adelante lejos de su casa. ¡°Hay evacuaciones gratuitas a cualquier esquina del pa¨ªs¡±, se?ala. La localidad ya estuvo unos meses en manos de separatistas prorrusos en 2014, cuando Mosc¨² lanzo la guerra en el este de Ucrania. La poblaci¨®n de la comarca era en 2021, antes de comenzar la gran invasi¨®n del pa¨ªs, de 70.000 personas frente a las 14.000 actuales, seg¨²n datos de Chynchyk. Los que se quedan habitan en un lugar donde desde hace un a?o y medio no hay agua ni gas, aunque s¨ª luz. Llenar ese vac¨ªo en los suministros es una de las tareas que, con ayuda de ONG y organizaciones internacionales, tambi¨¦n acometen las autoridades.
Pero la principal preocupaci¨®n del m¨¢ximo responsable de la comarca pasa por salvar la vida de cuantos m¨¢s, mejor. La ¨²ltima decisi¨®n adoptada por las autoridades regionales, y que ¨¦l mismo defiende, es no volver a autorizar m¨¢s mercados al aire libre. No quieren darles a los rusos la oportunidad de que las aglomeraciones de personas se conviertan en un objetivo, como as¨ª ha sido.
La decisi¨®n enerva a Tatiana, la peluquera. ¡°Cierran los mercados y ahora hay decenas de personas agolpadas esperando la ayuda humanitaria¡±, comenta refiri¨¦ndose a lo que ella considera un contrasentido. En un goteo casi incesante, cuatro civiles murieron bombardeados la semana pasada en la vecina localidad de New York y dos hermanos ¡ªun ni?o y una ni?a¡ª perdieron la vida en el pueblo de Druzhba (que significa amistad). Ocho personas fallecieron en un mismo ataque el 4 de agosto del a?o pasado en una parada de autob¨²s de Toretsk. ¡°Alg¨²n d¨ªa reconstruiremos esos edificios, pero esas personas nunca volver¨¢n¡±, suspira Vasil Chynchyk en su escritorio mientras la viceministra Maliar comparece en televisi¨®n.
La muerte se pasea a veces milagrosamente de puntillas sin detenerse en Toretsk. Las dos bombas tipo FAB-250 lanzadas por la aviaci¨®n enemiga no han causado muertos. Los da?os son visibles en la fachada destrozada de un colegio de tres pisos. Las explosiones han alcanzado tambi¨¦n a viviendas, garajes y alg¨²n edificio m¨¢s de la administraci¨®n. Nada que no tenga arreglo, como recalca el alcalde. Sorprende, sin embargo, la pasmosa pasividad que rodea el bombardeo, que de haberse producido, por ejemplo, en una gran ciudad como Kiev hubiera merecido m¨¢s atenci¨®n. Chynchyk no le da m¨¢s importancia que a otros problemas cotidianos y los vecinos desfilan por los alrededores con cierta indiferencia, como si en vez de dos bombas hubieran ca¨ªdo dos pi?as de un pino.
Por medio de los restos del ataque que salpican el camino, Ludmila, de 72 a?os, trata a duras penas de avanzar con su caja de ayuda humanitaria sobre unas ruedas. Se queja de que nadie la haya ayudado. La mujer sali¨® de casa hacia el punto de reparto a las seis de la ma?ana y, de regreso, se ha topado con la cruda realidad: han bombardeado el barrio. Ludmila, con sus hijos refugiados en el oeste de Ucrania, vive sola. ¡°En invierno duermo en la cocina. Desenrollo un colch¨®n y lo pongo al lado de la cocina con le?a que me da la iglesia¡±, explica.
En ese mismo camino por el que regresa Ludmila, otra vecina, Olga, de 45 a?os, hace acopio de le?a. Aprovecha las ramas rotas de los ¨¢rboles por las explosiones y maderas procedentes de marcos de puertas. Las va amontonando en un carro y amarr¨¢ndolas con un pulpo de goma. Las m¨¢s grandes, detalla, son para calentarse en oto?o e invierno. La peque?a, para cocinar. El ataque le pill¨® a Olga en la ducha y, al salir, comprob¨® que lo que hab¨ªa sentido hab¨ªa sido un bombardeo que hab¨ªa incluso derribado parte de las paredes sobre la cama de la casa, donde vive sola con cuatro perros.
La soledad en tiempos de guerra no ha empujado a Olga o Ludmila fuera de Toretsk. Tampoco a Tatiana, la peluquera, o a Oleksandr, su cliente. ?l desconf¨ªa de las ayudas que prometen las autoridades para los que son evacuados. Ella, mientras le atusa el flequillo al hombre, le apoya: ¡°Aqu¨ª se vive bien. Tengo un trabajo que fuera no tendr¨ªa¡±. Mientras, por el pl¨¢stico parcialmente desprendido del marco de la ventana, se sigue escuchando la banda sonora de los combates.
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