Mis primeras vacaciones con beb¨¦: peligros mortales, emociones acu¨¢ticas y cero resacas
Viajar y tratar de descansar con un ser diminuto cambia las expectativas tradicionales de los padres primerizos sobre lo que significa el verano
?D¨®nde vamos con la guajina? Con un beb¨¦ a bordo, las opciones vacacionales se reducen: nada de expediciones a la selva Lacandona, nada de navegaci¨®n por el r¨ªo Senegal, ni siquiera una cl¨¢sica visita al skyline de Manhattan. Los beb¨¦s, en su tierna redondez, suelen introducir un factor de caos en la ecuaci¨®n veraniega. As¨ª que mejor algo que permita vibrar armoniosamente al ritmo del Cosmos. Es decir, tender a la m¨ªnima energ¨ªa y al m¨¢ximo desorden. Es decir, all¨ª donde te preparen la comida y te recojan la habitaci¨®n. Es decir, ...
?D¨®nde vamos con la guajina? Con un beb¨¦ a bordo, las opciones vacacionales se reducen: nada de expediciones a la selva Lacandona, nada de navegaci¨®n por el r¨ªo Senegal, ni siquiera una cl¨¢sica visita al skyline de Manhattan. Los beb¨¦s, en su tierna redondez, suelen introducir un factor de caos en la ecuaci¨®n veraniega. As¨ª que mejor algo que permita vibrar armoniosamente al ritmo del Cosmos. Es decir, tender a la m¨ªnima energ¨ªa y al m¨¢ximo desorden. Es decir, all¨ª donde te preparen la comida y te recojan la habitaci¨®n. Es decir, un resort vacacional.
Candela naci¨® en verano, hace casi un a?o, pero estas son sus primeras vacaciones. En realidad, toda su existencia ha sido similar a una estancia en un resort: a los beb¨¦s les cubrimos todas las necesidades y est¨¢n todo el rato visiblemente ebrios. Cuando crezca, ese algodonoso resort constante de la infancia se transformar¨¢ en la triste oficina de la adultez.
El skyline que se ve al fondo no es el neoyorquino, sino el de Benidorm. El alojamiento elegido para las vacaciones no es un edificio, sino un pueblo entero que recrea una villa renacentista: es tan hermoso como hortera. Parece de cart¨®n piedra, pero es s¨®lido; de hecho, las 400 habitaciones se reparten por 25 edificios entre los que discurren callejuelas y se encuentran fuentes, restaurantes y plazoletas. Hay hasta una suerte de plaza Mayor, con una iglesia que, en realidad, es un espacio para eventos. Le ense?amos entusiasmados a Candela este simulacro posmoderno, pero, primera pega, Candela vive en un universo cuyo radio mide solo unos metros. Su memoria es todav¨ªa incapaz de aprehender el mundo con nitidez, as¨ª que nunca recordar¨¢ esto. Qu¨¦ rabia, con lo que mola. Y con lo que hemos invertido.
As¨ª que a ella todas estas actividades y prestaciones le dan un poco igual. Lo que m¨¢s le gusta del hiperdise?ado resort, m¨¢s que la gran superficie de la cama y de la tele, m¨¢s que el asilvestrado entorno de las piscinas, es el sencillo suelo de una zona que acabamos por bautizar como ¡°el suelo divertido¡±. Con eso se contenta la peque?oide, con una amplia superficie de baldosas de cer¨¢mica en la que poder arrastrarse con facilidad y, eventualmente, encontrar alguna piedrecita con la que practicar la pinza entre el pulgar y el ¨ªndice. Candela es austera y feliz como Di¨®genes el C¨ªnico. Su sonrisa ilumina entonces m¨¢s que el sol del Levante espa?ol y optamos por ponernos un poco m¨¢s de crema solar.
Vinimos a descansar mucho, a tumbarnos en una hamaca y a elevar notablemente la tasa nacional de lectura, pero hete aqu¨ª que erramos los c¨¢lculos: un beb¨¦ requiere m¨¢s atenci¨®n cuando est¨¢ parado que cuando est¨¢ en movimiento. En realidad, nos podr¨ªamos haber colgado sin problemas a Candela para explorar la selva Lacandona o el r¨ªo Senegal, pero, en cambio, mientras nos ponemos las gafas de sol y nos tumbamos a haraganear, la ni?a requiere toda nuestra atenci¨®n para que no se coma una chancla, o sea fulminada por los rayos ultravioleta, o sufra un golpe de calor, o mire fijamente de forma obsesiva a la pareja de al lado, que trata, a su vez, de concentrarse en la planitud de su encefalograma estival. Lecci¨®n aprendida: el pr¨®ximo a?o a hacer rafting y salto base con la ni?a. Actividades de riesgo para beb¨¦s amantes del peligro.
Pero todo se compensa: qu¨¦ in¨¦dita emoci¨®n al meter por primera vez a Candela en la piscina, y verla admirar el azul¨®n y la apretada trama de azulejitos que semejan un diagrama del espacio-tiempo curvado por el agua. A Candela le gusta navegar sobre nosotros como esas acr¨®batas que viajan sobre delfines y le gusta pasar por debajo del puente de madera y sentirse la almiranta de la mar oceana. Meter a los ni?os en el agua cuando son peque?os parece una acci¨®n especialmente paternofilial que siempre hab¨ªa observado con atenci¨®n y asombro; ense?arles un nuevo medio, extra?o y peligroso, en el que solo pueden permanecer si son sostenidos por tus brazos. Volver, de alguna forma, a un medio acuoso como ese del que hace no tanto les sacamos para enfrentar este mundo tan seco.
Los empleados del resort siempre sonr¨ªen y saludan y preguntan qu¨¦ tal: pocas veces me he sentido tan comprendido. Luego te informan de las actividades del equipo de animaci¨®n para la jornada. Hay muchas para ni?os, pero Candela es todav¨ªa demasiado peque?a para participar en la minidisco, la gincana o el taller de camisetas. De la guarder¨ªa sale una polifon¨ªa de llantos y risas que nos parece demasiado selv¨¢tica. Los empleados le hacen muchas caranto?as y la cogen en brazos y dicen que es la ni?a m¨¢s simp¨¢tica y m¨¢s bonita del lugar.
Nosotros estamos de acuerdo en este juicio, es m¨¢s, nos parece evidente, aunque a veces espiamos el trato que le dan a otros beb¨¦s a la puerta del bufet para comprobar si nos mienten. Resulta que, en realidad, se lo dicen a todos: parece que tambi¨¦n hay barra libre de moner¨ªas. Pero no logramos llegar a una conclusi¨®n s¨®lida: quiz¨¢s les mientan a ellos, esos pobres padres de hijos random. El bufet, por cierto, es un buen sistema para Candela, cuya forma de alimentaci¨®n consiste, adem¨¢s de la leche materna, en coger trozos de comida y enguarrarlo todo alrededor mientras los rechupetea. Nos ponen una trona y podemos proveerla libremente de trozos de fruta, de pasta, de verduras que se encuentran con facilidad en el fest¨ªn, y que no encontrar¨ªamos en otro tipo de restaurante a la carta. Somos como cazadores recolectores del Paleol¨ªtico vagabundeando por el comedor en busca de alimento para nuestra cr¨ªa. Por eso, a veces, metemos el codo para hacernos sitio en la cola del show cooking: es el primitivo instinto de la lucha por la vida.
En verano, seg¨²n observamos en el resort, muy familiar, los padres tienen la preciosa oportunidad de pasar m¨¢s tiempo con sus hijos, as¨ª que algunos aprovechan para enchufarles sistem¨¢ticamente cualquier pantalla luminosa que los mantenga ajenos al momento presente, evitando as¨ª molestias en la piscina o en el lobby. No es cuesti¨®n de juzgar la paternidad de los otros a simple vista, que cada uno tiene su circunstancia, pero no deja de resultar perturbadora la despreocupaci¨®n con la que algunos progenitores exponen a sus cr¨ªas a la tecnolog¨ªa, cuando muchos de los tecn¨®logos de Silicon Valley eligen colegios sin gadgets. Como esos narcotraficantes que nunca prueban su propia mercanc¨ªa.
Al anochecer, cuando en circunstancias normales (quiero decir, prepaternas) nos dar¨ªamos al atontamiento et¨ªlico y a los espect¨¢culos musicales (qu¨¦ maravilloso el movimiento de caderas del saxofonista residente, un cl¨¢sico de los resorts), le damos vueltas por ah¨ª a Candela con el porteo para que se duerma temprano, convertida en un flan con pesta?as. Y nosotros, ya muy cansados, con ella. Adem¨¢s, las resacas y la crianza son m¨¢s inmiscibles que el Baileys y la Coca-Cola.
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