Memorias de la Revoluci¨®n de los Claveles: el cabo que no dispar¨®, el sargento que custodi¨® a Marcelo Caetano y el capit¨¢n que asalt¨® la radio
Unos 5.000 militares participaron hace medio siglo en la sublevaci¨®n pac¨ªfica contra la dictadura que aspiraba a democratizar, descolonizar y desarrollar Portugal
El golpe de Estado contra la dictadura portuguesa sac¨® a la calle a 5.000 militares la madrugada del 25 de abril de 1974, nada m¨¢s escuchar Gr?ndola, vila morena, la canci¨®n de Jos¨¦ Afonso. Cada uno de ellos desempe?¨® un papel, crucial o secundario, para contribuir al ¨¦xito de aquella misi¨®n hist¨®rica, que se despleg¨® sin violencias ni venganzas en m¨¢s de 40 acciones dise?adas por el comandante de artiller¨ªa Otelo Saraiva de Carvalho, uno de los tres integrantes de la direcci¨®n del Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA), puesto en pie por unos 300 capitanes. El golpe se transform¨® en una revoluci¨®n a las pocas horas, cuando los portugueses se echaron a la calle para impedir que la sublevaci¨®n contra el r¨¦gimen, que entonces encabezaba Marcelo Caetano, tuviese marcha atr¨¢s. El gesto de una camarera llamada Celeste Caeiro, que reparti¨® claveles entre los soldados porque no ten¨ªa cigarros, dio nombre a lo que estaba pasando. Pero antes de la fiesta que se vivi¨® en el pa¨ªs, libre al fin de 48 a?os de represi¨®n y censura, hubo varios momentos de tensi¨®n en los que todo podr¨ªa haber descarrilado. Algunos de sus protagonistas recuerdan aquellas tensiones medio siglo despu¨¦s.
El cabo que desobedeci¨® la orden de disparar. Nadie supo durante 40 a?os c¨®mo se llamaba el hombre que se encerr¨® en su carro de combate para no tener que abrir fuego sobre sus compa?eros la ma?ana del jueves 25 de abril de 1974. En 2014, tras desvelarse su identidad gracias a la investigaci¨®n period¨ªstica de Adelino Gomes y Alfredo Cunha, Jos¨¦ Alves da Costa recibi¨® la distinci¨®n de gran maestre de la Orden de la Libertad de manos del presidente de la Rep¨²blica. En 1974 estaba al frente de un tanque M47 que hab¨ªa salido a la calle a defender la dictadura. Junto al r¨ªo Tajo, el general de brigada Junqueira dos Reis ordena al cabo Costa que dispare contra el capit¨¢n Maia y sus tropas, que han recorrido de noche los 80 kil¨®metros que separan Santar¨¦m de Lisboa para tumbar el r¨¦gimen. Ante las evasivas del cabo, el general saca su pistola y le dice: ¡°O abre fuego o le pego un tiro en la cabeza¡±. Jos¨¦ Alves da Costa le soseg¨®, se introdujo en su carro de combate, cerr¨® la escotilla por dentro y no sali¨® hasta pasadas varias horas, cuando la revoluci¨®n ya estaba en la calle. ¡°Si ¨¦l disparaba, mor¨ªa solo yo. Pero si yo disparaba, iban a morir decenas o centenas de personas. Disparar no era una opci¨®n para m¨ª, solo lo habr¨ªa hecho si hubiera tenido la certeza de que no causaba da?os¡±, explicaba durante una entrevista en su aldea de Balazar, en la regi¨®n del Minho, el pasado diciembre.
El sargento que custodi¨® a Marcelo Caetano en el blindado. Manuel Correia da Silva fue uno de los 240 integrantes de la columna de caballer¨ªa que comandaba Salgueiro Maia. ?l tambi¨¦n fue uno de los militares que recibi¨® un clavel de Celeste Caeiro, cuando estaban en el Rossio, en el centro de Lisboa, sin saber ninguno de ellos que estaban bautizando aquel jueves hist¨®rico. Pero lo m¨¢s impactante para el sargento Correia da Silva fue tener que custodiar a Marcelo Caetano, el s¨ªmbolo de la dictadura, despu¨¦s de su rendici¨®n. El dictador permaneci¨® varias horas asediado en el cuartel del Largo do Carmo por las tropas del capit¨¢n Maia. Despu¨¦s de entregar el poder al general Ant¨®nio de Sp¨ªnola, que no pertenec¨ªa al Movimiento de las Fuerzas Armadas (pero esa es otra historia), Caetano baja las escaleras y entra en el blindado acompa?ado por dos ministros. El sargento se sienta a su lado. Durante el trayecto hasta el cuartel de Pontinha, donde la c¨²pula de los rebeldes le aguardaba, nadie habl¨®. ¡°En 24 horas el hombre que ten¨ªa todo el poder pas¨® a convertirse en un preso. Las ¨²nicas palabras que le escuch¨¦ fue una respuesta que dio a un soldado: ¡®Es la vida¡±. Los rebeldes quieren una evacuaci¨®n pac¨ªfica y protegen al dictador de la ira de los ciudadanos, que se concentran en el Largo do Carmo. ¡°Tardamos una eternidad en salir de all¨ª en direcci¨®n al puesto de mando del MFA porque el pueblo quer¨ªa tomarse la justicia por su mano. El blindado, que pesa toneladas, se balanceaba como un junco y escuch¨¢bamos a la gente gritar ¡®Muerte al fascismo¡¯ y ¡®Muerte a Marcelo Caetano¡±.
El comandante que asalt¨® la radio. La Fuerza A¨¦rea se desmarc¨® de la sublevaci¨®n contra la dictadura, ejecutada en exclusiva por unidades del Ej¨¦rcito de Tierra, pero algunos de sus oficiales participaron a t¨ªtulo personal. Fue el caso de Jos¨¦ Manuel Costa Neves, un ingeniero aeron¨¢utico con rango de comandante, que dirigi¨® la ocupaci¨®n de R¨¢dio Clube Portugu¨ºs, la emisora desde la que se emitieron todos los comunicados del Movimiento de las Fuerzas Armadas a partir de las 4.26 de la madrugada del 25 de abril de 1974. Costa Neves protagoniz¨® una historia c¨¦lebre en una jornada dada a los surrealismos, al olvidar las pistolas Walter que deb¨ªa llevar su grupo en el asalto a la emisora. El oficial hab¨ªa cerrado el coche con las armas dentro y pidi¨® ayuda a un polic¨ªa para forzar la puerta con un alambre. Impresionado con las buenas maneras de Costa Neves, el agente le dijo: ¡°Si todos tuviesen el mismo civismo que usted acaba de mostrar ahora, la vida de los polic¨ªas ser¨ªa mucho m¨¢s f¨¢cil¡±. Horas despu¨¦s, el polic¨ªa amable acabar¨ªa detenido en el estudio n¨²mero 5, donde los rebeldes estaban encerrando a fuerzas leales al r¨¦gimen. ¡°En cierto momento, para calmar la tensi¨®n que se estaba generando entre los polic¨ªas detenidos en el estudio, que no era extra?o dada la peque?ez del espacio donde estaban, trat¨¦ de explicarles lo que ocurr¨ªa y les repart¨ª agua y tabaco que hab¨ªa en el bar de la emisora¡±, evocaba Costa Neves en un correo electr¨®nico. Pas¨® all¨ª dos noches sin dormir y se hizo amigo del locutor Joaquim Furtado, que ley¨® el primer comunicado de los rebeldes. El ¨²nico remordimiento que le acompa?a desde aquel d¨ªa es no haber pedido disculpas al polic¨ªa que le ayud¨® a forzar su propio coche y que acab¨® detenido horas despu¨¦s.
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