Una feria necesaria
La FIL no es de los funcionarios y gerifaltes, ni siquiera de quienes la han administrado, sino un patrimonio social y cultural de todo el pa¨ªs y la lengua espa?ola
Termin¨® la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y se desperdig¨® en todas direcciones la parvada que la anima y habita: miles de visitantes (250 mil, seg¨²n el balance oficial, cifra bastante considerable si se toma en cuenta que hubo que observar una larga lista de restricciones sanitarias), y cientos de escritores, editores, profesionales del libro, acad¨¦micos y periodistas. Una parvada que el poder mexicano se afana en mostrar como homog¨¦nea y unida en un supuesto ¡°conservadurismo¡±, pero que en realidad es divers¨ªsima e imposible de contener en un caj¨®n.
Adem¨¢s de la vasta oferta de libros en el ¨¢rea de exhibici¨®n (240 mil t¨ªtulos de mil 223 editoriales, lo que no es poca cosa), la pluralidad de la feria sucede en muchos espacios. En las mesas y foros que re¨²nen distintas generaciones y est¨¦ticas literarias, y diferentes procedencias y posturas en temas de ciencias sociales, divulgaci¨®n cient¨ªfica, y pensamiento pol¨ªtico y social, por ejemplo. En los innumerables encuentros de pasillo entre amigos y conocidos (y, porque no decirlo, hasta rivales) y las subsecuentes comidas, cenas y after, de las que saldr¨¢n amistades, complicidades (que nunca hay que confundir con conspiraciones), y nuevas alianzas editoriales y culturales. Encuentros en los que se presentan ofertas y se traman contratos por venir, en las que una joven autora conocer¨¢ a quienes acabar¨¢n por difundir su obra, o un joven editor pescar¨¢ a los nuevos talentos de su sello.
Pero, aparte de estas actividades, que alg¨²n puritano leer¨¢ con la nariz fruncida porque son ¡°cosas de industria¡±, la feria es, sobre todo, un festival cultural para beneficio y felicidad de sus de lectores. Para miles de personas representa la oportunidad de descubrir nuevas voces y charlar con autores e invitados con una cercan¨ªa que pocos espacios, ni siquiera las redes, ofrecen. Deben ser millones los j¨®venes lectores que han encontrado en la FIL sus primeras y m¨¢s entra?ables lecturas y miles quienes definieron en ella su vocaci¨®n acad¨¦mica y laboral art¨ªstica o cient¨ªfica. Y qu¨¦ decir de esos otros millares de paseantes de a pie, que han encontrado en sus stands toda clase de libros para entretenerse, para disfrutar, para evadirse del mundo o conocerlo m¨¢s a fondo, con sus ¨¢ngulos claros y sombr¨ªos.
Las cultura no es amiga de la pol¨ªtica. La pol¨ªtica exige sumisiones, disciplina y ¡°sacrificios por la causa¡± y le teme al pensamiento cr¨ªtico como a la peste. Y la pol¨ªtica, adem¨¢s, cree que la ¨²nica explicaci¨®n de todo se encuentra en ella misma, es decir, en las grillas y desacuerdos de los gerifaltes de las instituciones involucradas en la organizaci¨®n de la feria y aquellos otros que quisieran apropi¨¢rsela o desaparecerla.
?Qui¨¦n querr¨ªa ver mermada o difunta a la FIL? (Y ac¨¢ no me refiero a los envidiosos a quienes les encantar¨ªa ser estrellas, pero nadie les tira un lazo ni les lee sus mamotretos) ?A qui¨¦n le servir¨ªa dejar a la ciudad y al pa¨ªs sin uno de sus principales espacios de discusi¨®n y convivencia intelectual? La respuesta es sencilla: a quienes piensan que la ¨²nica palabra que debe ser escuchada es la suya y los ¨²nicos que deber¨ªan hablar en voz alta son aquellos paleros que la acatan y difunden.
Por supuesto que no hay iniciativa cultural irreprochable. Pero la FIL no es de los funcionarios y gerifaltes, ni siquiera de quienes la han administrado, sino un patrimonio social y cultural de todo el pa¨ªs y la lengua espa?ola. Si no existiera, habr¨ªa que inventarla. Y como ya existe, hay que dejar en claro que es necesaria y debe ser preservada. Y los paleros podr¨¢n decir misa, pero bien que all¨ª andaban, en la feria, mendigando un ¡°buenos d¨ªas¡±.
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